CAPÍTULO 2
Dione Averly
—Despierta, Avecilla —escuché la voz de mi castaño amigo llamarme —. Ya es tarde, es hora de volver a casa o tu hermano se preocupará.
Abrí lentamente los ojos, la luz me lastimaba de gran manera.
—No quiero, Grif —hablé tapando mi rostro.
—Vamos, Aveline.
Sus manos tomaron las mías y me pusieron de pie. Me tambaleé, el alcohol aún no había dejado mi sistema por completo y seguía mareada.
—Veo que no estás del todo recuperada.
—No —contesté dejando un beso en la mejilla de la mayor que dormía plácidamente —, pero estoy consciente de que Drystan perderá la cabeza si llego más tarde de lo que ya es. ¿Podría escoltarme a mi hogar, mi valeroso caballero?
Vi la sonrisa del de ojos cafés y tomé su brazo cuando este me lo ofreció.
—El carruaje está listo, mi señor —anunció un criado entrando a la habitación.
—Su carruaje la espera, milady.
Reí y subí a este de manera torpe, la tarea era más difícil en tacones y ebria.
—Gracias por todo —hablé luego de un rato en el carruaje.
Mi cabeza se apoyó en el hombro del castaño en busca de un lugar para descansar, Griffin siempre había sido mi lugar de paz, él era quien podía acallar todo el ruido lastimero y hacerme sentir segura e incluso tranquila. Mi mano tomó la suya y la levanté hasta mis labios para posar un beso en esta.
—No necesitas agradecer nada, todo lo que hago por ti lo hago porque así lo deseo. No es una obligación y no necesito una paga o algo por el estilo, porque tu sonrisa es lo único que me hace saber que cada cosa que hago por ti vale la pena si al final podré verte sonreír e iluminar el lugar de manera tan impresionante que la luna y las estrellas envidiarían.
—Te quiero —pronuncié levantando un poco mi cabeza para mirarlo fijamente.
(...)
—¿Estás ebria? —preguntó mi hermano alarmado al ver como caminaba al salón de manera torpe.
Hace unos minutos había llegado y la pregunta de Drystan no había sido más que la misma a la que no obtenía respuesta.
—¡Dione! —me regañó al ver como bebía un vaso lleno de algún fuerte licor que quemó mi garganta.
Me arrebató el vaso y me miró serio.
—Sé que estás triste, pero no puedes ser imprudente y dejar que la gente te vea de esta manera —exclamó —. Las personas comenzarán a hablar de tu falta de decoro.
—¡No me importa! —grité mirándolo —. Perdí a mis hijos, no pude tener entre mis brazos a ninguno de ellos, todos me fueron arrebatados por culpa de ese maldito bastardo.
—¿Hijos? —cuestionó, acercándose lentamente sorprendido por mi revelación.
—Sí, tuve otros tres antes de este —conté —¡Todos muertos! Ese cerdo los asesinó, merece quemarse en el infierno, debe de sufrir más de lo que yo lo hice.
Mis acciones no tenían ni un poco de racionalidad.
Levanté mi vestido mostrándole mis piernas cubiertas de moretones opacos causados por Denarius. El rostro del pelinegro se contrarió y sus labios se separaron con sorpresa.
—¿Él te hizo eso? —preguntó en casi un susurro, acercándose cada vez más a mí. Podía ver como negaba con su cabeza esperando que todo fuera producto de su imaginación —. Lo siento, yo debí de evitar todo esto, ¿por qué no me lo dijiste?
—No tenía el valor suficiente —dije al ver como una lágrima caía del rostro de mi hermano.
Drystan tomó su cabeza entre sus manos en un acto desesperado de calmar su frustración.
—Esto no importa, me lo merezco por no haber salvado a mis hijos. Pude haber hablado y nada de esto habría sucedido... Yo tendría a mis pequeños conmigo, no tendría que imaginar sus pequeños rostros. Ya no pensaría en cuál sería el color de su cabello, ni si sus ojos serían verdes como los míos u oscuros como los de su padre, y mucho menos me preguntaría si sería un niño o una niña, ninguno de ellos llegó a estar tanto tiempo en mí como para saber su sexo.
