2

—¿Nos estás diciendo que planeemos juntos un encuentro totalmente amoroso en este departamento debido a que tú arruinaste las cosas olvidando un día especial? —preguntó Giovanni con inseguridad.

—Claro que sí —sonreí solo con los dientes.

Celeste cruzó los brazos y dio una vuelta por la sala; observó cada luz, cada ventana, cada mueble.

—¿Y qué has pensado? —preguntó ella, apoyándose en la pared más cercana y alzando una de sus cejas.

—Dado que Gabriel es muy extraño —los rodeé —, es probable que se contente con una cena romántica...ya saben, esas que tienen un florero en el centro con un par de rosas, pétalos en el piso, a oscuras, música indie, etc.

Celeste río sin hacer ruido y volteó los ojos.

—Si yo fuera Gabriel Mercer te aventaría el florero encima —bromeó Giovanni.

—Si yo fuera Gabriel Mercer te sugeriría que reproduzcas Careless whisper —comentó Celeste, mofándose de mí por dentro.

—¿Saben qué? —pregunté harto de ellos —Si yo fuera Gabriel Mercer, les aventaría el reproductor de música encima si suena una de George Michael —volteé la mirada y me senté en el mueble más cercano —. Ustedes qué sugieren, y en serio.

—Creo que está bien eso de tener el ambiente oscuro.

—Quizá con un par de velas —agregó Celeste —, pero no incendies todo, no debes ponerlas en el piso.

—Cocínale algo —continuó Giovanni —, tanto que vas a estudiar cocina... ¡cocina algo, Gastón!

Barismo —corregí.

—Mercer se fija en los detalles pequeñitos —dijo ella sentándose a mi lado —. Envíale un mensaje subliminal con la comida, ¿cuál es tu objetivo esta noche? ¿Hacer que se olvide de tu imprudencia? ¿Pasarla bien un rato? ¿Tener unas horas intensas?

Era cierto, Gabriel se fijaba en cosas extremadamente insignificantes, y de acuerdo a eso las interpretaba a su manera, reflejándola en su actitud y en las palabras que emplearía basándose en una decisión fácil, que aceptaría o negaría la proposición dada.

—Mira esto —Giovanni se acomodó en el mueble con nosotros y nos mostró la pantalla de su teléfono —, es como...no sé cómo explicarlo, pero tiene queso y está en forma de corazón. Los corazones son románticos.

—Las recetas de internet casi nunca funcionan —suspiró Celeste —, y menos si quieres que Ariel siga una.

—No soy tan inútil —reclamé —, sé hacer macarrones.

Ambos rieron negando con la cabeza.

—Tendremos un trabajo muy largo... —Giovanni mordió sus labios y juntó las palmas de sus manos.

—Demasiado largo —dijo ella poniéndose de pie y dirigiéndose a la cocina —. Sígueme Linguini, tú lavas y yo cocino...pero esto lo hiciste tú, ¿de acuerdo?

Hice lo que ella me dijo, mientras Giovanni le daba un ambiente bueno a la sala. Él ordenaba todo mi desastre y Celeste mezclaba un montón de cosas en un plato con profundidad como lo indicaba la receta. De vez en cuando ella hacía que vaya a la tienda a conseguir uno que otro ingrediente extraño que no todos tienen en la cocina, yo era el ayudante inútil de los dos, porque ellos eran los que planeaban la mayoría de nuestras reuniones privadas y se encargaban de todo eso, de la impresión que querían causar.

—¿Quieres llevártelo a la cama? —preguntó Giovanni luego de terminar con el ambiente "romántico" en la sala.

—Lo dudo —sonreí —solo quiero que hoy él disfrute de una velada increíble que no se repetirá siempre porque yo soy un poco malo en estas cosas.

¿Malo? No. Era terrible.

Tenía que terminar todo antes de las siete, eran las seis y ya no faltaba casi nada. Me emocionaba que Gabriel pudiera disfrutar de una cena hecha en casa supuestamente cocinada por mí.

—¿Y por qué se lo estás compensando?

—Pues... —recordé lo de ayer —olvidé que un día como el de ayer él me propuso la loca idea de amarnos sin fin, cenamos, vio a su ex...

—Mierda —rió Celeste —, no sabía que Gabriel Mercer tenía ex, ya sabes, oficial.

—Obviamente sí debía tener —respondió Giovanni —. ¿Crees que con esa carita...Ariel va a ser su única pareja oficial?

—Continuando con mi historia —dije ignorando sus comentarios por completo —, se mensajearon a través de mi teléfono porque Gabriel no quería tener su número...

—Imagino que eliminó los mensajes de tu teléfono —ella levantó los hombros indicando que era evidente.

—No, claro que no.

—Imagino que los revisaste para asegurarte —respondió Giovanni actuando como un manipulador.

—Por supuesto que no, confío en él —suspiré —. No tengo que revisar esos mensajes porque después de todo sé que él no me engañaría, por nada del mundo lo haría.

