Confesiones confusas
Desperté y Gabriel se había ido.
Obviamente se fue de mi cuarto, sería muy extraño que me viera dormir. Bajé las escaleras y ahí estaba él con mi mamá preparando sopa.
—No sabía que era tan divertido joven Mercer —dijo mi mamá sonriente —y que era tan gran cocinero.
—No se preocupe señora Morriell — respondió Gabriel con la misma actitud.
—Llámeme Olivia, me haces sentir vieja —mi madre reía y reía.
Siguieron riendo y no se percataron de mi presencia hasta dentro de 10 minutos.
—No sabía que tenías un amigo tan simpático — dijo mi madre mirando a Gabriel.
—En realidad —estaba a punto de decir algo, pero Gabriel me interrumpió tomándome de la mano.
—Soy del seminario —dijo Gabriel.
—¿Tan pequeño?, joven Mercer podría disfrutar más —mi madre tan inoportuna.
—Llámeme Gabriel —dijo arqueando las cejas.
—Si cambias de opinión siempre estoy disponible —mi madre le guiñó un ojo a Gabriel.
Ella lo tocó por el pecho echándose a reír, había usado el mismo truco. ¡Aplausos! Mi madre coqueteando con un chico que podría ser su hijo. Gabriel notó mi actitud de disgusto y al sentir el tacto de mi madre, se sonrojó como nunca antes lo había visto, era obvio, mi madre no era la mujer más joven del mundo pero era atractiva. A Gabriel tal vez le agradaría más el tacto de una mujer, porque así son los mortales. Al menos los que niegan sus sentimientos frente a algo tan fuerte e incontrolable.
Gabriel preparaba manjares de dioses, no acostumbraba tomar sopa, sin embargo, estaba tan buena que podía comerme el plato para obtener la última gota.
Mientras moría de fiebre mi madre solo coqueteaba con Gabriel, y ah...Gabriel seguía su juego sucio, no sé por qué, no quería saberlo.
Fui a mi cuarto a deprimirme como las dos últimas semanas lo hice.
Es muy predecible y fácil saber lo que pasó después...Gabriel me siguió con su Biblia en mano.
—Quiero leerte algo muy hermoso —dijo Gabriel con los ojos llenos de brillo.
—¿Me leerás la Biblia? —pregunté algo decepcionado.
—¿Qué? No. Eso será después, te escribí —dudó —quiero decir, escribí un poema y me gustaría saber tu opinión.
Rojos los días aquellos
En los que acariciaba tus cabellos
Brillantes como las estrellas
Sedosos como...
—Gracias —le dije a Gabriel.
—No terminé —respondió él.
—Es hermoso y suficiente, ahora dormiré —respondí aún un poco resentido porque él coqueteó con mi madre.
No dormí, solo cerré los ojos. Necesitaba espacio para tragarme sus palabras. Por fin se paró y dejó que "durmiera".
Era acaso... ¿una declaración?
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