CAPÍTULO 8

Narradora

En el sastre se encontraban los hombres de la familia Averly en busca de sus trajes.

—Quiero este —indicó el pelirrojo tomando uno lleno de colores explosivos.

—Parecerás un payaso —dijo su hermano mirándolo con una sonrisa —. Yo también quiero.

Drystan miró a su hermano indicándole que la tarea de buscar trajes sería más complicada de lo que esperaban.

—Su madre dijo que nada de cosas locas, niños —les recordó su progenitor —. Además, el baile de Lady Wilder es de blanco y negro, no pueden ir con otro color.

Kian miró su cabello pelirrojo y luego a su padre.

—¿Me tendré que pintar el pelo de blanco? —preguntó asustado estirando su pequeño rizo.

—No, cariño —explicó su padre casi riendo.

El mayor tomó la mano de su otro sobrino y caminó en busca de un traje para ambos.

—Este traje se te vería bien —dijo el adulto mostrando un traje negro.

—Pareceré un pingüino.

Drystan no pudo evitar reír por las ocurrencias de sus sobrinos.

—Creo que te verás como un caballero —habló una voz tras ellos.

Inmediatamente, ambos voltearon en busca del dueño de esa voz, aunque el mayor ya sabía a quién le pertenecía. Lucian estaba parado tras ellos con esa expresión seria que lo representaba.

—Eckhardt —saludó el vizconde.

Koen miraba al hombre de manera seria, no sabía quién era y trataba de descifrar si era un caballo o un burro. El menor denominaba caballos a aquellos hombres que lucían como caballeros y normalmente lo eran, mientras que denominaba burros a los hombres de reputación y actitudes dudosas.

—Veo que buscas un traje para el baile también —dijo el tío del menor.

—Sí, mi tía está ansiosa por el baile y me ha enviado en busca de un buen traje —explicó el de ojos grises —. Dice que no puedo verme igual que siempre en un baile organizado por la duquesa Wilder.

Drystan asintió dándole a entender que era muy comprensible, todos deben mostrar su mejor aspecto en este baile. Después de todo, Lady Camelia te diría lo mal que luces o aquello que hiciste mal sin importarle nada.

—No lo conozco —habló el niño por primera vez.

—Él es el vizconde Lucian Eckhardt, es un viejo amigo.

El niño asintió y sin más se marchó a buscar a su padre y hermano.

—Creo que debo seguir nuestra búsqueda —exclamó en forma de despedida para ir tras su sobrino.

(...)

La familia Averly se encargaba de mostrar su mejor aspecto, todos estaban en la residencia principal de la familia arreglándose. Las mujeres más jóvenes eran aprisionadas por corsés que hacían destacar su figura, y la mayor solo miraba todo mientras comía unas frutas.

—Mira, mami —hablaron los menores ingresando.

Kian poseía un pequeño traje blanco que hacía que su melena pelirroja resaltara como fuego en oscuridad, mientras que Koen lucía un traje que combinaba con su negro cabello. Ambos lucían muy bien.

—Vaya, ¿quiénes son estos bellos caballeros? —preguntó la mujer besando sus mejillas, haciéndolos sonreír con suficiencia —. Busquen a su padre, díganle a él y a su tío que bajaremos en breve.

Los menores le hicieron caso a su madre y se marcharon. Esta se puso de pie y se acercó a los cambiadores de sus cuñadas.

—Listo —anunció la más joven.

—Te ves hermosa —alagó la pelirroja.

Rosemary lucía el vestido de una manera muy impresionante, sin duda alguna la próxima temporada ella sería una de las damas más codiciadas, a fin de cuentas, nada era mejor que una dama recién debutada con una familia noble y belleza impresionante.

—Gracias, tú te ves muy bella.

—Necesito ayuda —habló Dione apareciendo frente a ellas.

Ambas dejaron caer su mandíbula de asombro, ahora con la joya en su cuello y los guantes se veía como un ángel.

