Fausto
Le cerré los ojos como a los muertos y me fui, repitiendo el mismo procedimiento.
¿Debía arriesgar mis sentimientos para recuperarlo? ¿Para demostrar que realmente me importaba?
Me sentía exhausto, creo que fue una mala idea ir a verlo en la madrugada sabiendo que al siguiente día había clases, no importaba.
No me interesaba dormirme en clase debido a que antes salía más y regresaba horas antes de ir a la escuela, era costumbre mía, una costumbre que había cambiado desde que conocí a Gabriel Mercer. Tampoco interesaba no tomar atención a la clase, ya que, así duerma todas las horas académicas sabía que Celeste tomaría apuntes por mí, aunque yo no haría lo mismo por ella, era una buena amiga.
Por suerte salimos a las once de la mañana, había reunión de padres y debían arreglar la escuela para que se vea como un lugar decente.
Al llegar a mi casa, tomé una ducha con agua helada y me dirigí a ver a Gabriel.
Usualmente, Gabriel siempre me esperaba en las escaleras de mármol con una enorme sonrisa y una mirada de satisfacción por haberme extrañado todo el día, hoy...fue diferente. Hoy estaba David ahí, el mismo que critica a Gabriel por lo que hace.
—¡Qué gran sorpresa! —me burlé de verlo y aplaudí sarcásticamente.
—Hola, Ariel, para mí es más sorprendente hacer esto —se señaló completo y levantó la escoba —, ¿vienes a ayudarme?
—Para nada —negué con la cabeza —. ¿Dónde está Gabriel?
—Ah —hizo una mueca —, ¿Mercer? —se acarició la barbilla como si no lo supiera —, está estudiando en su madriguera, no creo que quiera verte.
Ignoré sus "advertencias" y haciéndolo a un lado pasé para ir a verlo. David agarró mi hombro con fuerza para que no vaya a buscarlo y negó con su cabeza.
—Mercer tiene un carácter horrible y fuerte —dijo asustado —no lo haría si fuera tú —actuó como si tuviera escalofríos.
—Está bien —puse los ojos en blanco —. Vengo a buscar a Camilo San Román.
—Todo el mundo dice su nombre completo cuando lo busca o cuando le dice algo —rió —, está adentro.
Agradecí con una sonrisa y luego entré rápidamente.
—Y Ariel —giré para verlo —no busques a Mercer, realmente no quiere verte, me lo dijo —susurró un poco para que solo yo lo escuchara —probablemente pienses que lo que te estoy diciendo es mentira, te preguntarás: ¿por qué Mercer le diría algo así a David?, pues solo lo hizo, al parecer supuso que pasaría esto.
Obviamente no quería ver a Camilo San Román, debía evitar darle información a ese tipo tan extraño que sabía cosas demasiado profundas de mí. Sí, estaba adentro, con la cabeza gacha y con los ojos en dirección hacia el suelo, de alguna manera la tranquilidad de Camilo San Román me recordaba a Gabriel, solo que más viejo... ¿cuántos años tendría? ¿Treinta y cinco? ¿Cuarenta y uno?
Me acerqué a la misma banca en la que él estaba sentado e imité su postura, la única diferencia era que yo lo estaba mirando a él y no al piso.
Él, al darse cuenta de que lo estaba mirando fijamente, puso su espalda recta, cruzó los brazos y me hizo un gesto para que dijera qué era lo que quería.
—Solo quería saludarlo —sonreí falsamente.
—Hola, Ariel —recordaba mi nombre —, ¿a qué se debe esta visita por el medio día?
—Me aburro en mi casa, supongo que estar aquí me hace sentir bien —miré todo el lugar para que pensara que me encantaba estar ahí.
Él asintió dándome razón a lo que había dicho.
—¿No dormiste bien?
—¿Por qué lo dice? —pregunté exaltado.
—Te ves cansado, quizá es por un trabajo, una tarea, una visita en la madrugada —pronunció visita con más énfasis que sus anteriores ejemplos.
Lo sabía, Camilo San Román era más astuto que los demás y él si se daba cuenta un poco de las cosas.
Reí con duda, luego él lo hizo. David extrañado nos miró desde la entrada, y luego nos callamos.
—Acordémonos que estamos ante la presencia del señor —hizo una reverencia y los dos nos fuimos a un lugar más tranquilo a conversar.
