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—¿Sabías que eres un hipócrita de mierda? —pregunté riéndome.

—Ay, Ariel —sonrió —. Realmente te falta conocer mucho de mí. Sí, soy un hipócrita de mierda, miento muchas veces y finjo estabilidad ante la sociedad para no lucir vulnerable.

—Qué oscuro —respondí dudando —. ¿Y conmigo eres hipócrita? ¿También me mientes? ¿También finges conmigo?

Bajó la mirada y mordiendo su labio inferior me tomó de las dos manos, me miró a los ojos y se acercó lo suficiente a mí para que vea su perfecta mirada color caramelo.

—Claro que no —parpadeó rápido —, a ti no te tengo que engañar porque ya me amas, y supongo que así descubras cosas horribles sobre mí...igual seguirías a mi lado. Por cierto, ¿ya pensaste en tu plan B?

Asentí con la cabeza y me dirigí hacia el ropero, saqué el primer peluche que Gabriel me regaló y se lo entregué.

—Vas a ser un... ¿oso?

—No, tonto —volteé los ojos —. Estuve averiguando en institutos mientras tú dormías...y quiero ser barista, todo el estudio dura tres meses —aclaré —, sin embargo, no solo quiero eso, vi que en el mismo instituto puedes llegar a ser panadero, lo cual dura seis meses...en total nueve. Y también vi que puedes terminar siendo barman, eso dura un año, y quizá si me animo puedo estudiar cocina, eso más bien...dura tres años.

—¿Es lo que quieres? —preguntó con seriedad, sus ojos no parecían convencidos.

—Sí, es lo que quiero.

—Si tú eres feliz...yo lo soy, y qué mejor que quieras estudiar algo, aunque tenga que ver con la comida —dudó —, quiero decir...es excelente, me alegra.

—¿Y qué harás tú?

—¿Yo? —miró al techo —Planeaba trabajar en un despacho, ya sabes...abogados, quizá no esté tan oxidado. Y también tomar más protagonismo en eso de los hoteles, llegar a más...no lo sé, Ariel, todavía faltan muchas cosas, tengo que estabilizarme...adaptarme.

—No he visto que tengas un traje elegante para trabajar en un despacho —di vueltas alrededor de la cama.

—Tienes razón, deberíamos ir en busca de un traje lindo —asintió —, ¿qué color crees que me quede mejor? ¿Negro? ¿Azul? ¿Marrón?

—Salgamos y averigüémoslo.

A las doce en punto decidimos salir por su traje, yo porque quería distraerme y olvidarme de todo lo que había sucedido el día anterior, y él...la verdad era que no sabía el porqué de la compañía de Gabriel Mercer, de lo que sí estaba seguro era de que no era solo por su traje, después de tanta presión y tantas emociones a cualquiera le vendría bien un poco de la ciudad, una caminata en plena tarde.

Y aunque Gabriel Mercer se ocultaba de quién sabe qué con una gorra y unos lentes oscuros, me agradaba su compañía, me encantaba que siga ahí después de tantas veces que fracasé estando a su lado.

—¿Por qué no llamaste a Chandra? —estaba iniciando con mi interrogatorio de siempre.

—Porque —pensó —caminar hace que la mente se despeje, y el centro comercial más cercano está a menos de cinco cuadras.

—¿Cinco? —pregunté sorprendido —Hasta ahora no veo que acabe la cuadra, han de ser gigantes, enormes...solo veo parques y más parques, y mini gimnasios en los parques, y ardillas. Por cierto —comenté —, ¿de quién te escondes ahora? Es decir, sé que la protección solar es importante, pero pareces un personaje de Marvel intentando camuflarse.

—Tú también estás usando gorra —incriminó.

—Los lentes me parecen demasiado, sin embargo, los de aviador te quedan muy bien —pasé mi mano detrás de su espalda —, podría mirarte todo el día.

—Aquí no —de inmediato retiró mi mano de su espalda —. Mira, Ariel, sé que es la capital y que aquí deberían ser más liberales...o eso es lo que piensas —suspiró —, pero no, si ven que tú —no encontraba las palabras —, ya sabes, un hombre, demuestra afecto hacia otro hombre se reirán de nosotros o quizá hasta quieran agredirnos, aquí son horribles, en serio.

Asentí con la cabeza sin que me dirija la mirada y seguí caminando a su ritmo, aceleraba cada vez más el paso y yo ya estaba cansado de caminar tanto.

