Analepsis
—¿No has pensado en la muerte?
—Bueno, sí —sequé el sudor de mi frente —, ahora pienso que moriré, también pienso en que la universidad me hará morir, ya sabes eso de adelantar cursos en verano es loco.
—¿Por qué haces eso? —preguntó León dudoso.
—Mi papá —suspiré —quiere que acabe mis dos carreras en menos de cinco años —reí, estaba agitado.
—Ah, ya veo —revisó mi cartilla —. Menos charla, más ejercicio.
—También pienso que tú me matarás —reí con sarcasmo.
León frunció el ceño y me volteó los ojos. No debía quejarme, era cierto, la rutina estaba establecida para que no muera de un infarto, tenía un poco de físico solo por eso sobrevivía.
León era atento, siempre he admirado eso de las personas, espero algún día ser así.
—Hoy es sábado —asentí —te esfuerzas mucho todos los días, de vez en cuando deberías darte un descanso —apretó mis hombros —. ¿Quieres salir más tarde?
Salir con León, bueno...éramos amigos después de todo.
—Me encantaría salir contigo pero...
—¿Pero? —se extrañó, seguro pensaría que sólo era una excusa.
—Mi padre trabaja con un tipo, ese tipo tiene un crío...de aproximadamente ocho o nueve años, la verdad no lo sé.
—¿Y eso que tiene que ver? —me miró fijamente a los ojos tomando mi barbilla.
—Tengo que cuidarlo porque hoy hay una junta importante sobre la empresa.
León asintió y comprendió, también me gustaba eso de la gente: la comprensión.
—Tienes suerte de que adore a los niños, ¿crees que pueda acompañarte? —sonrió.
—Ah —estaba sin palabras, ¿sí o no? —, no creo que haya ningún problema —tragué saliva, después de todo está bien establecer este tipo de lazos si vamos a compartir un año de ejercicio juntos —hoy a las seis.
—¿Cuál es tu dirección?
—¿Qué tal si me das tu número y cuando llegue a mi casa te lo envío por un mensaje?
León asintió.
Antes de irme, León me dio su número, no sé pero eso me alegraba. Me sentía la persona más feliz del mundo.
Mi padre siempre decía que el hacer ejercicio te hacía una persona más alegre, no sé si era el ejercicio o era mi amistad con León, daba igual, me encantaba salir siempre con una sonrisa.
Estaba inquieto, no sé si por el niño o por León, nunca sabía nada, siempre he creído que me faltaba vivir más, mi mente tenía más contenido intelectual que experiencias.
Tengo dieciocho años y no he hecho nada bueno por mi vida, quizá León arreglaría eso, es mayor...tiene más experiencia en todo, tiene más todo.
Me puse lo más cómodo posible, no solo por León sino porque el niño ese era un mundo, era muy raro.
La puerta de mi casa se abrió, era mi padre con el niño en brazos, era insoportable.
Siempre me daba las mismas advertencias.
No dejarlo solo, no darle mucho dulce, no ver televisión, alejarlo de la tecnología, hacer que haga ejercicios mentales o que pinte algo. Si yo creía que a mí me educaron de una forma extraña, ¿qué podría decir del niño?
El niño fue hacia la mesa de la sala, se sentó en la alfombra y comenzó a sacar las piezas de una caja de bloques.
Niño extraño, lo raro de él es que nunca leía las instrucciones.
Le quité todas las piezas para que le escuchara, tenía unos profundos y hermosos ojos azules, de seguro se le oscurecerían cuando crezca.
—Mira Levi, hoy vendrá un amigo —algo que también tenía que hacer era mirarlo fijamente a los ojos —quiero quedar bien así que... ¿podrías ser un niño normal? No quiero espantar a mi amigo, prometo darte un dulce, ¿qué opinas pequeño?
Otra cosa extraña del niño era que nunca hablaba, al menos no hablaba conmigo.
Como no sabía su nombre después de tantos años, le decía Levi, porque su cabello era rojo como la marca de los jeans, todos en mi familia le decíamos Levi porque además de tener el cabello rojo, decían que era inteligente como un matemático que se apellidaba así.
Él extendió sus manos en forma de pedir algo, quería el dulce.
