CAPÍTULO 4

Narradora

—Te ves hermosa hoy, mi pequeño pajarito —dijo la mujer a su hija sin dejar de peinar su cabellera.

—Muchas gracias, mami —respondió la pequeña Aveline —. Tengo un regalo para ti.

La pequeña extendió una margarita un poco maltratada por estar escondida por mucho tiempo en su diminuta mano.

—Es preciosa, mi niña hermosa —agradeció su progenitora —. La guardaré muy bien.

Una promesa real e inquebrantable, hasta el último de los días de la mujer, esta guardó la marchitada flor a pesar de los años.

Dione Averly estaba emocionada de ver a los pequeños Egan y Nadine Wilder, llevaba tiempo sin verlos. La última vez que los vio fue en el funeral de la dulce Elodie, aquellos niños estaban destrozados, ellos habían perdido a su madre y Aveline sabía lo duro que era perder a la persona que te dio la vida, después de todo ella había perdido a la suya, la castaña amaba con fervor a su madre. Emalyn Averly siempre amó a cada uno de sus hijos, pero Aveline era sin duda alguna su favorita, aunque esta lo negara; Cada que ella veía a la pequeña podía verse a ella, Dione poseía la misma castaña cabellera y esos ojos verdes que tanto amaba.

—Lady Dione Averly ha llegado, milord —anunció el lacayo a Griffin cuando la castaña llegó a Braybory.

—Que pase —respondió el moreno acercándose a sus hijos —. Deben portarse bien, sé que son unos niños extraordinarios y que se comportaran de maravilla, pero Lady Averly desea mucho veros y ella perdió a un hijo, así que sean delicados.

Ambos niños asintieron.

Egan era más extrovertido, sin embargo, Nadie era callada o por lo menos lo era ahora. La pequeña rubia había perdido el gusto para hablar luego de lo que sucedió con su madre, para una niña era duro perder a su madre, pero ser quien la encontrara sin vida sin duda alguna era otro nivel de dolor.

—Están más grandes y bellos —fue lo primero que dijo la castaña al ingresar y posar su mirada sobre la rubia y el castaño.

El castaño sonrió con galantería, sin duda alguna el pequeño niño sería todo un conquistador, por otro lado, la niña no dejaba de mirar fijamente a la mujer, ella trataba de recordarla.

—Un gusto, milady, me llamo Egan Wilder —se presentó el menor dejando un beso en la mano de Aveline para luego sonreír y dejar a ver que le faltaba uno de sus dientes, dándole una imagen más tierna.

—El gusto es mío, milord —respondió la castaña poniéndose a la altura del niño y haciendo una reverencia —. Soy Lady Dione Averly.

—Ella es mi hermanita Nadine —exclamó el de ojos cafés tomando la mano de la menor —. No habla mucho, pero igual la quiero.

Aveline no pudo evitar sonreír al ver los tímidos ojos de la niña observándola tras su hermano como escudo.

—Me alegra conocerla, Lady Nadine.

Griffin se acercó a su amiga y le extendió su mano para ayudarla a ponerse de pie. Ambos niños observaban a su padre y el cómo sus ojos parecían brillar al ver a la mujer, ellos eran pequeños, pero no tontos, podían ver que su progenitor miraba a la castaña con una devoción que nunca fue dirigida a su madre. Ambos crecieron en un hogar lleno de cariño y amor; sin embargo, sus padres siempre habían tenido esa pequeña barrera que no demostraba que se amaban, solo que se querían y ahora mirando a ambos adultos solo podían pensar que era algo intrigante, pero que deseaban poder tener en el futuro.

—¿Qué desean hacer? —preguntó Dione una vez que todos se sentaron.

—Podemos jugar a las palabras —propuso Egan.

¿Las palabras?

—Los niños dicen una palabra por cada letra del abecedario y si no respondes correctamente tienes que imitar a un pato bailarín —explicó Griffin al ver la confusión de su amiga.

—Papá siempre pierde —dijo el niño riendo —. Es un pato muy gracioso.

Aveline posó su mirada en el castaño.

—Me gustaría mucho ver a un Griffin pato.

(...)

—Avellana —exclamó Egan para luego mirar a su hermanita.

—Ardilla —respondió.

La voz de la niña era tan baja y dulce que Dione deseó poder volver a oírla.

—Amor —dijo la castaña.

—Aveline —exclamó el hombre.

Su hijo lo miró con confusión.

—No conozco esa palabra, eso es trampa.

—Es un nombre, existe —se excusó Griffin —. Lady Aveline Dione Averly es un claro ejemplo.

Sin poder objetar, el pequeño aceptó lo dicho por su padre.

—Bastón.

—Barro.

—Baile.

—Brillo.

Así continuaron largas horas hasta que hubo un perdedor que para felicidad de todos era Griffin, era obvio que el mayor había perdido por voluntad propia, pero eso no les importaba, solo querían ver el famoso baile.

