Capítulo 20
Una vez acabada la entrevista, las tres alumnas fueron directas a la sala de tiempo libre, donde debían estar sus compañeras.
(TN) dio media vuelta tras cruzar el marco de la puerta, observó que no había ninguna profesora a la vista y cerró tratando de hacer el menor ruido posible.
—¿Habéis averiguado algo? —inquirió Miya, mientras todas se acercaban a las recién llegadas.
—¿Es alguna de ellas? —preguntó Sai.
Ninguna podía negar que estaba atemorizada. Sabían que, a pesar de la presencia de adultos, podían caer en cualquier momento, tal y como les había pasado a sus compañeras.
—No es ninguna de ellas —respondió la peli(t/c), haciendo que las expresiones de las chicas se relajaran—, pero la conocen. Eran compañeras de clase y, al parecer, nuestras madres y tías solían meterse con ellas hasta que llegó esta mujer.
—Le hicieron... Le hicieron cosas horribles —murmuró Tami, que todavía no se había recuperado de aquella horrible realidad.
—Pues bien por ella, pero nosotras no tenemos nada que ver —masculló Miya, frunciendo el ceño—. Que vaya a por ellas, ¿no?
—Al parecer... Bueno, puede que perdiera el bebé por todo lo que ellas le hicieron en el internado —ilustró Saori.
Todas se quedaron en silencio. ¿Tal vez quería hacerles sentir lo que era perder una hija? De todos modos era una venganza desmesurada. Aquella mujer debería estar encerrada en un centro psiquiátrico.
—Pero algunas no son vuestras madres, son vuestras tías —apuntó Sai.
—No tiene sentido que intentemos entender a una persona así —concluyó (TN)—. Tan solo debemos centrarnos en la realidad: quiere hacernos daño.
—Pero vendrán a buscarnos... Solo quedan unos días y nos iremos de aquí —insistió la joven de cabellos rubios, con tono nervioso.
Saori se acercó para consolarla, posando una de sus manos en el hombro de su amiga y dándole unos suaves apretones.
Todas se sobresaltaron cuando la puerta se abrió de golpe.
—¡¿Cuántas veces tengo que decir que nada de puertas cerradas?! —exclamó Kataoka, con la cara roja de furia—. Arrancaría las puertas de todo el internado. Todas fuera, al patio y quedaros por ahí hasta la hora de la cena.
Las jóvenes no rechistaron. Cualquier lugar en el que pudieran estar juntas y a vista de todos era seguro.
—(TN)-ya, acuda al aula, tenemos que hablar de las últimas actividades. Han sido un desastre —comunicó el profesor Trafalgar, que acaba de cruzarse con ellas por el pasillo.
—Eh, sí, profesor... —balbuceó la joven.
—Estás crías... —murmuró la directora, negando con la cabeza antes de acelerar el paso hacia su despacho.
La peli(t/c) rodó los ojos y siguió al pelinegro hasta el aula. Por suerte no se cruzaron con ninguna otra profesora.
Una vez dentro del aula, fue el mismo Law el que cerró la puerta tras sus espaldas.
—¿Quieres que me expulsen? —cuestionó ella, con expresión desesperada.
—¿Entrevistar a esas dos profesoras es lo que entiendes por no llamar la atención? —inquirió el pelinegro, sin mostrar ni un solo atisbo de intranquilidad.
—Solo queríamos descartar que no fueran ellas y bueno, y saber realmente qué pasó.
—¿Y si hubiesen decidido atacaros?
—No lo habrían hecho, ¿cómo iban a explicarlo después?
—Tal vez a esa mujer no le importe que la metan presa con tal de cumplir su venganza. Ha sido peligroso —insistió Law. La joven tragó saliva. ¿De verdad aquella mujer se arriesgaría a tanto? En aquel caso no estaban seguras de ninguna de las formas—. El domingo vienen a buscaros. Ya falta menos. Id siempre juntas y nunca os quedéis encerradas a solas con nadie.
—¿Como ahora?
El profesor observó en silencio aquellos ojos (t/c) que le miraban desafiantes.
—Yo no soy peligroso —aseguró él. Bueno, peligroso en aquel sentido.
Era un peligro para mantener su ética como profesor y un peligro para no dañar más la reputación de su alumna, pero no podía evitar aquellas ganas de estar cerca de ella o simplemente tratar de protegerla.