Nos quedamos sentados en el sillón a comer chocolate, aún no dejaba ese tipo de vicio y estaba influenciando a un niño en esto.
—¿Qué amigo? —Levi preguntó después de meterse todo el chocolate en la boca.
—Me sorprende que hables, niño —hice lo mismo que él.
—Nunca hablo.
—Lo sé —respondí seco.
Había pasado demasiado tiempo y aún León no llegaba, no lo entendía...habíamos quedado temprano.
El niño de los ojos azules me observaba extrañado mientras intentaba sacar lo último de chocolate del empaque.
Se daba cuenta de todo, podía admitir que era como un perro. No en el sentido de obediencia, era muy rebelde; sino en el sentido de que con solo sentirte, tenerte cerca y verte sabía que algo te pasaba. En mi pasaba la angustia, la impaciencia, la inquietud...todo caía como un balde de agua fría sobre mí.
El pelirrojo tomó mi mano, que por cierto estaba temblando, y con un solo tacto me brindó la seguridad que necesitaba.
—¿Estás así porque es el único amigo que tienes? ¿No quieres quedar mal? —preguntó inocentemente.
—No es cierto—repliqué —tengo —dudé por un segundo —muchos amigos.
Levi comenzó a reír exageradamente mientras negaba con su cabeza, este niño era un desgraciado.
Minutos después alguien llamó a la puerta, obviamente era León...
Me paré casi saltando del sillón en dirección a la puerta de entrada. León era una persona extremadamente linda, atento, sonriente, dulce.
Lo dejé pasar y Levi se le quedó mirando.
—Hola, pequeño —dijo León, revolviendo el cabello del niño —¿Cuál es tu nombre? —se agachó para estar a su altura.
El niño lo miró a él, me miró a mí, se miró a él mismo. Nos quedamos callados mucho tiempo.
—Me gusta cuando callas porque estás como ausente —dijo el niño antes de correr.
—Es complicado —intenté explicarle a León —una de las reglas es no dejarlo solo así que debemos buscarlo.
Él asintió.
Le dije que yo ya sabía en dónde encontrarlo, en realidad era muy obvio...su mente era complicada pero eso no aseguraba que sus acciones lo fueran, eran simples y vagas, predecibles como le dicen algunas personas.
Subimos las escaleras hacia mi habitación, abrí la puerta y ahí estaba el niño, recostado en mi cama, mirando al horizonte.
—No me gusta mi nombre porque en mi escuela dicen que es de chica —dijo Levi sin mirarnos.
León me miró riendo y con los ojos me dio a entender que los niños muchas veces son sensibles y que hacen drama de todo, pero no conocía a Levi...
Nos sentamos a su lado.
—No entiendo qué problema tiene tener un nombre unisex —hizo que el niño se sentara —es decir, no porque mi nombre sea León significa que soy un animal, creo que todos debemos amar todo lo que tenemos por obra del tiempo, cada uno de nosotros es especial de cualquier manera: especial en lo pequeño, especial en lo grande, especial en cualquier cantidad, lo cual no significa que se deje de serlo; quiérete cómo eres porque solo tú tienes el poder de darte el amor que necesites, y porque —lo observó directamente a los ojos, el contraste de colores era increíble —si es que tú no te quieres a ti mismo, nadie lo hará por ti: respétate, quiérete y, sobretodo, ámate. ¿No te gusta tu nombre? Créeme que tus padres lo pensaron muy bien y siempre hay una razón para todo —suspiró —. ¿Cuál es tu nombre?, seguro es tan hermoso como tu mirada.
El niño rió dulcemente negando con su cabeza, hasta a mí me conmovieron sus palabras.
—Solo si ustedes lo adivinan —nos señaló.
—Taylor —solté sin pensar.
Negó.
—Leslie —lanzó León.
Negó. Que difícil era esto.
—Noah.
—Ay, no —puso cara de asco —. Ni si quiera menciones ese nombre —rio el niño.
—Sam.
Negó.
—Ariel —susurré.
Al mencionarlo, los ojos del niño se iluminaron tanto que parecían dos estrellas destellando en la noche.
Creo que tenía mucho sentido para mí, su cabello rojo, sus ojos azules, su tez perfectamente pálida, este niño sería un Adonis de grande.
—Pensé que León lo adivinaría primero.
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