Dejavú

Gabriel Mercer me llamaba seguido y no tenía valor para contestarle, había besado a otra persona, sin lengua y un poco mareado pero nada borraba el hecho de que había besado a otra persona y nadie lo podía negar.

Veía en la pantalla rota del celular "llamada entrante de Gabriel Mercer" y colgaba de inmediato, ¿por qué? Porque siempre le contaba todo a Gabriel Mercer... ¿Y cómo contarle algo así?

"Oye, Mercer, fui a una fiesta, bebí un poco sin ti y terminé besando a un chico llamado Cupido por jugar a algo estúpido"; sí, claro, como si fuera bueno confesar ese tipo de cosas a tu novio. En la vida, mi madre me enseñó que a veces existían asuntos que era preferible guardar para uno mismo a pesar de que muchas veces podían consumirte por dentro; y esta vez me comía cada vez que veía un mensaje suyo o una llamada perdida o cuando me mandaba fotos de él en Filipinas (porque...sí, me mandaba bastantes).

—Oh, mira —deslicé el bloqueo de pantalla de mi celular —otra foto de Gabriel en las Filipinas...

—¿Y qué putas hace Mercer ahí? —preguntó Giovanni arrebatándome el celular.

—Lo sabría, pero me siento terrible y no quiero hablarle —suspiré —. Yo no sirvo para ser infiel.

—Pero no lo fuiste —negó mientras le hacía zoom a la cara de Gabriel —, me dijiste que fue sin lengua. Sin bacterias no hay delito —seguía pasando las fotos —. Además, tú mismo me dijiste que ese... ¿Cuál era su nombre?

—Eros...

—Tú mismo me dijiste que ese tal Eros estudiaba al otro lado de la ciudad, imposible que te lo encuentres de nuevo.

—Juega básquetbol.

—Y tú jugaste con su corazón.

Le quité mi celular de un tirón y lo guardé en donde sabía que jamás lo buscaría. Giovanni tenía mucha razón, no lo volvería a ver nunca más en la vida, podía seguir con mis estudios como normalmente estaba, podía relajarme y hablar con Gabriel Mercer como si nada hubiera pasado, ¿verdad? Porque según Giovanni y todo el mundo...yo hacía de los problemas pequeños algo muy enorme, exagerando las cosas e imaginándome las situaciones menos probables y peores que podían darse.

El timbre de salida del primer día de clases luego de dos semanas sonó y como nunca, decidí irme con Giovanni.

—¿Y tú? —pregunté mientras acomodaba mi mochila en los dos hombros —¿Arreglaste tu asunto?

—Un poco, pero creo que le da vergüenza andar conmigo en la escuela —guardó silencio —. Hoy intenté caminar con ella de la mano y...nada, no se dejó.

—¿No es obvio por qué? —golpeé sus lentes —Con estos lentes de Harry Potter submarino no veo que le simpatices tanto, en la fiesta estabas sin ellos.

—Gabriel Mercer me dijo lo mismo antes de irse —volteó los ojos —, me dijo que cambiara las monturas, mi padre aseguró que mis nuevos lentes estarían listos para el viernes.

—Por mientras quítatelos, no estás tan ciego.

Los ojos de Giovanni poco a poco se iban adaptando a la luz potente de la tarde mientras caminaba con sus lentes en mano y parpadeaba repetidas veces como intentando enfocar su vista hacia algún objeto.

—Los he estado persiguiendo desde hace unas cuadras —Celeste apareció del vacío —, ¿cómo les fue en matemática?

—Terrible —respondí.

—Mentiroso —replicó Giovanni.

—Oye, G, ¿por qué no usas tus lentes de botella acuática? —preguntó Celeste.

—Porque tengo que verme atractivo y así solo me veo como un estúpido...según todos.

—Es una chica —me miró con los ojos acusadores primero —, si en realidad le gustaras le parecerías atractivo hasta con esos lentes que parecen para ir a nadar. Yo creo que te ves muy bien con o sin ellos —Celeste respiró profundo —. Oh, Ariel, un chico te estaba buscando...debe llegar en tres, dos, uno.

Eros venía tras nosotros con las mejillas coloradas por el sol y el esfuerzo físico, viéndolo mejor en el día sí se parecía a Gabriel Mercer, fallaba por los ojos pero se parecía demasiado. Tanto Giovanni como yo, estuvimos atónitos después de ver a Eros manifestarse ante nosotros como si nada, después de que habíamos conversado sobre él y sobre cómo es que debía esfumarse de mi vida, hasta de ser un recuerdo.