—Tonterías —arrebató mi teléfono de mi bolsillo —. Si los dejó ahí fue para que los revises.

Suspiré de nuevo y preferí no contradecir sus teorías tóxicas. Él subía con sus pulgares todos los mensajes de esa conversación y por su cara, concluía con que yo tenía razón, no había rastro de engaño, nada malo.

Antes de que Gabriel Mercer atravesara esa puerta, invité a mis amigos a retirarse, cambié mi ropa de indigente por una decente para la ocasión y lo esperé sentado en la cocina para ver su impresión desde ese pequeño contorno que dejaba a la vista la sala y la puerta de entrada.

A las siete, Gabriel abrió la puerta y se dio con la sorpresa: luces tenues en las paredes y pétalos esparcidos en el piso lo guiaban hacia la mesa con un vino en la parte central.

—Te dije que te lo compensaría —sonreí saliendo sigilosamente de la cocina.

Él solo se limitó a mirarme con ternura, y luego de quitarse la corbata del cuello y lanzarla por algún lugar, se sentó en el comedor a esperar lo que yo tenía preparado para él.

Para mi suerte, Celeste ya había servido los platos, gracias a eso yo no haría de los bordes de ellos un desastre y no dejaría a Gabriel esperando, porque se lo debía, era lo mínimo que podía hacer.

—¿Fue tu idea? —preguntó al ver la comida.

—Fue mi idea —asentí —, pero recibí un poquito de ayuda. Ya sabes, un día como hoy fuimos por unas malteadas.

—Un día como hoy ridiculizamos a una chica —sonrió con todos los dientes —. Cómo me encantan los finales felices.

—Cómo me encanta recordar acontecimientos cuando tú estás en ellos.

Sus mejillas se encendieron de un rojo vivo y él solo soltó risitas para disimular lo que estaba pasando.

—Está muy rico —dijo con la boca llena —, ¿tú lo hiciste?

Yo lavé los platos.

—Sí, yo lo hice —mentí de una manera convincente.

Era una de las pocas veces en las que veía a Gabriel Mercer sonreír de verdad, no por burla ni por sarcasmo, sino porque se sentía feliz. Llegué a pensar que recibir detalles así de personas inútiles era único, porque si alguien como yo hacía algo de esa magnitud...era por amor, amor del verdadero y del bueno.

Nuestras miradas se conectaban entre sí, teníamos un lazo de "electricidad" que impedía que nos separemos. Estando uno frente al otro, lograba comprender el porqué de mi amor hacia ese hombre, es decir, sí lo sabía, sin embargo, siempre existían dudas...y yo, en ese instante, en esos pequeños segundos, no dudé ni un momento; amaba a Gabriel Mercer, lo adoraba, lo quería a pesar de todo y él me correspondía de la misma forma, o eso creía yo.

Al terminar la botella de vino que coloqué a la vista para beberla sin impedimentos, Gabriel extrajo otras dos de una puerta secreta bajo la mesa. Me embriagó hasta tener acalambradas las piernas, me mareó hasta reír de todo lo que él decía, y con él no había diferencia, quería olvidar algo y no era lo que yo no recordé un día antes.

—Gabriel Mercer —pronuncié con dificultad —, hazme tuyo, quiero ser tuyo por siempre.

—Ya lo eres —tosió —, eres mi vida, mi corazón entero, abarcas la gran parte de mis pensamientos y de mis recuerdos.

Reía y no sabía por qué, si porque tenía miedo de la seriedad de la situación o si porque los borrachos siempre dicen la verdad.

—¿Qué te parece si —pensé bien mis palabras —nos vamos a la cama y acabamos esa otra botella que sostienes con tanto entusiasmo?

—Me parece excelente —mordió su labio inferior y se levantó de la mesa tendiéndome su mano para que yo también me levante —. Pero eso sí, no te voy a cargar porque si no los dos nos vamos de cara y me gusta mi nariz y la escalera.

Reí de nuevo. No sabía si lo decía de verdad o si era broma, solo reí para no pensarlo tanto.

Terminamos acariciándonos como siempre en la cama, las almohadas a un lado y las frazadas hasta un poco más arriba de nuestras cabezas.

—Hazme el amor —me pidió.

—Me estás proponiendo eso porque estás un poco mareado —negué con la cabeza —. No pienso abusar de ti ahora porque...

—No me pongas esa típica excusa de que no podemos ser versátiles —me miró con intensidad —, te aseguro que te arrepentirás si no lo haces ahora.

Asentí, respire profundo y cumplí con sus caprichos. Todo el movimiento y los jadeos me agotaron completamente, mi cuerpo ya no podía con tanto, con tanta comida y bebida, con tanta actividad física.

Lo último que recordaba de esa madrugada...se desvanecía a un simple recuerdo de Gabriel Mercer con una toalla en las caderas a punto de entrar al baño. Se reducía a algo tan vago que a veces me enojaba conmigo mismo, porque sí, me habría arrepentido de no hacerlo esa noche.

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