Me preguntó sobre las clases, sobre qué iba a estudiar...las típicas cosas que le puedes preguntar a un adolescente, yo le respondía cosas como "no lo sé, es probable, supongo, quizá, tal vez...".
—¿Y...Gabriel Mercer? —pregunté inoportunamente.
—Ah...Mercer —ya estaba respondiendo como David, su humor cambió al escuchar su nombre —como te dijo David, está en su habitación, pero no está estudiando, en realidad está leyendo un libro que le presté, le dije que lo terminara hoy —sonrió maliciosamente —no creo que salga dentro de mucho...
Lo que él no sabía era que Gabriel Mercer leía demasiado rápido, no sé si exageraba pero hace mucho me dijo que podía leer seiscientas palabras por minuto
—¿Le dio un libro sobre Dios?
—No, para nada —dijo riendo al oír mi pregunta —, le di un libro sobre el suicidio.
Mi cara de espanto lo reveló todo, me parecía algo inaudito que le haya dado un libro sobre el suicidio.
—Es un clásico —sonrió —, Mercer es una persona muy inestable y se nota...claro que hay peores, ¿qué tal si un día decide matarse?, aunque siendo sincero ese libro le daría más alas para hacerlo.
Seguía espantado por su comentario, yo estaba seguro de que Gabriel, mi Gabriel jamás haría algo como eso.
—¿Pero por qué lo piensa? —dije angustiado.
—Porque muchos me han contado que antes de mi llegada era una persona muy feliz y que —suspiró —cuando supo que su apostolado terminaría, tuvo cambios de humor bastante fuertes, por eso exigí que se quedara y que yo le daría todas las enseñanzas espirituales que necesita, tanto para salvar a otros como para salvare a sí mismo.
La luz fuerte del medio día nos iluminaba, él seguía hablándome sobre lo importante que era la vida y la salud.
Por fin Gabriel salió de su cuarto con los ojos hinchados y con un libro entre sus manos, sus pasos eran lentos y torpes, se dirigía hacia nosotros.
—¿Te gustó el libro? —dijo Camilo extendiendo sus manos para que se lo devuelva.
—Me encantó, es muy hermoso —sonreía, hace bastante tiempo que no lo veía sonreír —creo que es una expresión muy bella, mágica y significativa del amor: trágico, romántico, simplemente precioso —suspiró —, ¿cree que soy muy sentimental por haber llorado mucho con el final?
—Un poco —rió.
Se habían olvidado que aún seguía ahí, yo solo los escuchaba.
—Lo leí cuando estaba en la escuela, pero en ese momento no era lo suficiente maduro para asimilar qué es el verdadero amor —mordió su labio inferior, amaba cuando hacía eso —. Ahora por ejemplo, sigo sin saber qué es el amor, pero logro sentirlo y entenderlo mediante los pensamientos escritos y bien redactados —miró al cielo —; yo no me mataría por amor, mi primera razón es porque la vida no me pertenece y la segunda razón es porque considero que las personas que aman ahora, ya están muertas en vida por el simple hecho de sentir eso, ¿qué opina?
—Quizá algún día se lo diga —dirigió su mirada hacia mí —. No has saludado a Ariel.
La sonrisa de Gabriel Mercer al mirarme se desvaneció lentamente, se apagaba cada segundo que me veía, por un momento se puso pálido al verme sentado con el padre, su rostro no emitía sentimiento alguno, sus ojos no dejaban de verme de abajo hacia arriba, ¿acaso era algo sorprendente que yo me haya vestido con lo que él me regaló?
Lo recordaba, lo recordaba todo.
Esta vez no estaba vestido con lo que me había robado de su cajón, pero que tan bien me saboreaba con la mirada, con esos ojos tristes y apagados.
Gabriel estuvo un buen rato mirándome directamente al rostro, sin emitir ningún ruido, sin respirar, sin nada.
—Mercer —lo llamó Camilo, seguía sin escucharlo —. Mercer —lo meció hasta que por fin reaccionó.
Gabriel secó las lágrimas que sin pensar habían inundaron sus ojos al verme.
—¿Qué pasa, padre? —sonrió inocentemente, seguía apagado.
—Por ahí me han dicho que cocinas delicioso...
Él asintió.
—Ariel, ¿qué te gustaría comer hoy? —preguntó Camilo.
No sé a qué quería llegar con esto, pero mi respuesta era importante para los dos.
Los observé pensativo, lo que dijera era muy obvio para Gabriel y muy misterioso para Camilo San Román.
—Ravioles —dije frío.
