18
El mediodemonio depositó un dulce beso en la nuca de la joven, a través del pelo negro y fino. Ella sonrió y se arrastró dentro del saco para hacer que su espalda se arrapara más al pecho del chico, cosa que él aprovechó para profundizar el abrazo con ternura. La chica dijo:
- Tengo una pregunta.
- Y cuál es?
- Cómo lo haré para convertirme en mediodemonio?
- Con la Joya de las Cuatro Almas, no?
- Pero… tú no querías convertirte en un demonio completo con ella?
- Una- enumeró mientras le acariciaba el vientre cubierto por el pijama-, hace tiempo que dejé de desearlo. Convertirme en demonio completo significaría alejarme de ti, convertirme en un monstruo ansioso de sangre…
- No tiene por qué.
- Has olvidado cómo me comporto cuando me transformo por instinto?
Kagome tragó saliva. Tenía razón. Inuyasha perdía su personalidad cuando se transformaba en demonio. No distinguía amigos de enemigos y a duras penas la reconocía a ella. El chico siguió hablando:
- Y dos: esto es más importante. Además, si la usamos, se purificará, desaparecerá, y nos libraremos de ella para siempre.
- Pensaba que sólo se purificaba si te transformabas en humano…
- Se purificará siempre que sea usada por una buena causa. Y en este caso, la utilizaremos para salvar una vida. La tuya, concretamente.
El sonido de una campana que resonó por todo el campamento interrumpió la conversación: hora de levantarse. La pareja se besó con dulzura y salió del saco para reanudar el viaje.
Dos días después, el castillo de Naraku se divisaba en el horizonte. Todos se encontraban ligeramente nerviosos, ya que la gran mayoría de ellos nunca habían luchado contra el demonio y, por lo que contaba el grupo de Inuyasha, era muy difícil ganarle. Sin embargo, a la vez de nerviosos, estaban decididos a vengar a los hechiceros que había matado el tal Hakudoshi.
Kagome no había vuelto a vomitar y se encontraba en perfecto estado de salud a pesar de estar embarazada. Durante aquellos dos días, ella e Inuyasha habían recibido un montón de felicitaciones por el bebé.
Los entrenamientos se intensificaron a más no poder. El grupo se detuvo allí para pasar una semana más de entrenamiento, antes de enfrentarse a Naraku. Ahora las luchas iban en serio para entrenar, cosa que hacía que todos ganaran reflejos. Cada media hora, los hechiceros tenían que cambiar de pareja de combate para enfrentarse a otra. La única condición, era que no podían ser del mismo género.
En estos momentos, Inuyasha luchaba contra Nincada. Aunque el primero sólo podía usar sus poderes, no su espada, para que su contrincante estuviera en las mismas condiciones que él. Sango luchaba contra Thandra, haciendo uso de sus técnicas de matademonios mientras la otra usaba sus poderes de fuego. Miroku se entrenaba junto a Rikku, y Kagome con Sxin, que le llevaba bastante ventaja a la chica, ya que al ser un ametista, no le era nada difícil camuflarse con el aire y atacar a traición y con rapidez. La zafira se defendía como podía, lanzándole rayos de agua a presión o agujas de hielo. Cada vez que el líder del aire se acercaba a ella, le preguntaba cosas antes de que ésta se defendiera:
- De cuándo estás, Kagome?
- No lo sé!
Se alejó de la adolescente para esquivar uno de sus ataques helados y volvió a acercársele, esta vez, por la espalda:
- Bueno, es fácil de saber… cuándo fue la última vez que Inuyasha y tú…?
- Y a ti qué te importa, pervertido!- exclamó la joven, acertándole un rayo de agua a presión que le dio en todo el pecho. Mientras Sxin salía disparado por el fuerte impacto, se reía a carcajadas: Kagome se había sonrojado tanto que había evaporado sin querer el charco de agua que acababa de pisar.
- No me la pongas nerviosa, Sxin!- se quejó Inuyasha a pocos metros- que como se despiste y reciba un golpe que además de hacerle daño le haga perder el bebé, te arrancaré los…!
- Vamos, no seas así, Inuyasha! Sólo estoy divirtiéndome con ella!- contestó el aludido.
- Querrás decir divirtiéndote a mi costa, no?- Kagome le disparó una cuchilla de hielo que le pasó rozando la oreja.
- Pues sí, y me lo estoy pasando bomba!
Un pitido anunció que era hora de cambiar de pareja. Sxin se puso con Nincada e Inuyasha se puso con Kagome. Otro pitido les indicó que podían empezar.
- Espera!- le pidió el rubino a la chica, que ya empezaba a invocar una bola de hielo- como tú y yo tenemos más cosas a parte de los poderes, yo usaré ahora mis garras y tú tus flechas, qué te parece?
- Perfecto!- la chica se agachó para coger su arco y sus flechas, que se colgó en la espalda- Ya!
Iba a dispararle, pero él ni siquiera se encontraba donde recordaba. De repente, una mano le inmovilizó el brazo y una pierna le hizo la zancadilla. Unas garras afiladas se pusieron rozando su cuello y la voz de Inuyasha le susurró al oído:
- Muerta.
- Me has atacado a traición! Eres demasiado rápido!- se quejó Kagome, deshaciendo el abrazo y volviéndose a poner en guardia, mientras él se alejaba otra vez.
