5

Ya eran unos cuantos días que dormía junto a Gabriel, que por la intensa humedad de la capital me levantaba a las tres de la mañana y recorría todo el dúplex, que me pegaba a su cuerpo por todo el sudor que emitíamos a pesar de la ausencia de mantas al dormir.

Era el día, el estómago se me revolvía y en lo único que podía pensar era en el jodido examen, en si estaría difícil, en si sería el orgullo de la familia o su más grande decepción.

Bajé a la cocina a beber un vaso de agua fría y este se resbaló de mis manos al sentir una mano en mi hombro, era Gabriel, de nuevo.

—Pensé que... —dijo adormitado —te habías ido para siempre, acabo de soñar eso.

—Odio que no hagas ruido al caminar —reclamé —, deja, yo lo limpio.

—Dicen que es buena suerte, o creo que eso solo sucede con las copas —levantó los hombros y empezó a ayudarme a levantar los pedazos grandes.

Asentí y extendía la bolsa para colocar los pedazos de vidrio roto desparramados por el suelo.

Al volver a la cama, no dejaba de abrazarme, no le importaba mi cuerpo acalorado, le llegaba altamente la asquerosidad del sudor sobre mí.

—Gabriel —lo empujé un poco —, ¿qué soñaste?

—Que te ibas —respondió con los ojos cerrados —. He notado que en estos últimos días te paras a la misma hora a beber agua o a ir al baño.

—Es que no soporto mi cuerpo, no soporto la humedad.

—Te vas a acostumbrar —acarició mi cuello con su nariz —, ya verás.

Cedía con facilidad ante sus caricias y sus intentos de hacerme reír con ellas, sus frágiles manos tomaban el control de mi cuerpo en medio de la madrugada.

Su respiración en mi cabello me volvía loco, más porque Gabriel varias veces me había mencionado que le encantaba lo bien que olía mi cabello, inspiraba y suspiraba, ¿eso era amor?

Cerré mis ojos y al abrirlos de nuevo, como si el tiempo se hubiera detenido, ya eran las seis de la mañana, hora exacta para alistarme con calma y llegar puntual a la universidad para rendir el examen de una vez por todas.

Gabriel ya no estaba a mi lado como en los días anteriores por la mañana, él se iba directamente a la cocina a ver cómo podíamos sobrevivir día a día, qué platillo extravagante inventaría para que nunca me aburra de él, qué novedad vería en el desayuno...

—Buenos días —me saludaba con una gran sonrisa y levantaba una de las sillas para que pudiera sentarme con comodidad.

—Buenos días...larga madrugada, ¿no?

—Sí —dudó —, barrí el suelo mil veces para asegurarme de que no existieran restos de vidrio roto por ahí.

—Discúlpame, soy un tonto.

Negó con la cabeza y sirvió el desayuno, después de darle fin, era hora del aseo personal. Gabriel y yo nos dirigimos directamente a la ducha y como si no importara...nos deshicimos lo más rápido posible de las prendas que usábamos para dormir; ya en la ducha, me relajaba con su cuerpo, con mirar su abdomen no tan descuidado y su rostro lleno de amor hacia mí. El agua fría caía hacia nosotros como la lluvia, nos empapaba enteros y eso permitía un mayor enjuague.

Todo el camino a la universidad no nos dirigimos ni una palabra, este era uno de esos momentos en los que escuchabas el sonido del silencio, en los que este hablaba más que yo y mi gran boca.

—No olvides lo que te dije —susurró a mi oído antes de despedirse —, estaré por aquí rondando...pero mira, cuando salgas nuestro punto de encuentro será cerca de ese árbol con flores moradas del parque, ¿queda?

Asentí y me despedí de él con un beso, hace tiempo Gabriel se habría enojado si lo besaba en público, y ahora...ahora solo se sorprendía y sonreía sin una respuesta lógica.