Las lágrimas me impedían ver con claridad.
—Si importa, debí de luchar más, si yo hubiera convencido a padre que casarte con el vizconde era una mala idea, no habrías sufrido todo esto —dijo Drys con dolor —. Todo es mi culpa.
—Los perdí a todos, Drys —exclamé para dejarme caer al suelo sin dejar de llorar. El dolor me impedía mantenerme de pie.
Drystan se unió a mí tomándome entre sus brazos, me permitió llorar mientras susurraba un sinfín de disculpas a mi oído. Podía sentir como su pecho se movía frenéticamente a causa de su propio llanto y cuando me presionaba más entre sus brazos supe que mi dolor era entendido y que mi hermano ya no me permitiría sufrir. Al fin estaría a salvo.
Narradora
Años atrás
—No puedo más —exclamó la joven Dione abrazando a su amigo —. Él me gritó que desearía que estuviera muerta.
—Es un tonto, no creas en nada de lo que dice —animó Griffin tomando la mano de su amiga.
Pasaron horas así, con el chico tomando su mano dejando que ella se desahogara. Eso era lo que ellos hacían, se apoyaban sin dudarlo un segundo. Esa era la rutina de siempre. Griffin observaba a su amiga estar callada por mucho tiempo pensando en las razones por las que su padre la odiaba y él no dudaba en tomar su mano para llevarla a otro lugar y poder hacerla reír para que no pensara en toda la tormenta que estaba sobre ella.
—Vamos a casa —dijo el castaño a la chica.
—Ya estoy en casa —respondió la menor sonriéndole dulcemente.
Griffin era su hogar, su lugar seguro y de paz.
(...)
Los días pasaban y la viuda de Criveland se había encerrado en su burbuja de dolor. Era cuestión de tiempo para que todo el dolor explotara, haciéndole imposible la tarea de continuar; sus familiares la veían fingir una sonrisa en busca de tranquilizarlos, pero cada uno de ellos la había escuchado lamentarse y llorar en la oscuridad de la noche escondida en su habitación. El apetito de la castaña había desaparecido, la chica de ojos verdes apenas y comía, cosa que ya le estaba tomando factura. El cuerpo de la chica cada vez se volvía más delgado y débil; Dione se negaba a salir de su hogar, así que Lady Wilder había ido a su encuentro como aquella vez que el vizconde no dejó a Dione ir a visitar a la viuda y esta no se quedó sentada a esperar, sino que tomó su carruaje y molestó toda una tarde al hombre con comentarios indiscretos hacia él.
—Abre la boca, niña testaruda —regañó la mujer acercando la cuchara a la boca de Dione.
—No tengo hambre.
Que Aveline ingiriera bocado alguno fue una tarea de gran dificultad, muy pocas veces sus hermanos lo habían logrado. Dione no conseguía comer, sin luego sentir ganas de vomitar, incluso abrir la boca, le pesaba y prefería no hacerlo, después de todo no la necesitaba; ninguno le hacía preguntas, se limitaban a hablarle en busca de que entrara en razón y comiera.
Había solo una persona que lograba que esta comiera, nadie sabía cómo era que lo hacía, pero el duque Wilder lograba que Dione dejara el plato vacío y su madre sabía muy bien que la mejor manera de que su testaruda amiga comiera era trayendo a su hijo. Aunque Griffin estuviera ocupado, Camelia sabía que dejaría lo que estuviera haciendo para correr en ayuda de Aveline, su hijo era muy evidente sobre sus sentimientos hacia la castaña.
—Es toda tuya —exclamó la duquesa a su hijo al verlo llegar, dejando el plato entre sus manos.
El hombre asintió y entró a la habitación, encontrando a Dione recostada en su cama con la cabeza oculta entre las mantas.
