05 La última cita

Un par de días habían pasado después de su inesperado encuentro, Isabella había decidido quedarse en casa para darle una oportunidad a su naciente relación con Alex. Aún le parecía una locura, pero no podía luchar contra lo que comenzaba a sentir. Aquel sofisticado androide había despertado en ella emociones que creía haber enterrado en lo más profundo de su ser.

Se dio de baja en la universidad y comenzó a buscar escuelas en la ciudad para retomar sus estudios. Pensó que finalmente podría estudiar algo que le apasionara y no hacer una carrera sólo para complacer a su padre, porque, aunque no lo admitiera, en el fondo eso era lo que hacía. En algún punto llegó a creer que era una buena forma de acercarse a él. Pero ahora nada de eso importaba.

A pesar del sentimiento de libertad que le embargaba no podía evitar cuestionarse qué había ocurrido realmente con el misterioso pago de su deuda a Enzo. No tenía amigos, al menos no tan cercanos como para sacrificar una cantidad tan grande de dinero por ella. ¿Quién habría sido el alma caritativa que le ayudó a saldar cuentas con esos maleantes? No iba dejar que la duda arruinara su inesperada felicidad, pero tampoco podía quedarse tranquila esperando a que "el buen samaritano" que había hecho el pago apareciera repentinamente para cobrarse el favor. Recordó a uno de los sujetos que trabajaban en el bar donde, usualmente, Enzo rondaba para hacer sus negocios. Había salido con él un par de veces así que pensó que tal vez podría hacerle favor de averiguar algo al respecto. Un par de mensajes después el chico accedió, sólo le restaba esperar por un buen informe.

Salió al jardín para buscar a Alex, no la había visto desde el desayuno, imaginó que estaría haciendo alguna tarea de esas simples que tanto disfrutaba de hacer como limpiar la piscina, cortar el césped, cambiar bombillas o arreglar alguna tubería. Efectivamente Alex se encontraba con el rastrillo recogiendo las hojas que caían con gracia del enorme árbol de maple. No entendía porque su sofisticado robot gustaba de hacer tareas manuales tan rudimentarias si podía usar otro tipo de artefactos que facilitaran el trabajo. Se acercó un poco más a ella y se dio cuenta de que cantaba una canción que llegó a sus oídos con una familiaridad dolorosa.

—¿Por qué estás cantando eso? —preguntó con un tono frío.

El androide se giró para mirarla, al parecer estaba tan sumergida en su labor que no se dio cuenta del momento en que llegó hasta ella.

—Hola —sonrió—, ¿no te gusta?

—¿La aprendiste de papá?

—No que yo recuerde, supongo que la escuché en algún lado. ¿Te molesta?

—Sí, no vuelvas a cantarla —exigió, observando el rostro de confusión de Alex.

—De acuerdo, lo siento. No era mi intención.

Hacía años que no escuchaba aquella canción, su madre solía cantarla para ella. Era ese el motivo de su repentino enojo. No le gustaba hablar mucho sobre su madre. El vacío que había dejado era una herida que ni siquiera el tiempo lograba sanar. En un inició se sintió molesta con ella por abandonarla en esa cruel vida. Después, el enojo lo volcó hacia su padre. Aún después de muerto no sabía si algún día podría llegar a perdonarlo por haberse encerrado en su dolor dejándola a la deriva cuando era apenas una niña.

—¿Isabella? ¿estás bien? —preguntó, fijando sus preocupados ojos violetas en ella.

La voz de Alex la sacó de sus pensamientos.

—Sí. Te estaba buscando, ¿te gustaría comer algo mientras miramos una película?

—¿Una cita? —inquirió con evidente emoción en sus palabras mientras observaba a Isabella asentir—. Me encantaría.

—Genial, iré a preparar todo.

Unos minutos después Alex se encontró con Isabella que ya tenía todo listo en la sala de entretenimiento. Con ayuda de Eva preparó algunas botanas que, según el ama de llaves, eran las favoritas de Alex. Había un par de mantas sobre el enorme sofá, cojines que hacían lucir todo más acogedor y las luces de la habitación eran tenues, dándole una atmosfera íntima y hasta cierto punto romántica. Se acomodaron en el sillón y comenzaron a mirar la película.

En ocasiones observaba a Alex de reojo, quien parecía tan inmersa como un niño pequeño mirando su serie de televisión favorita. Nunca imaginó que los thrillers de suspenso serían lo suyo.

—Es una interesante analogía respecto a las enfermedades de transmisión sexual.

Isabella encontraba divertido ver el entusiasmo con el que comenzaba a narrar los puntos clave de la película. Para ella se trataba de una estúpida película con un argumento medianamente interesante, pero compartir ese momento era lo verdaderamente importante. Suspiró, acercándose hasta Alex para acurrucarse entre sus brazos mientras ésta la sostenía con una sonrisa dibujada en su bien diseñado rostro.