Entré con mis documentos y pasé miles de controladores de metales, antes de entrar a mi respectiva clase observé a todos los que iban a rendir examen también, a toda mi maldita competencia. Y cuando me senté solo esperé menos de cinco minutos para que repartieran el examen, den las indicaciones respectivas y luego recién le dé comienzo a esta tonta prueba.

Omití todo lo de física, química y matemática; y continué con lo demás, encontré la pregunta de Kafka que venía en todos los exámenes y en ese momento agradecí que Gabriel Mercer haya estudiado aquí y me ame tanto para decirme una de las tantas preguntas. Al haber completado la mitad del tiempo del examen, solo me faltaba lo que no sabía y con mis pocos conocimientos básicos acerca de esos temas intenté resolver los problemas de matemáticas, sumando con mis dedos y dividiendo con la tabla de multiplicar al costado que había escrito para ayudarme. En el caso de física y de química, no tenía ni la menor idea de cómo resolver las preguntas, con el lápiz cantaba la canción de Pinocho y elegía la alternativa en la que decía ocho; la frustración por no saber nada más que letras y ciencias me hacía temblar porque la mitad de mi examen era un chiste mal hecho y la otra mitad era de lo que sí había leído. Al finalizar oficialmente el examen, nos condujeron a escuchar una exposición de la hermosa universidad, nos hablaban maravillas: cuatro comedores, ocho bibliotecas, que era una ciudad pequeña, muchas áreas verdes...

Salí de la universidad sintiéndome mal por no haberme esforzado lo suficiente en esas áreas y encontré con la mirada a Gabriel Mercer sentado cerca del árbol con las flores moradas, peleé con la multitud de gente que estaba amontonada en la puerta de la universidad, él al verme se levantó y caminamos juntos al departamento.

—Por la cara que llevas —insinuó —, el examen estuvo horrible, ¿verdad?

—Digamos que solo resolví la mitad del examen de manera consciente —respondí.

—Suele pasar —pasó su brazo detrás de mi espalda —, me ocurrió algo similar y entré en último puesto...ya sabes lo que dicen, los últimos serán los primeros.

—¿Y el primer puesto en el examen?

—Pues... —reflexionó —creo que se retiró de la carrera y recién debe estar terminando lo que sea a lo que se haya presentado luego.

Asentí con la cabeza y extraje mi celular del bolsillo de Gabriel Mercer, tenía muchos mensajes de mi familia y eso solo me causaba más melancolía.

—Los ignoraré a todos hasta que vea los resultados —apagué la pantalla y lo guardé en mi bolsillo —, ¿a qué hora salen?

—En mis tiempos —comenzó diciendo Gabriel como si fuera un anciano —salían a las cuatro de la tarde.

Reí y asentí con la cabeza.

—Por supuesto —mencioné —, como eso ha pasado hace mil años.

—Pero sí ha sido un largo tiempo —aclaró —. Venga, dime qué quieres comer, sea lo que sea te lo concederé.

—¿Seguro? —pregunté sonriendo —Bueno, es que se me ha antojado algo que dudo que puedas darme...

—Yo te puedo dar todo —respondió con picardía —, ¿escuchaste? Todo lo que quieras.

—Quiero sushi.

—Algo nuevo que descubro de ti —pensó —, no tenía ni la menor idea de que te gustaba el sushi, si no te gustan los mariscos.

—¿Para qué mentirte? —seguí diciendo —Dices que a veces es bueno probar cosas nuevas.

—Así que virgen en el sushi...

Gabriel hizo una llamada y después de un momento un auto negro ya se había estacionado al frente de nuestras narices. Él abrió la puerta y subí con mis dudas tontas al vehículo.

—Hola, Chandra —saludó Gabriel con un aire de emoción.

—Buenas tardes, señor Mercer —respondió la chica que conducía.

—Ya te dije que no me digas así —volteó los ojos —, dime Gabriel, nada más Gabriel. Por cierto, te presento a Ariel, ¿recuerdas que te hablé de él? Bueno, quiero que nos lleves a comer sushi, por favor.

—¿Comida rápida o...