—Sí hay ravioles —Camilo pensó.
—¿Salsa de tomate o pesto? —preguntó Gabriel, arrogante.
—Salsa de tomate —respondí, no podía negármelo.
—Entonces será pesto —estaba jugando conmigo —. ¿Carne o espinaca?
—Carne.
—Será espinaca —evitó mirarme.
El padre Camilo se quedó mirando a Gabriel suspirando y negando con su cabeza, le sorprendía su actitud tan insolente y desconsiderada, estaba haciendo todo lo contrario a lo que yo le decía.
Gabriel corrió hacia la cocina antes de que alguno de los dos dijéramos algo.
—Ariel, ¿puedes ir a ayudarlo? —preguntó Camilo, de forma amable.
—Normal por parte mía, pero —hice una mueca —él no me quiere ahí.
—Eso no te lo puedo creer —rió —solo anda, haz lo que te digo.
Suspiré y fui lentamente a la cocina. Ahí estaba Gabriel sacando todos los ingredientes necesarios, me quedé en la puerta de brazos cruzados a esperar a que me vea.
Su rostro se apagó otra vez. Algo tenía yo que causaba su tristeza, su melancolía.
—Ariel, con mucho respeto —dudó —quiero pedirte por favor que te vayas.
Reí aun estando en la puerta.
—Ariel no se irá a ninguna parte porque yo personalmente le pedí que te ayudara.
—Padre Camilo —detrás de su espalda apretaba sus manos hasta dejarlas sin circulación —, no lo necesito, muchas gracias por su preocupación.
—No te pregunté —lanzó una sonrisa infame —. Recuerda lo que te dije sobre el prójimo, la colaboración y la solidaridad.
Gabriel puso una cara extraña y solo aceptó mi ayuda gracias a Camilo San Román.
Cada que él volteaba a verme, suspiraba de enojo e intentaba controlarse.
—¿En qué te puedo ayudar? —se extrañó ante mi pregunta —Ya sabes...cocina...no me gusta ser un simple espectador en estos casos.
Gabriel sacó varios tomates del refrigerador y me pidió que los cortara en rodajas.
—Pensé que sería pesto... —tomé el cuchillo para ver su reflejo.
—Ah...entonces quieres pesto.
—No, gracias, prefiero el tomate.
Puso los ojos en blanco e hizo lo que me pidió como para ayudarme, yo debería ayudarlo a él.
Estaba tan concentrado en no romper los círculos de tomate que ni lo miré, solo que para mi gran suerte podía ver que él estaba observándome.
—¿Sabías que este plato a veces depende mucho de la salsa? —no respondí —Y no es necesario que el corte sea perfecto, lo normal es que sea tomate triturado para que salga más rápido, solo que le quitas las propiedades y todas esas cosas, así que prefiero cortarlo.
Yo también podía jugar a lo mismo que Gabriel Mercer, ¿dónde está su trato de mierda? ¿Existe?
Evidentemente...no, no existe, Gabriel no puede tratar mal ni a una araña, ni a una pelusa que vuela en el aire.
Continué cortándolos de forma perfecta sin oír lo que decía.
—¿Quieres música? —preguntó mientras sonreía.
—Tal vez —trataba de enredarlo —, pero no sabes que me gusta a mí.
—No hay problema, puedo poner algo que me guste a mí.
Imbécil.
Se dirigió hacia la radio, la prendió y cambió de estación a una solo de jazz.
—¿Me estas jodiendo? —reí sarcásticamente por su elección.
—¿No te gusta el jazz? —se extrañó.
—Me encanta, pero no tengo ganas de jazz —pensé —, pon algo con lo que puedas cortarte las venas —lo estaba vacilando.
Asintió con la cabeza.
—¿Cómo? ¿Así? —remangó su camisa negra para que viera unas cicatrices ya sanas en forma de líneas.
Mi expresión se tornó a una sombría y triste. Gabriel rió al darse cuenta.
—No son auto lesiones —sonrió —nunca pienses eso —su expresión llena de seriedad hablaba más que lo que decía.
Cambió de estación y siguió cortando tomates mientras cantaba. Gabriel Mercer ocultaba una maraña de cosas mezcladas dentro de él, profundas y sin respuestas por el momento.
—¿Puedo preguntar qué es? —señalé su brazo.
