Giovanni

—Me alegra que estés en el equipo —posó sus labios en los míos —y que tengas nuevas monturas —dijo sin despegarse de mí.

Era todo un sueño hecho realidad, Milena y yo, yo y Milena, "nosotros". Por primera vez sentía que debía estar con ella, solo con ella, con nadie más en toda la fiesta; la música y la gente podían irse al demonio porque yo ya estaba en el mejor momento de mi vida y nada ni nadie podía arruinar lo que con mucho esfuerzo había construido en varias fiestas.

—Que no te vas a quedar con ella —gritó alguien por detrás de nosotros —, ¡entiende! —Eros apareció de entre las sombras y la oscuridad y apoyó cada uno de sus brazos en nuestros hombros.

El olor de sus labios a alcohol me asfixiaba y hacía que me atragante con el propio ambiente.

—¡Giovanni Boccaccio! —rió pronunciando bien el nombre con acento italiano —Y tú —se dirigió a Milena —él no es para ti, yo veo el futuro.

Tanto ella como yo queríamos estallar a carcajadas por lo que decía Eros cuando estaba ebrio.

Ariel persiguiéndolo intentó llevárselo pero él estaba demasiado estable en el piso como para dejar de molestarnos.

—Cara a que se quedan juntos —colocó una moneda vieja en la palma de su mano —sello a que no —lanzó la moneda y girando rápidamente cayó en su palma otra vez para voltearla —. Sello, tenía razón, siempre la tengo.

Ariel rió nerviosamente y se llevó a Eros de un tirón, dejándonos solos de nuevo debajo de la escalera.

—¿Quién era? —preguntó ella.

—Eros —respondí seco —, un amiguito mío y de Ariel, se podría decir que gracias a que practiqué con él...estoy en el equipo.

—Si es tu amigo —su mirada cambió —también es mío.

Milena fue tras Eros para divertirse un rato y yo preferí buscar a Ariel, Eros a veces decía cosas extrañas y ya era suficiente que esté fuera de sí mismo.

Cuando encontré a Ariel, estaba sentado solo a un lado de las escaleras, mientras agarraba sus piernas y se mecía temblando.

—¿Crees que estoy bien? —preguntó él.

—Pues —lo observé de manera detenida —claramente puedo saber que estás picado.

—¿O sea me falta tomar más alcohol?

—No, estúpido —suspiré —, estás mal. Tan solo fíjate en tus ojos, ¿no sientes calambre en el cuerpo?

—Un poco —respondió —. Eros me dio vodka como si fuese agua y sentí cosas feas en mi garganta. Y ahora siento hormigueos por todo sitio —dijo estremeciéndose —y Eros no está aquí...y —Ariel cubrió su boca y comenzó a vomitar en la parte oscura de la escalera, sus ojos lagrimeaban y su cuerpo temblaba o por el frío o por la falta de energía —me siento asqueroso —añadió luego de limpiarse la mano derecha en el tapiz de la misma.

—Tiempo que no te pones así —me reí —, vamos a otro lugar antes de que Laretti nos vea y te haga limpiar la escalera, qué asco.

Asintió con la cabeza débilmente y caminó como lo haría de manera habitual hasta un sillón.

Normalmente un hombre en ese estado se pondría agresivo o estúpido, pero Ariel era...extraño, nunca sabías cómo iba a reaccionar, dependía de su estado de ánimo más profundo. Por ejemplo: ahora; Ariel se sentía desanimado y devastado por la culpa que llevaba, porque no podía controlar a Eros y porque pensaba en Gabriel cada vez que estaba con Eros, lo reconocía muy bien porque se notaba en sus ojos, culpa...culpa por todo sitio, culpa hasta por vomitar en las escaleras de la narco-mansión de Laretti y no limpiarlo.

Finalmente, cuando estuvo en el sillón se recostó encima de mis piernas y estalló en lágrimas, sí, era la culpa.