- Pero qué dices? Si he ido a paso de tortuga!
- Fantasma!
- Es verdad!
Así pasaron la semana: dormir, comer, y entrenar era la rutina diaria. El último día, lo dejaron como descanso para no estar cansados a la hora de la lucha definitiva.
Era de noche. Todo el mundo dormía en sus tiendas. A la mañana siguiente, tendrían que levantarse para ir a vengar a los suyos. Inuyasha despertó y, en un acto reflejo, hizo fuerza con los brazos para abrazar más fuerte a una ausente Kagome. Abrió los ojos y se incorporó de golpe. Dónde estaba la chica? Aún era de noche y, por la negrura del cielo que vio al salir fuera de la tienda, apenas hacía dos horas que se habían ido a dormir. Siguió el rastro de la zafira por un sendero y la encontró en una pendiente, sentada con las piernas estiradas sobre la hierba y mirando al cielo nocturno. Se acercó a ella y le preguntó:
- Kagome, qué pasa? No puedes dormir?
- No- había reconocido la voz de Inuyasha desde el primer momento, de modo que no se asustó.
El mediodemonio se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros. La chica se acurrucó en su costado y le cruzó un brazo por los abdominales. En esa posición, se tumbaron sobre la hierba para mirar el cielo abrazados.
- Qué ocurre? Tendrías que descansar para mañana- susurró él.
- Tengo miedo, Inuyasha- reconoció la joven.
El híbrido sonrió con comprensión y profundizó el abrazo. La besó en la frente y dijo:
- No tienes nada que temer, Kagome. No voy a permitir que te pase nada. Si ese desgraciado se atreve a tocarte un solo pelo…
- Lo sé, confío plenamente en ti pero…no sé… Naraku es muy poderoso y… cualquiera de nuestros amigos podría resultar herido o morir directamente. Además, yo sé que cuando le veas, nada más dar la orden de ataque, te lanzarás a por todas contra él, ignorando las consecuencias y…
Se alzó un poco para mirarle los ojos antes de seguir hablando, con los ojos nublados de lágrimas:
- Tengo miedo de que mueras, Inuyasha. Tengo miedo de perderte…
- Kagome, yo…
- Si te pasara algo,- interrumpió ella- si desaparecieras de mi lado yo… no sé lo que haría… Tú eres el que más da de sí mismo en las peleas y eres capaz de luchar hasta el final, por muy herido que estés. Sé que no descansarás hasta ver el cadáver de Naraku, y eso hace que tenga miedo…
- Kagome, eso no tiene que preocuparte.
- Pero…- intentó decir ella, incorporándose.
- Escúchame bien- él también se incorporó. Puso las manos en ambos lados de la cara de Kagome y le secó las lágrimas con suavidad, a la vez que le sujetaba la cabeza para que le mirara a los ojos- todo saldrá bien. Somos un ejército de cincuenta y dos personas: cuarenta y nueve hechiceros, Sango, Miroku y Kagura. No pasará nada, no tienes nada que temer.
- Prométeme que no harás ninguna locura- le ordenó ella.
- Haré lo que sea para conseguir la Joya.
- Prométemelo.
- No, no puedo prometértelo. Estoy dispuesto a dar mi vida si eso implica salvar la tuya y la del bebé.
- Si tú mueres, yo iré detrás de ti.
Inuyasha frunció el ceño y dijo un firme:
- Ni se te ocurra.
- Y qué harás? Acaso estarás vivo para impedírmelo?
- Maldita sea, Kagome! No me lo pongas más difícil!
- Eres tú el que lo hace difícil! Tú qué harías si yo muriera?
- No digas eso, por favor…
- Qué harías, Inuyasha?
El mediodemonio bajó la mirada. No le gustaba reconocerlo, pero Kagome tenía derecho a pensar así. Que qué haría si ella muriera? Probablemente… no, de seguro que se provocaría la muerte con sus propias manos. Después de aquel horrible mes que habían pasado separados, se había dado cuenta de que no podía vivir sin ella. Si esa mujer a la que tanto amaba desapareciera… la vida dejaría de tener sentido.
Al ver que no respondía, Kagome sonrió comprensivamente y le acarició el pelo, diciendo:
- Si no es por ti, hazlo por mí. Por favor.
El híbrido suspiró y dijo:
- Te lo prometo. No haré nada que me pueda poner en peligro de muerte segura.
- Lo ves? No costaba tanto…
Se miraron fijamente a los ojos y se besaron, como para sellar el pacto. Al separarse, se abrazaron con fuerza y él dijo:
- Pero si pasara algo… Quiero que sepas que te amo, Kagome. Te quiero y te querré siempre.
- No pareces tú cuando dices esas cosas- contestó ella con una risita y abrazándole con más fuerza- aunque digo lo mismo: nunca dejaré de amarte, pase lo que pase.
Al cabo de un rato, se levantaron, se cogieron de la mano y volvieron al campamento. Al entrar en la tienda, se miraron con ternura y volvieron a besarse, esta vez, con más pasión, mientras él la recostaba con cuidado encima del saco.
Aquella noche volvieron a disfrutar el uno del otro. Fue la que hicieron durar más, pensando que quizás esa podría ser la última vez que podrían estar juntos
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