Enfermo
ARIEL_09:10
Buenos días...
Había pasado aproximadamente una hora desde que le mandé ese mensaje a Gabriel, me preocupaba.
Todo el día me la pase revisando si había algún mensaje de él: mensajes del operador, de créditos bancarios, del horóscopo. Todo menos él.
—¿Qué tanto revisas tu teléfono? —Celeste se recostó en mis hombros y me abrazó por detrás, presionándome con sus uñas extremadamente largas.
—Nada, solo —mojé mis labios secos por el frío—mi papá —odiaba mentir —viajó ayer, me preocupa.
Revisaba mi celular, ninguna notificación, lo tiraba a la mesa; revisaba, nada, fuera celular. Así fue mi rutina todo el día, tan brusca que rompí la pantalla, en realidad la mica de vidrio.
¿Dónde estás? ¿No ves que me tienes preocupado, maldito Gabriel Mercer?
No podía estar enojado por una tontería, no debía estarlo.
Apenas terminaron las clases, Celeste me detuvo para abrazarme... a decir verdad, me incomodó demasiado, no pude disimularlo porque estaba preocupado, solo la hice a un lado y me fui disparado a la iglesia.
Al llegar, me encontré a David limpiando las escaleras.
—¿David? —pregunte extrañado.
—¿Es una nueva forma de saludar? —frunció el ceño —Un gusto verte, Ariel.
—¿Dónde demonios está Mercer? —respiraba agitado ya que todo el trayecto me la pasé corriendo sin descanso.
—Alto ahí pequeño —me hizo un pare —Mercer no ha tenido un buen día hoy —suspiró —tenía razón sobre el amor y todo eso, porque hoy el desayuno y el almuerzo estuvieron horribles —sacó su lengua —Lo. Más. Asqueroso. Que. He. Comido. Ni en el seminario cocinaban tan mal —mordí mi labio inferior—. Si deseas pasar no te lo niego —advirtió —, pero la única sugerencia que te haré es que mejor te vayas —agarró mi hombro —Mercer es el exorcista en persona —susurró.
El padre Leoncio me dijo que estaba en su pequeño cuarto así que me dirigí hacia ese lugar.
Ahí estaba Gabriel Mercer, con un aspecto horrible, piel rojo atardecer, su cabello estaba más desordenado que el mío, pero lo más importante es que estaba vomitando en un balde rojo. Vomitaba y vomitaba.
—¿Estás bien? —me senté a los pies de su cama.
Gabriel al mirarme puso una cara horrible, era muy fácil leer su expresión de: "Estoy vomitando a cántaros y... ¿voy a estar bien?"
Gabriel lagrimeaba por todo el esfuerzo que hacía al devolver los alimentos ya envueltos de jugo gástrico.
—Toma, tira esto a algún sitio —me entregó el balde que olía muy mal.
Su respiración era entrecortada, sus ojos color miel estaban hinchados, su rostro estaba más pálido que nunca.
Salí con el balde lleno de vómito y se lo entregue a David sin dar alguna explicación, ya él se desharía de eso.
—¿Puedo pedirte algo más? —su aspecto me daba tanta lástima que podía acceder a hacer lo que él quisiera, asentí —Pide una bandeja con tres vasos: el primero con hielo, el segundo con agua y el tercero vacío; un termómetro y una toalla remojada en agua tibia.
El padre Leoncio me dio todo sin dudar por un segundo.
Llegué al cuarto con todo.
—¿Tienes alcohol?— pregunté observando el termómetro.
—Oh...sí que tengo alcohol.
Puse mis ojos en blanco y salí de su cuarto a limpiar el termómetro.
—La boca —abrí la mía para que haga lo mismo.
—Ni pienses que pondrás eso en mi boca. —arrebató el termómetro y lo puso debajo de su brazo.
—¿Para qué los vasos? —los señalé dudando.
—Bebe el agua del segundo vaso y busca una botella grande y peculiar en mi cajón de ropa interior —cubrió sus ojos, de verdad se sentía mal.
Hice lo que me pidió, excepto lo de rebuscar en uno de sus cajones.
Gabriel al ver mi dificultad al encontrar lo que él quería, se levantó descalzo y moribundo.
Abrió el cajón, tomó mi mano y al sacar la botella hizo que yo la sostenga.
—Si yo la agarro se me partirá en pedazos porque me siento horrible —negaba con su cabeza.
Observé la extraña botella y me di cuenta de que era alcohol.
—Ahora destápala y sirve en los dos vasos eso —después de decir "eso", Gabriel cubría su boca porque tenía nauseas de nuevo.
—Pero esto es vodka —señalé la botella algo sorprendido.
—¿Y? —se sentó a mirarme —Dicen que el alcohol es la mejor medicina para la enfermedad —apenas sonrió, aunque se veía mal seguía siendo coqueto hasta en la enfermedad.
—¿Dónde leíste eso? —lo dije con un tono de voz de: "es lo más idiota que he escuchado en mi puta vida" —¿En Playground? —me burlé.