—Si tanto te importa —suspiró —, solo tenía un perro hace mucho, un día me desconoció y me atacó, dejándome el brazo así, tenía una mordida bien clara antes pero con las cremas logré recuperar una piel estética, sin embargo...eso jamás desapareció —bajó las mangas de su camisa —todo el mundo piensa que son auto lesiones, hasta el padre Camilo San Román me lo preguntó —rió a carcajadas —, lo que no saben es que no soy de esas personas.
Asentí y seguí cortando tomates en silencio.
Hacía notar su incomodidad al tenerme en su sitio de guerra, y no me molestaba en absoluto.
—¿Qué libro te dio el padre Camilo? —pregunté sin mirarlo.
—Ah —pensó —es un clásico, quizá algún día se lo robe para que tú lo leas.
Intenté no mostrar emoción alguna. Gabriel Mercer era muy extraño, me decía cosas así y luego volvía a ser un idiota, seguro por eso le desagrada tanto a Celeste.
No hablamos hasta que el almuerzo estuvo listo, era muy incómodo que en vez de pedirme amablemente los platos solo haga señas para indicarme que los saque. Aunque a la misma vez, me alegraba poder entenderlo con la mirada, me encantaba más mirarlo que ayudarlo, admitía que podía observarlo todo el día.
Me moría por preguntarle cómo le había ido, qué hacía por sus tiempos libres si es que aún los tenía y, por supuesto...si todavía sentía lo mismo de antes, si su alejamiento era obra del desamor, si solo quería eso de mí para partir e ir en busca del cuello perfecto. Pero no podía, cualquiera en mi lugar lo habría hecho, solo que...era difícil, sigue siendo difícil para mí.
—¿Cómo te ha ido? —preguntó él, como si leyera mi expresión, quizá solo pensábamos lo mismo.
—Bien —dije desanimado —mal —susurré para que no lo escuche, no quería que lo supiera —. ¿A ti?
—Mmmmm... —su expresión cambió completamente —no lo sé, ¿te conté que desaparecí por los exámenes?
Recordé que me dijo algo así por la madrugada, de tan solo pensarlo dejé todo lo que estaba haciendo para concentrarme en ese momento, tanto que me atraganté con la comida y Gabriel tuvo que calmarme con un vaso de agua.
—No, no me contaste —dije nervioso.
Gabriel frunció el ceño, se acercó a mí lo suficientemente cerca como para sentir su respiración.
—No soy idiota —susurró —y Camilo San Román tampoco, cuida tus movimientos.
Se agachó para estar a mi altura sentado y con su dedo índice delineó las bolsas gigantes que tenía debajo de los ojos por no haber dormido casi nada.
Gabriel sacó un cuaderno pequeño de notas y un lápiz de su bolsillo, y comenzó a escribir algo.
"Nos vemos después de una hora en esa casa del árbol que tienes en tu patio."
Leí mentalmente y no pude evitar sonreír al mirarlo. Él puso los ojos en blanco y me pasó el lápiz por si quería hacer alguna pregunta.
"¿Acaso no me lo puedes decir por medio de palabras orales?"
Apenas lo leyó, negó con su cabeza indicando que Camilo San Román estaba afuera y podía escucharnos.
Lavé los trastes y fui a mi casa lo más rápido posible para estar listo. Tal vez Gabriel había planeado todo o estaba improvisando, no me interesaba ya que por fin después de mucho nosotros tendríamos una conversación normal y pacífica sobre todo lo que había pasado en este corto tiempo después de la desaparición de Gabriel y su distanciamiento.
Notaba que Mercer era muy observador, casi nadie había notado que había una casa del árbol en mi jardín porque las hojas cubrían toda la madera de la pequeña casa.
Subí antes de tiempo a esperarlo y me quedé dormido en una esquina donde habían almohadas para sentarse.
Sentí el peso de Gabriel llegando hacia mí, por lo tanto decidí sentarme como una persona normal a esperarlo.
Cuando llegó hizo lo mismo que yo, vio la almohada que estaba a mi costado y se sentó en esta, a mi lado.
—Hola —dijo observando el panorama.
—Hola, Gabriel.
—Quisiera decirte muchas cosas pero el tiempo vuela —tomó un temporizador de cocina de su mochila y lo colocó al frente nuestro.
—La tecnología ha avanzado exponencialmente —me burlé.
—Ay, solo cállate —rió por mi comentario —al parecer Camilo San Román sabe algo —se puso serio —, no algo mío, nadie sabe nada de mí, pero si sabe algo de ti porque te trata de una forma extraña.