Esta vez no estaba estúpido, esta vez estaba sensible, como las chicas que lloran ebrias en el baño y quieren llamar a sus ex; y en este caso me correspondía ser el cuidador como buen o mal amigo que soy.

—¡No entiendo por qué lloro! —dijo entre sollozos mientras se limpiaba con el sillón de Laretti.

—Desahógate.

—Primero: Gabriel Mercer se va para siempre...deja de llorar —se decía a sí mismo dándose palmadas —; después: engaño a Gabriel Mercer; luego: estoy en una fiesta ebrio; y finalmente te estoy contando esto.

Laretti se dirigió hacia nosotros angustiado y tanto Ariel como yo sabíamos que eso no significaba nada bueno.

—Oigan, por casualidad —agarró su nuca —por pura casualidad... ¿Saben cómo revivir a alguien? —preguntó con miedo —Es que...verán, el chico, ya saben, pues, bueno —dudó —. Pascale al parecer entró en un trance.

—¡Y ahora Eros está muerto! —siguió llorando.

—Se llama coma etílico —aclaré —, no está muerto —suspiré intentado consolar a Ariel —. ¿Dónde está?

—Simón lo está cargando para llevarlo a algún sillón.

Hice que Ariel se parara y Simón colocó el cuerpo vulnerable de Eros en el sillón.

—¡Está pálido! —Ariel exclamó mientras tomaba su mano —Y frío —las lágrimas caían indiscriminadamente, era culpa, de nuevo —, llamen a emergencias o algo.

—¡No! —gritaron todos.

—Si llamamos a alguien de ese rubro se dará cuenta de que somos menores de edad, aunque este año nos corresponde aún faltan meses —especifiqué —, yo me encargo.

Todos asintieron y se esparcieron por la sala para no disminuir el aire con el que contaba Eros.

Ariel terminó durmiéndose del cansancio en el piso junto al sillón y no podía lidiar con dos ebrios solo, uno peor que otro.

Solo me quedaba una opción: Gabriel Mercer; busqué su número en mi lista de contactos y timbré sin esperar una respuesta segura.

—Necesito de tu ayuda —fue lo primero que dije apenas contestó —, pero antes, ¿dónde estás? Y hola.

—Acabo de llegar, estoy en el aeropuerto, ¿por qué? ¿Qué pasó?

—Es una historia muy larga —dije para evitar contarlo por teléfono —, solo...por favor ayúdame, es la primera vez que no sé qué hacer.

Gabriel Mercer cortó la llamada y luego me mandó un mensaje que decía: quince minutos.

En ese tiempo, mecí a Eros un poco para intentar despertarlo y lo coloqué de costado para que evitase ahogarse con su propio vomito; le envíe mi ubicación por un mensaje a Gabriel y me limité a esperar.

Pasaron cinco minutos más y por la puerta observé a un chico alto con casaca de cuero, era Mercer, cuando me vio, caminó rápidamente hacia mí.

—No me digas que ese es Ariel —señaló a Eros, el cual estaba cubierto por una casaca.

—No —negué con la cabeza —, Ariel está ahí en el piso —señalé.

Gabriel miró hacia abajo y suspiró molesto mientras hacía su cabello para atrás.

—¿Diagnóstico? —preguntó.

—¿Ariel? Él solo está dormido y ebrio, al parecer, y...aquí mi querido amigo Eros, creo que es coma etílico.

—Estos niños —masculló y dio vueltas alrededor del sillón —, ven conmigo —destapó a Eros y lo cargó como a un bebé recién nacido.

Lo seguí y llegamos hasta su auto negro, le abrí la puerta del asiento trasero y lo recostó ahí.

—¿Y Ariel? —pregunté con duda.

—Ah...verdad —suspiró y sus ojos se pusieron blancos.

Volvimos y Gabriel hizo lo mismo, solo que a él lo cargó como un obrero que lleva una bolsa de concreto en los hombros, haciendo que sus brazos cuelguen y se muevan en cada pisada.

