Capítulo 12
Ya había llegado el último domingo de mayo. Era prácticamente medio día y las jóvenes de último año estaban preparándose en su cuarto.
Aquel día podían elegir alguna de las prendas que habían llevado al internado. Día libre de uniforme. Eso sí, bajo la estricta supervisión de la directora Kataoka.
—Es precioso Tami —comentó la peli(t/c), al ver el vestido que su amiga quería mostrarles.
Era un vestido de estilo algo antiguo, con escote cuadrado, mandas ligeramente abullonadas y decoración florar en tonos nude.
—Aunque sabes perfectamente que no puedes llevarlo —le recordó Saori. La falda era demasiado corta, cubriendo tan solo la mitad de los muslos.
—Lo sé... Tengo que mantener mi figura para poder llevarlo cuando acabe este maldito último año. —La joven suspiró, tras perderse en sus pensamientos durante unos segundos—. Ojalá Yamato pudiera verme así.
—¿Puedo probármelo? —preguntó (TN). No es que le encantara llevar vestidos, pero le hacía ilusión probarse ese.
—Por supuesto —accedió la rubia, orgullosa de que la prenda de ropa que había escogido tuviera tanto éxito.
Se quitó el vestido con cuidado y se lo pasó a su amiga, con ayuda de Tami, logró ponérselo y colocárselo adecuadamente. La chica de cabellos rubios, ató las tiras de tela que había en la parte trasera, formando un bonito lazo.
—¡Voy al baño a mirarme! —exclamó, emocionada. Parecía una niña pequeña con un juguete nuevo.
Antes de cruza el marco de la puerta, miró cuidadosamente hacia ambos lados del pasillo. Si alguna profesora la veía así vestida, corría el riesgo se no ir al almuerzo y deseaba con todas sus fuerzas salir de aquel edificio, aunque fuera por un par de horas.
Cruzó con paso acelerado el corto tramo que separaba el baño de las habitaciones. Juntó la puerta hasta dejar ligeramente entreabierta y se colocó delante del espejo.
Se observó, sonriente, moviendo las caderas para que la tela de la falda también lo hiciera. Se colocó de espaldas y giró la cabeza lo máximo posible, para verse la parte de detrás.
Le gustaba.
Sin embargo, debía cambiarse. Se pondría sus pantalones vaqueros claros, de talle alto, tobilleros y con el camal algo ancho. Para la parte de arriba, había escogido una blusa de manga corta y color blanco roto. Finalmente, para cubrir sus pies, unas deportivas sencillas y blancas.
Salió al pasillo, esta vez sin asegurarse de la ausencia de posibles profesores. Se sobresaltó al notar la presencia de alguien nada más cruzar la puerta. Sin embargo, no tardó en sentir alivio al ver que se trataba de Law.
—(TN)-ya... —murmuró el pelinegro, segundos después, tras no haber podido evitar recorrer de manera fugaz el cuerpo de la joven con su mirada—. Espero que seas plenamente consciente de que no vas a poder salir así.
—Lo sé, solo quería probármelo —explicó ella, rápidamente—. Voy a cambiarme.
La joven entró rápidamente a su habitación. Por suerte, sus amigas seguían cambiándose, igual que el resto, así que no notaron que estaba algo nerviosa y evito posibles preguntas.
Durante aquellos días, tras haber contado a su profesor la verdad sobre lo que le había pasado, había intentado interactuar lo menos posible con él. Es decir, tan solo para aspectos relacionados con la asignatura.
Había intentado evitarlo porque le aterrorizaban los sentimientos que estaban empezando a surgir en su interior.
Ya no le parecía simplemente guapo, como podía pasarle a cualquiera. Es que se sentía a gusto estando con él. Se sentía escuchada y comprendida. Y cuando posó su mano sobre la de ella... Cuando le acarició... No sabía ni cómo explicar lo que sintió.
Lo peor de todo es que se estaba montando ella sola aquella película. No quería darle importancia. Simplemente quería que las cosas se fueran calmando.
Por su parte, una vez entró en la habitación, Law apoyó la espalda contra la puerta y se llevó una mano a la cabeza.
¿Qué le pasaba? ¿En qué cojones estaba pensando? ¿Por qué su subconsciente le jugaba aquellas malas pasadas?
Tenía la sensación de estar sintiendo algo diferente por (TN) y solo le había faltado verla con aquel vestido que le quedaba tan jodidamente bien.
Nunca antes había mostrado interés por ninguna chica. Su vida había sido demasiado complicada para ello y justamente tenía que pasarle con una alumna. Un alumna que tenía cuatro años y unos meses menos que él.
Bueno, no era nada que no le hubiera pasado a la media. El hecho de que una chica algo más joven te pareciera atractiva. Simplemente no esperaba que le pasara a él.
Era una auténtica gilipollez. Tan solo debía dejar de darle tanta importancia al tema.
Los gritos por parte de las alumnas que se escuchaban a pesar de tener la puerta cerrada hicieron que aquellos pensamientos quedaran a un lado.
