El viaje (I)

GABRIEL_06:03

Hola niño, ya me siento mejor...tengo un poco de gripe, pero ya me siento mejor.

ARIEL_06:04

Me alegra.

GABRIEL_06:04

Voy para tu casa, Luna nos recogerá.

En realidad no, un chófer de ella lo hará.

ARIEL_06:10

Ah...qué bien

GABRIEL_06:10

¿Pasa algo?

ARIEL_06:15

No.

¿Otra vez con las mentiras Ariel?, desde Gabriel ya era un mentiroso profesional.

¿Qué me molestaba? ¿Cenar con la familia de Gabriel? ¿El hecho de que Gabriel me haya dicho que me amaba?

¿O que haya dicho eso aprovechando su condición de moribundo?

Gabriel me dijo que no llevara nada, solo una mochila vacía, cosas de higiene personal y...mi presencia.

Llegó sonriendo como siempre, la diferencia era que él de verdad no traía nada en las manos, ¿Qué planeas Gabriel Mercer?

—¿A qué hora se van? —preguntó mi madre cruzada de brazos.

—La verdad, Luna no me dio ningún detalle, solo dijo que tomáramos desayuno antes —era tan...carismático, agradable, gentil.

Yo solo los miré y me senté en el sillón.

—Así que —movió su cabeza para que continuara con lo que quería decir —ya estás mejor.

—Pues, sí —se sentó a mi lado —. ¿Tú cómo estás? —sus ojos eran tan profundos y amarillos cuando me miraba —Estás molesto —frunció el ceño.

—No, para nada —en realidad sí, se notaba.

—¿Es por el vodka?

—No estoy molesto.

—¿Es por la lechuga?

—No. Estoy. Molesto —enfaticé "molesto".

—Lo único que pasó ese día fue mi enfermedad —volteó los ojos —de verdad que eres insoportable —suspiró.

—¿En serio? —giré mi cabeza para que me lo diga a los ojos.

—No, niño que se enoja de cosas idiotas, cosas sin sentido —¿hacer las cosas a propósito para obligarme a mí a decir algo que no quería es idiota? —. Perdóname —se acercó a mí.

En ese intento quiso darme un beso pero yo me hice hacia atrás para evitarlo, ¿qué ocurre por mi mente?

Vi como su amor se rompía en mil pedazos a través de las puertas de su alma, sus ojos. Era muy fácil reconocer sus emociones, ¿cómo no? Era muy intenso, estaba seguro de que a Mercer se le había formado un nudo en la garganta, sus ojos se cristalizaron y prefirió mirar a otro lado, cautelosamente seco las lágrimas que ya habían inundado sus ojos en el momento en que lo negué.

Volteó la mirada y cambió esa mueca fea por una linda sonrisa, más brillante que nunca, ¿por qué?

Algo que admiraba de Gabriel era su fortaleza, a pesar de todo nunca dejaba que lo vea destruirse, siempre firme en todo momento, siempre reluciente.

El timbre sonó. Era el conductor de Luna.

—¿Gabriel Mercer? —el conductor quitó la gorra que tenía para ver a Gabriel.

—El único.

—¿Y el otro?

—Mi acompañante —pasó un brazo por detrás de mi espalda y me apegó hacia él.

Subimos a un auto negro, siempre negro, ¿Por qué no rojo? Tantos colores que hay.

Llegamos directamente hacia el espacio donde despegaban algunas avionetas o aviones pequeños.

El conductor nos abrió la puerta y frente a nosotros había un jet privado, era blanco y tenía letras grandes que decían: "MERCER".

—Por fin Luna hizo una buena compra —Gabriel miró al avión privado de abajo hacia arriba—. Una belleza, ¿no? —le silbó al avión como si fuera un perro.

—Sí...algo —en realidad estaba hermoso.

Subimos al avión y me senté en el medio, ¿quién desperdicia tanto combustible en solo dos personas?, en realidad cinco: el piloto, el copiloto y una dizque aeromoza.

—Yo quiero la ventana —dije cortante.

Gabriel asintió y se sentó frente a mí.

