1-3
Tragué saliva. Hice de tripas corazón y abrí nuevamente la puerta. La niña seguía allí, bajo la luz dorada del amanecer de verano. Pude notar en su piel tersa, sus uñas esculpidas, el maquillaje intacto y su cabello sedoso. Era una niña rica... y coqueta, pero más que nada rica. Los pobres, por más pulcros y arreglados que fueran, no se veían así.
En ese momento, por primera vez en mi nueva vida me di cuenta que Pripyat y yo éramos pobres. No tenía idea de cómo Pripyat había arribado a mi mente en un momento como ese, pero aproveché que apareciera.
Esquivé a la niña, bajé corriendo los peldaños de la escalera usando como excusa que iría a averiguar si su padre estaba abajo. La chiquilla me siguió apresurada, diciendo algo como que demandaría a la señora Bhangarh por usar su casa de hotel y alquilar de forma ilegal, sin papeles.
Quedé anonadada por su conocimiento de leyes a tan corta edad. Era la primera vez que alguien me acosaba y se sentía raro, me picaban los dedos.
Entré a la casa de la señora Bhangarh, para mí tranquilidad no cerraban con llave la puerta y le pedí que esperara afuera. Ella comenzó a usar otras amenazas para que cediera y le dijera dónde estaba su padre. Corrí hacia la habitación de Pripyat.
La encontré durmiendo en una cama marinera, ella se ubicaba en la última litera. Arriba Varosha roncaba como una trompeta, tal vez se refería a eso cuando decía que era música. Un ventilador de techo refrescaba la recamara, no había muchas cosas en ese lugar, a todas luces se notaba que antes había sido una habitación de huéspedes que nunca había hospedado a nadie.
El papel tapiz de las paredes era amarillo con flores de retama creciendo en una enredadera. No tenía más que los muebles básicos y la chica más hermosa que había visto en mucho tiempo. Babeando y roncando débilmente. Sus pestañas rubias creaban sombras en las mejillas.
Ella estaba durmiendo de espaldas, el brazo izquierdo caía al suelo y apoyaba su cabeza en el derecho. La melena teñida de radiactivo color naranja le cubría la espalda. Traté de concentrarme en su rostro y ni en ninguna otra parte. Entre las sábanas ella parecía surgir desde las nubes.
Le sacudí el hombro. Abrió los ojos al instante, tenía el sueño ligero.
—¿Qué diablos haces...?
—Por favor, ayúdame, hay una niña molesta arriba y no sé cómo deshacerme de ella —susurré para no despertar a Varosha.
Pripyat sonrió de lado y se frotó los párpados con las muñecas.
—¿Conociste a una niña molesta? Parece que te topaste con un espejo —no le molestaba que me hubiera infiltrado a su habitación, se descubrió la cara—. Dame diez minutos. Pero me debes una.
Asentí, sabía que podía contar con ella. Había colaborado demasiado rápido, no sabía si Pripyat tenía una lista de sentimientos, pero debería anotar que dormía alerta y se levantaba con el humor de un monje pacifista. Hacía un buen trabajo luchando contra sus impulsos desconfiados.
Corrí hacia la entrada de la primera planta para toparme otra vez con la niña que estaba cruzada de brazos sobre el tapete de bienvenida, en el pórtico, repiqueteando su zapatilla blanca contra el suelo. No tenía ni una mancha, todo su atuendo era impoluto.
—¿Y bien? ¿Está ahí?
—No, creí que sí, es una casa grande.
—Pfff —resopló desdeñosa como si tuviera otra definición de casas grandes.
—Será mejor que vuelvas mañana —traté.
—Esperaré. No me iré de aquí hasta que aparezca él. Está escondido, ¿verdad?
Sí, qué lista.
—No, no, nada de eso —sacudí las manos.
Era necesario que me guardara la verdad, no era la mejor decisión de todas decirle a una adolescente que su padre está ebrio en un baño, sin recordarla, atravesando una crisis de identidad. Ver eso podría traumatizarla.
Lo cierto es que los adultos también tienen problemas y muchas veces los hacen a un lado por sus hijos, nunca supe si eso estaba bien o mal. Digo, son responsables de otra persona, pero eso no debería implicar dejar en pausa sus propios conflictos... o sí. La sociedad solía castigar a los padres y madres que no eran los mejores o, al contrario, le colocaban demasiada presión. «Ya no puedes comportarte así, ahora eres un padre», «¿Cómo vas a hacer esa tontería? Ahora eres una madre» «¿Cómo vas a gastar tiempo en una cita? ¿Quién cuidará a tus hijos?» Pero, aunque debían velar por su descendencia, protegerlos y cuidarlos de la mejor manera, no siempre era tan fácil como sonaba.
¿Qué se hacía cuando ambos intereses eran diferentes? La chica quería desesperadamente a su padre, pero su padre necesitaba desesperadamente que dejaran de ahogarlo, quería un momento para pensar, distenderse en soledad, mientras esperaba el mensaje de texto de una persona inesperada «Si no quisieses sentirte ahogado no habrías tenido hijos» Y es que así era todo el tiempo, los padres te dan la vida y también te la cagan. Pero los hijos no se quedaban atrás. La relación de padres e hijos era tan difícil de entender para mi mente que me hacía replantearme si había tenido unos.