—Solo —cerró sus ojos y agarró su rostro —sirve el contenido en esos dos vasos, tú también te sentirás mejor.
¿Para qué seguía discutiendo con Gabriel?, de todas formas él ganaría, solo hice lo que me pidió.
—Hielo —movió el vaso.
—¿Por favor? —dije sarcástico, él solo asintió —Sabes...aún sigo creyendo que esto de juntar tu enfermedad, el vodka y el hielo es muy mala idea.
—¿Lo dices por el hielo? —me miró con sus ojos hinchados y sus mejillas sonrojadas.
—Lo digo porque estás enfermo —puse los ojos en blanco —, ¿qué pasa contigo? ¿No que eras alguien maduro?
Gabriel bebió el vaso entero y cerró sus ojos en señal de dolor.
—Confieso que jamás había bebido vodka puro —tosió.
—¿Y por qué mierda tienes vodka en tus cajones si tú no bebes? —ya me estaba exasperando.
—Ariel, bello, hermoso —acarició mi rostro —, odio beber, es lo peor que ha existido.
—Lo estás haciendo ahora —de verdad me irritaba.
—Bueno —pensó —, golpéame —sonrió con sus dientes y luego comenzó a toser.
—No lo haré.
—Entonces bebe conmigo —extendió el otro vaso—, ¿salud? —pensó —¿ves? Se dice "salud", por lo tanto es bueno.
Puse mis ojos en blanco y comencé a beber el vodka con hielo, la diferencia es que yo si lo había probado. Suspiré al acabar el vaso.
—¿Te sientes mejor? —tomó mi mano, las de él estaban heladas.
—No, no me siento mejor —negué con la cabeza —, pero ahora sí tengo ganas de golpearte.
—Eres libre de hacerlo —dejó de cubrir su rostro —: "No resistan al que es inicuo; antes bien, al que te dé una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra".
—¿Acabas de decir una cita bíblica? —asintió —Demonios —miré mi mano, ¿de verdad iba a golpear a la persona más dulce y buena que conocí?
Lo pensé por un largo rato y al final decidí golpearlo. Me veía todo débil y eso, pero tenía más fuerza de la que Gabriel esperaba.
Al golpearlo sentí sus mejillas suaves y al terminar de hacerlo, Gabriel tenía la marca de mi mano en su mejilla.
—Wow —sobó su mejilla —, no sabía que eras tan fuerte.
—Te quedó...tienes —señalé su mejilla.
—Sí, lo sé —sonrió —, soy muy sensible —agarró la botella y sirvió otro vaso más para los dos —. ¿Salud?
—Salud —suspiré con los ojos en blanco.
—Mejora tu actitud —amenazó —, no me obligues a darte un beso francés y transferirte todos mis mocos.
—Acabo de darme cuenta de algo —toqué mi barbilla —olvidamos completamente el termómetro.
—Yo no —sonrió y sacó el termómetro de su brazo.
Treinta y nueve grados centígrados.
Nos quedamos en silencio.
—¿Y ahora qué? —preguntó Gabriel asustado.
—Quítate la ropa.
—No me quitaré la ropa —se cruzó de brazos —. No dejaré que te aproveches de mi enfermedad.
—Hablo en serio —lo miré directamente a los ojos para que sepa que mi consejo era sincero.
Gabriel comenzó a desnudarse molesto.
Su cuerpo rosa era perfecto: esos brazos tonificados, ese torso marcado...ese torso lampiño.
—¿Y ahora qué, enfermero?
—No recuerdo si tengo que hacer que te sumerjas en agua fría o caliente —mordí mi labio —, pero así reducirás un poco el calor —sonreí inocentemente mientras Gabriel se lamentaba por estar conmigo —. Ya sé —marqué un número en mi celular.
—¿A quién llamas? —apenas podía mirarme.
—A Celeste —timbraba y Gabriel estaba confundido —, su padre es médico y su madre enfermera.
—Eso suena mal —puso un hielo en su boca.
—Lo sé —reí —, ¿altavoz?
Gabriel asintió.
—Hola Celeste —dije nervioso.
—Ariel, qué sorpresa, hoy te fuiste sin despedirte.
—Sí, perdón por eso —Gabriel tenía los ojos en blanco —, oye Celeste...ya sabes...cómo vives en una familia llena de estudiantes de medicina...
—Sí...
—¿Sabes cómo reducir la fiebre?
—Que toda mi familia se dedique a eso no significa que yo sé sus procedimientos —Gabriel seguía con los ojos en blanco —lastimosamente sí sé cómo bajar una fiebre, ¿tienes fiebre?
—No, yo no...
—Estás en la iglesia, voy en seguida con mi kit de enfermería.
Celeste colgó y Gabriel seguía con los ojos en blanco.
—¡Ya! —exclamé golpeándolo un poco —Me das miedo.
