Capítulo 7
Aquella mañana, el primer martes de mayo, fue cuando el infierno comenzó para las jóvenes de último curso.
El despertador sonó a las siete, como siempre lo había estado haciendo. Las chicas fueron despertando, algunas en silencio y otras entre quejidos. Unas se incorporaron rápidamente y otras se permitieron dar alguna vuelta sobre el colchón, al menos un minutito más.(TN) era claramente de estas últimas.
—Oye, ¿dónde está Rin? —La pregunta de Sai hizo que algunas de sus compañeras dirigieran la mirada hacia la cama de la pelirroja.
—Querría darse una ducha la primera y habrá salido antes —respondió Miya, rápidamente, restando importancia al asunto.
Sin embargo, era raro que alguna saliera de la habitación antes de que sonara la alarma. Tal vez había tenido una urgencia y había ido al baño. Volvería en unos minutos.
No tardó en escucharse un grito escalofriante fuera del edificio, en la parte que daba a la entrada el internado. Había sido el conserje.
—Debe haber visto su cara reflejada en algún sitio —se burló Miya. Tan solo un par de compañeras se rieron por lo bajo.
—¡Ah, Miya! Deja de ser tan desagradable —se quejó la peli(t/c), lanzándole una mirada de reproche. Se levantó rápidamente de la cama y al acercó hasta su amiga Saori, que estaba a punto de correr las cortinas para asomarse—. Joder...
(TN) se tapó las manos con la boca al observar aquella horrible escena. El cuerpo de Rin yacía sobre el árido suelo, a penas cubierto por hierba en aquella zona. Junto a su cabeza había un charco de sangre, del cual salía un pequeño reguero que se extendía poco menos de un metro.
El resto de alumnas no tardó en asomarse también, quedando igual de horrorizadas. Sai rompió a llorar y Aki la abrazó para tratar de consolarla. Kataoka y el ama de llaves llegaron corriendo hasta el cuerpo de la joven. La directora enseguida hizo una señal a la segunda mientras observaba a las jóvenes en la ventana, indicando que fuera a hablar con ellas.
Pocos minutos después, Taeko entraba por la puerta de la habitación de último año. Su cara estaba descompuesta por el dolor y la impresión que había sentido al ver a la pequeña tirada en el suelo y rodeada de sangre. Con ojos llorosos abrazó a algunas de las jóvenes que se acercaron en busca de su consuelo.
—Chicas, la directora Kataoka me ha pedido que vayáis preparándoos para bajar a desayunar —explicó, con voz quebrada—. Hablara con vosotras cuando las alumnas de los otros cursos marchen a clase.
Las chicas se vistieron y asearon en silencio. No se escuchó ni una sola palabra desde que el ama de llaves abandonó la habitación hasta que acabaron de desayunar.
Bueno, al menos las que desayunaron. Algunas tenían tal nudo en la garganta que no pudieron pegar bocado a pesar de la insistencia de la directora.
Sai y Aki eran las más afectadas. Al final y al cabo eran las que más solían juntarse con Rin. La chica de gafas sabía que su compañera llevaba días más extraña de lo habitual, pero no hizo nada por indagar más allá. Habría sido un accidente, ¿verdad?
—Alumnas de último año, lamentó mucho la pérdida de vuestra compañera. —La directora comenzó su discurso una vez tan solo estuvieron presentes ellas y los profesores—. Sin embargo, no quiero que cunda el pánico. Nadie ha empujado a la señorita Tanabe ni se ha tropezado por ningún desperfecto del internado. Hoy temprano, al llegar a mi despacho, he encontrado una nota en el suelo. La señorita Tanabe ha decidido poner fin a su vida.
Algunas de las jóvenes no pudieron evitar soltar un pequeño grito. Otras simplemente se llevaron las manos a la cabeza. Los ojos de Sai volvieron a llenarse de lágrimas de nuevo, y esta vez no fue la única que lloró. Aki y Tami le acompañaron. Los susurrros no tardaron en comenzar a escuchar, algunos de consúelo y otros comentando los posibles motivos que su compañera había tenido para cometer tal acto.
—Silencio. ¡Silencio! —exclamó Takaoka, comenzando a perder los nervios. Poco a poco las alumnas se fueron callando—. La señorita Tanabe quería que leyera la nota a sus compañeras. Les pido respeto y silencio para escuchar sus últimas palabras.