—No, no —negó rotundamente —. Llévame ahí —le enseñó el mapa de su teléfono y ella asintió.

—Al joven Mercer le gustaba ir a ese lugar —comentó ella.

—¿Joven? —pregunté yo.

—Es que ella antes era la asistente de Ezra —aclaró Gabriel —, ¿te acuerdas de Ezra, Ariel?

Asentí con la cabeza. Claro que me acordaba de ese imbécil, el primo de Gabriel que tenía la misma edad que yo, el que quería estudiar algo de administración o de negocios internacionales. El chico delgado y alto de cabello negro con ojos de Gabriel Mercer, ¿cómo olvidarlo?

Intenté recordar todo lo sucedido ese día, y esa pinta de arrogancia del pequeño primo de Gabriel hacía que sonría y ría por lo divertido, ridículo y penoso que era. Chandra, a través del espejo me miraba sonreír y ella me devolvía la sonrisa, después de todo...pensábamos casi lo mismo.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Gabriel al notar nuestras expresiones.

—¿En serio estuviste con Ezra, Chandra? —pregunté yo ignorando a Gabriel —¿Por cuánto tiempo soportaste a ese tonto?

Se notaba que Chandra me tenía más confianza a mí que a Gabriel Mercer, y apostaba a que le tuvo más confianza a Celeste, la mirada de Chandra al hablarme era muy distinta a la que ponía cada vez que le respondía algo a Gabriel. Él solo nos escuchaba hablar de su primo y no opinaba nada al respecto. Y ella...ella solo contaba experiencias desastrosas por las que había pasado gracias a Ezra Mercer. Le tenía que llevar las tareas que se olvidaba en casa, lo tenía que recoger de las fiestas arrastrándolo porque no podía pararse, a veces lo recogía de hoteles clandestinos y él no tenía ni idea de por qué estaba ahí.

—Anda —dijo por fin Gabriel —, debes admitir que en mi familia son unos tiranos, aprovechadores, abusivos, ¿verdad, Chandra? —preguntó tranquilo —No te preocupes, he pasado casi por lo mismo que tú...mi familia es tan horrible que tuve que comer con los mendigos varios días porque ellos no se dignaban a recibirme. Ah, y mi familia es tan pero tan horrible que no me quisieron asignar a Phil, así que entre todas te elegí a ti, Chandra; no quisieron asignarme a un hombre porque soy gay, ¿te das cuenta lo horrible que es mi familia aunque ya tenga la edad suficiente para hacer mis cosas solo?

Los dos nos quedamos callados por un largo tiempo y solo nos dirigíamos miradas de miedo, a veces Gabriel Mercer inculcaba el miedo que toda su familia transmitía...era algo que no le podías quitar a su mirada: la fuerza, el sarcasmo, el miedo.

—¿Por qué me miras así? —preguntó él mientras veía a través de la ventana.

—Los únicos mariscos que me gustan son los langostinos —aclaré.

Él asintió y los tres guardamos un silencio incómodo hasta el restaurante.

Al llegar, Gabriel Mercer se sentía más animado, el ambiente oscuro y clásico determinaba nuevas circunstancias en su manera de actuar. Su sonrisa era muy carismática y su andar rápido nos conducía a una mesa alejada de los demás.

Me senté primero esperando a que Gabriel haga lo mismo, sin embargo, se mantuvo parado observando a Chandra, quien se encontraba en la misma posición.

—Toma asiento —le indicó.

—Normalmente no debería...

—Ah —suspiró interrumpiéndola —, Chandra...dime qué haré contigo —hizo una mueca —. Se supone que debes cumplir con mis órdenes, si realizabas las tareas tan extrañas que mis familiares te encomendaron...entonces te ordeno a sentarte y a almorzar con Ariel y conmigo.

Cuando pasó la tensión, comimos con tranquilidad. Fue la primera vez que comía pez por mi propia voluntad y no lo sentí asqueroso, ni repugnante, ni horrible, no sentía que quería desmayarme y tirarlo de una vez.

