El viaje (II)

—Si quieres puedes darte una ducha —dijo a través de la puerta —, sé que el clima puede estar muy asqueroso para ti.

—¿En tu baño? —abrí la puerta para que pudiéramos vernos.

—Sí —dudó mordiendo su labio inferior —, si quieres te enseño donde están todas las cosas —intentó sonreír.

Asentí.

—Aquí hay bombas de baño —dijo abriendo un cajón —. Aquí hay loción para después del baño, utensilios de limpieza como champú, jabón líquido, más lociones aromáticas —seguía abriendo puertas y puertas.

Todas sus cosas me confundían, yo apenas usaba un jabón en barra.

Mi rostro tenía una expresión de enredo, ¿qué iba a hacer yo con tantas cosas?

Ya tenía líos mentales sobre bombas de baño y lociones extrañas, para bañarse, para después de bañarse, ¿qué demonios?

—Ariel —yo seguía sin prestar atención —. Ariel —trataba de llamar mi atención tocándome molestamente —. Ariel, ¿pasa algo? —preguntó extrañado.

—Yo solo uso un jabón en barra, gracias por todas esas cosas, pero —miré todas las lociones —no lo necesito.

Comenzó a reír escandalosamente, al parecer mi opinión era graciosa para él.

—¿Qué es tan gracioso? —le pregunté serio.

—Todo —sonrió —mira, te pondré todo en orden para no generar confusión —abrió la llave de la tina —tienes que esperar a que se llene.

—No lo necesito —crucé mis brazos.

—Es para que huelas bien —acarició mi cabello.

—¿Insinúas que huelo mal?

Nos quedamos en silencio.

—No —dijo después de unos momentos —, pero con esto olerás mejor.

Suspiré.

Gabriel era un caso, primero cambia mi ropa, después mi forma de expresarme con las personas y ahora... ¿mi forma de tomar una ducha?

Él me dejó solo en su cuarto, quise buscarlo para preguntar más cosas pero era terrorífico para mí perderme en esa casa, de verdad yo sí me perdería.

Cerré el cuarto, me quité toda la ropa que por la humedad ya estaba horrible, me coloqué una bata que dejó sobre la cama y entré al baño, como si fuera mío.

Me senté en el retrete otra vez, ¿yo que iba a hacer con tantas cosas?

El primer paso era lanzar esa bola extraña, que según Gabriel era una "bomba".

Bravo, ahora el agua era de color azul y estaba lleno de burbujas. Me sumergí, después de todo no era tan extraño, cada frasco que abría tenía un olor peculiar y delicioso, así que... ¿esto es lo que muchos llaman "la buena vida"?

Normalmente lo máximo que demoro en esto son diez minutos, treinta exagerando.

Quién diría que algún día podía estar una hora en el agua hasta que mi piel se arrugara.

Y yo de idiota quería rechazar todo esto, a veces no me entiendo.

Salí del baño, después de todo era personal y solo Gabriel accedía a él.

Apenas abrí la puerta para pasar al cuarto de Gabriel, vi a una señorita. Cabello negro, ojos oscuros, no era una Mercer, se notaba.

Nos quedamos observándonos por un largo tiempo sin decir ni una palabra, tanto ella como yo teníamos miedo, ¿qué estaba pasando?

Gabriel entró al cuarto sin avisar, y ahí estábamos los tres, en un ambiente incómodo, la chica aún no había notado su presencia.

—Hola, Julieta —tocó los brazos de la señorita por detrás.

Ella soltó un pequeño grito, algo misterioso de Gabriel es que nunca hacía ruido al caminar.

—Señor Mercer, lo siento, no quise, no, perdón, lo siento —tartamudeó, admito que a mí también me daría escalofríos que hagan eso —yo solo, solo —estaba entrando en pánico —su ropa, ya sabe, lo siento.

—Ya te dije que puedes llamarme Gabriel —soltó una risita sin dejar de tocarla —, no te preocupes, él es Ariel, mi acompañante —me señaló.

—Buenos días, es un gusto...

Gabriel la interrumpió.

—No es necesario un saludo tan formal, Julieta —negó con la cabeza suspirando —sabes que estamos en confianza, solo Gabriel —se señaló a él mismo —solo Ariel —me señaló a mí —. Ahora... ¿crees que podrías escoger algo lindo para Ariel? —le sonrió amistosamente.

Julieta me devolvió la sonrisa con los ojos brillando y se encaminó hasta una pequeña puerta que dirigía a una habitación donde Gabriel guardaba su ropa, yo solo la seguí.

Ella conocía de pies a cabeza toda la ropa que había en cada colgador. La pasaba con destreza hasta encontrar algo adecuado.

—¿Prefiere colores fríos o cálidos? —no quitó la vista de los distintos atuendos.

—Julieta... ¿tú qué función cumples? —pregunté.

—Pues —pensó, esta vez dirigiéndome la mirada —según la señora Mercer soy ama de llaves, pero soy personal de limpieza, creo que es lo mismo —rió —, ¿y tú?

—Soy un amigo de Gabriel —mentiras, pero sí era necesario.

—Ah —se quedó en silencio —, intimidante, ¿no? —cambió de tema.

—¿Gabriel? A veces.

—No, la señora Mercer —tembló al mencionar "señora".

—Aún no la conozco —tenía que sacarle información.

—Gabriel —suspiró —. No, él no, solo que odio que hagan eso —se apoyó en sus brazos —ay...Gabriel...

Le gustaba, maldito Gabriel, siempre cautivando a cualquier persona.

—¿Te gusta? —pregunté, obvio que sí.