Bueno, proteger a todas, pero estar cerca... Solo de ella.
—Nada puede asegurarme que no seas peligroso, más vale estar alerta con todo el mundo —comentó ella, tratando de reprimir una sonrisa.
Sabía que había algo de verdad en sus palabras. Sin embargo, algo dentro de ella le aseguraba que Law no tenía nada que ver con todo aquello. O tal vez aquella atracción que sentía por él le estaba cegando.
Ambos fueron a abrir la puerta al mismo tiempo y sus manos se rozaron. La peli(t/c) la apartó a gran velocidad.
—Ay, disculpa —murmuró la alumna, algo nerviosa. ¿Cómo era posible que su cuerpo reaccionara de aquella manera tan solo con un simple roce?
—Tranquila, adelante —indicó él, abriendo y cediéndole el paso.
La joven abandonó el aula sin pronunciar una sola palabra más. No podía creerse que su mente tuviera tiempo para estar pendiente de esas tonterías. ¡Con la situación a la que se estaban enfrentando!
¡Un momento! Se había olvidado comentarle la posibilidad de que aquella mujer, Takagi, estuviera en el mismísimo internado. Escondida de algún modo.
Dio media vuelta para volver sobre sus pasos, pero se chocó de forma inesperada contra Law, el cual posó sus manos sobre los hombros de la alumna tras el encuentro.
—Cuidado —indicó él, acariciándole de forma casi imperceptible.
—¡Pero bueno, señorita (TA)! —se escuchó exclamar a Sayaka, la profesora de música y arte, que se acercó a gran velocidad al observar tal escena desde la distancia—. A ver si le parece normal correr así por las pasillos y agredir así a los profesores.
—Ha sido sin querer —de excusó la peli(t/c), que ya había dado un paso hacia atrás cuando escuchó a la profesora gritar su nombre—. Disculpe, profesor es que... Se me ha olvidado preguntar otra duda que tenía de una de las actividades.
—Ya claro, que casualidad que la asignatura en la que más dudas tenéis es en biología —comentó la mujer, con tono sarcástico—. Además, ahora tenemos una reunión y el profesor Trafalgar debe asistir. Seguro que la duda puede esperar hasta mañana.
—Sí, claro... —aseguró (TN), forzando una sonrisa.
—¿Seguro que puede esperar? —inquirió el pelinegro.
—Sí, no se preocupe. Gracias profesor Trafalgar.
Hizo una breve reverencia y se encaminó hacia el jardín exterior, donde debían estar el resto de sus compañeras.
Tampoco cambiaría nada que Law supiera que tal vez aquella mujer rondaba por allí. Bueno, serían dos ojos más pendientes de saber si era realidad o no; pero no corría extremada prisa y no quería llamar mucho más la atención.
De todos modos, tan solo quedaban cuatro días para abandonar aquel lugar y poder contar todo a sus familias.
[•••]
Tras la cena, todas las alumnas subieron a sus habitaciones, dispuestas a lavarse los dientes antes de irse a dormir.
Sin embargo, las más mayores del internado encontraron una desagradable sorpresa: sus almohadas y colchones estaban cubiertos con pintura roja, en un intento de simular sangre.
El sonoro y agudo grito de Tami y Taia alertaron a las profesoras.
El primero en acudir fue Law, seguido por Sayaka, que no se había separado de él desde que había visto a aquella mocosa abalanzarse sobre sus brazos.
—¿Pero qué es esto? —murmuró patidifusa, agarrándose del brazo de su compañero.
—¿Qué son esos gritos? —cuestionó Kataoka, acercándose al dormitorio, seguida por otras profesoras y el ama de llaves—. ¡Pero bueno! ¡Menudo desastre! No lo habréis planeado vosotras verdad.
—¡Claro que no! —exclamó Tami, entre sollozos—. ¿Por qué nos hacen esto?
—Está claro que ha sido una broma de mal gusto —aseguró Kataoka, cruzándose de brazos. Sin embargo, la profesora de matemáticas y la de japonés intercambiaron unas fugaces y confusas miradas—. Ya buscaremos a las culpables. Mientras tanto limpiad este desastre o no sé dónde dormiréis.
Las jóvenes, algunas más asustadas que otra —al menos algunas lo manifestaban más— se fueron acercando no muy convencidas hacia sus camas.
La peli(t/c) fue la primera en tratar de quitar las sábanas. Lo hizo sin cuidado y algo afilado rozó la palma de su mano.
