3
Mientras más pasaban los días, los roles se intercambiaban. Esta vez, Gabriel era quien se paraba por agua en la madrugada, y yo...el que desconfiaba de él, el que pensaba que me iba a dejar, porque él ya se había convertido en mi ambrosía.
Yo empezaba clases en un mes y Mercer ya estaba trabajando en el despacho y con su madre, lo veía menos tiempo, lo disfrutaba menos horas, y suponía que así sería en ese entonces, porque es simple, no puedes estar todo el tiempo con el amor de tu vida. Mercer tenía su espacio, uno muy privado; y yo solo quería ahogarme en él porque llegué a pensar en que no necesitaba mi espacio si él me amaba.
—Así que está raro —decía Giovanni a través del teléfono.
—Sí, me sorprende —di vueltas alrededor de la mesa —. Es decir, Mercer ya es raro, de por sí; pero ya es mucho, hay días en los que solo me mira y no me dirige ni una palabra.
—¿Y si conoció a alguien más en su trabajo?
—No, para nada —suspiré —. Aunque no lo creas, es casi imposible que se comporte así de raro cuando está enamorado.
—Pues... —tragó saliva —mi padre siempre me dijo algo "raro" sobre los abogados, bueno, no —tartamudeó —, más bien, sería "feo".
—¿Son ebrios? —pregunté asustado —Quizá alguna adicción sería la respuesta a su comportamiento singular.
—No, eso ya es una causa ambiental —respiró profundo —. Me dijo que muchas veces, algunos estaban involucrados en casos que les cuesta mucho, hasta la vida.
—¿Y tú crees que...?
—Ni idea.
—Sería horr...—observé la vista a través de la ventana enorme y al ver a Gabriel Mercer entrar al edificio colgué la llamada de inmediato.
Me senté en el sillón como si nada hubiera pasado y esperé a que el ascensor lo traiga hacia mí como todos los días.
—Llegaste temprano —dije cuando entró por la puerta principal.
—Me sentiría mal si no lo hubiera hecho justo hoy —se recostó a mi lado y sonrió como lo hacía antes de trabajar.
¿Justo hoy?, aquella pregunta rondaba por mi mente. ¿Olvidé algo? ¿Hoy? ¿Justo hoy?
—Y adivino... —volteó los ojos —lo olvidaste.
—Claro que no —respondí —, ¿cómo olvidarlo? ¿Cómo yo podría olvidar algo tan importante? —mentí con una sonrisa torcida.
—Sí lo olvidaste —suspiró, cerró los ojos y acarició sus sienes —. Un día como hoy te pedí que fueras mi novio, hace un año; el tiempo pasa rápido, ¿no?
—Discúlpame —tomé sus dos manos y planté mis labios en ellas —, te lo compensaré, lo prometo, perdóname.
Asintió con egocentrismo y luego se retiró de la sala.
—¿Te vas a enojar? —grité para que me escuchara.
—¿Te vas a quedar ahí sentado como idiota? —respondió mostrando sus ojos desde el muro más cercano —Hoy cenas conmigo, afuera. ¡Cámbiate! ¡Ponte algo lindo!
Me dirigí a la habitación con una sonrisa grande, después de todo, si Gabriel Mercer no me amara...probablemente no perdonaría mi mala memoria, ni mi insensatez, ni mis mentiras blancas.
Algo que amaba de alguien como él era entrar a la habitación y ver la ropa ya escogida para mí a los pies de la cama, amaba el estilo que le daba a mi cuerpo y a mi figura escuálida, cada que él me vestía yo no me reconocía, veía a alguien distinto en el espejo y me encantaba, me fascinaba.
—¿Y qué cenaremos? —pregunté mientras me acomodaba la camisa, mirándome al espejo, junto a él.
—¿Quieres que te sea honesto? —hizo una pregunta a la que no tenía que responder —Será algo tan pesado que tendrás pesadillas en la noche, pero valdrá la pena.
Carne y un buen vino, ya era obvio, a Gabriel le encantaba la carne y le gustaba más si tenía el alcohol incluido en el plan de cena.
Cuando estuvimos en el restaurante, los meseros ya sabían qué hacer. Yo me destruía por dentro, porque quizá eso era lo que atareaba tanto a Gabriel Mercer, no era ningún riesgo ni mucho menos ningún amorío, solo quería planear la cena perfecta para mí, para algo que yo ya había olvidado hace mucho.
La pasaba bien a su lado, a pesar de las miradas despectivas de varias personas que acudían al lugar, no me importaba nada con tal de tenerlo frente a mí sonriendo y riendo de mis chistes tontos.
—Ariel —movió la copa de un lado a otro —, cuando te conocí no pensé que llegaríamos tan lejos.
—Ha sido fantástico compartir mi mejor año contigo, Gabriel —tomé mi copa también.
—No, hablo en serio —negó con la cabeza —, jamás lo pensé, mi querido Ariel. Porque después de todo, ante mi gran necesidad de tenerte y tu esfuerzo por amarme, me veo obligado a decir que cualquiera en su sano juicio se podría enamorar de ti. De tu sonrisa, de tu piel casi transparente, de tus chistes intelectuales y de tu filosofía mediocre.
Me quedé sin palabras y continué devorando mi platillo. Gabriel lo había notado, no era difícil distinguir mi incomodidad ante sus palabras, quizá todavía no estaba listo para que me diga las cosas de manera oral, quizá me gustaba más que me escribiera, que me dejara notas por todo sitio, que me mandara mensajes así, no estaba listo.
—Ariel —me llamó por mi nombre para que le prestara atención.
—Dime —respondí distraído.
Y cuando pensé que me diría algo importante, solo negó con su cabeza, se había arrepentido y Gabriel Mercer nunca se arrepentía de decir algo. Sin embargo, no quería incomodarlo, tal vez no importaba, tal vez solo deliraba.
—Ariel —insistió tosiendo —, creo que estoy alucinando —lanzó una risa nerviosa —. Acabo de ver a León.
Volteé mi cabeza de manera disimulada, en una mesa cerca a la de nosotros se encontraba una pareja brindando con copas largas, el chico de cabello oscuro y ojos almendrados veía de reojo a Gabriel Mercer y la chica de cabello castaño no notaba absolutamente nada.
—Incómodo... —comenté.
—Justo hoy —suspiró con tristeza —, mierda.
Es fantasma del pasado se acercó a nuestra mesa y soltó un pedazo de servilleta en ella, la típica excusa de ir al baño había sido utilizada.
—Ariel —sostuvo la servilleta temblando —, préstame tu teléfono, por favor.
Hice lo que me pidió y él tecleó algunos números. Me entregó la servilleta y en ella se encontraba escrito un número.
—¿Te doy un consejo como amigo? —pregunté haciendo una mueca de dolor —Ignóralo, está casado.
Gabriel rió inconscientemente y me devolvió mi teléfono.
—El pasado me pone la piel de gallina —dijo más calmado —. Tiene una hija de menos de un año, la anterior vez me lo encontré en el súper...
—El fantasma del pasado —bromeé.
—Los fantasmas no existen, Ariel.
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