6

Esa misma noche, luego de haber llenado el refrigerador, hicimos un brindis. Sí, maldito Gabriel ebrio que me arrastraba hacia el grandioso mundo de la fermentación.

—¿Y crees que voy a pasar? —pregunté luego de beber un sorbo del vino blanco.

—Mira, Ariel —hizo que nos sentáramos en un sofá un poco antiguo —, no quiero que te confíes, pero tampoco quiero que no tengas confianza en ti mismo. Sé que toda tu familia te ha andado diciendo que sí...que sí la das, y quizá te parezca estúpido lo que te voy a decir en estos instantes, sin embargo, quiero que me escuches porque para mí es importante.

Guardé silencio y esperé a que hablara acomodándome sobre el sillón para ver sus perfectos ojos cafés.

—Si está en el plan de Dios nada es imposible —aseguró —y no me mires con esa cara, si te concede esa satisfacción por todo el esfuerzo que he visto que le has puesto a este examen...pues bien por ti y por mí y por todos, a seguir adelante; pero si no te lo concede, no quiero que te pongas mal porque es una lección, un obstáculo que debes superar como lo maduro y fuerte que eres en esa clase de situaciones, demuéstrale que no puede contigo...que tú eres lo suficientemente fuerte para lidiar con esos problemas, con la frustración, con la tristeza y con la ira —tomó mi rostro con las dos manos —demuéstrale el porqué de mi gran aprecio y amor hacia ti, no te derrumbes, y como te dije en la primera situación: a seguir adelante.

Con sus dedos pulgares, secó las lágrimas que se desplazaban por mis mejillas, besó mi rostro e intentó sonreír y hacerse el fuerte como siempre, para sostenerme y decirme que yo no estaba solo en esta clase de circunstancias.

—Te amo, Gabriel Mercer. Te adoro.

—¿Cuándo dejarás de llamarme "Gabriel Mercer"? ¿Cuándo me dirás solo Gabriel?

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