—Me contaron que cierta Avecilla no quiere comer —dijo acercándose a la cama.
Dejando el pato en la pequeña mesa, quitó la manta de la cabeza de la castaña, quien le dio una débil sonrisa.
—Escuché que en la ópera cantaran tu canción favorita —comentó haciendo que la chica se sentara con curiosidad —. Es una pena que no puedas ir, pero ya no importa ¿crees que la cantante sea la misma rubia mujer que gritaba en lugar de cantar?
Dione dejó escapar una risilla sin poder ocultarlo.
—Lo dudo, dicen que su carrera se fue en picada cuando las personas no asistían a escucharla.
El castaño aprovechó la oportunidad y mientras la chica hablaba ingresó una cucharada a la boca de la de ojos verdes sin que esta siquiera se diera cuenta de esto. Cuando la chica hablaba de algo que sabía o le gustaba, era imposible que notara lo que sucedía fuera de su conversación y eso era algo que el duque conocía muy bien, era por eso que lo usaba a su favor.
—Vaya, al parecer estás muy al tanto de todo —dijo haciéndose el sorprendido —. ¿Qué más sabe usted que yo no sepa, milady?
—Muchas cosas, a decir verdad, milord —contestó comiendo otra cucharada —. Oí a los criados comentar que el recital de hoy será la clave maestra para que Lord Bridang no caiga en banca rota, así que se dice que una cantante extranjera será quien deleitará a todos con su voz.
Sin darse cuenta el plato iba a la mitad y la chica seguía hablando.
—No había escuchado que una nueva señorita llegara.
—Los hombres nunca escuchan nada, Griffin —exclamó la de ojos verdes —. La única manera de que escucharas sobre la llegada de una nueva señorita sería si buscaras una esposa, ¿buscas una esposa?
El hombre negó.
—Si lo hicieras, nadie te juzgaría —habló Dione —. Tus hijos necesitan una madre y hace un año que eres viudo, todos entenderían que buscaras una compañera de vida que te ayudara con los pequeños. No significa que ya no ames a Elodie, Grif.
Eso último era el problema, él no amaba a Elodie y no podría amar a cualquier otra mujer que no fuera la misma chica frente a él.
—No busco esposa, Avecilla.
Griffin dejó el plato vacío en la mesita y observó nuevamente a la castaña esperando detallar cada delicado rasgo de su rostro.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Dione al ver el plato a un lado.
—Solo dejo que hables, es algo que te gusta hacer mucho, al igual que cantar y tocar.
Aveline miró al de piel bronceada con una sonrisa, era increíble como él lograba lo imposible, no existía ni un pequeño síntoma de que vomitaría todo lo que había ingerido y eso era casi un milagro.
—Cuando tenga hijos les cantaré, es lo que habría continuado haciendo con mis otros pequeños —dijo tocando su vientre —. Cada noche les cantaba, me gustaba pensar que me escuchaban y que entendían que cada letra entonada, era muestra de mi amor por ellos.
—Ellos lo saben, saben que los amaste y que los seguirás amando hasta tu último aliento.
Esas palabras lograron reconfortarla más de lo que cualquiera podría creer.
—Tú podrías conseguir una esposa que les cante a tus hijos. Eres joven y atractivo —exclamó la de ojos verdes —. Además, eres rico. Tienes veintiséis años y más dinero que muchos hombres ancianos de este lugar, las mujeres harán fila para ser tu esposa y madre de los niños.
—¿Es acaso eso una propuesta? —preguntó riendo —. Creo haber escuchado que le cantarías a tus hijos y ahora me dices que busque una esposa que le cante a los míos. Me siento muy alagado por su proposición.
—Yo no he hecho ninguna propuesta, tonto —exclamó riendo y golpeándolo con la almohada.
—Lastimas mi corazón y sentimientos, Avecilla —dijo el caballero exagerando y poniendo su mano en el pecho —. No creo poder seguir viviendo luego de tal desprecio.
