Capítulo 1
El aparcamiento del internado estaba tan lleno como siempre. No es que las clases fueran muy numerosas, pero se ofertaba también la secundaria menor. Además, el terrero para aparcar los coches no era precisamente amplio. Lo único que no era exageradamente grande en aquel lugar.
Después de darle la maleta a (TN), sus padres se pusieron a charlar con la directora. Ni si quiera se acercaron a despedirse. Ambos le hicieron un gesto con la mano antes de meterse de nuevo al coche. Nadie podía imaginarse lo poco que le importaba.
De pronto, notó que unas manos se posaban sobre sus ojos, dificultándole la visión. Tan solo una de sus dos mejores amigas era capaz de saludar de forma tan infantil.
—Sé que eres tú, Tami —dijo la peli(t/c), dejándolo claro. Su amiga soltó una risilla antes de apartar las manos.
—Siempre lo adivinas —se quejó, haciendo un mohín.
Tami era la pequeña del grupo. Bueno, más bien la única que no había repetido curso, así que todavía tenía diecisiete años. Llevaba su pelo rubio recogido en dos coletas, y sobre las gomas de pelo, llevaba unos lazos. No tardó en abandonar aquella falsa mueca de tristeza y le miró sonriente, con aquellos brillantes ojos marrones.
—Venga, acerquémonos a la entrada. A ver si vemos llegar el coche de Saori —propuso (TN), tirando del brazo de su amiga.
Arrastraron las maletas hasta llegar al lado de las vallas de metal, abiertas de par en par para que los coches entraran. La chica de cabellos rubios se agachó junto a su maleta y buscó en el bolsillo trasero.
—¿Qué haces? —preguntó la mayor, con curiosidad.
—Tengo que mandar un mensaje antes de que nos quiten el móvil —explicó su amiga, bajando la voz.
—¿A quién?
—A Yamato —respondió, sin quitar los ojos de la pantalla. Estaba buscando su nombre en el Whatsapp.
—Pero Yamato acabó el último curso hace dos años, ¿no? —cuestionó (TN). Había un internado masculino a varios kilómetros. De vez en cuando hacían quedadas, para que chicos y chicas aprendieran a comportarse en presencia del sexo opuesto.
—Sí, pero este año va a estar de profesor de prácticas en el internado de los chicos —contestó Tami, sonriente.
—Estás loca —soltó la peli(t/c), después de un largo suspiro.
Su amiga era una jovencita peligrosa. Siempre había estado interesada en chicos más mayores que ella. En especial por sus profesores. Al parecer, dio bastante de que hablar en el instituto. Bajo aquella pinta de niña buena y algo infantil, se escondía una chica que sabía perfectamente las armas que debía usar para seducir a alguien.
Seducir a profesores... A los ojos del resto podía parecer que ambas amigas compartían esa afición, pero no era cierto. Lo de (TN) fue un caso totalmente distinto, aunque no pudiera hacer nada para probarlo.
—¡Eh! ¡Ahí está el coche de Saori! —exclamó la rubia, emocionada. Se dio cuenta de que todavía tenía el móvil en la mano. Se agachó rápidamente para guardarlo de nuevo en la maleta.
Siguieron el coche de su amiga hasta la zona donde lo aparcaron. Allí estaba Saori. Como era costumbre, llevaba su cabello negro recogido en dos moños. Aunque siempre se dejaba unos mechones colgando. Sus padres ni si quiera bajaron del coche. Cogió la maleta y dio media vuelta. Sus ojos color miel se iluminaron al ver a sus dos amigas.
—¡Chicas! —exclamó, radiante de felicidad, mientras se acercaba a ellas. Las tres se fundieron en un cálido abrazo—. ¿Os habéis enterado?
—¿De qué? —preguntaron las otras dos, casi a la vez.
—Este año vamos a tener un profesor chico.
—¿Qué? ¿Sabes algo más? ¿Su nombre? ¿Es guapo? —El interrogatorio por parte de Tami al escuchar la palabra «profesor» en masculino había comenzado.
—¿Te crees que soy una periodista de cotilleos? No tengo ni idea —se quejó la pelinegra—, pero no creo que tardemos en descubrirlo. Vamos, la directora Megumi ya está en la puerta.
—Directora Kataoka—le corrigió la rubia, divertida. Así debían dirigirse a la máxima autoridad del internado. Por su apellido y con el debido respeto.
Las tres amigas se colocaron en su fila correspondiente, junto al resto de compañeras de curso. Se pusieron de puntillas, tratando de ver a las nuevas alumnas de primer curso. Bueno, o posibles nuevas incorporaciones en otros. Ellas eran las mismas doce que los dos años anteriores. Excepto Rin, que se unió a la clase el año pasado.
(TN) miró disimuladamente hacia su compañera de cabello castaño-rojizo y oscuro. Su semblante era serio, estaba junto a las dos chicas con las que había estado haciendo los trabajos el año anterior, Sai y Aki, pero no participaba en la conversación.
—Señoritas. —Se hizo el silencio cuando la directora pronunció aquella palabra. La mujer sonrió, con satisfacción—. Bienvenidas un año más al internado McCarthy, y mis más cordiales saludos a las novatas. No os preocupéis, pronto comenzaréis vuestra reinserción en la sociedad.
