Celeste
Cuando me quedé a solas con Gabriel Mercer esperé lo peor, es cierto, había arruinado todo. Aquel secreto que duraría eternamente tan solo duró once meses (y quizá menos, unos nueve), y todo por mis caprichos y mi mala toma de decisiones. Él me hablaba siempre con una sonrisa y yo le respondía disimulando una parecida a la de él, pero más forzada.
—¿Es que acaso no se te acalambran las mejillas al sonreír todo el tiempo? —pregunté indiferente.
—A mal tiempo —su sonrisa se borró convirtiéndose en una línea recta con unos ojos profundos y perturbadores —buena cara, ¿verdad?
—No es el fin del mundo, Gabriel Mercer.
—Claro que no, por supuesto que no —miró al vacío —. Solo compartiste una fotografía mía en la que me tocan de una manera indecente, y lo peor es que estoy bajo los efectos del alcohol y con un encapuchado abrazándome por detrás y por delante, lo que me molesta no es que todo el mundo aprecie mi bendita homosexualidad, es lo de menos, lo que me molesta es que estoy jodidamente ebrio y despeinado, ¡imagina todos los escándalos que se desatarían si alguien supiera que soy yo! Mi cabeza estaba tan cagada que creo que... —se calló por un momento —no te diré eso, estás muy pequeña...
Suspiré y negué con la cabeza, realmente Gabriel Mercer era increíble. Acomodé mi gorro gris y seguí mirando hacia el altar.
—¿Por qué lo miras así? ¿Te causa intriga? —preguntó refiriéndose a la figura majestuosa de la Virgen dentro de la Iglesia.
—Solo me pregunto cómo es que alguien como tú puede terminar en un lugar como este —respondí descaradamente.
—Ya que de nada sirve ocultarme... ¿Deseas la versión corta o la larga?
—¿Nunca has practicado hacer una confesión? Podría decirte algo y tú me dirías algo, como en una típica. ¿Ave María purísima?
—Sin pecado concebido —respondió en voz baja —. Nunca me he confesado de esta manera, supongo que eres un tipo de confidente o algo así...todo comenzó cuando tenía aproximadamente quince o dieciséis años, ¿muy pequeño? Sí, lo sé. Pero siempre dicen que los más terribles terminan así, yo no era terrible, no tanto, es más, cuando me reuní con unos compañeros de la escuela no podían creer lo que sus ojos veían, no sabía si por...
—¡Gabriel Mercer! —exclamé riendo —Estás contándome algo y terminas contándome otra cosa, demonios, concéntrate.
—Tienes razón, sí, quince o dieciséis... —apoyó sus codos en las piernas —Con mis amigos jugábamos en las fiestas, ya sabes, esas fiestas infantiles en donde uno pretende ser grande fumando o tomando jugo de naranja con una gota de ron y simulando hacerse el mareado para llamar la atención. Jugábamos al tiburón, ¿cómo es eso? El juego consistía en "comerse" —hizo comillas con sus dedos —a las más buenas de la fiesta, o a cualquier chica...o a todo lo que se movía con tal de que sea mujer; una linda valía por dos y una chica poco agraciada valía solo uno.
—Eso es horrible...
—No era lo peor, yo siempre ganaba en esos juegos, entre cinco amigos me daban mis billetes de cien correspondientes y salía como todo un ganador, y es que un beso no significa nada, estaba mal, pero era un juego —cruzó los brazos y se sentó recto de nuevo —. Sin embargo, mis amigos querían más, eran unos pervertidos compulsivos, daban asco; así que subían de nivel...a la siguiente ya no era solo un beso, sino uno con lengua; a la subsiguiente ya no era solo un beso con lengua...era pasar la mano por su cintura; y a la siguiente de la siguiente ya no era solo besarla con lengua y tomarla por la cintura, sino era bajar esa mano que estaba por la cintura hasta... —tragó saliva —tú sabes hasta dónde; y a la siguiente de la siguiente de la siguiente ya no era solo manosearla, era llegar hasta un lugar sin gente y cogérsela.
—Imagino que Ariel no sabe de esto.
—Y no lo sabrá —hizo su cabello hacia atrás —. Yo hacía todo lo anterior por presión social, pero cuando llegó el último nivel, no me atreví y fue la primera vez que perdí y desde entonces mis amigos comenzaron a llamarme "drôle", en otras palabras...maricón pero en francés porque nos enseñaban francés. Así que ellos ya no me buscaban para eso, porque Gabriel el maricón no se atrevió cuando tuvo la oportunidad y bastaba que fallaras una vez para que te fichaban de por vida, seguían siendo mis amigos solo que ya no me invitaban a sus fiestas y me llamaban maricón, era la grandísima diferencia.
Yo atenta escuchaba su historia extraña que no tenía relación con lo que le había preguntado, bajándome de vez en cuando el gorro porque dejaba ver mis raíces casi rojas.