Abrió de nuevo y se dirigió a donde se estaba formando el barullo para encontrarse a un par de chicas ayudando a la alumna Nomura Suzu.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Sayaka, la profesora de arte, que había acudido también con gran rapidez al escuchar el escándalo. Poco a poco se iban uniendo más profesoras.
—Suzu no se encuentra bien —explicó Miya, una de las que le estaba sujetando y acompañando hasta la habitación.
—¿Que le ocurre? —inquirió el pelinegro. Depende de lo que fuera podrían paliarlo con los productos que contaban en la enfermería.
—No sé, ha dicho que se encuentra mal —respondió Taia, la tercera de aquel grupo de amigas—. Y... Bueno, si queréis mirar en el tercer baño.
Taeko, el ama de llaves, que se había acercado también rápidamente para comprobar que le pasaba a sus queridas niñas, se adentró y se acercó a donde la joven de cabellos anaranjados había indicado.
Arrugó la nariz, dibujando una mueca de disgusto en su rostro y salió de nuevo al pasillo. Las alumnas ya estaban dentro de la habitación, ayudando a Suzu a tumbarse en la cama y asegurándose de saber si necesitaba algo.
—Al parecer tiene diarrea y vómitos —indicó la pequeña y regordeta mujer.
—Tal vez sea un virus del estómago o algo por el estilo —comentó la de matemáticas—. No debemos darle mayor importancia. Un par de manzanillas y estará como nueva.
—De todas formas, no está de más llamar al médico y describirle los síntomas —intervino el chico de ojos grises—. Y es más que obvio que no podrá asistir al almuerzo. Las personas que se queden aquí deberán estar pendientes.
—¿Qué está pasando? —preguntó Kataoka, con la respiración entrecortada. Debía haber subido rápido las escaleras.
Law le puso al día en un momento y la directora se encargó de llamar al centro de salud que el internado tenía designado, todo ello mientras el resto de jóvenes de último año se iba dirigiendo hacia la entrada.
—Eh, ¿has visto? Falta una de las mayores, debe ser esa —indicó una de las jóvenes de primer año de secundaria menor a otra que estaba a su lado.
Su compañera ladeó la cabeza y se fijó en la fila de las mayores. Era cierto. Al día siguiente confesaría su pequeña fechoría y, por fin la expulsarían de aquella maldita cárcel.
Y todo gracias a aquella extraña mujer.
[•••]
(Unos días antes, en plena madrugada)
Azami, una de las jóvenes más conflictivas recién llegada al internado, se despertó en medio de la noche.
Se incorporó hasta quedarse sentada sobre el colchón. Su pecho subía y bajaba a gran velocidad. Tal vez había tenido algún tipo de pesadilla, aunque no recordaba absolutamente nada.
La auténtica pesadilla era estar encerrada en aquel lugar.
Se levantó de la cama y caminó sigilosamente por la habitación, dirigiéndose hacia la puerta. Iría a mojarse la cara con agua fresca y trataría de volver a dormirse.
Caminó por los oscuros pasillos. Aquella noche, la luz de la luna apenas se filtraba por los ventanales, ya que el cielo estaba bastante nublado.
Se sobresaltó al escuchar un crujido. Aquel maldito y viejo internado le había dado ya algunos cuantos sustos.
Tras dar un par de pasos más, mientras acercaba su mano al pomo de la puerta del baño, su cuerpo se quedó paralizado.
Había escuchado unos pasos.
Ladeó la cabeza, despacio. Le temblaban las piernas y el corazón parecía que iba a salir de su pecho en cualquier momento. Tan solo quería comprobar que era otra alumna que se había desvelado, pero no vio nada.
Giró lo más rápido que pudo el pomo y se metió casi de un salto dentro del baño. Cerró la puerta tras ella y se tomó unos segundos para recuperar el ritmo de respiración normal.
Parecía una niña. Y realmente lo era, apenas había cumplido los doce años.
Abrió el grifo y dejó que el agua corriera un poco. Puso la mano debajo del chorro para comprobar que el agua estaba fresca.
Se mojó el rostro y, sin querer, algunos mechones de su cabello corto y oscuro. Mucho mejor.
Su corazón casi se para de nuevo al escuchar el crujido de la puerta entreabrirse. No no podía haber sido el viento. ¡La había cerrado! Y saber eso hacia que el pánico se apoderara todavía más de ella.
No podía dejar que una compañera la viera asustada, así que se armó de valor y se giró hacia la puerta.
Abrió la boca de par en par al observar una figura negra bajo el umbral. La voz ni si quiera salió de su garganta. Tampoco le hubiera dado tiempo de gritar, ya que aquellas manos cubiertas por unos pegajosos guantes de látex cubrieron su boca.
—Tranquila, tranquila... —le calmó lo que parecía una voz de mujer. De hecho, le era bastante familiar—. No voy a hacerte nada. Solo quiero ayudarte.
—Ayudarme... ¿Ayudarme a qué? —tartamudeó la pequeña, apenas en un hilo de voz. Estaba completamente aterrorizada.
—A salir de este internado... Yo también estuve aquí y se lo malas que pueden llegar a ser contigo —comentó la desconocida.