—¿Quieres ir a descansar ahora?

Isabella negó, dejando caer su cabeza sobre el regazo de Alex.

—Quedémonos aquí un poco más.

El androide comenzó a hacer surcos en su cabello, mientras ella entrecerraba sus ojos dejándose llevar por el frío y suave tacto.

—¿Ya decidiste si volverás a la universidad? —le cuestionó.

Isabella abrió sus ojos un poco sorprendida por la repentina pregunta, en un inicio consideró regresar a estudiar, pero durante los últimos días una nueva idea se había implantado en su cabeza.

—Aún no, me gustaría viajar...contigo.

—¿Conmigo? —observó a Isabella asentir, incorporándose un poco mientras le robaba un delicado beso en los labios—. ¿Qué crees que diría tu papá sobre el hecho de que te enamoraste de su más increíble creación?

—No sabía que tenías sentido del humor —dijo Isabella, enredando ahora sus brazos alrededor del cuello de su compañera.

—¿Ah, te parece gracioso?

Los firmes dedos de Alex comenzaron a clavarse ligeramente en sus costillas mientras luchaba por zafarse de aquel ataque. Entre risas podía verla tan envuelta en aquello como ella misma. No podía entender como ese infantil desplante por parte del androide, podía hacerle sentir tan feliz. Estaba segura ahora de sus sentimientos. No podía seguir negando que, de forma casi imperceptible, AlexT47-A había logrado derrumbar todos los muros que una vez construyó para proteger su corazón. La detuvo repentinamente, incorporándose un poco para llegar hasta su boca y fundirla en un delicioso beso.

Alex se quedó petrificada, se alejó despacio sentándose sobre el sofá con la mirada de nueva cuenta frente al televisor, pero observando a la nada. Isabella se incorporó por completo mirándola fijamente sin comprender su repentino cambio de actitud.

—¿Cómo puedes saber si realmente estás enamorada de alguien? —preguntó Alex con zozobra, volviendo sus ojos de nueva cuenta hacia la chica.

Isabella encogió sus hombros.

—No lo sé, no hay solo una palabra para describir el sentimiento. Es toda una mezcla de emociones y sensaciones.

—¿Cómo cuáles?

Isabella hizo una prolongada pausa. Quería encontrar las palabras adecuadas para que Alex pudiera comprender su respuesta.

—Hay una sensación de nervios cuando estás cerca de esa persona —comenzó a decir un poco nerviosa—, como si en tu estómago se hiciera un enorme nudo, sientes que en cualquier momento olvidarás cómo respirar —aseguró sin dejar de ver fijamente aquel par de ojos violetas que ahora le observaban atentos—. Te gusta mirar a esa persona porque para ti es lo más maravilloso que hayas visto. —Isabella se quedó en silencio durante unos segundos, y luego tomó aire como si lo que estaba por decir fuera muy difícil—. Tú... ¿sientes algo cuando estás conmigo? —Observó cómo ese gesto ensimismado y pensativo que caracterizaba a Alex se dibujaba en su rostro, era como si quiera encontrar las palabras correctas.

—Eso creo —respondió finalmente, volviendo a Isabella—. Son como pequeñas descargas que se esparcen rápidamente por todo mi cuerpo. Cada mañana espero ansiosa poder verte, me gusta estar cerca de ti, aunque no estemos haciendo absolutamente nada. Es como si de pronto sólo necesitara de tu compañía.

Aquello fue una enorme bola de nieve cayendo directa en su cabeza al mismo tiempo que el corazón le latía sin parar. No podía creer que había caído en su propia trampa. Su padre estaría satisfecho, finalmente ella estaba haciendo lo que él quería y esta vez era a voluntad. Los sentimientos que tenía por Alex eran tan verdaderos que a veces le resultaba difícil creerlo, pero ahora sabía que estaba perdidamente enamorada de ese pedazo de metal con tecnología super avanzada.

—A mí también me gusta tu compañía —dijo con un hilo de voz, aferrándose a sus jeans—. ¿Sabes? Me recuerdas un poco a mamá. Tienes un carácter similar —sonrió con un dejo de nostalgia en sus ojos—, eres muy paciente y tranquila. Por alguna razón me siento en paz cuando estás conmigo.

De nuevo la expresión de Alex cambió, pero esta vez no podía reconocer ese rostro contraído y nervioso.

—Isabella, hay algo que tengo que decirte...

Antes de que Alex pudiera terminar su frase, la pantalla del móvil de Isabella se encendió. Lo tomó para responder la llamada, haciendo un ademán para disculparse y caminar un poco hacia el jardín.