—Creo que no puedo colocar la tiara sin que se me caiga.

Priya sonrió y colocó la pequeña corona en su cabeza, asegurándose que los extremos se incrustaran en los rizos recogidos del moño de la joven y sirvieran de soporte.

—Sin duda alguna te ves como una princesa —dijo Rosy feliz de ver el impecable aspecto de su hermana mayor —. Si no consigues a muchos pretendientes hoy, deberás quedarte sola porque sin duda alguna se podría declarar ciegos a los hombres de la ciudad.

Todas bajaron las escaleras una vez que estuvieron listas. Los hombres de la familia quedaron impresionados por lo bellas que se veían, sin duda alguna el pensamiento de que las chicas Averly eran unos ángeles caídos del cielo era lo más lógico para ellos.

(...)

La entrada de la casa Wilder estaba adornada con flores blancas en un bello arco que recibía a todos los invitados. Cuando el carruaje de los Averly frenó todos los que estaban fuera del lugar voltearon a ver a la familia recién llegada, era bien sabido que la belleza de los Averly era digna de admirar y no era sorpresa que todos quisieran formar parte de dicha familia.

Los Averly saludaron amablemente a todos los que estaban fuera y al ingresar al salón todos los observaron, algunos estupefactos por la presencia de los más pequeños y otros admiraban la hermosura realzada de todos con esos perfectos trajes.

—Te dije que caerían —exclamó Rosy a su hermana al ver como los caballeros la observaban con fascinación.

—¡Bienvenidos! —dijo Lady Camelia apareciendo frente a ellos —. Se ven espectaculares, especialmente estos caballeros.

La mujer se agachó e hizo reverencia a los niños, quienes hicieron una de vuelta y besaron la mano de la mujer. Al oír murmullos sobre lo poco adecuado que era la presencia de los niños, la adulta vociferó en voz alta en busca de que todos escuchen.

—Vaya, pero si ustedes tienen más modales que muchos de los presentes —defendió —. Son unos perfectos caballeros, estoy segura de que de grandes serán muy solicitados.

Camelia se acercó a las mujeres de la familia y al encontrarse con su favorita no pudo evitar alagarla.

—Puedo decir que estoy dudando si estoy frente a un ángel o una persona —alagó —. Te ves exquisita, mi niña.

—Muchas gracias, Lady Camelia —respondió la castaña —. Su belleza se vuelve cada día más grande si me permite decir.

La mujer ríe complacida, la chica sí que sabía adular a una mujer.

—Cuando mi hijo te vea, se caerá de la impresión, lo dejarás embobado.

Griffin Wilder apareció en el salón luego de haber dejado a su pequeña hija dormida en la cama. La menor no quiso asistir al baile de su abuela, a ella no le gustaban mucho los extraños, nunca hablaba con nadie que no conociera. La mirada del castaño se posó en la presencia de su amiga y la belleza de esta lo dejó sin palabra, Aveline siempre le pareció una bella chica, pero ahora era sin duda alguna la definición de belleza encarnada.

—Te ves despampanante. Eres un ángel, Avecilla —dijo cuando estuvo frente a la de ojos verdes.

Las mejillas de Dione se sonrojaron, la mirada y palabras de Griffin la hacían sentir hermosa, más de lo que se sintió cuando se puso el vestido.

—Gracias, Grif —agradeció la chica —. Tú te ves muy apuesto, estoy segura de que las damas se pelearán por ti esta noche.

—Vamos por algo de beber —propuso el chico luego de saludar al resto de la familia.

Aveline tomó el brazo del hombre y pasearon por todo el salón bajo la mirada de todos, sin duda alguna ellos serían una pareja que atraería muchas miradas: Una viuda de belleza inmensa, con una buena familia y un duque con el dinero suficiente para ser la envidia de todos.

—Egan está correteando por ahí —contestó el caballero luego de que la muchacha le preguntara por sus hijos —. Nadine está arriba durmiendo, no le gusta hablar con extraños.