Gabriel río pero seguía con los ojos en blanco.
—Bravo, ahora tu novia me verá sin ropa.
—No es mi novia —me molesté —y ella sabe lo que hace.
Gabriel negó con su cabeza y se sentó en la cama para poder respirar bien.
Al poco tiempo llegó Celeste, al entrar al cuarto de Gabriel su boca era una "o" perfecta y sus ojos estaban muy abiertos.
Gabriel se levantó y a propósito la saludó con un abrazo.
—Hola, querida —sonrió maliciosamente —, hace mucho que no nos vemos.
—S-sí... —Celeste se sonrojó —Ariel... ¿podemos hablar en privado? —preguntó ella entrando en pánico.
—Anda, Ariel, anda —me empujó de la cama —, abandonen al enfermo.
Celeste puso los ojos en blanco y nos quedamos en el cuarto.
—De saber que el enfermo era Él —lo señaló con sus frágiles dedos —no habría venido —cubrió su rostro y negó decepcionada con la cabeza —. ¿Cuánto tiene de fiebre?
—Treinta y nueve.
Celeste suspiraba y daba vueltas por todo el cuarto, Gabriel la seguía con sus ojos.
—Quítale esa frazada —miró a otro sitio y eso hice.
—Tengo frío, ¿saben? —Gabriel estaba en posición fetal e intentó acurrucarse con sus brazos.
Celeste vio las toallas y las remojó en agua tibia.
—Ponte recto —le dijo Celeste a Gabriel.
Él suspiró y se colocó como si fuera a hacer un ángel de nieve.
Celeste con gran habilidad colocaba cada toalla sin que se escape el agua tibia. Una en la frente, dos en el torso, una en cada pierna.
—Si no se reduce dentro de unos minutos me veré obligada a usar otros métodos —dijo mirándome —. Gabriel... ¿podemos usar la cocina?
—Depende.
—Haré agua de lechuga para ti —de su mochila sacó una lechuga húmeda que se veía en buenas condiciones.
—No beberé eso —negó con su mano.
—Gabriel —le dirigí una mirada amenazante.
—Está bien —suspiró.
Celeste colocó hojas de lechuga en una olla con agua hirviendo y esperamos.
—¿Por qué te agrada tanto si es un cretino? —volteó los ojos.
—La única con mala actitud eres tú —me apoyé en la pared —, en vez de alegrarte porque mi trabajo fue el mejor solo te sorprendiste porque no creíste que podía lograrlo.
Celeste bajó la mirada, se sentía mal.
—Lo sé —dijo arrepentida —como buena amiga tuya debimos salir a celebrar o algo, debí motivarte.
Sacó las hojas cuidadosamente de la olla y sirvió el agua que quedó en una jarra.
—¿Le gusta el azúcar?
Sonreí al recordarlo.
—Le encanta.
Yo llevé la jarra y Celeste llevó un vaso para Gabriel.
Gabriel disfrutó del agua de lechuga e inmediatamente se durmió.
—Ayúdame a quitar las toallas, ¿qué tal si se mueve? Mojaría todo.
Celeste entendió que si a mí me preocupaba, a ella también.
Quitamos las toallas cuidadosamente.
Por accidente exprimí un poco la última toalla ubicada en la parte inferior de su torso.
Si ropa interior que casualmente hoy era blanca hacía que el agua se esparciera a toda la tela.
—¿Sabías que la ropa blanca y el agua no van porque se trasluce todo? —dijo Celeste, tenía los ojos muy abiertos.
—Me siento mojado —Gabriel habló débilmente.
—Duerme —acarició su cabello y le dio un beso en la frente —. No sé, pero tú lo cambias —se levantó y salió por la puerta.
Para esto, Gabriel ya estaba profundamente dormido. Una de las propiedades del agua de lechuga es hacer dormir a quien la beba, funcionó a la perfección.
Saqué ropa interior seca de sus cajones y me senté a los pies de su cama para cambiarlo.
Baje los bóxers lentamente para que no se diera cuenta y puse una toalla seca en su entre pierna para que deje de estar tan húmedo.
Lo sequé suavemente y soltó una risita con los ojos cerrados.
¿Por qué me pasa esto a mí?
Ya seco, tomé una frazada y la extendí por su cuerpo pálido.
—Ariel —antes de que me levantara Gabriel sostuvo mi brazo para no dejarme ir —no suelo enfermarme —me miró de reojo, era tan vulnerable —pero gracias por todo.
—Pensé que dormías —intenté quitarme su mano de encima.
—¿Me das un beso? —esta vez sí abrió los ojos bien —, prometo dormir.
Posé mis labios en los suyos y le di un beso dulce y sincero.
—Ariel —estaba con los ojos cerrados.
—¿Sí?
—Te amo.
No me hagas esto Gabriel...tus condiciones están mal, no puedo decírtelo si me veo obligado a hacerlo solo porque estás enfermo.
—Descansa —dije fríamente y me fui por la puerta.
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