Pudo sentarse junto al asiento que yo escogí pero no, le gustaba verme, nada gana viéndome y comiéndome con sus ojos. Al contrario...me atemorizaba.

—¿Desean algo? —dijo la tipa agarrando el hombro de Gabriel.

Irónico, él me comía con los ojos a mí y ella se lo comía a él.

—Champán.

—¿Dos copas?

—Obvio, sí—hizo como si viera a todo sitio —. No hay nadie más, ¿verdad? —reí con sus palabras.

No puedo evitarlo y miré hacia abajo cubriendo mi boca para no soltar una carcajada.

—¿Cuánto demora el vuelo? —pregunté algo nervioso.

—Como...dos horas—miró mi reloj.

—Nunca he volado —dije inquieto —, siempre que iba a la capital...iba por tierra.

—¿Nunca? —comenzó a reír.

Negué con la cabeza.

En ese momento Gabriel se paró de su asiento y se dirigió al que estaba a mi costado, antes de sentarse ajustó mi cinturón como para que no me pudiera mover.

Él hizo casi lo mismo con el suyo, solo que se lo colocó sobre puesto, demasiado ancho.

—El champán se lo traigo a penas pasen quince minutos de haber despegado —dijo la tipa intimidada.

Gabriel asintió.

—Mi mamá me dijo que se sentía feo cuando despegas o aterrizas —lo miré a los ojos.

—¿Ah, sí? —se asombró —a mí me gusta, se siente delicioso.

—Estoy nervioso.

—Tranquilo —depositó un beso en mi mejilla —, todo será perfecto.

—¿Estas cosas no se caen?

Negó.

—¿No se incendia?

Negó otra vez.

—¿No hay una bomba?

Negó por tercera vez.

—¿No eres líder de una mafia criminal y me estás usando como rehén?

Negó por cuarta vez, pero riendo.

—¿No tendremos que usar la salida de emergencia para despegar en el mar con asientos flotantes?

—Miras muchas películas trágicas —miró por la ventana riendo y negando con su cabeza —. Todo falla algún día, pero no creo que hoy sea ese "día", no debes preocuparte, estás conmigo y mientras sea así no dejaré que te pase algo horrible.

—¿Me lo prometes? —apreté su mano.

—Te lo prometo.

El avión comenzó a moverse.

Me aferré al asiento como un gato a las cortinas. Gabriel solo se burló de mí.

No pasará nada, nada, absolutamente nada.

—Hasta tú me pones nervioso a mí —rió simpático.

—¿Cómo no estarlo?

Dimos una vuelta entera.

—¡Ya vamos a despegar! —dije emocionado y con miedo al final de la segunda vuelta.

Gabriel acarició mi cabello, a penas sentí que la velocidad comenzaba a aumentar mi respiración también aceleraba. Él tomó mi rostro con sus dos manos y justo al medio segundo de sentir que el avión se elevaba, me dio el beso más lindo y tierno.

Cuarenta y tres segundos. Cuarenta y tres segundos duró el mejor beso de mi vida. Cuarenta y tres segundos duró ese cambio brusco de tierra a aire.

Solo cuarenta y tres segundos. Esos cuarenta y tres segundos que nunca olvidaría.

—¿Mejor?

—Mucho mejor.

Pasaron los quince minutos y la tipa con falda corta y piernas delgadas se acercó a nosotros con dos copas del espumante.

—Sabes —Gabriel movió un poco la copa —, podría admitir que mi bebida favorita es esta —bebió un sorbo —. ¿La has probado?

—Sí —bebí un sorbo largo —aunque no lo creas he hecho más cosas que tú con mi edad.

—Huy, perdón, experimentado, fósil, yo que sé.

Reí y termine de beber la copa completa, él hizo lo mismo.

—Mira —se movió del asiento al que anteriormente estaba —tenemos para rato aquí, así que haremos algo productivo.

—¿Jugaremos al póker?

—Haremos algo mejor —se encorvó hacia la mesa —, aprenderemos algo de buenos modales.

—¿Estas insinuando que soy un bárbaro? ¿Un salvaje? —fruncí el ceño.

—No, nada de eso, pero nunca está de más —su miraba brillaba —. Salúdame de la forma más elegante que creas.