Su gritó llamó la atención de todos los que quedaban presentes en la habitación y en el pasillo.
No tuvieron que preguntar nada, ya que un hilo de sangre brotaba desde la su mano y avanzaba hacia su muñeca y antebrazo.
Sus compañeras se quedaron quietas, no se atrevían a poner una mano sobre sus camas.
—Ve al baño, (TN)-ya. Yo llevaré el botiquín —ordenó Law.
—Te acompaño —propuso Sayaka. Le preocupabas más que aquella cría estuviera a solas con su amado compañero que su herida.
—Deberíamos ayudarles a quitar todo esto, no vaya ser que haya algún accidente más —intervino Kataoka, no precisamente emocionada.
Solo les faltaba tener que hacer aquel tipo de labores. La profesora de música, muy en contra de su voluntad, se quedó ayudando en la habitación mientras observaba de reojo como (TN) y Law la abandonaban.
La joven alumna, tratando de aguantar las lágrimas por el dolor, entró a toda prisa en el baño.
Abrió el grifo y colocó la mano bajó el frío chorro de agua, pero la sangre seguía brotando.
—Vale, tranquila. Vamos a ver bien esa herida —dijo que el profesor de biología mientras entraba al aseo y dejaba el botiquín sobre uno de los lavabos.
Tomó con suavidad la muñeca de la joven y examinó el corte. Era escandaloso, pero no tan profundo como esperaba.
No le costó mucho desinfectar la zona y hacer un vendaje apropiado. Alzó sus ojos grises para observar el rostro de la joven, el cual estaba bastante pálido.
—¿Estás bien, (TN)-ya? ¿Necesitas tumbarte?
—Solo estoy un poco mareada —respondió ella.
No solo por la sangre, sino por aquella amenaza o advertencia que acababan de experimentar.
—Tranquila, enseguida subirán con las colchas nuevas y podrás descansar.
En aquellos momentos, esa zona del internado estaba desierta, ya que las alumnas de último curso y las profesoras estaban bajando todo a la lavandería y el resto de alumnas estaban en sus habitaciones, ya en la cama.
De repente, se escuchó un sonoro portazo, probablemente causado por alguna corriente de viento; pero los nervios estaban demasiado crispados, así que (TN) se abalanzó sobre el pelinegro de forma involuntaria, como un acto reflejo.
Law no dudó en abrazarla —con plena voluntad, nada de involuntario—. Posó una mano en la parte baja de la espalda de la joven y con la otra acarició su cabello suave y repetidamente, con tal de tranquilizarla.
Odiaba que aquel contacto le resultara tan agradable, pero no podía negar que le gustaba tenerla entre sus brazos. Sabía que esos sentimientos no eran correctos y que no iba a pasar nada.
—Tranquila, (TN)-ya. Habrá sido el viento —dijo, mientras rompía el estrecho contacto y apoyaba las manos en los hombros de su alumna.
—Sí, seguramente...
—Es normal que estés asustada, pero ya falta menos. En cuatro días saldréis de aquí y podréis explicarlo todo. Por cierto, ¿tenías algo más que contarme?
—Sí. Que bueno lo que nos han explicado las profesoras es que había una alumna con la que nuestras madres y nuestras tías se metían... Le hicieron la vida imposible. Nos han contado cosas horribles —explicó ella—. Y creemos que esa mujer, Takagi, está aquí en el internado.
—¿Quieres decir que está escondida? Porque no es ninguna de las profesoras.
—Claro... Aquella alumna de primero contó que había hablado con una mujer.
—¿Y cómo puede estar aquí sin que nadie lo sepa? Es decir, si está escondida en algún sitio alguien le estará llevando comida, agua y demás. Por tanto tiene cómplices.
—Yoshida insistió en saber por qué queríamos saber tanto sobre ese tema... Preguntó si alguien nos había dicho algo y parecía preocupada.
—Por favor, tened más cuidado que nunca. Yo estaré atento por si veo algo sospechoso. Vosotras permaneced juntas y alerta.
(TN) dio un paso atrás para alejarse de su profesor cuando escuchó sonoras pisadas que se acercaban al baño.
La profesora de música o tardó en asomarse por la puerta.
—¿Estás mejor, (TN)? —inquirió, acercándose a ellos.