La peli(t/c) no fue la única que puso los ojos en blanco al escuchar aquella última parte del discurso. Aunque era cierto que algunas de las chicas que acudían allí eran bastante problemáticas, otras solo estaba allí por exageración de los padres. O por un maldito malentendido.
—Como la mayoría ya sabéis, el edificio consta de dos plantas —continuó explicando—. En la primera planta encontraréis las instalaciones tales como: comedor, enfermería, gimnasio, sala de actividades de tiempo libre y las aulas.
Las antiguas alumnas desconectaron. Se sabían la distribución del internado de memoria. En el segundo piso se encontraban distribuidas las habitaciones. En la zona izquierda estaban las habitaciones de las alumnas de secundaria menor —que tan solo eran quince en total— y el primer curso de la secundaria mayor —diez alumnas—. En la zona derecha se encontraban los dormitorios de las alumnas de los dos últimos cursos —ocho alumnas y doce, respectivamente—. En esa misma zona, al final del todo, estaban los dormitorios de los profesores. En ambas partes de la planta había dos baños. Estos disponían de seis duchas y seis retretes cada uno, con sus respectivos lavabos. Los profesores tenían baño propio.
—Cada grupo se retirará a su piso y zona correspondiente. Tenéis la tarde de hoy para organizar el dormitorio: reparto de camas, horario de duchas, turnos de limpieza del pasillo y de los baños... A las 20:00 todo el mundo en el comedor.
Las primeras en iniciar el camino a las habitaciones fueron las alumnas de último año. No podían alzar la voz en los pasillos, así que subieron en silencio. Tendrían tiempo para ponerse al día más adelante.
Todo en aquel internado era inmenso. Los pasillos largos y anchos, iluminados por la tenue luz de las antiguas lámparas que colgaban en el techo. Por suerte, por el día la luz entraba por los amplios ventanales.
Suelo de baldosas, escaleras de mármol, decoración antigua. Los tonos marrones, dorados y blancos predominaban en aquel ambiente. De día era un lugar digno de admirar, pero por las noches parecía el típico escenario de una película de miedo. Aunque, con el tiempo, te acababas acostumbrando.
La puerta de la habitación estaba abierta cuando llegaron. La señora Miyake, el ama de llaves, se había encargado de dejar todo abierto para cuando llegaran las jóvenes. Las alumnas no disponían de las llaves, tan solo los profesores y trabajadores tenían acceso a ellas.
El reparto de camas no fue para nada complicado. A pesar de ir cambiando de habitación, la distribución de las camas y armarios era la misma. Organizaron todo tal y como lo hicieron el año anterior.
Las camas estaban en dos filas de seis, unas frente a las otras, a lo largo de aquella enorme habitación. Podrían haberla dividido en habitaciones más pequeñas, como era el caso de las de los profesores, pero consideraban mejor que durmieran todas juntas. Al fondo había cuatro grandes armarios donde debían guardar la poca ropa que llevaban, ya que entre semana debían utilizar el uniforme que les proporcionaba la institución. Además, cada una tenía un baúl en frente de su cama, por si no había espacio suficiente en el armario. También contaban con una mesilla al lado.
(TN) se quedó una de las dos camas que estaban más cerca de la puerta y Saori la otra. Tami se colocó en la de al lado de la peli(t/c).
Tampoco fue difícil cuadrar el espacio en los armarios, lo complicado vino a la hora de elegir los turnos ducha y de limpieza. Después de una hora de discusión, lograron cuadrarlo todo. Y no porque se hubieran puesto de acuerdo, sino por sorteo. Aquella solución fue propuesta por Sai, la chica más lista de clase.
Aquella joven de cabellos oscuros, casi negros y de ojos verdes era la única que no acudía allí por mala conducta. Después de pasar por dos institutos en los que se metían con ella, sus padres decidieron llevarla al internado. Estaban seguros de que allí mantendrían a sus compañeras a raya, no como los profesores de los otros institutos. No hubo quejas ante su propuesta del sorteo. Todas sabían que era la única solución que no implicara tener que llegar a las manos. No quería tener problemas ya desde el primer día.
—Hola, hola chicas. —Todas dejaron lo que estaban haciendo y dirigieron sus miradas hacia la puerta.
—¡Taeko! —exclamaron, prácticamente a la vez.
Aquella mujer, algo bajita y regordeta y de cabello castaño claro y corto, agitó una mano el aire y se puso el dedo índice sobre los labios, indicándoles que no alzaran tanto la voz. Las estudiantes se dirigieron en estampida sobre ella. Por suerte, no había ninguna profesora cerca.
Miyake Taeko, el ama de llaves del internado. Aquella era la única persona que no se comportaba de manera fría y distante con ellas, aunque siempre recibían una regañina por su parte cuando era necesario. Sin embargo, la directora le había llamado la atención varias veces por ser demasiado amable, así que no había muestras de cariño en público. Ni si quiera le llamaban por su nombre si habían otros mayores presentes.