Me mordí la cutícula nerviosa, tal vez defender a Darg demostraba que mi moral era lamentable.
—¡Papá! ¡Eh, papá, sal de una buena vez! —se impacientó la niña.
Por la rabia con la que lo llamaba sentía que si lo tenía enfrente lo mataría. No era muy tentador responder a ese grito.
Como me vio distraía en mis pensamientos, rodeó la casa hasta el jardín trasero y subió las escaleras de hierro hacia el departamento. Traté de detenerla, pero no solo su ropa era de tenista, también se movía como una gimnasta. Al haber dejado la puerta abierta, ella entró a sus anchas y recorrió todo con su mirada. No había tanto para recorrer, en menos de un segundo inspeccionó el ático donde vivía.
Desde ahí se veía el baño y noté que estaba vacío. Dargavs había escapado. Suspiré aliviada.
Ella vio el colchón tendido en el suelo y el escaso inmobiliario. Arrugó asqueada la nariz y emitió un sonido despectivo con la garganta. Apreté los puños, no me agradaban las chicas como ella.
—Oye, no deberías acosar así a una persona.
—¡Pero es mi papá! —protestó.
—¿Y eso te da derecho a quitarle su intimidad?
—¡Sí!
—Creo que él necesita espacio —dije comprensivamente, esforzándome en que mi voz sonara amigable.
—Si hubiera querido espacio no habría tenido hijos.
Ah, era de esas. Iba a decirle que necesitaba darle tiempo, pero en menos de veinte días volverá a ocurrir el Desvanecimiento y sabíamos que no quedaría nadie consiente luego del veintinueve de diciembre. Estaba claro que la niña no daría tiempo. Es que nadie lo tenía.
—Es un nepente, si de verdad lo quieres deberías velar por su salud mental y no traerle más problemas.
—¿Salud mental? ¿Y qué hay de mi salud mental?
Ay. Buen punto.
—Lo siento, sé que también fue duro para ti.
—Puff, sí seguro lo sabes, maldita nepente.
—Es cierto que no puedo hablar por ti, no te conozco —dije encogiéndome de hombros—. Pero sí conozco a tu papá... Él... todos los nepentes tenemos mucho que asimilar y pensar y sentir... no es bueno que...
—¡Ya, cállate, solo piensas en ti! ¡¡No es mi problema que seas nepente!!
Alcé un dedo.
—Baja tu tono.
—¡Voy a gritar lo que se me dé la gana!
—¡Pues no en mi casa!
—¡Por favor, esto es un ático!
—¿Quién quiere sandía? —preguntó Pripyat.
Como habíamos dejado la puerta abierta ella subió las escaleras y se metió en el departamento sin que la notáramos. Literalmente traía bajo su brazo una sandía pequeña, supongo que había pedido tiempo para conseguir la fruta y vestirse con la misma ropa que traía el día que la conocí: botas militares, una falda escocesa bastante corta y una blusa gris.
—¿Y tú quién demonios eres? —preguntó irritada la niña.
—Qué curioso —respondió Pripyat con acritud—, iba a preguntarte lo mismo.
—Es la hija de Dargavs —expliqué yo—. Este... —Chasqueé mis dedos, buscando una respuesta que no sabía.
—Corbera Ebro —completó la niña—. Pero me dicen Ebro.
—Vaya... oh —Me rasqué la nuca, incómoda—. Yo soy Bodie. Solo Bodie —solo tenía un nombre re y no recordaba mi apellido, pero la niña tampoco me había dicho el suyo—. Y ella es Pripyat... solo Pripyat.
Pripyat asintió, en señal de saludo, caminó hasta el centro de la sala, dejó la sandía en la mesa y fue por un cuchillo al armario donde guardábamos casi todas nuestras pertenencias.
El ambiente tormentoso se había calmado por fin, no sabía a qué se debía, tal vez eran los ojos severos e irascibles de Pripyat que había intimidado a la niña. O tal vez la presencia de una sandía irradiaba poderes mágicos y apaciguadores.
Ahora le temblaba el labio, su motor hasta ese momento había sido el calor de la rabia y cuando se esfumó, comenzó a perder las murallas que había levantado para protegerse. Si antes había estado cruzada de brazos ahora ella se estrechaba a sí misma, desamparada. Pobre niña.
—Mientras Pripyat nos sirve sandía podrías comenzar a contarnos sobre cómo... estás desde el Desvanecimiento —Le señalé el rincón donde tenía amontonado mantas y viejos cojines, era como una imitación de sillón, con Darg nos reíamos y decíamos que era decoración hindú, de esa manera sonaba más sofisticado—. Podrías decirnos cuál es el problema en sí. Estoy segura que cuando tus padres se tranquilicen podrán darte la atención que te daban antes.
—¡No lo harán! —respondió alarmada, desplomándose sobre el sillón.
—Es que, necesitan tiempo...