—Oh, me gustaría ver al pequeño caballero —dijo la chica sonriendo.

—Pronto lo harás, estoy seguro de que correrá por todos lados y será inevitable que choque contigo.

Ambos rieron imaginando la escena.

—Considero que todos en esta velada nos denominarán una posible pareja en potencia por la forma en la que nos observan —habló la chica a su amigo mientras bebía un poco de la bebida.

—Bueno, no importa lo que ellos crean, sino lo que tú quieres —dijo Griffin—. Si tú quieres buscar alguien a quien amar yo nunca me opondría a que puedas conseguirlo, me encargaría de decirles a cada uno de ellos que no pediré tu mano si es que sienten amenazados.

—Eres el mejor —respondió la castaña.

El corazón de la castaña se aceleraba ante las palabras del hombre.

La música inició y a lo lejos la chica pudo ver al vizconde que bailaba con una chica que no dudó en reconocer, era Lady Grickman. Aveline recordó el incidente de esta tarde y quiso retorcer la maraña rubia de la chica en su mano por como esta había llamado a su hermana, y ahora ella bailaba con el vizconde que hace nada le había dicho que ella era suya, sin duda alguna el hombre no tenía escrúpulos. Cómo se atrevía a reclamarla así y luego pasearse con otra dama, él estaba equivocado si creía que ella se quedaría de brazos cruzados.

—¿Me permites esta pieza? —preguntó Griffin a Dione.

—Por supuesto.

Aunque eso serviría para poner los nervios del vizconde de punta, ella no aceptó solo por eso, sino porque ella amaba bailar con Griffin, él siempre hacía que fuera divertido y cómodo.

Cuando ellos llegaron a la pista, la mirada del pelinegro no pasó desapercibida. Sin duda alguna ver al hombre que hace unas noches había besado a la chica que deseaba no le hacía nada de gracia. La música inundó a ambos y no dudaron en bailar alegremente. Lucian los observaba tan frío que Aveline no se sintió bella, su mirada no la hacía sentir que podría considerarse la mujer más bella de toda la sala, sino que se sentía una chica cualquiera. Eso le lastimaba un poco, después de todo esperaba que él por lo menos le dedicara una de esas miradas que eran capaces de hacerte temblar.

—Salta —susurró el castaño antes de poner la mano en la cintura de la chica y hacerla volar.

Una sonrisa se extendió en el rostro de Aveline y mientras bajaba se dedicaba a mirarlo fijamente, sus manos se volvieron a unir y el hombre no dudó en hacerla girar, se movían por la sala con una complicidad que parecía que habían nacido para bailar juntos, ambos eran alegría y fluidez. Y eso hacía que el vizconde no pudiera prestar atención a la dama frente a él.

—Es un buen bailarín, milord —alagó la rubia.

—Sí, lo sé, todos lo dicen —exclamó con superioridad y sin darle importancia al comentario de la chica.

La rubia siguió la mirada del hombre y se topó con el duque bailando con aquella dama de esta tarde a la que conocía como Lady Averly. Ahí estaba ella portando el vestido que si ella usaría todos la observarían y alagarían, pero ella y su tonta familia se lo habían arrebatado y ahora era la castaña quien se llevaba las miradas de todos, incluso la de dos hombres muy adinerados que cualquiera quisiera tener.

—¿Ves a Lady Grickman? —preguntó Aveline acercándose peligrosamente a Griffin.

El chico miró de soslayo a la mujer que bailaba con el pelinegro de ayer por la noche y asintió.

—Tuvimos una batalla por este vestido.

Griffin no pudo contenerse y ríe atrayendo las miradas de todos.

—Compórtate —regañó la de ojos verdes con una pequeña risa oculta.

—Admite que es gracioso imaginar eso —se excusó —. Al parecer ganaste la batalla, ¿cuántos mechones arrancaste?

—Ni uno solo, fue Rosy quien casi le arranca la cabeza con la boca.