«No puedo más. Lo siento, pero no puedo más. Mi vida es un infierno y vaya a donde vaya después de morir no puede ser peor. No tengo amigas. Escucho a compañeras mirarme y cuchichear, seguro que hablando sobre mi y mi padre. No quiero que acabe el año en el internado y volver a la ciudad. No puedo soportarlo más y no voy a hacerlo. Adiós, hasta siempre».
—Dios mío... —sollozó Sai, rompiendo en un llanto desgarrador. Se sentía completamente culpable. Ella y Aki eran lo más parecido a una amiga que Rin tenía en el mundo.
(TN) se quedó pensativa. Era extraño que la pelirroja hubiera escrito esas palabras. Poco después de llegar al internado aquel mismo curso, no pudo evitar escuchar una conversación que su compañera tuvo por teléfono en el despacho de la directora. Bueno, podría haberlo evitado si hubiera continuado caminando, pero le pudo la curiosidad. Además, Rin hablaba tan alto que se escuchaba su voz incluso a través de la puerta de madera.
Escuchó como le aseguraba a su madre que pensaba ir a buscar a su padre nada más volver a salir del internado. La pelirroja estaba segura de que pronto podría irse a vivir con él y que empezarían una nueva vida en otra ciudad. No tenía ni de lejos intención alguna de acabar con su vida. A penas había pasado un mes tras aquella conversación y no había vuelto a comunicarse con nadie de su familia, así que no podía haber recibido ningún tipo de noticia que le hiciera cambiar de idea. ¿Qué sentido tenía acabar con su vida entonces si tantas ganas tenia de reunirse con su padre?
—¿Qué? ¿Vamos a continuar las clases como si nada? —La voz indignada de Sai sacó a la peli(t/c) de sus pensamientos.
—¡Por Dios! Ni que os importara tanto Rin —intervino la profesora de matemáticas, harta de aquella estúpida escena—. La mayoría de veces que la he visto por el internado estaba más sola que la una.
—Pero... —murmuró la chica de gafas, sin encontrar las palabras adecuadas.
—La profesora tiene razón. —Miya fue la que acabó respondiendo a aquel comentario—. No me miréis así. Es la verdad. Rin no era amiga de nadie. Es muy fuerte que se haya suicidado, pero no voy a cambiar mi vida por ello.
—¡Eres una maldita insensible! —exclamó Sai, abalanzándose sobre su compañera de cabello castaño. Fueron unos segundos muy intentos mientras sus propias amigas trataban de separarlas y la directora Kataoka gritaba escandalizada.
—Jamás había visto a esa jovencita así... —murmuró la profesora de música a Law, que estaba justo a su lado.
Él tan solo miró a la chica de gafas fijamente. No pensaba que fuera tan amiga de su compañera. Paseó la mirada por el resto de alumnas, para analizar sus expresiones. No pudo evitar detenerse cuando observó a (TN). En aquellos momentos parecía no estar afectada. Su mente debía estar dando vueltas a algo y estaba realmente concentrada, ya que ni si quiera miraba como separaban a sus dos compañeras. ¿Qué estaría pensando? ¿Tal vez sabía algo que el resto no? No parecía que hubiera charlado mucho con Rin, o al menos eso pensaba él tras las semanas que había pasado en el internado.
—Me las llevaré al patio y haremos algo de relajación —le comentó Ogawa Misaki a la directora. Era la profesora de educación física y le les tocaba clase con ella a primera hora. Era una mujer que acababa de entrar hacía poco en la treintena. Alta y con su cabello negro y ondulado siempre recogido en una coleta.
—Sí, lo que sea. Que se tranquilicen —masculló Kataoka—. Después hablaremos de tu castigo, señorita Kitamura.
La joven de ojos verdes, tan solo miró hacia el suelo. Sabía que si miraba de forma desafiante a la directora, el castigo sería todavía más grave.
[•••]
Aquel mismo día, después de comer, los profesores se encontraron en la sala de reuniones para hablar sobre aquel impactante suceso que había ocurrido de buena mañana. Los primeros en llegar dedicaron unos minutos a prepararse un té o un café mientras esperaba al resto. Una vez todos presentes, la directora comenzó a hablar.