—¿Averiguaste algo?

Sí, al parecer fue una chica la que vino hasta el bar y le entregó el dinero a Enzo.

—¿Una chica?

Así es, ahora mismo te estoy enviando el video de la cámara de seguridad. Ahí tienes tu respuesta, Greco, espero mi paga.

El hombre cortó la llamada, Isabella observó aquel mensaje. Un vídeo en donde la persona que le había dado el dinero a Enzo aparecía en primer plano. Sintió que el aire abandonaba sus pulmones y una enorme presión sofocaba su pecho. Aferró el móvil con fuerza, ¿así era como se sentía un corazón roto?

Regresó hasta la habitación, Alex continuaba sentada, con el semblante sereno, mirando fijamente sus manos cuando la escuchó entrar. Se puso de pie e intentó acercarse temerosamente hasta ella, pero la ira que comenzaba a sentir era incontrolable, así que se alejó del androide. Aun así, sabía que tenía que mantener la calma.

—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Cómo sabías que le debía dinero a ese imbécil? ¿y cómo fue que lo conseguiste? ¡Contéstame, Alex! —le exigió, percatándose de como los ojos violetas le miraban con zozobra.

—Siéntate, por favor, voy a explicártelo todo.

—¡No voy a sentarme! ¡Quiero una explicación ahora mismo!

—Te escuché hablar por teléfono aquella vez, después de que esos sujetos intentaron secuestrarte —confesó—. Rastreé el número telefónico del que recibiste la llamada y luego investigué un poco sobre tu deuda.

Isabella clavó sus confundidos ojos en ella. Nada parecía tener sentido.

—¿Por qué no me dijiste nada? ¿de dónde sacaste el dinero?

—Lo tomé de tu herencia. Tu padre dejó un documento para que yo pudiera acceder al dinero en caso de que lo necesitaras antes de cumplir con...su condición.

Fue entonces que el rompecabezas cobró forma. Aquellas palabras entraron en sus oídos como dagas. Debió imaginarlo, debió saber que todo eso era sólo una manera más que su padre había encontrado para intentar controlar su vida aún después de la muerte. Alex no era más que el resultado de su plan perfecto.

—¿Qué estás diciendo? No puede ser... ¿Lo sabías? ¡sabías todo el maldito circo que mi padre armó con la estúpida herencia! —exclamó, sintiendo como un par de lágrimas comenzaban a abandonar sus ojos. Alex sólo asintió—. Me mentiste... todo este tiempo supiste lo que yo estaba intentando hacer y... ¡soy una estúpida!

—No era mi intención, tenía que hacerlo. Tu padre... En un inició lo hice porque él me lo pidió, pero después lo hice por ti. A pesar de que fui creada con ese propósito yo...

—¿Qué estás diciendo?

Alex comenzó a narrarle toda su historia. Su padre la había creado especialmente para aquella extraña "labor". Desde un inicio, su misión había sido aguardar por el momento de la muerte de su propietario para después quedarse al lado de su hija. Alex había sido creada especialmente para ella. Era por eso que le recordaba a su madre. El doctor Greco se encargó de darle ciertos rasgos de personalidad semejantes a los de su mujer, imaginando que de esa forma sería más sencillo para Isabella acercarse a Alex y abrir de nuevo su corazón. No quería que su hija llevara la misma vida triste y solitaria a la que él se había condenado. Quería de alguna manera redimir sus errores.

Para Isabella cada palabra sonaba más terrible que la anterior. No podía creer que su padre hubiera sido capaz de hacer algo tan aterrador como eso. Crear un robot que compartiera personalidad con su madre para luego orillarla a enamorarse de ella, ¿qué siniestro juego era ese?

—Lo hizo por ti. No quería que siguieras sintiéndote sola.

Se dio cuenta de que sus ojos comenzaban a desbordarse, no podía evitar sentirse herida, desconsolada y como una estúpida.

—Lo que mi padre hizo fue una bajeza, engañarme de esa forma. Manipular mis sentimientos utilizando el recuerdo de mi madre, ¿con qué derecho se atrevió a intervenir así en mi vida? —dijo, mirando fijamente el rostro acongojado de la chica de ojos violetas—. Así que enamórame era parte de tu labor... incluso eso fue una mentira.

Alex se aproximó hacia ella, era claro que lo que quería era darle una explicación, pero Isabella había escuchado suficiente. Aquel dolor atravesaba su cuerpo, sus entrañas. No quería seguir ahí. Lo único que deseaba en ese momento era salir de esa mansión y no volver nunca más. Caminó deprisa hacia su habitación y comenzó a preparar sus maletas. Ya no valía la pena pasar un instante más ahí.

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