Mientras acomodaba a Eros para que fuera recostado en el asiento, empujaba y movía como sea a Ariel, sentado y hasta le puso cinturón de seguridad.

Nos subimos al auto y nos limitamos a escuchar la música que Gabriel compartía vía Bluetooth.

—¿Te han dicho que escuchas música muy deprimente? —pregunté para romper el hielo.

—Es una canción muy linda —justificó —no lo veas por el lado del ritmo, sí, está un poco muerta, en realidad es extraña —admitió —me gusta porque te da el mensaje de dejar atrás el pasado para enfocarte en el presente y el futuro, algo así como perdonar a...

Su expresión cambió y prefirió seguir escuchando la canción.

—Estás enojado con Ariel.

—¿Se nota tanto? —me dirigió una de esas miradas de "voy a matarlo".

Asentí y nos callamos de nuevo.

—¿Qué haremos con ellos?

—Los dejaremos en un hotel durmiendo, lavaremos su ropa e intentaremos despertar a Cupido —respondió más animado.

Gabriel ingresó directamente al estacionamiento de un hotel alto y solo bajamos nosotros dos a la recepción.

—Una habitación para dos personas, ya sabe...doble —dijo Gabriel apoyándose en el mostrador.

—Lo lamento —dijo la chica del mostrador negando con la cabeza —, solo quedan habitaciones matrimoniales, ¿habría algún problema?

Los dos nos miramos expresando duda y en un segundo Gabriel comenzó a sonreír como un completo psicópata, me miraba como si supiera sus intenciones.

—Ningún problema.

Regresamos al estacionamiento por los dos cuerpos y los subimos en el ascensor sin dejar que se abriera, porque según Gabriel...no quería tocar a ninguno de ellos, o sea subjetivismos, y no quería que nos vieran con dos niños fuera de sí mismos.

Al llegar al piso en el que se encontraba el cuarto, Gabriel solo cargó a Eros y yo por lo tanto debía arrastrar a Ariel.

—La ropa —señaló Gabriel juntando las manos —hay que quitársela... ¡Elijo a Eros!

—Pero, ¿por qué? —pregunté negando.

—Todavía que agarraré al más asqueroso y te quejas —cruzó los brazos.

—Pero...tú ya has tocado a Ariel —dije en burla —no se te hará extraño porque de una forma u otra ya lo conoces.

—¿Disculpa? —se señaló a sí mismo expresando indignación —¿Qué estás insinuando pedazo de mierda? —no dejó de mirarme hasta que estallé en risas —Está bien —cedió —, pero esto no pasó, se supone que estoy enojado.

Cambiamos de sitio y él de mala gana retiró las prendas más sucias que tenía, yo hacía lo mismo, la diferencia era que Eros estaba completamente asqueroso, sus ojos se abrían cada cierto tiempo y volvía a dormir.

—Abrió los ojos, ¿sigue siendo coma etílico?

—Quizá solo se desmayó, es posible que abra los ojos en un coma etílico pero tal vez, solo tal vez perdió muchas energías y se deshidrató causando que su piel se ponga pálida, tenga frío y se desmaye —respondió Gabriel —. También depende mucho de lo que bebió.

—Ariel me dijo que me dijo que bebieron vodka como si fuera agua...

—Vodka —dijo Gabriel de forma vaga —, un día bebimos vodka —añadió —, ¿crees que Ariel provocó eso? —señaló a Eros.

—Estuvo conmigo ll... —cubrí mi boca antes de que dijera "llorando" —antes de que eso pasara, de la nada apareció así, no sabemos con quién estuvo o cuándo ocurrió.

Asintió y de su bolsillo extrajo un bloc de notas, un lapicero y una tableta de pastillas; escribió "bébeme" en dos notas y dejó cada una acompañada de una pastilla en las mesas auxiliares a cada costado de la cama.

—Ahora vamos a deshacernos de esta asquerosidad —levantó la ropa de Ariel y salimos de la habitación no sin antes asegurarnos de que no pudieran huir.

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