Mi mirada no se despegaba del teléfono de Gabriel, tenía una ansiedad horrible por saber la hora y ver los resultados del examen. El corazón me palpitaba por la tranquilidad con la que comían, me desesperaba, necesitaba verlos, necesitaba saberlo. Cuando sabes que has logrado tu meta o has fracasado es imposible quitártelo de la mente hasta que lo compruebes con tus propios sentidos, y sí, yo me sentía horrible porque un día anterior tenía los dos libros gigantes en mi cabeza y al siguiente desaparecieron por arte de magia.

Gabriel notaba mi actitud inquieta, guardó su celular en uno de los bolsillos de su pantalón y siguió comiendo.

—Disculpa —susurró.

—¿Por qué?

—No pensé que te molestara que colocara mi celular en la mesa justo a la hora del almuerzo —levantó los hombros —. No quiero que pienses que soy un adicto —acarició mi mano —, eso es lo que hacen los adictos —aclaró.

Volteé la mirada y reí para mí mismo.

—Gabriel Mercer —reí de nuevo negando con la cabeza —, solo quiero saber la hora para revisar los resultados, eso me inquieta tanto.

Sacó su celular y negó con la cabeza al prenderlo sin dejarme ver la hora.

—Aún no —dijo tranquilo —, pero te avisaré cuando sea el momento.

Por supuesto que lo haría, y, claro, por el momento solo intentaba distraerme para disipar mi ansiedad, para tenerme distraído y tranquilo hasta llegar al extremo de olvidar el motivo por el cuál no podía disfrutar de nada.

Estuve en silencio a partir de ese momento, evitaba perturbar a Gabriel con mi imprudencia, pero justificándolo solo quería ver los resultados y era una manera efectiva de controlarme emocionalmente.

Llegamos tarde al departamento por el tráfico, ya estaba lo suficientemente oscuro como para ver las pocas estrellas que quedaban en el cielo y yo aún no sabía qué hora era y todo por la maldita seguridad del examen.

Corrí hacia la habitación principal y abrí todos los cajones para buscar la laptop de Gabriel, buscaba y buscaba entre los cables y demás cosas, pero no tenía éxito.

—No está ahí —aclaró posicionándose detrás de mí —. La escondí porque suponía que harías eso.

—Deja de torturarme —intenté zafármelo de encima.

—Haciendo pucheros no harás que publiquen los resultados más rápido —me retuvo tomándome por el antebrazo —, ¿realmente quieres pelear conmigo por una tontería? ¿Por algo tan banal? ¿De verdad quieres enojarte con mi persona por algo que no viene al caso? Solo es un examen, Ariel, no tengas tanta ansiedad.

—Solo quiero ver si ya están los resultados, no quiero pelear contigo.

Suspiró porque siempre terminaba haciendo lo que yo quería, y de un cajón que no había notado antes extrajo la máquina delgada y ploma.

Presionó el botón de nitro para buscar la universidad en el navegador y los resultados brotaron en menos de un segundo, arrastró el ratón hacia la primera página, ingresó mi código de postulante y la página cargó hasta mostrar un "error" gigante en la pantalla.

—¿Y eso qué significa? —pregunté hundiendo mi cabeza en su hombro.

—Que aún no, o que se ha saturado la página...pero es muy temprano, dudo que los hayan colgado.

—Sigue distrayéndome, por favor —supliqué.

—¿Y si vemos un poco de televisión?

Asentí con la cabeza y él tomó el control remoto para encenderla. En la pantalla solo había noticias del gran examen que se había rendido el día de hoy, rápidamente él cambió de canal y no había ninguna diferencia respecto a la temática de noticias.

—Debe ser porque aún no nos instalaron el cable —se disculpó —. ¿Y si jugamos un juego de mesa? ¿Quieres comer algo? ¿Salir? ¿Pelear con almohadas? ¿Quieres golpearme para desquitarte y liberarte de la ira que tu cuerpo ha acumulado?