El moreno negó con una sonrisa, conocía el carácter de Lady Rosemary, sin duda alguna le recordaba a su madre.

—Bueno, al parecer la señorita no perdona eso porque te mira como si quisiera arrancarte el vestido del cuerpo y no en el buen sentido.

—¡Griffin!

Aveline estaba sonrojada por la declaración tan inapropiada que había hecho el duque, sin duda alguna él no media lo que decía.

Con una última reverencia se despidieron de la pista de baile y caminaron juntos en busca de los demás, en el camino tal y como lo había predicho Griffin, Egan chocó contra ellos, para su agrado sus dos sobrinos venían tras él con una sonrisa.

—Señorita —saludó con una sonrisa el hijo del duque.

—Me alegra verlo, caballero.

Los tres niños comenzaron a parlotear de cómo se habían conocido gracias a que chocaron mientras corrían en busca de sus familiares.

—Veo que encontraste a los diablillos —habló Drystan acompañado de Lady Camelia —. Su madre los está buscando por todos lados —les comunicó a sus dos sobrinos.

—Aquí están —exclamó Priya al llegar con su esposo —. No deben irse sin avisar, niños.

Los mellizos se disculparon y Egan fue presentado ante el resto de la familia como el nuevo mejor amigo de los pequeños Averly.

—Nadine querrá ser su amiga también —anunció el castaño.

—Sí, lo creo, pero tu hermana está dormida, luego podrá conocerlos —dijo su padre.

Lord Lucian Eckhardt se acercó a la familia Averly y a los intrusos que reconoció como la familia Wilder.

—Buenas noches —saludó —. Es un bello baile, milady.

—Me alegra contar con su presencia, vizconde —habló Camelia —. No he visto a su tía en toda la noche, me gustaría hablar con ella de unos asuntos.

La mujer había escuchado que la dama quería unir a su sobrino con la familia Averly y ella quería examinar eso a profundidad, si bien quería a su hijo con la castaña, ella no obligaría a la chica, así que se aseguraría que otro canalla no la volviera a lastimar.

—Se lo haré saber cuándo la encuentre.

La mirada gris del hombre cayó en la de la chica a la que había reclamado como suya y extendiendo su mano habló.

—¿Quisiera bailar conmigo?

Aveline detuvo la idea de dejarlo con la mano extendida y marcharse, pero eso la haría ver como una maleducada, así que sin más remedio aceptó.

—Veo que no entendiste que no me gusta que estés con ese caballero —susurró el vizconde muy cerca de la chica.

—Bueno, si usted está dispuesto a bailar con otras damas, no veo por qué yo no pueda bailar con mi amigo —se defendió la castaña —. Si quiere algo se tiene que ser recíproco.

Lucian alzó su ceja mientras bailaba con la chica.

—¿Está celosa?

—No, solo me parece tonto que exija algo que usted no da, así que me parece algo absurdo.

Continuaron bailando sin decir anda, Aveline no podía esperar a que la pieza terminara. La atenta mirada de la rubia estaba sobre ellos, la señorita Dione ya le había robado el vestido, ella no permitiría que también le robara al vizconde, fue así que cuando la pieza terminó y ambos estuvieron reunidos con los demás, la chica se acercó maliciosamente y tropezó falsamente derramando su bebida en el hermoso vestido de la castaña.

—Lo siento —se disculpó con una sonrisa triunfante.

—Tú quieres que te arranque los pelos de elote —espetó la más pequeña de los Averly acercándose a la chica y tomando su brazo fuertemente.

Unas manos en su cintura la hicieron retroceder y soltar a la rubia. Lucian había evitado que la chica golpeara a la maldita que había arruinado el bello vestido de su hermana.

—No se comporte como una salvaje —regañó el hombre.

Todos los presentes miraban la escena, sin duda alguna la especulación de que el vizconde estaba saliendo con la rubia era más que inevitable, después de todo la estaba defendiendo.