—¡Mi madre no me recuerda, me mira horrorizada porque olvidó los últimos veinte años de su vida! ¿Y adivina qué? ¡A los veintiuno no quería tener hijos, eso es lo único que recuerda! ¡Cree que está en la universidad! ¡Para ella el Desvanecimiento fue entrar a una clase en el campus y aparecer de repente en el jardín, regando un arbusto, veinte años más vieja y con una hija que no desea! Está locamente traumatizada, no deja de llorar ¡No me quiere ahí, lo sé! ¡Solo quiere estar con mi papá o mis abuelos! ¡Va a enviarme lejos!
—Dudo que alguien envíe lejos a...
Ebro interrumpió mis palabras y sacó del bolsillo, oculto en su falda de tablas blanca, un panfleto turístico tan largo como un control remoto. Estaba un poco arrugado, en él se veía a un grupo de niños de todas las nacionalidades, en un bosque, algunos tenían cascos de bicicleta, otros arneses para escalar, muchos usaban protecciones para deporte y absolutamente todos tenían sonrisas felices.
«Bienvenido al Campamento Recuerdo Feliz. Los policías quieren ayudarte, los bomberos también ¡Eres más que bienvenido! ¿Perdiste tus recuerdos? ¡Aquí te daremos nuevos!»
Qué eslogan más deprimente, estaba claro que habían organizado esa campaña publicitaria y campamento en menos de una semana.
Más abajo se leía.
«Auspiciado por Subway»
¿Subway? Había escuchado que muchas empresas quebraron en la última semana, sobre todo las de indumentaria. En las grandes ciudades todos los días había protestas enormes de sindicatos y desempleados. Me dio escalofríos imaginar las capitales a oscuras, con epidemias y gente hambrienta.
El mundo debería ser un verdadero caos para que el gobierno, los policías y bomberos se alíen con Subway y nos controle una cadena de emparedados.
—¡Van a enviarme a un campamento donde llevan a todos los niños extraviados nepentes y a los hijos de personas olvidadizas que ya no quieren ser padres! Toda esa gentuza...
—Oh...
—¡Lo organizó el gobierno para ubicar a todos los menores de edad que quedaron a la deriva por el Desvanecimiento! Para que no estén en las calles y... son casi vagabundos ¡Mi mamá ya lo decidió! ¡Me enviará allí!
Noté que Pripyat estaba prestándonos atención, mientras cortaba la sandía en cubitos, las colocaba en un plato y buscaba unos palillos para ensartarlas, le salía demasiado bien, tal vez había sido camarera entes.
—Es un campamento de verano —traté de sacarle hierro al asunto—. Mira, todos la pasamos mal con esto...
—¡Y no es solo por el verano! —vociferó alborotada—. ¡Hay rumores de que pronto abrirán una escuela allí! ¡Lo pintan como si fuera un campamento divertido con patrocinadores, pero es como un orfanato! To-todavía no lo es, pero lo será... —Escondió la cara en las manos—. Todos tratan de vivir como si no fueran a morir, como si en diciembre solo viniera la Navidad. Pasaré mis últimas semanas de vida en un lugar cómo ese. Mierda. Mierda. Mierda.
—No sabemos con exactitud qué puede pasar en dici...
Alzó la mirada llorosa y chilló:
—¡Le voy a pedir... no, le voy a exigir a mi padre que le diga a mamá que no quiero ese tonto campamento! ¡Él tiene que regresar a casa! ¡Somos una familia! ¡Tenemos que enfrentar juntos el final de todo! ¡Las familias no se rompen! ¡No se van de casa! ¡No iré a un campamento en el medio de la nada!
Asentí, no volvería a insistir con el campamento. Podía ayudarla a encontrar otro sitio.
—¿No puedes ir a lo de una amiga?
Sacó su teléfono celular del mismo bolsillo y lo sacudió fervientemente en el aire, como si se estuviera prendiendo fuego.
—Mis amigas además de no recordar cosas genéricas como presidentes, únicamente olvidaron cuatro cosas, todos los libros que leyeron en su vida, la dirección de sus casas, los nombres de los países ¡Y a mí! ¡Después de eso su mente está intacta! ¡Nadie me recuerda, ni siquiera los vecinos ni mis profesores! ¡En la escuela no saben quién soy!
Se giró histérica hacia nosotras, mirando en todas direcciones con la cara empapada de lágrimas.
—¡Existo, yo existo! ¡Soy Ebro, hay fotos mías de pequeña, con mis amigas y una medalla de atletismo con mi nombre en la escuela! Ustedes me ven ¿cierto? —buscó desesperada mi mirada y se dio golpecitos en el pecho—. ¡Existo! ¡Soy real, estoy aquí! —su voz perdió vigor y se le quebró—. Pero nadie me recuerda. Es como si me mataran cada vez que me ven.
Rompió en llanto.
Se suspendió en la habitación un silencio que bien puso tragarse todos los ruidos del mundo, desde la bocina de los coches a la colisión de una supernova. Incluso Pripyat dejó de cortar el desayuno y nos miró.
Entonces supe que había dos destinos tan opuestos como igualmente nefastos. Olvidar a todos y ser olvidado por todos. En ambos casos te sentías condenadamente solo y desesperado. Teniendo como única compañía, ese silencio.
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