1-6
Eran suburbios tranquilos. Las ventanas no tenían rejas. Me recordaban a las postales de papel donde una familia feliz posaría frente al jardín, en específico un padre, una madre, un hermano mayor y una niña, tal vez un perro, pero ninguno más.
La casa de la señora Bhangarh era como la había descripto Belchi. Pero mejor porque era real.
Se ubicaba en el medio de la cuadra, entre un supermercado de veinticuatro horas y un taller de arte que estaba, como indicaba el cartel «Cerrado por Desvanecimiento».
La casa se erguía enfrente de un parque que acaparaba toda la manzana. En el centro había una fuente redonda y amplia, con ángeles tallados en la base, todos los caminos desembocaban ahí. Hacia ese pequeño cielo de mármol. El parque tenía césped bien cortado, árboles altos, tupidos y lozanos y una zona de juegos infantiles con arenero, tubos cilíndricos, columpios y escaladeras.
Era un lugar para forjar tardes de verano. Me hubiese gustado crecer jugando en una plaza como esa, riendo en un pueblo como aquel. Tal vez lo había hecho, tal vez no, lo que sí era seguro es que no quería averiguarlo, porque yo era un nadie. Y un nadie no puede tener pasado.
El hogar de la señora Bhangarh consistía un estrecho patio delantero con arbustos redondos, canteros, flores y duendes de jardín. No era la casa de un cuento de hadas, pero era la casa de mi historia y eso la hacía más mágica. Sus techos eran de pizarra azul, con buhardillas, sobre un porche amplio y blanco donde descansaba una mesita y mecedoras. Encima del tejado había una veleta, era la figura de un gallo y apuntaba al norte.
Separé los labios impresionada, la idea de una gallina coronando tu hogar, como si fuera una tiara, me resultaba demasiado buena, presenciarla fue un honor.
Atravesé la verja de entrada que no tenía trabas, solo una cuerda enlazada al poste. O eran hospitalarios o ingenuos.
Me encontré con una señora que portaba una caja repleta de basura como lámparas viejas, marcos de fotos y latas de pintura.
—¿La ayudo? —pregunté adelantándome—. Belchi me envió.
La mujer me apartó la caja de los brazos, como si yo pretendiera robarle. Me miró con el entrecejo platino arrugado y la expresión avinagrada. Tenía el cabello rubio recogido detrás de una bandana azul, un vestido de flores verdes holgado y unas alpargatas de color canela. Era bastante rechoncha, por ser amable. Su busto era enorme, como el de una guerrera vikinga, toda mi cara tenía el diámetro de uno de sus senos. Llevaba las mejillas regordetas enrojecidas por el esfuerzo o la ira. Tal vez ambas.
—¡No, no, no, no! ¡Y no! ¡Y MÁS NO!
Si sus «no» fueran patadas me habría enviado a otro continente. Ya estaba descubriendo que no solía caerle bien a la gente mayor.
—¡Dile a ese entrometido y a la maldita Conciliación Caritativa...
—Ahora se llaman Patrulla Vecinal ...
—Dile al jodido Belchi que deje de mandar olorosos indigentes a mi casa...
—Yo no soy una indi...
—¡Le pedí tiempo para pensarlo! ¡No voy a convertir mi hogar en un jodido hotel para vagos olvidadizos! ¡Si siguen insistiendo me cansarán! ¡Ya le di lugar a una chica! ¡Me olvidé casi toda mi vida! ¡No tengo tiempo para desconocidos!
¡Esfúmate!
Retrocedí un paso, luego dos.
—Es que... los hoteles... repletos... lo siento... no quise molestar —balbuceé.
En realidad, sí quería molestar, pero no que ella reaccionara así.
—Si no tienes a dónde ir ve al parque —Señaló la manzana de enfrente—. Puedes acampar con el tipo de traje ¡No me molesten, estoy demasiado ocupada desmontando el basural que tengo en el piso de arriba!
Por lo que ella me dijo deduje que, si quería encontrar una habitación en ese pueblo debería esperar a que ella estuviera de mejor humor. Los hoteles estaban ocupados, el cielo tenía el color de las flores lavanda y las farolas de la calle ya estaban encendidas. Los mosquitos zumbaban alrededor de la luz.
No tenía tiempo para buscar otro lugar o viajar a otro pueblo.
Ni siquiera sabía si tenía dinero.
Esperé que eso me preocupara.
Esperé. Le di vueltas al asunto. Nada.
Parpadeé, respiré, aguardé al sentimiento de acorralamiento por estar perdida. Pero no llegó ninguna sensación negativa. Sí me sentía extraviada, pero eso no me intimidaba, me sacaba una sonrisa que temblaba. Intranquilizarse sería lo común, lo normal. Pero mi cabeza era un tren que no paraba en ninguna estación con pensamientos tristes. Desconocía por qué estaba parada en aquella tierra y sin duda no tenía idea de qué sería de mí... Suertuda. Era lo que siempre había anhelado... o así sería de cargar con un siempre.
Seguí la dirección que apuntaba la barbilla de la señora Bhangarh. El mentón del dueño de la camioneta me había llevado hasta ese pueblo y ahora el borde de su quijada señalaba a una figura de traje. Sentado en los toboganes del parque y los resbaladeros cilíndricos de colores. Era un hombre de cuarenta años, tal vez menos, apoyando el culo sobre un ducto amarillo para niños, balanceando las piernas y mirando aburrido a la nada.
Suspiré. Me alimenté de coraje.
Qué otra cosa podía tener alguien como yo.
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