Azami trató de fijarse en el rostro de aquella mujer, pero la escasa luz y aquella capucha que llevaba puesta no le dejaba distinguir ninguna de sus facciones.
—La directora es un monstruo —soltó la joven alumna, que poco a poco se iba calmando. Aquella persona parecía entenderle.
—Voy a encender la luz, y no quiero que te asustes... Todo lo que me ha pasado me lo hicieron aquí —advirtió a la mujer, mientras daba unos pasos hacia atrás y paseaba la mano sobre la pared, tratando de dar con el interruptor.
Una vez lo pulsó, Azami pudo observar que llevaba una especie de camisón o túnica negra. Iba totalmente vestida de negro.
La desconocida caminó de nuevo hacia la joven y colocó las manos en las solapas de la capucha, retirándosela lentamente.
La pequeña trató de mantener la calma cuando pudo observar totalmente aquel rostro monstruoso y desfigurado; así como el cabello largo, oscuro y sucio que se acomodó tras retirarse la capucha.
—¿Las profesoras te hicieron eso? ¿Como castigo? —preguntó la alumna, tras tragar saliva. ¿Acabaría también ella así? Ya había recibido un par de castigos que jamás pensaría que se los iban a dar...
—Hay gente muy mala aquí... Pero puedo ayudarte a salir.
—¿Pero...? ¿Dónde has estado estas semanas? —preguntó Azami, confundida—. ¿Te tienen encerrada? Puedo avisar a alguien para que te ayude.
—No. No debes avisar a nadie. Si se enteran de que he escapado de mi celda... Vendrán a por mí —le advirtió la mujer, tratando de no echar a reír. Menuda película se estaba montando. Podría haberse ganado la vida como actriz—. Tan solo escúchame.
Aquella mujer le comentó una posibilidad para escapar. Para que le expulsaran de ahí no servía cometer cualquier tontería como las que había realizado en su antigua escuela. Debía ser algo extremadamente grave. Tal vez poner en peligro la salud de alguna compañera.
—Te traeré todo lo necesario para que mezclemos en su agua —continuó explicando la desconocida.
Las alumnas solían tener una especie de cantimplora que podían rellenar en el comedor o en la fuente que había en el parque. Una buena iniciativa para promover el cuidado del medioambiente y no gastar innumerables botellas de plástico.
—Pero... Solo se pondrá un poco enferma, ¿no? —cuestionó la pequeña, que quería cerciorarse adecuadamente.
—Un poco de dolor de barriga, no mucho más —le aclaró la mujer, restando importancia al asunto—. En cuanto confieses que has cometido esa travesura, te enviarán de patitas a la calle.
—De acuerdo —aceptó, aquella ingenua e influenciable joven.
Azami no tenía la suficiente capacidad para entender lo peligroso que aquello podía llegar a ser. Pero por eso la había elegido a ella. Cualquier otra criatura con dos dedos de frente —a pesar de haber abandonado la escuela hacia unos meses—, se hubiera dado cuenta del horrible acto en el que le habían propuesto colaborar.
Aquella niña era inconsciente y no tenía mucha empatía, tal y como había podido leer en su ficha. Además, estaba dispuesta a todo por salir de allí.
Ambas se retiraron, cada una a su habitación y de forma sigilosa.
La mujer se dirigió hasta su tocador. Se sentó sobre las sillas y llevó las manos hacia su rostro para deshacerse de aquel maldito trozo de látex que cubría su rostro.
No había mentido del todo. Así se le hubiera quedado la cara de no ser por las múltiples operaciones que tuvieron que realizarle, y todo por culpa de gente mala que había convivido allí con ella. No precisamente profesoras.
Aquella máscara le servía de recuerdo y le ayudaba a mantener viva su sed de venganza.
Nomura Suzu. Su siguiente víctima.
Había sido completamente al azar. Tenía a tres que planeaba dejarse para el final, pero no tenía un orden concreto para el resto. Les tocaba a sorteo.
Tampoco era uno de los tipos de muerte que tenía pensadas, o tal vez una parecida. El problema siempre era pensar una buena forma de encontrar a alguien a quien cargarle la culpa.
Con Rin había funcionado perfectamente y, ahora, tenía un nuevo verdugo que se encargaría de cargar con la muerte de aquella cría que tenía los mismos ojos que su madre.
No los olvidaría jamás, como le miraban divertidos mientras le hacían alguna de sus jugarretas. Si es que se podían llamar así.
Malditas criminales.
Aunque aquella niñata de primer curso fuera a ser su tapadera, sabía perfectamente que ella debería encargarse del momento crucial.
Y sabía que ese no sería su momento de satisfacción. Aquel deseado instante llegaría cuando la madre de la criatura volviera al internado para llevarse el cadáver de su hija.
Tal vez haber continuado el tratamiento le hubiera ayudado a canalizar la situación.
A veces lo pensaba, pero entonces... Aquellas malditas zorras nunca hubieran recibido su merecido.
Y ya hacía tiempo que nada podía frenar su atrofiado cerebro. Tan solo haberla encerrado en un manicomio o en una celda podría haber impedido cometer las barbaridades que llevaba años imaginando.
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