—Os traigo los uniformes —informó, mientras arrastraba el carro que había a su lado.
Las chicas hicieron una especie de fila algo desordenada. Por turnos fueron buscando cada prenda de su talla: camiseta blanca, chaqueta marrón, falda marrón oscura, medias del mismo color que la chaqueta y zapatos marrones. Cogieron dos de cada, así podían seguir usando uno mientras el otro se lavaba.
—Y... Ya sabéis —les recordó, encogiéndose de hombros.
Hubo gruñidos y suspiros en señal de queja. Intercambio de uniformes por teléfonos móviles. No se les permitía tener aquellos aparatos durante su estancia en el internado, a no ser que fuera periodo de vacaciones —y se hubieran ganado ese privilegio con su comportamiento. Si sus padres deseaban comunicarse con ellas debían llamar al teléfono fijo del internado. De todas formas, la cobertura no era muy buena en aquel lugar perdido entre las montañas de Japón.
Después de colocarse el uniforme y haber guardado el otro, había llegado el momento de bajar al comedor.
Las jóvenes de último año salieron en pequeños grupos, charlando entre ellas —a excepción de Rin, como era habitual—. Cuando llegaron a las escaleras se quedaron en silencio y bajaron sin armar jaleo.
Las alumnas de la secundaria menor ya estaban sentadas en sus correspondientes mesas y los dos cursos inferiores al suyo estaban entrando en aquellos momentos.
Caminaron por el gran comedor hasta llegar a la zona asignada para ellas. Fueron sentándose sobre los bancos de madera que había junto a las mesas, hechas del mismo material.
La directora no estaba del todo conforme con los cuchicheos de aquellas jóvenes maleducadas, pero es que los ojos de todas ellas se dirigían al nuevo profesor.
Los profesores comían en su propia mesa, y él destacaba entre todas las demás, al ser del sexo opuesto. Realmente, ya había un chico trabajando allí. Miyake Haru, el sobrino del ama de llaves. Era el conserje y se encargaba de la vigilancia. Para muchas ni si quiera contaba como hombre. De hecho, la malformación en la parte derecha de su rostro hacía que muchas de las alumnas huyeran de él. Incluso hacían bromas sobre el «monstruo» que recorría el pasillo por las noches.
Sin embargo aquel joven de cabellos negros, algo alborotados y ojos grises era muy apuesto. Alto y con buen cuerpo. Además, tenía pinta de chico malo gracias a los pendientes que llevaba y unos tatuajes que se dejaban ver en su manos y brazos. ¿Cuántos más tendría bajo la ropa? Esa era la pregunta a la que varias de las presentes querían buscar respuesta.
—¡Silencio! —exclamó la directora Kataoka. La vena de su cuello se marcaba con fuerza siempre que estaba más cabreada de lo normal—. A la próxima que escuche hablar le obligaré a beber aguas fecales durante los próximos tres días.
Las alumnas nuevas se quedaron alucinando. Algunas incluso lo tomaron a broma, aunque no comentaron nada, por si acaso. Las veteranas eran plenamente conscientes de que aquella mujer alta y delgaducha cumplía sus amenazas.
Cada profesora hizo una breve presentación para las novatas. El resto las conocía de sobra. No tardó en llegar el turno del nuevo. Kataoka jamás había visto a aquellas crías tan atentas en todos los años que llevaban acudiendo a las clases.
No estaba segura de que hubiera sido una buena idea contratar a ese joven, y menos con aquellas pintas. Esos tatuajes manchando su piel y los pendientes no causaban buena impresión, pero los mismísimos McCarthy habían pedido su presencia en el internado.
—Me llamo Trafalgar Law y seré vuestro profesor de biología —se presentó, brevemente. Acto seguido, volvió a sentarse de nuevo. Los cuchicheos comenzaron de nuevo.
—¡Aquí se come y se cena en silencio! —exclamó la directora, tras dar un par de golpes sobre la mesa.
(TN) se fijó en las novatas. Se quedaron en silencio, pero se notaba que tenían ganas de guerra. Puede que los primeros días no se lo tomaran en serio, pero en unos días descubrirían que más valía seguir las normas de aquel lugar.
Unos minutos después, Ozawa Asuka y Ozaki Shina, las cocineras del internado, comenzaron a servir la cena. Los alimentos de aquel lugar eran de buena calidad y disponían de una gran variedad para poder elaborar las recetas japonesas más sanas y equilibradas. Los primeros días, las cocineras solían encargarse de servir la comida y limpiar las bandejas. No obstante, no tardarían en tener compañía para hacerlo. Era de los primeros castigos que se imponía. Eso sí, al terminar, todas debían llevarles las bandejas de forma ordenada. Solo faltaba que tuvieran también que recogerlas una por una.
Tanto alumnas como profesores disfrutaron de los deliciosos tacos de pescado y tempura de verduras, todo acompañado de un pequeño cazo de sopa de miso. Este último era complemento de prácticamente todas las comidas y cenas.
Esa noche no hubo mucha charla en la habitación de las jóvenes de último año. Todas estaban agotadas por el largo viaje y querían coger fuerzas para enfrentarse al primer día de clase.
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