—El único que tienes es Monopolio. Si comiera ahora solo sería por ansiedad. Está muy oscuro como para salir. No sé si pueda golpearte con esa almohada de bambú sin noquearte a la primera y no creo que los golpes calmen mi espíritu agresivo consumido por la desesperación.

—Buen punto...

—¿Y si nos besamos hasta perder el control?

—¿Quieres eso? —preguntó observándome con su mirada inocente.

—¿Tú quieres eso?

Pensó remojando sus labios en saliva, luego, acercándose plantó un beso suave en mi mejilla.

—Tengo calor —dijo para alejarse de mí —, ¿tú no?

—Sí...creo que tienes razón —asentí con una sonrisa coqueta —, la humedad de aquí es insoportable.

Bajé la cremallera de mi pantalón y me lo intenté quitar con dificultad.

—¿Qué haces? —preguntó curioso.

—Pues...hace calor y usar pantalón ahora me resulta muy incómodo debido a que siento que se me ha pegado.

—Sé qué intentas hacer —rio —, no funcionará porque al igual que tú, yo también estoy inquieto. ¿Reviso de nuevo?

—Sí, por favor.

Le dio actualizar a la página, pulsó el icono de retroceso y la página cargó de manera diferente, no dejaba buscar por código, solo por carrera.

—Creo que ya los subieron —indicó.

Gabriel buscó mi carrera entre las tantas que había, efectivamente, los resultados ya estaban ahí. Quince páginas llenas de nombres, estaban los que habían alcanzado una vacante y los que no mezclados entre todos esos números.

—Morriell —balbuceaba y leía los nombres de la página diez, cambiaba de página porque no hallaba la letra M —. Mo... —leía y buscaba con su dedo —Morriell —dijo con seguridad.

Arrastró la barra para ver si en el cuadro que indicaba la condición decía "alcanzó vacante", pero no, el cuadro estaba completamente vacío, estábamos sin palabras.

—¿Cuántas vacantes había?

—Creo que treinta y uno —respondí con la misma seriedad de su pregunta.

—Eres puesto treinta y dos.

Rápidamente, Gabriel buscó a la última persona que había alcanzado vacante, y mientras su puntaje era 41.09, el mío era 41.06, "casi" repetía en mi mente.

—¿Qué tal si solo... —cubrí mis ojos para evitar derrumbarme —vamos a la habitación y vemos alguna serie o comemos algo?

—¿Y qué tal si comemos algo de películas? —esperó a mi respuesta —Siempre que alguien se siente triste en las películas come un litro de helado —comentó —, ¿fresa o chocolate?

—¿Pueden ser los dos?

—Romperíamos con esa típica tradición —volteó los ojos —, con el "protocolo", pero está bien, seamos distintos, innovemos.

Intenté no sentirme triste y subí las gradas hasta la habitación. Mi celular no paraba de vibrar y yo solo quería morirme de un coma diabético o de hipotermia, quería saber qué tan miserable podía ser la vida de alguien para que le falten cero punto tres puntos para alcanzar una vacante en una maldita universidad. Y mientras más vibraba mi celular, mientras más me molestaban mis conocidos con su: "¿qué tal el examen?", más me derrumbaba yo, más perdía el control de mis emociones, la depresión inundaba más mi cabeza y hacía que las ideas dejen de ser claras para mí, más sentía como mi vida se destruía y caía en las garras de perder un año completo...del miedo al fracaso.

Gabriel Mercer abrió la puerta de la habitación minutos después, sosteniendo los dos litros de helado y dos cucharas gigantes para sacarlo sin mucha dificultad.

—¿No vas a contestar? —preguntó tomando mi celular con las dos manos.

Y no sabía cómo decirle que no, que quería mandar al demonio a todo el mundo.

—Es Giovanni —insistió.

—¿Crees que lo sepa?

—Ya veremos —dijo apretando el botón verde de la llamada —, lo pondré en altavoz —susurró.

—Hola, Ariel —se notaban los matices de emoción en la voz de Giovanni.