—Buenos... ¿días? —salude moviendo mi mano.

Gabriel cubrió su rostro decepcionado. Cambió de asiento de nuevo a mi lado.

—En realidad hay dos formas, formas básicas —explicó —esta —se acercó a darme un beso en la mejilla —y esta —tomó mi mano y la estrechó con la suya —: ¿Cuál es la más adecuada para una presentación?

—La mano.

—Correcto, te debo una galletita —se burló —, ¿sabes qué decir?

Negué.

—Está bien —estrechó su mano con la mía doblándola un poco para que no me acerque a él —. Buenos días/ tardes/ noches, mi nombre es Gabriel Mercer y es un gusto conocerlo —sonrió y me miró a los ojos directamente —. Ahora imita eso pero con diferentes palabras, no le dirás a todo el mundo eso, parecerías un robot.

—Bueno —estreché mi mano con la suya —. Buenas noches, soy Ariel y estoy encantado de conocerlo —no sonreí ni lo miré a los ojos.

—Bien, pero —tocó su barbilla —la mirada es importante, refleja seguridad, y la sonrisa es la clave de todo, hace que te veas como alguien agradable y sincero, si haces eso nunca te olvidarán —me dijo confiado —, intentémoslo de nuevo.

—Buenas noches—lo miré a los ojos mientras estrechábamos las manos —mi nombre es Ariel y es un verdadero gusto para mí, conocerlo —sonreí.

—Perfecto —me felicitó más alegre —aprendes rápido, me encanta —pensó —ya sabes saludar, sabes comer con cubiertos, sabes ser agradable, ahora...temas de conversación —dudó —, ¿sabes sobre qué se debe conversar y sobre qué no?

Negué.

—Nunca hablar de temas que generen dos polos opuestos, es decir, conflictos —se explicó —tampoco de trabajo, estudios —pensó —tampoco hables tanto de ti mismo, solo si te lo preguntan —seguía hablando.

Desde ese instante, no escuché nada de lo que parloteaba, solo miraba sus ojos profundos color ámbar y sus dientes blancos y brillantes al hablarme, pensaba en cómo tener los dientes así.

—¿Qué pasta dental utilizas? —lo interrumpí.

Gabriel rió, se había dado cuenta de que no escuché nada de las cosas de buenos modales.

—En realidad, una vez que estás saludable, debes de seguir cuidándote, así sea con los implementos dentales más feos y menos costosos del mercado —mordió sus dedos —. ¿Por qué la pregunta?

—Nada —otra mentira.

Tomó mi boca con las dos manos e intentó ver mis dientes, casi como si fuera un caballo.

—Tienes...

—Lo sé, es por el café —traté de no mirarlo.

—Tienes diecisiete años y eres adicto al café, qué gran sorpresa —bufó.

—Por más que use lo que sea...nada funciona.

—De todas formas el amarillo que tienes no es tan notorio —me animó —, no me habría dado cuenta nunca de no ser porque metiste el tema.

Y yo le iba a creer, obviamente se había dado cuenta antes. Cualquiera que haya conocido a Gabriel Mercer aunque sea un poquito se daría cuenta de que es alguien muy observador.

La tipa se sentó al frente de nosotros y nos observó cuidadosamente. Era muy extraña, pensé que había un espacio para personas como ella en otro lugar.

Gabriel seguía hablando sobre modales en la mesa, sobre cómo vestir de una manera adecuada, sobre muchas cosas. Yo solo lo escuchaba, o al menos intentaba escucharlo, podías imaginar un mundo con Gabriel de tan solo ver sus gestos y oír sus palabras. Muchas personas piensan que los ojos azules o verdes son hermosos, considero que están muy equivocados, cualquiera de esas opiniones cambiaría si vieran los hermosos y redondos ojos de Gabriel Mercer, ámbar, miel, no sabría explicarlo.

Por primera vez pensaba igual que una persona, la aeromoza también miraba fijamente a Gabriel, no la culpaba, yo también lo hacía.

—Tierra llamando a Ariel —pasó su mano muy rápido por mis ojos —. ¿Estás bien?