—Largase, si va a defenderla será mejor que quite su cara de trasero de mi vista y la de mi familia —gruñó Rosy empujando al hombre que se quedó sorprendido por cómo lo había llamado.

—Insolente, malcriada.

—Sí, sí, lo que usted diga, largo y no quiero que se acerque nuevamente a mi casa o me encargaré de darle con un libro en la cabeza.

Con una mirada de enojo de todos los hombres presentes, el chico no pudo hacer más que marcharse. Aveline se sentía traicionada, definitivamente no quería volver a saber nada de ese hombre.

—Dios, me veo patética —se lamentó al ver como su vestido estaba rojo por la bebida.

Sin pensarlo más, Griffin tomó el vaso de uno de los invitados y se lo tiró encima, igualando el tono del vestido de la chica en su traje. Todos sabían que él nunca dejaría a Aveline sola en una situación como esta, pero todo había sido tan rápido que los dejó sin palabras y solo hacía que se preguntaran qué nomás sería capaz de hacer el chico por su castaña amiga. Drystan sabía la respuesta muy bien, después de todo él sabía el sacrificio que había hecho el duque por su hermanita.

—Pelea de juguitos —exclamó el pequeño pelirrojo y antes de que hiciera el mismo acto del duque, sus padres los detuvieron.

—Que nadie más se tire bebidas encima —detuvo la mayor de los Wilder —. Vengan conmigo, habrá algo que puedan ponerse.

Ambos siguieron a la mayor sin perderse, después de todo conocían la casa muy bien.

—Creo que puedo tener uno de mis viejos vestidos en un baúl —anunció —. Tú busca un traje de tu padre, están en su viejo baúl de ropa.

Griffin caminó hasta el lugar donde dejaron del baúl de su padre cuando este murió.

—No tengo uno blanco, pero te doy permiso de vestir despampanante —anunció Camelia entrando con un vestido rojo con algunas joyas incrustadas —. Después de todo hay que callarle la boca a esa tonta Lady Grickman.

Dione negó, no podía vestir algo como eso, todos la observarían y murmurarían como ignoró el código de vestimenta.

—Todos hablarán de mí.

—Que lo hagan —le restó importancia la duquesa —. Además, yo bajaré a tu lado demostrado que yo apoyo esta idea.

—Está bien —aceptó rendida.

Una señora que se encargaba del servicio tomó el vestido sucio y le inició que lo lavaría.

—Muchas gracias.

Una vez que la chica ya estuvo lista con el vestido rojo, se permitió observarse durante unos minutos. El rojo nunca había sido un color que ella considerara, pero se veía muy bien en él.

—Te ves hermosa —dijo Camelia —. Esto va más abajo —indicó bajando un poco más el corsé y haciendo que sus senos se mostraran más prominentes.

—Wow —exclamó Griffin cuando estuvo frente a las mujeres.

El traje era totalmente negro, no traía saco y su camiseta estaba remangada hasta los codos haciendo lucir sus musculosos brazos.

—Wow para ti, te ves muy guapo —alagó la castaña.

—Es hora de bajar —anunció la mayor, pero fue interrumpida con la llegada de la pequeña rubia somnolienta.

Aveline sonrió y se acercó a la menor, quien caminaba a paso adormilado hacia ella.

—Hola, cariño.

La rubia saludó con una sonrisa y al ver a la mujer exclamó.

—Bonita.

Todos sonrieron.

—¿No puedes dormir?

La niña le dio la razón a su padre. Ambos castaños tomaron a la niña de las manos y la guiaron de vuelta a la habitación.

—Nos quedaremos hasta que puedas volver a dormir —dijo el padre de la rubia acariciando su cabello.

Aveline comenzó a tararear una suave melodía para después cantarle una canción de cuna que conocía muy bien, su madre se la cantaba siempre. Cuando la niña cayó dormida, ambos marcharon al encuentro de la duquesa que con una sonrisa los encaminó a las escaleras para ir al salón, todos posaron su mirada en ellos, después de todo estaban haciendo una gran entrada.

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