—Hey, hola —respondió Gabriel —. Ariel se fue al baño y como vi que eras tú quien llamaba decidí contestar, ¿qué pasó? Te noto emotivo.

—Oh... —respondió angustiado —entonces creo que llamaré más tarde, ¿puede ser dentro de diez minutos?

—No lo creo —respondió seguro —, Ariel y yo fuimos a comer sushi y creo que le afectó el pescado, está muy mal...pero lo que sea que quieras decirle me lo puedes decir a mí, yo le paso el dato, después de todo nosotros también somos amigos.

—Tienes razón —la emoción regresó a su voz —, es que ya salieron los resultados del examen de la universidad...

—¿En serio? —preguntó con un tono de hipocresía mezclado con sorpresa —No lo sabía, es decir, sí, lo olvidé por completo, qué estúpido soy... ¿qué decías?

—Los revisé hace un momento —su respiración cada vez aceleraba —y me di cuenta de que al costado de mi nombre decía que alcancé una vacante.

—No te sientas mal, cariño —susurró para mí —. Quizá se presentó a una carrera fácil, una sin postulantes —tosió un poco —. ¿Y a qué carrera te presentaste? —recobró el tono de persona a la que le interesa.

—Medicina humana.

—Mierda —susurré.

—Me alegra bastante de tu parte —Gabriel intentaba no mostrar sentimientos negativos en su voz —, qué bueno, es fantástico.

—Sí que lo es...Celeste también ingresó conmigo a medicina humana, creo que estudiaremos juntos. Ariel también postuló a la universidad, ¿verdad?

—Sí, claro, pero no lo hemos revisado aún.

—Estoy seguro de que alcanzó una vacante, me alegra estar con mis dos amigos en la misma universidad —suspiró contento —. Fue un honor hablar contigo, Mercer, mándale mis saludos a Ariel, ya sabes un fuerte abrazo de felicitaciones.

—¿Cómo no?, adiós...

Tomé la almohada más cercana y la pegué a mi rostro, quería gritar, quería destruir la almohada, quería pensar que era cualquier persona e imaginar que le destruía los huesos de tanta presión, quería explotar, pero no, no quería hacerlo en frente de Gabriel.

Gabriel forzaba la apertura del helado como alguien furioso y desconcertado, jalaba la tapa y no tenía éxito en abrirlo.

—Probablemente crees que solo te afecta a ti todo esto —dijo con calma —, pero no sabes cómo me siento yo, tengo tanta impotencia...tanta que no puedo abrir un estúpido helado.

—Deja, yo lo abro —arrebaté el envase de sus manos y saqué el envoltorio que impedía abrirlo —. Dicen que más vale astucia que fuerza...

—No puedo creer que ese imbécil haya ingresado y tú no. Tú eres mucho más inteligente que él, tú eres una maravilla de una persona, tú eres...Ariel: el amor de mi vida, el más hábil, el más todo y lo superas por mil en todas las aptitudes que corresponden a la carrera que elegiste.

—Como te seguía diciendo —abrí el otro envase de helado —, la astucia vale mucho más que toda esa inteligencia que dices que tengo, digamos que la inteligencia es la fuerza y no necesariamente el ser inteligente te hace ser astuto. Además —continúe —, habría sido un mal psicólogo...

—No sé por qué me duele tanto —metió una cuchara de helado a su boca —y no sé por qué putas te lo tomas con tanta calma.

—No es eso —me recosté en su hombro —, ¿de qué me sirve enojarme o entristecerme? No cambio el pasado de esa manera, y tú dices que las cosas pasan por algo.

—No sé el motivo de esto.

—Me derrumbo por dentro —tragué saliva —, me estoy destruyendo, Gabriel; pero de nada sirve bajarme la moral más de lo que está pensando y pensando en algo que claramente no me hace bien, y es obvio que a ti tampoco te hace bien.

—Está bien, supongamos que sí, que las cosas pasan por algo —conversó tranquilamente —, ¿cuál sería tu plan B?

—Quizá mañana lo descubra.

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