—N-no —se sonrojó y miró a otro sitio —, solo me parece alguien agradable —enroscó su coleta entre sus dedos.

—Cálidos.

Asintió y siguió en su búsqueda.

Después de varios minutos tenía en sus manos una camiseta completamente blanca con unos jeans de color azul, que aún seguían con etiqueta.

—Hay cosas que Gabriel jamás se ha puesto —me dejó con la ropa y abandonó el cuarto lo más rápido posible.

Gabriel es más grueso (por no decir gordo) que yo, ya saben... espalda más ancha, más alto, más todo. Era imposible que él tenga prendas tan pequeñas, como perfectamente de mi tamaño sin que me sobre, la etiqueta estaba intacta, Gabriel... ¿eres tú?

Suspiré y me senté en el piso alfombrado, Gabriel muchas veces me sorprende.

—¿Pasa algo? —Julieta entró sin preguntar y se sentó a mi lado.

—Nada —cubrí mi rostro —. ¿Qué haces aquí? —dije como para que me deje solo.

—Gabriel y la señora Mercer están conversando —tomó mi mano —, la señora Mercer me pidió que me fuera y que bajes hacia la sala para conocerte —mordió su labio —, al parecer eres importante para ella.

Demonios.

Julieta me guió hacia la sala, ella estaba más nerviosa que yo, ¿lo sabía? ¿Sabía que Gabriel tenía otras preferencias?

Llegué y Gabriel se paró, seguro estaba asustado sobre la impresión que causaría, pero...no, no Gabriel, puedo ser más agradable que tú. La señora Mercer también hizo lo mismo.

—Gabriel —sonreí y bajé la cabeza —. Buenos días señora Mercer, mi nombre es Ariel Morriell y es un honor conocerla —sonreí de una manera que no diera miedo y extendí mi mano hacia ella.

Me devolvió la sonrisa y el saludo.

—También es un placer para mí conocerlo, joven Ariel —su mirada era profunda y segura —puedes llamarme Danielle, si gustas.

Danielle, madre de Gabriel, no se parecían en nada. Ella se veía más fría y calculadora, su cabello era dorado y sus ojos eran grises, delgada, esbelta, mayor. Se veía que era una mujer de clase, posiblemente cuando fue más joven debió ser la mujer más guapa que cualquier hombre ha podido apreciar.

Ella le dio una lista a Gabriel, recién había llegado y ya lo mandaban de compras.

—¿Quieres acompañarme? —dijo entusiasmado.

—El joven Ariel no te acompañará a ningún sitio —¿quién era ella para decidir por mí? —debemos conocernos mejor, anda tú solo.

Gabriel asintió desconcertado y se fue.

La señora Mercer ordenó que Julieta nos trajera café. Cualquiera pediría el té, pero ella pidió café, sin preguntarme. No sé qué era peor: estar tomando café con Danielle Mercer o tomar café a pesar de que a Gabriel no le guste que lo haga.

Estaba claro que la taza de ese delicioso café compraba mis palabras.

—Y... ¿qué te parece mi hijo? —tomó un sorbo —Buen chico, ¿no?

—Sí —pensé —, en eso no hay forma de decir que no lo es.

Sonrió, su sonrisa era demasiado grande.

—Sabes, Ariel —pasó sus dedos por el plato de la taza —, quise que te quedaras porque tenemos que hablar de algo muy serio —suspiró —: mi hijo.

—No creo que haya nada de malo con que Gabriel sea gay —mordí mi labio inferior, ¿qué acabo de hacer? Venderlo.

Negó con la cabeza riendo, ¿por qué? ¿No creía que era gay y eso le causaba gracia?

—Nada de eso, amo demasiado a mi hijo como para juzgarlo por algo que no viene al caso —suspiró —en realidad...sé que mi hijo no es feliz.

Tomé otro sorbo de café, estaba muy cargado y amargo, alguien no dormiría muy bien por la noche.

—Las medidas que su padre tomó con él fueron muy extremas al parecer de toda la familia —respiró profundo —sin embargo, Gabriel no lo hizo por el dinero, lo hizo porque quería que su padre fuera feliz —su voz se quebró en la última parte —lo que no sabe es que no puede llevar ese peso encima todo el tiempo, él está haciendo algo que no quiere, él ejercerá eso si no hacemos algo antes, él será alguien infeliz —fijó la vista en mis ojos —tan infeliz como yo soy ahora, primero se va su padre y luego él me arrebata a mi hijo, ¿no crees que es injusto?

—Sí —asentí con la cabeza, apenado —. ¿Y qué puedo hacer por usted?

—¿Yo qué puedo hacer por ti?

—¿A qué se refiere? —dudé.

—Mira...dime, ¿qué deseas? ¿Poder? ¿Dinero? ¿Autos? ¿Ropa? ¿Todas las lociones del baño? —me sonrojé con su última pregunta, ¿se había dado cuenta?

—Sigo sin entender —sonreí inocentemente, me pregunto si toda su familia será así de indirecta y complicada.

—Sé que no por el hecho de ser diferente signifique que Gabriel gusta de todos los hombres, pero algo de lo que estoy segura es que tú le gustas.

Reí delicadamente, ella rió, reímos, uno con más sarcasmo que otro, reímos como si fuéramos buenos amigos.

—¿Qué es tan gracioso? —sonrió Danielle.

—¿Quiere pagarme para que de alguna u otra manera enamore o finja hacerlo con su hijo? —sonreí y comencé a reír muy fuerte —¿De verdad me lo permitiría?

Danielle asintió, era en serio todo lo que decía. Qué locura, la desesperación era más grande que cualquier sentimiento de su hijo, la desesperación de una madre necesitada.

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