3-2
El domingo lo consumimos pintando la cocina de la señora Bhangarh hasta el anochecer. Solo teníamos tres pinceles así que trabajamos por turnos entre nosotras, Kolman que insistía en pintar sin música, Kadyc que se pasó casi todo el día manchando su camisa de flores e instalando equipos de música o conectando el televisor a un reproductor de viejos cds.
La señora Bhangarh encontró en su patio materiales de construcción. Yeso, pinturas, tejas, azulejos y maderas laqueadas. Así que dedujo que antes del Desvanecimiento había pensado en remodelar algunas partes de su casa. Pripyat ofreció cumplir su antiguo plan, como muestra de agradecimiento por la hospitalidad. El resto se sumó a su iniciativa. Todos se esforzaron por remodelarla, parte por parte.
Eso me convención en que, por más que fuera adusta y fría, Pripyat ella ocultaba un corazón sentimental y bondadoso que no se atrevía a compartir. Como un eclipse, su luna oscura obstruía el cálido sol que ella era en realidad.
Ebro se negó a colaborar. Dijo que no quería romperse las uñas porque, ahora que ya no recibía dinero de sus padres ni canjes por influenciar, tenía sus últimas uñas esculpidas. Nadie protesto, éramos nepentes y como solo teníamos primeras veces respetábamos mucho las últimas. Ebro ayudó con carisma y mostrando algo que había en Internet llamado memes.
Eran imágenes de series animadas, películas o cosas sin mucho sentido que daban risa. No tenía recuerdos de eso, ni información importante así que dudaba haber visto memes en mi anterior vida. Ebro insistió en que eso era imposible y no me creyó.
La señora Bhangarh ayudaba a Bassam a establecerse.
—Quiero trabajar de repartidor —me dijo cuando estaba mojando un pincel.
Asentí orgullosa de escuchar un sueño de vida:
—Repartir alimentos es algo que...
—No, repartidor de periódicos.
—Eh... qué.
Él pensaba que repartir periódicos era lo mejor del mundo, tal vez por su amor a los chismes o porque había sido su primer empleo cuando era niño y él no lo sabía aún. Ebro y Kolman dijeron que los periódicos en papel estaban en decadencia. El realismo de Kolman empatizaba mucho con el pesimismo de Ebro, así que estaban de acuerdo prácticamente en todo lo que decía el otro.
Subí cada tanto al departamento, para comprobar que Dargavs no estaba. La tercera vez que lo hice, encontré una nota. Era su letra. Él había entrado cuando todos estábamos ocupados con las paredes, el barniz y la pintura de la cocina.
Solo me dejó dos palabras:
«Ya vuelvo»
Ni siquiera había podido explicarle que solucioné el problema con su hija.
Sin embargo, me tranquilizó bastante saber que no me abandonaría, le daría el espacio y la soledad que exigía. Si tienes que arrastrar a alguien hasta tu lado, para apoyarlo, lo más probable es que esa persona no será una compañía para ti y tú no serás un apoyo. Era bueno saber que regresaría en algún día de esos. Esperaba que estuviera bien y no se emborrachara demasiado. Después de todo, podría regresar a su oficina y vivir en hoteles de otra ciudad con el dinero fraudulento o rentar un automóvil y dormir allí.
Le daría unos días más. Solo unos días.
¿Y yo? ¿Qué haría yo mientras tanto? Pripyat me estaba regalando sus últimos días ¿Por qué Dargavs no? ¿Qué hice mal? «Me abandonaste. Eres el peor amigo del mundo. Te odio tanto, tanto. Por eso no vienes a casa Darg, porque sabes que si pones un pie aquí te mataré. Te sepultaré bajo reproches o te envenenaré con la mirada, esa mirada que esquivaste por tantos días» pensé. No, no, cómo podría reprocharle algo a alguien, menos que menos a un amigo como él. Así acabaría sola ...
Pripyat saltó a mí lado. Estrujé la nota de Darg en mi puño. El papel crujió como una hoja seca que hace tiempo se cayó del árbol. Ella me estudió con preocupación:
—Estás pálida ¿Qué pasó?
—Nada.
—Mira lo que trajo Ebro. Quiero que... digo, el resto quiere que veas.
Ebro había traído de su casa una cámara instantánea que regaló como ofrenda de paz. Nos tomamos una fotografía instantánea frente a la cocina pintada. Todavía le faltaba una capa de barniz a las mesadas y los estantes, pero estaba casi completa. Las paredes eran de un rutilante color amarillo y las cortinas también.
A la noche Varosha pidió comida india, fue nuestra séptima opción, la mayoría de los restaurantes a los que llamamos estaban cerrados por falta de suministros o chefs. Decidimos que deberíamos usar el jardín para plantar hortalizas, el anciano Bassam prometió encargarse, la maestra del arte de taller cerrado de la cuadra tenía una huerta. No supimos cómo se enteró, pero estaba dispuesto a conseguir más información. Si seguíamos con vida, luego de diciembre, la huerta sería de gran ayuda. Hubo algunas lágrimas por parte de Bassam y Varosia, platicar sobre su muerte les sentaba mal.
Kadyc cambió de tema rápido. Yo también me esforcé. Dijimos algo como:
—¡Vamos a puntuar memes!
—¡Sí, eso, eso!
—Ebro, muestra algunos.
—¡Anda, Ebro!
Ebro y Kolman estaban mudos. Pripyat sonreía con dolor. Ella sacó su móvil con timidez y de la forma más incómoda y silenciosa lo colocó sobre un vaso invertido para que todos vieran la pantalla. Con el tiempo el ánimo regresó. Mostraban los memes y todos decidíamos si era gracioso o no. Incluso alzaron la voz y rieron cuando uno trataba de justificar un chiste malo. Al ser Nepentes no entendíamos la mitad de los chistes porque nos faltaban recuerdos o contexto y la otra persona de la mesa con más recuerdos era Bhangarh y vivía apartada de las cosas «en onda» como había dicho Ebro. Para Kolman todos reprobaban y para Kadyc cada uno daba risa, la suficiente como para flagelarse las piernas.