—Ya he ha hablado con su madre y la ambulancia del hospital más cercano está de camino para llevarse el cuerpo —anunció Kataoka, tratando de mantener la calma. Aquella situación era pésima para el internado—. Obviamente vendrá la policía a hacernos preguntas. Supongo que a las alumnas de último curso y a nosotros.
—Es un auténtico fastidio —gruñó la profesora de matemáticas, Yuriko—. ¡Cómo si no tuviéramos bastante trabajo!
—¡Por Dios! Ha muerto una niña —exclamó Sayaka, la de arte.
—Ha sido su decisión —aclaró Yuriko, amoldando su oscura y cardada melena, con tranquilidad. Clavó sus ojos oscuros en la profesora más joven—. Los problemas que traigan de fuera no son asunto nuestro. Aquí no les falta de nada.
—Tal vez deberíamos contratar ayuda para las chicas. Una psicóloga con la que puedan desahogarse —propuso la profesora de educación física.
—¿Y gastar más dinero? —se quejó la de japonés. Prácticamente nadie apoyó esa propuesta.
—Sería lo mejor —intervino Law, finalmente, haciendo que el silencio reinara en la sala—. Los padres se enterarán de esto. Por más que piensen que sus hijas necesitan mano dura temerán que vayan por el mismo camino que sus compañeras. Si saben que se les va a brindar ayuda psicológica se quedarán más tranquilos.
—Bueno, viéndolo desde ese punto de vista... —murmuró Kataoka, casi para sí misma. Solo pensaba en quitarse a los padres de encima y no perder clientes—. Está bien. Las clases continuarán como siempre, pero las alumnas tendrán alguien con quien hablar. Y al menos tendrán una sesión obligada cada una. Voy a buscar a hacer unas llamadas, a ver si mañana ya podemos tener aquel a alguien.
Unas horas después, usando los tonos anaranjados y rojizos cubrían al cielo, las luces y sonidos de la ambulancia y los coches de policía invadieron la entrada del internado.
Desde las ventanas de la sala de tiempo libre, las alumnas de último año —y las alumnas en general— observaron cómo metían le cuerpo sin vida de Rin. El cuerpo que había estado varias horas comenzando a pudrirse sobre la hierba, en una zona apartada de la vista de las jóvenes.
También observaron cómo uno de lo policías hablaba con Kataoka. No tardaron en caminar hacia la puerta del internado junto a una mujer que, claramente, debía ser la madre de Rin.
—Por aquí. Síganme hasta mi despacho —indicó la máxima autoridad del internado.
Ella, el policía y la madre de Rin caminaron en silencio por el pasillo del internado hasta llegar al despacho.
—Voy a buscar a las niñas y me aseguraré de que nadie les interrumpa —comentó la directora, mientras el inspector tomaba asiento en su sillón. La mujer de cabello rojo oscuro acercó una silla y se sentó al lado del hombre.
—Debe haber un adulto que trabaje en el centro presente durante el interrogatorio —aclaró el inspector.
—Eh, sí... Enseguida busco a alguien —farfulló la mujer, antes de salir por la puerta.
Ella debía hacer las llamadas pertinentes a los padres de las alumnas. No podía perder el tiempo escuchando a esas crías decir cualquier idiotez. Se acercó a la primera persona adulta que vio por los pasillos.
—Profesor Trafalgar. —El susodicho frenó el paso y se giró hacia su superior mientras aguantaba la taza de café en la mano—. Necesito que esté presente en los interrogatorios. Tengo que hacer unas llamadas y no puedo quedarme.
—Está bien —accedió el pelinegro. No es que le apeteciera quedarse allí perdiendo el tiempo, pero eran órdenes.
—Vaya a mi despacho. Yo iré a buscar a las chicas.
Las jóvenes estaban tratando de hacer cualquiera actividad en la sala. Lo que fuera con tal de evadirse un poco de aquel extraño y trágico día. Sin embargo, para la mayoría era imposible. Se sobresaltaron cuando Kataoka irrumpió de repente en la estancia.
—El inspector quiere hablar con vosotras —anunció de manera directa y sin rodeos—. Seguidme. Formareis una fila en el pasillo de mi despecho e iréis entrando cuando se os indique.