—Entonces como yo tenía una vida tan atareada, me concentré más en mis actividades extra curriculares que en esos imbéciles —volvió a sonreír —. No sé si Ariel te comentó, pero toco el piano. Asistía a mi taller de natación y después de eso iba al conservatorio de música para la preparatoria de jóvenes, conocí a varias personas y ya no me sentía tan solitario ni tan maricón. Y el problema comenzó de nuevo, la chica con la que había intentado sobrepasarme asistía a mis clases de lectura rítmica, ella tocaba violín y no dejaba de mirarme, obviamente recordaba mi rostro.
—¿Te odiaba? —interrumpí.
—No recordaba eso, pero sí recordaba haberme besado y aunque para mí no significó absolutamente nada...para ella había significado todo. Me invitaba a su casa, practicábamos a diario porque casualmente me habían asignado a mí para ser su acompañamiento en su solo de fin de año y a veces en su casa bebíamos jugo y mirábamos películas en su sillón. Nos divertíamos, ¿para qué negártelo? Era una persona muy linda.
—¿Siempre desvías a todo el mundo del tema con historias de superación y voluntad? —pregunté de forma burlona.
—Un día llegué más temprano de lo usual a su domicilio y su hermano me abrió la puerta. Descubrí que él también tocaba violín pero que tenía problemas al hacerlo, descubrí que era exactamente diez meses menor que su hermana y descubrí lo grandioso que era; todo en una tarde, jamás había tenido tanta conexión con alguien.
—Y como eres Gabriel Mercer...
—Y como soy Gabriel Mercer...me ofrecí a ayudarlo en su afinación, porque como debes saber...el piano es perfecto, casi perfecto —aclaró —. Practicaba con él todas las tardes tocando arpegios y escalas, practicábamos con el rompe dedos y aunque yo no sabía mucho de violín, sabía lo que era un sonido limpio y afinado, y llegó un momento en el que él quiso hacer una audición para el solo que tanto añoraba su hermana...
—Y la superó.
—Eso mismo, me sentí tan orgulloso de todo lo que habíamos hecho, de todo lo que habíamos pasado y un día antes de que fuera su concierto, él me miró directamente a los ojos... ¿Y cómo no resistirme a esos ojos verdes? —Gabriel sonreía como un idiota y reía dulcemente
—Concéntrate, Gabriel.
—Nos besamos, y yo tantas veces que dije que los besos eran insignificantes supe en ese instante que un beso por más corto y pequeño que sea jamás sería insignificante, nunca ante los ojos del amor.
—Carajo, qué intenso...
—No te burles, pequeña oxigenada —arrebató mi gorro de lana y dejó que mi cabello estuviera descubierto —. En ese momento yo no lo comprendía, me dio miedo y huí —estrujó mi gorro —, y como todo maricón que era se lo conté a mi padre, no le conté del beso, claro que no...me habría quedado sin lengua, pero sí le conté de otra cosa y me obligó a alejarme de mi taller de natación, porque sí, era cobarde y le había mentido. Soy un cínico, creo que es mi mayor defecto.
—¿Quién iba a pensarlo, Gabriel Mercer? ¿Y cómo así terminaste aquí?
—Mi padre se enteró, no de eso, de otras cosas. Estaba desahuciado, muy enfermo, tenía cáncer al pulmón y para descargarse conmigo me dijo que toda la familia me dejaría a un lado, que no me darían nada de la herencia, hasta quiso quitarme el apellido.
—Y el ambicioso Gabriel Mercer...
—Corrijo —levantó su dedo índice —y al humilde Gabriel Mercer le valió un kilo de mierda y quiso irse así sin nada, porque lo bueno es difícil pero no imposible.
—Pero estás aquí.
—Estoy aquí porque mi padre me dio en donde más me dolía, ofreció darme todo y un tratamiento psicológico o psiquiátrico a León, que era mi amigo, a cambio de que me encuentre a mí mismo y a Dios en el camino de la vida, en el ciclo normal de la creación —parpadeó rápido —. Y creo que me siento feliz de ello, como todo niño rebelde al principio me negué a Dios, pero soy un hombre nuevo...uno que recalca los principios y valores que le enseñaron en sus aposentos. Yo me siento excelente, no me arrepiento de nada. ¿Ave María purísima?
—No tengo una historia —comencé —. Sin pecado concebida. La verdad es que no tengo ninguna —respondí pensativa —ni si quiera podría decir que tengo una historia con Ariel porque las cosas comenzaron como empieza cualquier amistad.
—¿Te dijo que jugaran a algo?
—Algo así... —dudé —la verdad es que cuando era niña todo el mundo me hacía a un costado y más las chicas, como el grupo de Milena, por ejemplo.
—¿Se conocían a esa edad? —preguntó sorprendido.
—Si tú supieras...casi todos nos conocemos desde los pañales, es un lugar pequeño. Pero todo el mundo me hacía de lado, y más por mi overol azul marino con mis camisetas a rayas.