Griffin dejó caer su cuerpo en la cama aplastando las piernas de Dione.
—Muévete, pesas —demandó la chica empujándolo sin resultados.
Ambos reían como pequeños niños que pasaban una tarde jugando. Las risas hicieron que las personas del piso inferior y de los cuartos cercanos se acercara a observar todo escondidos. Si bien el acto de que una dama y un caballero estuvieran solos sin supervisión no era muy prudente, a nadie le importó eso, todos se enfocaban en la gran sonrisa en los labios de la viuda vizcondesa.
Todo riesgo o acto "indecoroso" era bien recibido si al fin podían ver a Dione reír.
(...)
El tiempo pasó volando y el mes de que Aveline había perdido a su hijo y quedado viuda se había cumplido. Si bien el progreso de la joven era notable al verla comer un poco más e incluso verla bajar de su habitación en busca de compañía hacía notar que todo avance era mayor si Griffin estaba a su lado. Es por eso que la idea de volver al mercado matrimonial volvió a su mente, si el duque tenía razón y sus pequeños querían su felicidad entenderían que ella quisiera volver a casarse.
—Te ves hermosa con ese vestido —dijo Priya al ver a su cuñada con un hermoso vestido rosa.
—Gracias, esperaba poder encontrar un vestido perfecto para esta noche —exclamó la castaña.
—Es fantástico que quieras asistir al baile —celebró Rosemary dejando su libro de lado.
La menor se acercó a su hermana y cuñada con una sonrisa.
—¿De verdad creen que me veo bien? —cuestionó la de ojos verdes.
—Por supuesto, todos quedarán embobados —respondió la de cabello corto.
Una sonrisa surcó los labios de la viuda.
—Sonreíste —exclamó la pelirroja —. Si te preocupas tanto por tu aspecto es porque esperas verte bien y atraer a alguien ¿Piensas volver al mercado matrimonial?
—¿Creen que es algo descabellado?
Ambas negaron.
—Es fantástico —dijeron al unísono.
—Eres joven y bella, todos querrán tener a la belleza de la ciudad como esposa —habló Priya posando sus verdes ojos en la castaña —. Mereces conseguir un amor tan puro como tu alma.
Aveline le dedicó una sonrisa y la abrazó fuertemente, ella quería mucho a su cuñada, su hermano Rhidian hizo una gran elección.
(...)
A las afueras de la ciudad un nuevo visitante se abría paso entre las abarrotadas calles. El vizconde Lucian Eckhardt volvía a su ciudad natal en busca de conseguir descanso en su antigua casa, claro que su tía no le haría la tarea fácil, la mujer estaba más que dispuesta conseguirle una esposa a su testarudo sobrino. Así que ni bien pusieron un pie en la antigua residencia Eckhardt, ambos tuvieron que alistarse para el baile que se daría en casa del conde Potter.
—No entiendo por qué accediste a venir a esta fiesta en mi nombre —espetó el pelinegro a su tía.
—Porque así podrás conocer a personas y reencontrarte con viejos amigos, Lucian.
El hombre negó.
—Lo que tú quieres es buscarme una esposa, me has fastidiado todo el viaje con lo mismo —exclamó el vizconde —. Ya te dije que pienso relajarme y no involucrarme con nadie ni en nada.
Que equivocado estaba el de ojos grises al pensar que se relajaría, eso no sería posible una vez que se topara con su viejo amigo y su hermana, su tranquilidad y planes de no involucrarse en nada se irían a la nada cuando sin pensarlo se viera inmerso en las redes de la belleza juvenil junto a las persuasiones de su muy convincente tía Brianna.
—Eso está por verse, querido Lucian —dijo la mujer de rubia cabellera —. Siempre logro lo que me propongo, así que te aseguro que esta no será la excepción a la regla. Te casarás, estoy tan segura como que me llamo Brianna Cridmard.
Sin duda alguna sería una estadía muy interesante.
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