—No puedo creer que vaya a ver esto —dijo Aveline emocionada sentándose junto a un muy feliz Egan.

Sin retrasarlo más, Griffin se encogió y moviendo su cuerpo de un lado al otro mientras movía sus brazos como si fueran alas, apareció en su campo de visión. Los torpes y falsos graznidos no se hicieron de esperar, sacándole una gran carcajada a ambos castaños, aunque la rubia reía de manera un poco más controlada e imperceptible.

Al ver la gran carcajada de Dione, Griffin decidió acercarse a ella y comenzar a menearse en su rostro, la mano del castaño hizo que la de ojos verdes se pusiera de pie y fuera obligada a dar un torpe baile con su amigo.

—¡Mira, Nadine! —exclamó el menor a la rubia.

Ambos adultos se acercaron a los niños y sin dudarlo los atrajeron a la danza improvisada y alocada, Egan estaba gustoso de bailar con la mujer mientras que Nadine se aferraba a los hombros de su padre.

—¡Vueltas! —anunció Aveline.

Con todos dando vueltas hicieron un ligero cambio, ahora las parejas habían cambiado y Nadine se encontraba junto a Dione. La menor miró a la mayor de manera tímida, pero está con una gran sonrisa, la invitó a bailar nuevamente; Sin poder negarse a querer participar en esta actividad, que era lo más cercana a un tiempo en familia completo, aceptó. Para ambos pequeños el recuerdo de la pérdida de su madre se eliminó durante el tiempo en que brincaban y danzaban, en su mente ellos cuatro eran una familia feliz que se divertía, después de todo nunca tuvieron algo así de hermoso como ahora.

—Vaya, pero si son toda una familia feliz —dijo una voz haciéndolos detenerse entre risas de todos, incluso de Nadine que sin poder evitarlo reía abiertamente.

La imagen de su pequeña nieta disfrutando hizo que Camelia deseara conservar esa felicidad eternamente, pero eso solo se lograría si su hijo tomaba el valor de declarar su amor hacia Dione y la convirtiera en su esposa.

—Lady Wilder —exclamó Aveline feliz acercándose a abrazarla, pero los dos pequeños se adelantaron.

—¿Les agrada, Lady Averly? —preguntó dejando besos en las mejillas de sus nietos.

Egan no dudó en asentir, así que la mirada de la mayor recayó en la rubia que volteo a mirar a la castaña y volviendo a ver a su abuela, asintió.

Sin duda alguna Nadine era la más difícil de convencer, su actitud era un poco distante y aceptar a las personas se le dificultaba, era por eso que su padre se tardaba en conseguir institutriz para los menores.

Dione Averly

Iba de camino a mi hogar, ya era muy tarde, así que esperaba que Drystan no estuviera a punto de mandar un equipo en mi búsqueda; mi hermano podía ser un poco sobreprotector y exagerado.

—¿Podemos ir un poco más rápido? —pregunté al cochero.

Cuando llegué a casa iba tan concentrada en caminar sin que mi vestido se enredara en mis piernas, que no me fijé que había alguien frente a mí hasta que choqué y sentí unas manos en mi cintura sujetándome de una posible caída.

—Vizconde —saludé separándome de él —¿Qué lo trae a Abroux tan tarde?

—Lady Averly —respondió —, mi tía arregló una cena con su hermano y su familia y no pude declinar su invitación.

—Estoy segura de que tendrá mucho de qué hablar con mi hermano, entre, está muy frío aquí fuera.

Encaminándonos a la entrada, fuimos recibidos por mi pequeña hermana abrazándome.

—Tengo algo que contarte —dijo ignorando la presencia del vizconde.

—Rosy, nuestro lord está presente —exclamé señalando con mi cabeza al pelinegro —. Salúdalo mostrando tus respetos.

La oscura mirada de mi hermana se posó en el hombre con desinterés.

—Sí, que gusto verlo —respondió la de cabello corto —. Ahora acompáñame, Di.

Sin poder negarle nada a Rosemary, la acompañé, dejando en compañía del recién aparecido Drystan al vizconde.

—Conocí un lugar extraordinario —dijo con una sonrisa mi hermana —. Es hermoso, hay música y a nadie le importa quién eres.

—¿Y cuál es este lugar? —pregunté feliz por la sonrisa de Rosy.

—La mascarada sigilo —contestó —. Llevas una bella mascara que te protegerá de que sepan quién eres y así nadie te juzgará.

Había oído de ese lugar, mis amigos cuchicheaban de este en las cocinas, siempre decían que era un lugar un tanto liberal porque nadie reconocía a nadie e incluso solían usar nombres falsos.

—Es un lugar un tanto peligroso, Rose, ten cuidado —pedí tomando sus manos —. Si Drystan se entra te enviará a un convento.

—Él no debe de enterarse.