—¿Quién te vestía? Yo también te habría hecho a un lado —bromeó.
—Mi papá —desvíe la mirada —. Un buen día de esos...un niño dulce y gentil me habló para que jugáramos rayuela.
—¿Ariel?
—Te equivocas —negué con la cabeza —, Giovanni. Ariel era muy, pero muy tímido, recién cuando pasamos un año de juegos junto con Giovanni...Ariel decidió hablarme, pero antes nada, no decía ni un hola, solo hacía gestos.
—Así que me estás diciendo que estuviste enamorada de un tipo que no te dirigió la palabra un año entero, pero que jugaba contigo.
—Teníamos juegos muy creativos —resalté —. Ariel y yo nunca tuvimos esa confianza que yo tenía con Giovanni, sigue siendo así, es como que hablamos y todo pero siempre hay algo raro, estoy segura de que habla más con Giovanni.
—Sí...Ariel no habla mucho.
—¿Y cómo hacerlo? Se burlaban de él por su nombre, le decían que era niña —recordé con una expresión de furia —. Ariel era tan Ariel que cuando nos dijeron que hagamos una exposición libre, él hizo una de su nombre aclarando que la etimología revelaba que originalmente era un nombre solo de hombre y que luego ya recién se dieron variaciones.
—Todos en algún momento hemos querido ser aceptados —dijo colocándose mi gorro.
—¿Me lo devuelves? —señalé su cabeza.
—Si te decoloraste el cabello no fue para esconderlo —sonrió —, ¿te lo cortaste con un cuchillo o qué?
Y es que la misma noche del cumpleaños de Ariel corté mi cabello largo y sedoso hasta debajo de mis oídos por la frustración, até mi cabello en una linda coleta de caballo y sin pensarlo tomé unas tijeras y corté hasta el borde de lo que lo sujetaba.
—Algo así —pensé —, me creí Mulán por un momento.
—¿Alguna vez... —Gabriel se paró del asiento de madera y caminó muy cerca del altar —te has atrevido a venir hasta aquí?
Negué y lo seguí.
—En el seminario me explicaron que cuando me ordenara podría venir aquí.
—¿A qué o para qué?
—Buena pregunta —acarició su barbilla —para agradecer, para pedir perdón, para pedir por la familia, para tener un diálogo más íntimo con Dios —miró hacia arriba —. Te pones en posición como de hacer planchas —se agachó poniendo sus codos como protección de la cara —, te estiras, bajas y cierras los ojos. No lo he hecho antes pero ya que dudo poder tener esta cercanía ahora y este momento tan solitario lo requiere, ¿te atreves?
—Bueno... —miré a todo sitio —está con tapiz, así que no creo mancharme.
—¿No te ensuciarías un poquito por Dios?
—No lo sé, Gabriel —intenté agacharme de manera delicada —, ¿y tú?
—Claro que sí —se arrodilló, se persignó y poco a poco bajó su cuerpo —. Es como hacer un slim.
—¿Qué es un slim? —pregunté colocándome en la misma posición de él.
—Es para tener el vientre duro —cerró sus ojos —. Recuerda, no funciona si no te lo crees, si no tienes fe.
Asentí y cerrando los ojos comencé a pensar en todo lo que me había dicho Gabriel: en las personas malas y buenas, en mi familia y en mis amigos, en las cosas que quiero y tengo, en los días que viví sin agradecer, en situaciones en las que me he sentido ridícula o me ridiculizaron, en cuando humillé y fui humillada, en Ariel, en todos aquellos que sin ser mis amigos eran cercanos a mí.
Creía que estaba loca, pero sentía música reflexiva cuando hablaba en mi mente y simulaba conversar con alguien, era un diálogo íntimo como había dicho Gabriel...un ente al que le podías decir todo sin filtros, sin ocultar nada, que aunque lo supiera prefería que yo misma se lo diga. Llegó un momento en el que lágrimas cayeron por mis mejillas y sentía que era momento de volver al mundo real, giré mi cabeza para ver cómo estaba Mercer y no lo encontré, descubrí que la música no era de mi cabeza, era lo que su corazón sentía e interpretaba: algo suave pero triste.
Me acerqué de manera silenciosa y coloqué mi mano sobre su hombro derecho. Él volteó de inmediato con susto.
—Creí que necesitabas música para reflexionar —sonrió con la mitad de sus labios.
—Transmites lo que sientes, y no me gusta. La música sí, tus sentimientos no, ¿qué es lo que te aqueja?
—No me gusta hablar de eso.
—Por cierto, ¿qué hora es?
—Casi las doce —observó su reloj —. Antes de que te vayas, toma tu gorro —lo lanzó hacia mis manos —y creo que me debes "algo" por la incomodidad.
—Oh, Gabriel —respondí indignada —no soy esa clase de chica.
—Eso no —colocó sus ojos en blanco —verás, estamos noviembre y...
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