—Sí, por supuesto...

—Y... ¿puedes decirme qué estaba diciéndote? 

Demonios.

Me quedé frío, no sabía que me había dicho, ¿soy mala persona por perderme en su mirada?

—¿Modales? —pregunté asustado.

—Ariel —negó con la cabeza —, te dije que iríamos a comprar ropa nueva para esta noche.

Asentí.

Por la ventana se observaba una mini ciudad, era por la altura, todo se veía precioso: los edificios cubiertos por vidrio, la playa, la vegetación, lo grande que era.

Sin duda debo admitir que despegar es más lindo que aterrizar, sentí muchas cosas feas en el aterrizaje.

¿Así será siempre?

Cuando bajamos del pequeño avión la humedad ya estaba asfixiándome, chocando con mi rostro, me sentía como un muñequito envuelto en algodón de azúcar.

—¿Odias el clima tropical? —dijo Gabriel mirándome de reojo.

—¿Se nota tanto?

Asintió.

Con solo esos minutos estando ahí ya sentía toda mi piel asquerosa y pegajosa, soy más de un clima seco.

Subimos a otro auto negro, siempre negro, Gabriel me presentó al conductor, ninguno de los dos habló en todo el camino, silencio absoluto.

El silencio no era porque yo lo quería de esa manera, simplemente Gabriel estaba nervioso, ¿era tan malo llevar a un pelirrojo a la mansión Mercer?, bueno, casa, aunque sospechaba que era una casa gigante.

—No soy el único que se siente asqueroso —reí y le di un codazo suave.

—Lo sé —él secaba el sudor de toda su cara, aunque la verdad yo estaba seguro de que no sudaba por la humedad, sino por la cena—. Espero que todo salga bien.

Asentí.

Todo saldría a la perfección.

Canté unas canciones de la radio para animarlo, no es que fuera el mejor cantante, pero si podía ser el mejor en hacer reír a la gente, mis gestos y mi voz de aficionado en el canto sacaban pequeñas sonrisas a Gabriel.

Llegamos y Gabriel me pidió un poco de espacio personal, ya sabía a que quería llegar...después de todo sólo era su acompañante. Sus manos no podían dirigir la llave a la cerradura de la gran puerta, el nerviosismo apoderaba todo su cuerpo, me vi obligado a que quitárselas y abrirla por mí mismo. Gabriel siempre decía que la clave de todo era la seguridad, hoy estoy siendo la persona más segura y asertiva del mundo, hoy era un día especial y diferente.

Mágicamente al entrar no había nadie, no había ni un alma en la casa, Gabriel se calmó al saber eso, al parecer era una buena noticia.

Rompió el metro cuadrado de espacio personal para tomar mi mano y jalarme por las escaleras como dos niños que jugaran algo.

En el pasillo del segundo piso se apreciaban muchas puertas, la que más llamó mi atención fue una puerta blanca que decía: "Gabriel", con luces formando letras, como un camerino, como una cartelera de cine.

—¿Quieres entrar a mi antiguo cuarto? —apretó mi mano —Lo digo porque no dejas de mirarlo.

Asentí, era el lugar más llamativo que había visto en toda la casa.

—Luna me hizo las letras en un curso de manualidades —pasó su dedo por el contorno y sacó un poco de polvo —. ¿Gusta pasar? —sonrió empujando la puerta.

Su habitación era grande, espaciosa, ordenada, limpia, tantas cosas que decir...

—¿Tienes baño? —obviamente que tiene baño, ¿en dónde más haría sus necesidades humanas? ¿En el patio?, Ariel estúpido —, ¿sí?

—Todos tenemos uno —puso sus ojos en blanco, sabía que diría eso y aun así lo pregunté —en realidad hay demasiados —pensó —ahí hay uno —señaló uno de su cuarto—en cada habitación en la que puede quedarse una persona tiene uno y en el segundo piso hay dos —miró al techo con las manos dentro de sus bolsillos.

En realidad no tenía ganas de ir al baño, solo tengo una manía con observar baños.

Me senté en la tapa del retrete y me puse a pensar cómo es que alguien que lo tiene todo puede no tener nada al final.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top