—Hoy estaba en clases pensando —dijo Eros —y concluí con que no podemos terminar todo de esta manera, que aún falta más...entonces me plantee la siguiente interrogante: ¿debería ir al West? ¿O no?; y aquí estoy —concluyó Eros —¿Giovanni? ¿Celeste? ¿Ariel? —preguntó cómo si intentara confirmar que esos eran nuestros nombres —. Bueno, Ariel...dejemos a estos tórtolos en paz, mejor nos vamos a otro sitio —me tomó del antebrazo y los dejamos solos casi huyendo.

—¿Por qué hiciste eso? —le pregunté cuando estuvimos lo más lejos posible.

—Ya te lo dije —cruzó los brazos —, son el uno para el otro, debes darles su espacio.

—No podrías saberlo.

—Cuando estén juntos en el baile de promoción, ella con un vestido turquesa y él coincidentemente combinando con ella, mientras él toma su cintura justo en aquel balcón del salón de eventos y la luna esté tan llena como ellos dos...mientras se dan el primer beso —colocó sus dos manos en mis hombros —ahí sabrás que tuve razón y tendrás que llamarme por teléfono para que te diga "te lo dije, incrédulo".

Reí acariciando mi frente como si dijera cosas descabelladas, me burlaba de Eros y es que su mente de verdad era increíble.

—Mi mamá era bruja —sonrió —, digo...vidente, gitana, no lo sé. Una de esas mujeres que ve el futuro. Cuando aún estaba viva me enseñó un poco de lo que hacía —extendió su mano y tendí la mía —. Esta es la línea de la vida —recorrió con su dedo una de las muchas líneas de mi mano — y esta es del corazón, esta otra de la cabeza y la que tienes aquí de manera casi vertical...es la línea del destino. Existen otros factores...pero no siempre la longitud de tus líneas determina ciertas características, por ejemplo, tu línea de vida es corta pero eso no significa que morirás joven, sino que —guardó silencio —, olvídalo, veamos otra línea. La línea del corazón dice que eres —dudó —mejor otra.

—Ya entendí que soy el chico de la mala suerte —me burlé.

—Un poquito: vida controlada por otros...inestabilidad amorosa, ah —señaló una línea —y al parecer eres muy inteligente.

Guardé mi mano en los bolsillos de mi sudadera y miré a Eros con mi rostro de "no te creo nada".

—Así que lees el futuro...

—Tengo mi juego de cartas, si quieres puedo hacerlo.

—No gracias —lo detuve —no creo en eso y prefiero que las cosas pasen, solo me gustaría que me digas una cosa.

Eros dudó al principio con su expresión de confusión, luego cedió y esperó en silencio a que preguntara lo que quería saber.

—¿Lo mío y lo del seminarista tiene futuro?

—¿Cuál es su nombre? —preguntó mientras revolvía las cartas.

—Gabriel —respondí con un tono seco.

Sus ojos se abrieron mucho, algo andaba mal.

—¿Mercer? —titubeó.

Asentí con la cabeza y él siguió haciendo quién sabe qué.

—De verdad no quieres saberlo —suspiró —, deja que las cosas pasen.

Le volteé los ojos y crucé mis piernas apoyando mis manos en las rodillas.

Eros adoptó la misma posición que yo, sin quitarme los ojos de vista pasó su brazo por detrás de mi espalda y me apegó a su cuerpo.

—¿Sandías que me debes un beso? —preguntó risueño.

—¿Sandías? —volví a preguntar como aquella noche, como si fuera un dejavú con una pequeña parte de la estructura de la pregunta diferente.

—Te sientes mal —sus ojos oscuros se dilataban cada que me miraba —, despechado, deshecho, muchas otras palabras con d. ¿Comenzamos de nuevo?

—No entiendo —respondí seguro.

—Dicen que las buenas amistades comienzan con un beso.

Reí, ya sabía a qué se refería, de verdad quería revivir el momento y yo no era nadie para negárselo.

—Dicen que esa es una forma muy mala de ligar conmigo...

En ese mismo instante, Eros acarició mi cuello por la parte trasera y poco a poco se fue acercando a mis labios con los ojos entrecerrados; todo en él temblaba, desde sus fuertes manos hasta sus piernas, apenas rozó mis labios con los suyos...nos consumimos en un breve acto de cariño. Yo al cerrar los ojos sentía a Gabriel Mercer, sentía sus manos, su olor, sus caricias; el autocontrol se me acababa con el simple hecho de imaginar que era Mercer a quien besaba, tanto que mordí a Eros haciendo que un hilo de sangre recorra mi garganta.

—Lo lamento —me separé de manera rápida de él —no debí...

—Qué intenso —palpó sus labios con sus dedos llenos de anillos —, espero verte mañana.

Eso era lo que provocaba la necesidad: el descontrol.

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