Flashback
Mi papá exageraba con cada comentario que daba acerca de mí.
"Un Mercer no puede hacer eso", "un Mercer no puede comer tanto", "un Mercer debe cuidarse", "un Mercer debe mantenerse en forma".
Y como "un Mercer debía hacer todas esas cosas" hacía ejercicio, o eso trataba.
Todos los días aproximadamente a las diez de la mañana salía de mi casa para hacer lo que supuestamente alguien como yo debía.
Era el día cuatro, y pues...no me iba tan mal, decían que tenía resistencia. Subir cuatro pisos era agotador, estar en ese lugar asquerosamente grande agotaba más mi mente que mi cuerpo, de solo ver el lugar ya me espantaba. Chicas en mallas de deporte muy ajustadas, chicos con esteroides tremendamente grandes, personas con sobrepeso, personas levantando pesas, personas...haciendo quién sabe qué.
Al menos los tres días anteriores tenía que buscar a algún instructor aunque habían por montón en cada piso.
Un instructor salvaje apareció, yo no lo busqué solo...apareció de la nada, no sabía si era bueno o malo.
—Soy León, mucho gusto —estrechamos manos —creo que estás un poco perdido, ¿eres nuevo?
Asentí, a pesar de no ser tan nuevo aún tenía un poco de miedo, es decir...soy alguien muy introvertido, la gente nueva me asusta.
—Entonces déjame ayudarte —poco más y me arrancaba la cartilla de ejercicios de mis manos—. ¿Qué día te toca? —preguntó sonriente, ¿siempre sonríen? ¿No se les acalambra la cara?
Hice un cuatro con mi mano derecha.
—No hablas mucho —me miró de pies a cabeza —sígueme.
Y eso hice, seguirlo, como siempre hago con todos. Seguirlos.
Me llevó a una máquina extraña, mostró cómo se manejaba aunque yo ya lo sabía y me pidió que haga lo mismo.
Lo que más me incomodaba de su presencia es que de una u otra manera hacía bien su trabajo. Días antes solo me guiaban, me mostraban como se hacía y me dejaban, pero lo extraño en León era que se quedó observándome.
—¿Mucho peso? —vio que sufría un poco.
—No tanto —dije sin levantar mucho la voz —en realidad estoy bien porque tengo más fuerza en las piernas que en los brazos —intenté no hacer contacto visual con él.
—Como eres nuevo me quedaré contigo —seguía sonriendo —. ¿Qué tal si hablamos? Tal vez así dejes de concentrarte en el peso y lo hagas mejor.
Asentí con la cabeza.
—¿Cuál es tu nombre? —hasta preguntaba sonriendo, supongo que era su trabajo.
—En la cartilla dice.
—Quiero que tú me lo digas —y seguía sonriendo, siendo amigable.
—Gabriel Mercer —bajé un poco la mirada al decirlo, seguro reconocería que mi familia era perfecta, pero que yo no era perfecto.
—Ah...Mercer —pensó, pensó sonriendo —Gabriel, interesante —tocó su barbilla con los dedos —. Ayer fue San Valentín, ¿hiciste algo?
—Estuve aquí —y eso fue lo que hice todo el día.
—Yo igual —comenzó a reír hasta llorar —, ¡qué lamentable es nuestra vida!
—Terminé.
Nos paramos y fuimos por otra máquina.
Repetimos el mismo procedimiento, él enseñaba y yo repetía, solo que más veces.
—¿Cuántos años tienes? —me miró directamente a los ojos.
—Diecisiete —mordí mi labio inferior —el año pasado fue mi primer año de universidad.
—Imagino que cumples dieciocho.
Asentí.
—Eres joven —pensó y tomó mi cartilla —tienes un peso razonable según tu IMC —siguió leyendo con la mirada —ah, no, te pasas por un número para estar saludable —miró mi cuerpo —demonios —no quitaba la mirada de la cartilla —tu grasa está por los cielos, ¿qué tanto comes?
—Me gustan los dulces —ya estaba sudando —a veces sufro de ansiedad, y como fue mi primer año...me estresé mucho porque siempre tengo que ser el mejor.
Negó con la cabeza.
—¿Qué dulces te gustan? —esta vez sonrió como siempre.
—Las paletas —traté de sonreír también —Terminé.
Fuimos por pesas.
—¿Qué estudias? —preguntó él.
—Derecho y teología —me costaba más levantar eso que hablar con alguien nuevo.
—Dos carreras...wow —tapó su boca con las dos manos —ya entiendo por qué estás así —siguió leyendo la cartilla —Juan es tu entrenador, ¿lo conoces?
Negué con la cabeza.
Seguimos con la rutina de ejercicios, esta vez sin decir nada, solo hablábamos por gestos.
Bebí un poco de agua y me pidió que lo acompañara a la sala de instructores.
—Juan es buena persona, pero muy irresponsable —suspiró.
—Nunca lo he visto.
—Me imagino —agarró su teléfono.
Timbró y contestó alguien.
—Hola Juan —habló por teléfono—sí, bueno, ¿crees que podrías transferirme uno de tus polluelos? —sonreía —me agrada y yo lo haría mejor que tú —suspiró —perfecto.
Agarró un borrador y quitó el nombre de Juan de mi cartilla, en su lugar escribió su nombre.
"León".
Fue la primera persona desconocida con la que hablé tanto, para mí eso era mucho.
Sentí conexión entre nosotros dos, era inexplicable pero seguimos conversando de la porquería de vida que tenía yo, jamás me había abierto tanto con alguien, León era...bueno.
—¿Por qué estudias teología? Pensé que eso estudiaban los sacerdotes —sonrió, después de mucho me di cuenta de que su sonrisa era linda, sonreír no era tan costoso.
—Pues...mis padres querían que lleve una segunda carrera y esa me pareció interesante —yo también intentaba ser amigable —no me veo a mí mismo como un sacerdote, pero me interesa mucho la carrera, por supuesto que prefiero derecho, sin embargo...también me interesan las creencias.
—Y... ¿tienes novia? —no sonrió.
—Nunca he tenido una, no propiamente dicho —se sorprendió, ¿está bien que sea tan honesto? —las mujeres no me atraen, en realidad las "personas" no me atraen, creo que soy asexual.
—Ser diferente no es malo.
Mis padres siempre pensaron que por ser yo debía ser diferente, pero diferente de una manera en la que siempre resalte y siempre sea el mejor, odiaba eso.
Muchas veces prefería ser alguien mediocre porque matarse por "nada" no era la gran cosa, esforzarse no traía lo mejor la mayoría del tiempo.
Con la pequeña charla que tuve con León me daba cuenta de muchas cosas, siempre había estado ciego.
—¿Por qué vienes al gimnasio? —preguntó muy interesado.
—Mi papá quiere que baje de peso.
—No creo que estés gordo, o sea sí...tienes la grasa en tu cuerpo muy elevada pero no das tantas señales de eso —trató de alentarme.
—Además la nutricionista del primer piso me dijo que me podía dar un ataque.
—No le hagas caso, asustar a la gente hace que quieran cambiar su aspecto para bien, pero tú necesitas motivación...no un gran susto.
Sonreí de una manera más natural, no por ganarme a León, sino porque de verdad sus palabras me hacían feliz.
—¿Ves que lindo te miras cuando sonríes? —miramos al espejo del costado y asentí riendo —¿Cuándo te vuelves legal?
—Veintisiete de febrero.
Asintió y seguimos con la rutina.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top