Sin darnos cuenta, habíamos llegado al monstruoso centro comercial, que era mucho más gigante de lo que esperaba. Tiendas y tiendas nos acorralaban, caminábamos rápido mientras Gabriel buscaba algo en su celular, para luego detenernos repentinamente frente a una tienda llena de trajes.

Al entrar, la señorita del mostrador no dejaba de mirarnos, al principio puso mala cara y después esta cambió mientras más nos acercábamos.

—Exactamente, ¿qué es lo que está buscando? —preguntó la señorita, quitándose los lentes y apoyándose en la pared más cercana.

—Es obvio —balbuceé.

—Un traje negro —respondió Gabriel no sin antes darme un codazo —, pero creo que los que están aquí son un poco grandes para mí.

—Sí —lo miró de pies a cabeza —. Creo que usted es...un poco —dudó —, es delgado.

—Tienen tallas universales —comenté —, ¿por qué no solo nos muestra uno talla "small" o "medium" en vez de estar aquí viendo los súper gigantes?

Ella asintió con disgusto y nos hizo una seña para seguirla hacia un rincón de la tienda en donde se encontraban los probadores.

—No puedes ser tan violento —susurró.

—Ya lo sé, pero me desespera su ineficiencia —suspiré —, si ve que estás delgado, ¿por qué no saca uno pequeño y ya?

Cubrió su boca para disminuir su risa por mis actitudes y seguimos caminando.

—Pruébese este —le indicó y por poco lo empuja al vestidor.

Suspiré de nuevo y negué con la cabeza.

—Debería atenderlo mejor —solté.

—Usted no puede...

—¿Sabe quién es Gabriel Mercer? —pregunté por curiosidad.

—Una leyenda —sonrió con sarcasmo —, ¿qué tiene que ver con mi atención a los clientes?

—Él es Gabriel Mercer —volteé los ojos —, ¿sabe cuántas influencias tiene? Él puede decir que la atención de esta tienda es pésima y las personas importantes dejarían de venir aquí —mentía y reía por dentro.

Nos quedamos en silencio hasta que Gabriel salió con el traje puesto y sus zapatillas desatadas.

—Creo que este me queda bien —sonrió y me guiñó un ojo esperando mi aprobación —. Sí, efectivamente, creo que me lo voy a llevar.

—¿Tarjeta o efectivo? —preguntó la señorita con miedo.

—Tarjeta —respondí yo.

Gabriel frunció el ceño y regresó al probador para quitarse el traje y dejar que lo empaquetaran en su respectiva bolsa o portador. No dejaba de mirarme haciendo muecas de estar pensando en algo que yo había hecho.

Al salir de la tienda, él seguía mirándome despectivamente, sentía que me comía por dentro.

—¿Qué le dijiste?

—No entiendo —me hice el tonto —, ¿a qué te refieres?

—A la vendedora —respondió con seguridad —, su mirada cambió cuando salí del probador y no dejaba de mirar mi nombre en la tarjeta de crédito, ¿qué le dijiste?

—Que atendiera mejor a sus clientes —sonreí —. No me mires así, Gabriel, no nos dio la razón por varios minutos y te empujó al probador.

—Al menos me dijiste "Gabriel" —aplaudió tres veces y luego me hizo salir del centro comercial.

Caminamos hasta la puerta del centro comercial, no sabía a dónde quería llegar, qué quería hacer luego, solo lo seguía porque a veces era bueno cerrar la boca.

Pero habíamos llegado hasta el paradero de buses para el transporte público y no caminábamos más.

—¿Gabriel? ¿Haciendo uso del transporte público? —pregunté levantando una ceja.

—Sí —asintió con la cabeza —. Por eso tengo lentes oscuros y un gorro...qué raro que no me preguntes a dónde iremos.

—Tienes razón, ¿a dónde iremos? —sonreí astutamente.

Volteó los ojos y me obligó a subir al bus que se aproximaba. Nos sentamos juntos cerca de la puerta de salida y él de inmediato sacó su celular para poner el mapa y ver la ruta.

—¿A dónde vamos? —insistí.

—Al instituto en el que estudiarás —sonrió con dulzura y luego acercó la pantalla de su celular a mis ojos —. Te matricularás, te compraré el uniforme y dentro de una semana o dos asistirás a clases.

Quería besarlo, lo amaba tanto: amaba su comprensión, amaba su apoyo, amaba su sonrisa, amaba esos ojos color miel con los que me miraba con amor, amaba todo de alguien como él.

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