Las estudiantes obedecieron las órdenes de la directora y caminaron tras ella en fila, de una en una. Muchas emociones recorrían la mente de las jóvenes: miedo, nervios, incertidumbre... Alguna se hacía la indiferente, pero no podía evitar que le afectar el hecho de que una compañera se había suicidado allí mismo.
Saori, Tami y (TN) iban las últimas. Cruzaban miradas en silencio cada vez que una de sus compañeras entraba o salía y la fila se iba reduciendo cada vez más, hasta llegar a ellas. En cuestión de minutos, la peli(t/c) estaba sola en el pasillo, apoyando su espalda en una de las frías paredes. Habían recibido ordenes de no esperarse entre ellas. Una vez acabada el interrogatorio, vuelta a sus asuntos.
—(TA) (TN). —El inspector la llamó mientras su amiga de cabellos rubios salía por la puerta.
Los latidos del corazón de la joven aceleraron ligeramente al cruzar la entrada al despacho. Si contaba lo que había escuchado durante aquella llamada corría el riesgo de ser considerada una cotilla, pero era información importante.
Aunque, si no había sido un suicido. ¿Quién de allí dentro querría matar a Rin? No tenía sentido. Tal vez estaba haciendo hipótesis equivocadas. Sin embargo, consideraba que la policía debía saber ese dato.
La peli(t/c) se sorprendió al ver a aquella mujer de cabellos rojos sentada junto al inspector. No contaba con que la madre de su compañera estuviera allí.
—Bueno, (TN). ¿Eras muy amiga de Rin? —preguntó el inspector, una vez la joven hubo tomado asiento.
—No éramos amigas, tan solo compañeras —explicó la estudiante—. Teníamos una relación cordial, pero no hablábamos de cosas íntimas.
—¿Entonces no había nada que te hiciera sospechar que estaba tan mal? —cuestionó el hombre. Ella negó, moviendo la cabeza y pensó durante unos segundos si comentar la información que tenía guardada o no.
—De hecho... —murmuró, todavía con dudas.
—¿Sí? —Aquellas palabras despiertan la curiosidad del policía.
—Poco después de comenzar el curso, hace apenas un mes, la puerta del despacho de la directora estaba abierta y le escuché hablar con su padre —soltó la joven, finalmente—. Estaba deseando que llegara el verano porque confiaba en que su padre pudiera llevarla de vacaciones. Parecía que le hacía mucha ilusión, entonces no entiendo...
—¿¡Qué estupideces dices, maldita cría!? —exclamó, de repente, la madre de Rin. Mientras berreaba aquellas palabras se abalanzó sobre la estudiante y comenzó a propinarle manotazos en la cara.
—¡Señora! ¡Oiga señora! —El inspector se levantó de la silla para parar a la mujer. Law fue más rápido y entre los dos lograron contenerla.
—¡Ese hombre es un maltratador! ¡No puede estar hablando con mi hija por teléfono! No podía llevársela —farfullaba la mujer, fuera de sí—. No podía querer irse con él...
—Se ha acabado el interrogatorio —intervino el profesor, al ver que (TN) se apartaba las manos de la cara y observar un arañazo en su mejilla—. Espero que le haya sido de utilidad, inspector.
—Sí. Gracias por su colaboración. Ya nos marchamos —comentó el hombre, mientras comenzaba a recoger sus papeles del escritorio.
—Ven conmigo, (TN)-ya. Desinfectaremos ese corte —propuso el pelinegro, con tono autoritario, mientras pasaba por el lado de su alumna.
Ella le siguió sin rechistar, todavía conmocionada por la situación que acababa de vivir. Tal vez había tenido poco tacto. No tenía ni idea de la situación de aquella familia. Sin embargo, le parecía un dato importante. Era raro que una persona que esperara con tantas ganas las vacaciones de verano o incluso empezar de cero con su padre decidiera poner fin a su vida.
Tal vez el inspector hubiera considerado la situación si la madre de Rin no hubiera cambiado la versión de los hechos y no le hubiera contado una discusión ficticia que la niña y el padre habían tenido hacía un par de semanas. El odio hacia su marido era más fuerte que el hecho de intentar hacer justicia por su hija. De todas formas, ¿quién iba a imaginar que entre aquellas paredes había alguien capaz de matar a una joven? Y, así, el asesinato que había tenido lugar en el internado McCarthy pasó desapercibido.
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