—Define "extraña".
—Me refiero a que es lindo contigo, conmigo es una tremenda basura, no sé qué le pasa — suspiró —, creía que le agradaba.
—Si eso es ser lindo no me imagino lo que será ser feo —reí —quizá no le pareció justa la manera en la que me trataste hoy.
—Sabes que solo juego —tomó mi mano —pero hablo en serio, hasta David lo ha notado, últimamente él y yo conversamos más —me observó fijamente —. Fue muy lindo tu gesto de ir en la madrugada a visitarme, pero no fuiste cuidadoso y al parecer Camilo San Román te vio, los escuché hablando...así es como supe que no era un sueño.
Me quedé en silencio, se supone que nadie lo sabría.
—Como mi segundo punto a tratar —me tomó con más fuerza —, quiero que me disculpes por haberte tratado tan ingratamente, quizá pienses que solo no sé...quería placer y ya, y cuando lo obtuve te dejé, pero no fue eso. Lo siento si las cosas coincidieron.
—No se me había cruzado por la mente —sonreí.
—De todas maneras, lo siento —dejó de mirarme —tuve que dar exámenes, estudiar, prepararme...en fin, un montón de situaciones me bombardearon, no es fácil estar en un seminario, uno cree que no haces nada pero de cierta forma las personas que están ahí saben muchas cosas y tienen que tener muchos conocimientos para promover y defender lo que creen como real.
—Te disculpo.
—No me lo merezco.
Me sorprendieron mucho sus palabras, quería callarlo y besarlo, solo para probar si aún él sentía lo mismo. Me acerqué a su rostro lo más que pude y cuando estuve a punto de besarlo como se debe, él movió su rostro, en lugar de que mi beso esté dirigido a sus labios cayó en su mejilla derecha.
—No, Ariel, por favor —se entristeció.
—¿Por qué no?
—No creo que sea lo correcto, ya no estoy para esas cosas —suspiró.
—Mírame a los ojos y dime que no me amas, te dejaré en paz, lo prometo, solo dímelo.
Me arrodillé en frente de él, posé mis manos sobre sus hombros y lo miré fijamente para que me lo dijera, si había que terminar con esto debía ser de la manera correcta.
Nos quedamos en silencio en esa posición; Gabriel estaba mudo, nervioso, demostraba tantas cosas con sus movimientos torpes.
—Mejor hagamos algo que a los dos nos conviene.
—Te escucho —dejé de tener todo mi cuerpo sobre mis rodillas y me senté.
—Ariel...yo te quiero mucho, te aprecio, eres una persona increíble —sonrió al decir todo eso sobre mí —, pero —estaba preparado para escuchar lo peor —necesito resolver algunos problemas, uno se llama Camilo San Román y otro tiene que ver con mi vocación espiritual, no te estoy diciendo para acabar, no creo que sea lo indicado ahora —volvió a tomar mis manos —, solo te pido mucha paciencia para ver qué pasa, para ver qué tiene preparado el tiempo para nosotros y también para usar tanto situaciones buenas como malas a nuestro favor.
—No entiendo —me hice el tonto.
Gabriel me acercó a él arrastrándome y me abrazó fuerte, no me negaba, lo deseaba desde hace mucho.
Sujetó mi rostro con sus manos y me dio un beso inocente en la frente.
—¿Es lo mejor que puedes hacer, Gabriel Mercer?
—Es lo mejor que puedo hacer por ahora.
Mi rostro debajo de él divisaba el suyo, esos ojos tan melancólicos y esa sonrisa tan real solo podían pertenecer a alguien que ama. Adoraba que usara sus dedos como una peineta en mi cabello, me recordaba lo que era sentir algo lindo, lo que era perfecto.
El temporizador comenzó a sonar en el mejor momento y Gabriel estaba parándose para irse.
—¿Tan rápido? —intenté detenerlo —¿Me quieres?
—Por supuesto, pero —suspiró —al demonio el temporizador y Camilo San Román —sonrió maliciosamente.
El tiempo pasaba lento mientras me besaba; un beso puro, tranquilo, verdadero, era lo que me hacía falta en este triste mes.
—¿Puedo acompañarte? —pregunté cuando terminamos.
Gabriel lanzó una carcajada y negó con su dedo.
—¿Por qué no? —lo sostuve fuerte del brazo.
—Bueno —pensó —, está bien, acompáñame pero te vas cuando estemos a media cuadra de llegar, ¿trato?