Luego, los gemelos, Pripyat y yo vimos una película que eligió Ebro, dijo que era alabada por la crítica, una joya cinematográfica, se llamaba Barbie y las doce princesas bailarinas.
Más tarde regresé con Pripyat al departamento.
El corazón me latía con bravura cada vez que estaba con ella, como un generador convierte combustible en energía, mi corazón convertía sangre en amor. Sentía que con cada latir me sonrojaba y enamoraba más.
Es que no estaba haciendo nada extraordinario, mientras subíamos la escalera reclamaba usar la ducha primero porque decía que tenía pintura amarilla entre los dedos. Pero escucharla hablar era como deleitarme con una ópera, sentía que si pudiera oír el crecimiento de las flores de primavera sonaría como ella.
Me senté sobre el alfeizar de la ventana a esperar mi turno para el baño.
Y leí otra vez la nota de Darg y otra vez y otra vez. No había mucho que memorizar, únicamente una línea, pero la convocaba a mi mente a cada rato. Su estado mental me tenía preocupada. Anhelé más que nada entender cómo funcionaba su cabeza y arreglarla.
Sentía que su mente era como un tablero de ajedrez en donde, en lugar de meter fichas en los casilleros, colocaban piezas de rompecabezas, tratando de ensamblarlas. Él estaba jugando dos juegos a la vez. Se había esforzado tanto tiempo por ser dos personas que terminó siendo ninguna.
Una mano raquítica, manchada y roja se ubicó sobre la mía y bajó la nota, lentamente, alejándola de mi campo de visión. Encontré a Pripyat preocupada... por mí.
Lo veía en sus ojos.
Me sonrió con pena y se sentó en el lado opuesto del alfeizar, tendiendo su espalda contra el marco de la ventana, como yo. Nuestras manos seguían unidas hasta que ella recuperó la nota y la leyó atentamente, por largo rato. Mientras tanto nuestros pies se tocaban, ella apoyó los suyos sobre los míos. Todo su cuerpo estaba fresco porque acababa de salir de la ducha. Su cabello naranja se le caía húmedo delante de la cara y como una cortina le ocultaba las orejas. Esperó unos segundos hasta hablar, pensaba qué decirme.
—Dargavs estará bien. Llevaba mucho tiempo huyendo de sus problemas. Es normal que en el combate tenga recaídas.
—No estaba pensando en él —mentí.
Se rio.
—Bodie —dijo con ternura, amaba que dijera mi nombre y sobre todo de esa forma—, no es debilidad preocuparte por tu único amigo...
—Tú también eres mi amiga —me anticipé a decir.
—Ja —dejó los hombros laxos y chocó su nuca contra el marco de la ventana—, sola te colocas en la friendzone, me ahorras todo el trabajo.
—Puedo escapar de la zona amigo cuando quiera —declaré valerosa.
Acaba de descubrir que no me gustaba hablar de mis sentimientos, problemas o los pensamientos enfrascados en mi mente. Prefería desviar el tema de la conversación. Tal vez por eso era amiga de Darg... y de Pripyat. Ella no dijo nada porque descubrió mis intenciones.
—Si te besara me pedirías por favor que dejáramos de ser amigas —acerté.
—No lo dudo —respondió suspirando, rendida, aceptando cambiar el tema de la conversación, pero sonriendo porque le hacía gracia lo que decíamos—, dejaríamos de ser amigas porque de seguro besas tan mal que no quiero volver a verte en la vida.
Sonreí. Admitió que éramos amigas.
—No voy a darte el privilegio de saberlo —aclaré deslizando mi culo fuera del alfeizar y yendo hasta mi cama de perro callejero.
Pripyat dejó caer sus pies, colgaban entre el suelo y la ventana. Detrás de ella se alzaba la noche, el cielo estrellado, la copa de los árboles de la plaza y los tejados del barrio que me recibió cuando no era nadie. Sobre su cabeza, como una corona celestial estaba la luna en cuarto creciente, un poco plateada, se veía igual que la aurora de un santo o la tiara de un ángel.
Miró sus piernas mecerse, apretó con sus manos el canto del alfeizar y susurró:
—Este... si Dargavs no vendrá puedes dormir conmigo —Cerró los ojos, cansada o avergonzada—. Podría soportarte por una noche más.
Me volteé y puse los brazos en jarras.
—¿Te refieres a dormir o...?
Alzó la mirada irritada, tal como esperaba, hacer que sus mejillas enrojecieran del bochorno era mi pasatiempo favorito.
—¡Dormir de dormir, Bodie, por todos los cielos!
—No es lo que esperaba —Me encogí de hombros—, pero acepto la oferta.
Pripyat revoloteó los ojos.
—Eres tan... —chasqueó la lengua— ¿Sabes qué sería una sorpresa? Enterarme que en tu otra vida fuiste una monja o algo como eso.
—Jamás privaría a las mujeres de mi soltería.
Anoté las cosas que había sentido ese día mientras ella tendía sábanas sobre el colchón colocado en el suelo y acojinaba algunos almohadones.
Dejé mi libreta sobre la mesa, apagué las luces y me acosté en la misma cama que Pripyat. Masajeé mis mejillas con la esperanza de que no enrojecieran, sería muy vergonzoso que después de tantas bromas me sonrojara con algo que hacían los niños de prescolar en pijamadas:
Dormir con una amiga.
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