La susodicha trató de mantener en su rostro una expresión decente. Vaya, de repente se preocupaba por ella. Debían haber sido los minutos más largos de su vida, esperando ansiosa por interrumpir cualquier intento de acercamiento.
—Si, gracias profesora —respondió ella, inclinado fugazmente la cabeza—. Me retiro a la habitación.
Las profesoras todavía deambulaban por el pasillo, pendientes de que las alumnas de último curso colocaran todo en su sitio y se fueran a dormir.
Ninguna pronunció ni una sola palabra mientras preparaban de nuevo sus camas. Tan solo le dieron las buenas noches a Taeko, el ama de llaves, cuando se acercó para apagarles la luz.
Ninguna pudo pegar ojo de forma adecuada aquella noche.
[•••]
Pasaron tres días desde aquel fatídico incidente. El sábado había llegado y el aparcamiento del internado estaba lleno de coches. Padres y madres que venían a recoger a sus pequeñas ovejas negras de la familia.
Las jóvenes de último curso estaban la sala de tiempo libre. Algunas observaban a través del cristal con mirada melancólica, deseando que sus coches aparecieran en cualquier momento.
Nunca les había gustado estar en casa, pero en aquellos momentos... Cualquier lugar era mejor que aquel maldito internado.
—Venga, chicas, solo queda una noche más. Mañana nos vamos —musitó Tami, más para tranquilizarse a sí misma que al resto.
Sus palabras no resultaron tranquilizadoras. Todavía no se les había pasado el miedo por aquella especie de amenaza que recibieron en su habitación.
Puede que todo el mundo lo hubiera tomado como una broma, pero solo ellas sabían la verdad.
Mientras tanto, en otro lugar del internado, cierta mujer entraba con andar tranquilo en una de las habitaciones de la estancia.
La felicidad le invadía, pues aquella noche llegaría el gran momento: la masacre de las alumnas de último año. Las hijas y sobrinas de aquellas malditas zorras que le habían hecho la vida imposible años atrás. Por las que había perdido la vida que albergaba en su interior.
Y aquellas pequeñas criaturas habían seguido los mismos pasos. ¿Por qué si no habían acabado allí? ¿A cuántas compañeras habrían hecho la vida imposible? No eran trigo limpio. Su venganza le hacía un favor al mundo.
—Hoy no hará falta que te sigas tomando la medicación... Está noche podrás ser tú. Sé las ganas que tienes.
El día se le hizo eterno. Tenía todo preparado y se había imaginado incontables veces cómo acabaría con ellas. Se imaginaba sus gritos, la sangre brotando de sus heridas, las caras de sus ex compañeras al ver todo el espectáculo horas después...
La comida y la cena nunca habían transcurrido en tanto silencio. Todas las mesas, a excepción de las de último año estaban vacías y ellas no tenían precisamente ganas de charlar como si nada.
Estaban aterradas. No pensaban que aquello fuera a acabarse así como así. ¿De verdad pasarían la última noche sin ningún altercado y vendrían a recogerlas al día siguiente?
No le había pasado nada a ninguna de ellas desde lo de Suzu y tras la amenaza de aquella mujer... O había olvidado su plan o se estaba dejando todo para el final.
Tras la cena, las jóvenes subieron en fila y en silencio por las escaleras y recorriendo los pasillos hasta llegar a sus dormitorios.
Fueron en grupos a lavarse los dientes y se pusieron los pijamas. Taeko, el ama de llaves, no tardó en pasarse por allí.
—Buenas noches señoritas. Qué bien que este año sí os lleven de vacaciones, ¿verdad? Aunque se hayan retrasado un poco —comentó la mujer, bajando la voz.
—Sí —lograron murmurar algunas de ellas.
—Venga, a descansar —se despidió, antes de cerrar la puerta.
Las chicas esperaron unos segundos en silencio, para asegurarse que Taeko se había alejado lo suficiente.
—¿Qué habéis conseguido reunir? —(TN) fue la primera en hablar.
Comenzaron a abrir sus baúles y sacaron varios objetos. La mayoría fueron tijeras, excepto Miya que sacó un martillo y una llave inglesa.
—¿De dónde has sacado eso? —cuestionó Saori.
—Del almacén —respondió la joven de ojos azules, encogiendo los hombros como si fuera algo obvio.
Se sentían más o menos preparadas para afrontar aquella ultima noche. Aunque no eran conscientes de que les serviría de más bien poco.
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