Asentí muy feliz y bajamos del árbol.
Me sentía como un niño con un juguete nuevo; jalaba a Gabriel hacia mí, lo abrazaba, le daba vueltas a pesar de que él tenía que agacharse para pasar debajo. Gabriel no dejaba de sonreír con los ojos en blanco, sabía que le parecía ridículo todo lo que hacía, pero yo me sentía feliz.
—Gabriel Mercer.
—¿Ariel? —se quedó parado.
—¿Qué pasa? —pregunté sin perder mi felicidad.
—Ya estamos a media cuadra —soltó mi mano —. Nos vemos...o hablamos, no lo sé.
Gabriel se fue caminando y antes de que llegara más lejos corrí hasta él y lo abracé por detrás.
Él estaba pasmado, intentando sacar mis manos lentamente de su cuerpo.
—Ariel, suéltame —susurró —. Camilo San Román —dijo entre dientes.
Mis sentidos se activaron y lo solté rápidamente, pero Camilo San Román estaba en la puerta observándonos de brazos cruzados.
Gabriel corrió y entró más rápido que un atleta, me avergoncé y solo me fui.
—Ariel, no te vayas, ¿podemos hablar? —dijo él, serio.
Me dirigí a la puerta en donde estaba parado y agaché mi cabeza para no verlo.
—Disculpe si Gabriel se retrasó, me lo encontré por ahí, conversamos...y ya.
—No lo creo —rió —Ariel...no soy tonto, solo quiero que sepas eso.
—Nunca lo afirmé —dije inocente.
—Y yo sé lo que vi.
—Solo fue un abrazo, también puedo abrazarlo a usted.
Me acerqué y con el dolor de mi alma abracé a Camilo San Román, apoyé mi cabeza en su hombro y de reojo veía a Gabriel oculto entre la segunda puerta lanzando risitas, me habló solo con los labios diciendo: "eres tan ocurrente cuando se trata de salvarme".
—¿Lo ve? —dije al separarme.
Camilo San Román asintió y me deseó unas buenas noches.
Salté en todo el camino hasta llegar a mi casa, es bueno recuperar lo que creías perdido.
GABRIEL_20:43
Buzz Buzz, buenas noches estimado joven Morriell, ¿cómo se encuentra en esta hermosa noche?
ARIEL_20:43
Me encuentro demasiado bien, ¿puedes creer que sigo sonriendo? ¿Te dijo algo ese psicótico religioso?
GABRIEL_20:43
No, no me dijo nada ese maniático místico.
ARIEL_20:44
Ese lunático creyente.
GABRIEL_20:44
Ese devoto perturbado.
ARIEL_20:44
Ese chalado fervoroso.
GABRIEL_20:44
Creo que deberíamos dejar de decir tantos sobrenombres, ¿te agrada alguno para referirnos a Camilo San Román?
ARIEL_20:45
Considero que deberíamos usar todos, cariño.
GABRIEL_20:46
Entonces...estamos bien.
ARIEL_20:46
Aún no, tienes que ganarte mi amor.
GABRIEL_20:46
Pensé que lo había logrado hace mucho.
ARIEL_20:46
¿Me seguirás ocultando?
GABRIEL_20:46
Lo siento, Ariel...debo de hacerlo, por cierto... ¿qué tan bueno eres actuando?
ARIEL_20:47
Oh, está bien, no te preocupes. Supongo que soy el mejor.
GABRIEL_20:47
Necesito que actúes como que me odias o no lo sé, Camilo San Román está demente, mira cosas donde no hay, bueno, sí hay pero...nadie debe saberlo.
ARIEL_20:48
Ya veré que hago, ¿por qué saliste hoy?
GABRIEL_20:48
Salí para recoger unas cositas, una encomienda en realidad y de paso fui por ti, estabas planeado en mi ruta.
ARIEL_20:50
¿Puedo verte?
Enseguida Gabriel comenzó a llamarme para iniciar un vídeo chat.
—Hola —dijo sonriendo cuando contesté.
—Buenas noches, Gabriel Mercer —tapé mi rostro.
—Ya me viste, ahora adiós —estaba a punto de cortar.
—No cuelgues —lo detuve —, quería decirte que...tienes un bonito pijama.
—Qué linda excusa —levantó su camiseta y metió su cabeza ahí —pero toda mi ropa es negra, hablamos luego.
Colgó.
Colgó y dormí.
Colgó y dormí como nunca antes.
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