—Y no lo hará, esto se quedará entre las dos —exclamé —. Si eso te hace feliz, a mí también, así que solo ten cuidado de no ser descubierta, pequeña.

Una muy feliz Rosemary cayó sobre mí al abrazarme. No dudé en rodearla con mis brazos, ella sin duda alguna era una de las personas que más amaba.

—Vamos, tenemos que ir a cenar con el vizconde.

—Él tiene cara de haber recibido una patada en el trasero —dijo la menor.

—¡Rosemary Averly! —regañé riendo —. No vuelvas a decir algo así.

—Pero es la verdad, tú también lo crees.

No dije nada y solo caminé al comedor donde ambos hombres nos esperaban.

—Perdonen la tardanza —nos disculpé sentándome en mi asiento de siempre.

A mi lado se encontraba el vizconde de manera rígida.

—Ya pueden traer los platos —dijo mi hermano al sirviente.

Este asintió y se marchó a la cocina.

—¿Has disfrutado de la ciudad? —preguntó mi hermano a su amigo.

—No he tenido mucho tiempo, a decir verdad.

—Y aun así sacó tiempo de mostrar su rostro de limón aquí —susurró de manera no muy discreta Rosemary.

Una mirada letal de Drystan hizo que esta se hiciera la desentendida y sonriera inocentemente.

—Debería de visitar el parque principal, milord —hablé tratando de que la atención de todos cayera en mí y dejaran libre a Rose —. Siempre puede realizar una actividad divertida para relajarse de tanto trabajo que de seguro tiene.

—Como ya he dicho, no tengo tiempo de nada —respondió tajante.

Bueno, ahora entendía que Rose fuera así.

—Creo que debería de pensárselo, así puede que se le quite lo grosero —espeté.

—Totalmente de acuerdo —me apoyó mi hermana.

Mi hermano mayor nos miró a ambas, pero no nos regañó, al contrario, miró de manera seria a su amigo. Si había algo que Drys odiara más que nada, era que trataran mal a sus hermanos y el caballero había sido un tanto descortés con su respuesta.

—Discúlpeme, milady, debe de ser el estrés lo que me hizo responder de esa manera tan poco caballerosa.

Sí, claro, lo único que te hizo retractarte fue la mirada de asesino loco de mi hermano.

—Lo disculpo.

Antes de que la conversación continuara los platos llegaron a nuestra mesa.

—Muchas gracias, Lorei —agradecí a la señora.

—De nada, milady.

Una conversación animada se formó entre mi hermano y su amigo mientras mi hermana menor y yo nos enfrentábamos en miradas. Rosemary quería robarse el filete que el vizconde había tomado y yo no podía evitar tratar de pararla con una mirada demandante.

—Tómelo si tanto la desea —habló el hombre dejándonos frías y sacándonos de nuestra batalla.

El de ojos grises ni siquiera nos miraba, pero sin duda alguna se había percatado de todo.

—Gracias —dijo Rosy tomando el filete sin pudor alguno.

Los colores subieron a mis mejillas al ver lo poco educada que era mi hermana con el invitado.

—Tome, milord —exclamé sirviéndole un nuevo filete.

—Muchas gracias, Lady Dione —agradeció mirándome fijamente mientras se llevaba un pedazo a la boca.

Vaya, sus labios eran muy rojos.

Una patada bajo la mesa me hizo quitar mi mirada de los labios del pelinegro; Frente a mí una muy divertida Rosemary no dejaba de reír mientras lo ocultaba con una servilleta, cosa que me hizo sonrojarme más.

Lucian Eckhardt

El sonrojo en el rostro de la mayor de las Averly me causó gracia y hasta ternura, fue así que, sin poder retener a mi cuerpo, tomé su mano bajó la mesa en busca de tranquilizarla, pero eso empeoró la situación, las mejillas de la chica eran cada vez más rojas.

Sus verdes y atrapantes ojos se posaron en los míos buscando una respuesta a mi acción, sin embargo, yo también desconocía dicha respuesta, lo único que sabía era que su mano me resultaba cálida y me costaba darle la indicación a mi cuerpo de que la soltara.

—Creo que debería marcharme —digo soltando la mano de la chica confundido por mi comportamiento.

—Quédate a dormir, es muy tarde y vives muy lejos —exclamó mi amigo —. Si algo te sucediera, Lady Brianna me colgaría de mis joyas.

—¿Tus joyas? —preguntó la menor de las Averly y la más hostil —. Tú no cargas joyas.

—Es un decir —intervino la mayor rápidamente.

Vaya, la tierna mujer sabía a lo que nos referíamos.

—No quiero incomodar.

—Insisto, quédate, podrás marcharte en la mañana temprano si así lo deseas.

Mirando nuevamente a la familia tomé una decisión.

—Está bien —acepté.

Espero y esto no se me salga de las manos.

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