15

La luz del nuevo día despertó a Kagome. Miró a su alrededor para saber donde estaba y en ese momento lo entendió todo: los recuerdos de lo sucedido la noche anterior le vinieron a la cabeza, hallando el motivo de su situación. Se incorporó un poco. Se encontraba sola, en el suelo del bosque, cubierta por una túnica roja que conocía muy bien. Se había dormido junto a un árbol. Y nueve horas atrás, junto al tronco de ese árbol, con Inuyasha…

Acabó de incorporarse hasta quedarse sentada sobre el césped. Aseguró que la prenda masculina tapaba su cuerpo e intentó localizar su bikini. Lo encontró tirado por el suelo como un trapo blanco, ahora sucio de tierra. Suspiró y se las apañó para vestirse con la túnica de rata de fuego, como había hecho otras veces. Cuando terminó, se levantó y buscó al mediodemonio con la mirada.

Lo halló junto al río, dándole la espalda. Estaba agachado, sólo llevaba puestos los pantalones y parecía que se estaba lavando la cara con el agua. Se acercó a él sin vacilar, sin ni siquiera preocuparse en hacerlo en silencio. Éste no cambió de posición a pesar de oírla acercarse.

Kagome llegó junto a él y se quedó de pie a su lado. No le miró. Dirigió su mirada al agua y se topó con un par de ojos dorados que la observaban. Ella también los miró, aprovechando la capacidad de reflejo del río.

Estuvieron un buen rato así, simplemente contemplando la imagen reflejada del otro, mirándose a los ojos de forma indirecta. Inuyasha fue el primero en hablar:

- Lo de anoche no cambia nada, verdad?

- No.

El híbrido suspiró y agachó la cabeza, rompiendo el contacto visual. Sin embargo, ella no lo hizo. Completamente seria, preguntó:

- Por qué lo hiciste?

- Empezaste tú.

- Me refiero a lo que vi hace un mes.

Inuyasha respiró hondo antes de decir:

- En serio quieres saberlo?

- Creo que tengo derecho a saberlo.

- Tienes todo el derecho del mundo, pero no sé de qué servirá que lo sepas. No vas a perdonarme.

- Yo no he dicho eso, pero igualmente no te hagas ilusiones.

El mediodemonio volvió a suspirar y explicó (sin dejar de mirar el agua):

- Estaba borracho, Kagome. Ni siquiera sabía lo que hacía. Es más, ni siquiera me acuerdo de lo que pasó. Lo sé porque me lo contaron.

- Quién?

- Kagura. Y supongo que ella lo sabía porque tú se lo dijiste después de verlo.

Esta vez fue la zafira quien respiró hondo, intentando contener la humedad de sus ojos y girándose bruscamente. Él se levantó y también se giró, viendo como Kagome le daba la espalda. La oyó llorar de forma leve.

- Dices que estabas borracho?- le preguntó ella entre sollozos.

- Como una cuba. No me acuerdo de casi nada de aquella noche.

Silencio. Sólo se oía llorar a la joven.

- Kagome?

- Te creo.

- Qué has dicho?- preguntó él, con miedo de haber entendido mal.

Antes de responder, Kagome se giró y se acercó a él, con el rostro bañado de lágrimas:

- Dices que estabas borracho… que no te acuerdas de nada… que no sabías lo que hacías… Un error… un error lo puede tener cualquiera… incluso a mí podría pasarme.

El híbrido abrió mucho los ojos, sorprendido. Lo que había dicho ella significaba que…?

- Kagome… quieres decir que…?- le preguntó, casi arrastrando las palabras por los nervios.

- Sí- le interrumpió- te perdono, Inuyasha.

El senhal de la frente del mediodemonio pasó de amarillo a un azul tan intenso como el mismísimo cielo. Se miraron a los ojos. Luego Kagome se lanzó en sus brazos, llorando a lágrima viva. Él correspondió al abrazo sin ni siquiera pensarlo, estrechándola tiernamente. Perdieron la noción del tiempo. La zafira lloraba de felicidad, enterrando su rostro en el pecho descubierto del rubino, mientras éste cerraba los ojos y hundía su rostro en el hombro de la joven, para hacer el abrazo aun más estrecho. No pudo evitar que una feliz lágrima bajara por su mejilla para perderse en la melena azabache.

La pesadilla había terminado. Volvían a estar juntos y eso era como haber recuperado sus propias almas. Al cabo de lo que les parecieron siglos, se separaron sólo un poco sin deshacer el abrazo, para poder fundirse en un tierno beso de reconciliación. Cuando el beso terminó, abrieron los ojos durante pocos segundos, lo suficiente como para ver la sonrisa del otro. Después volvieron a cerrarlos y se quedaron apoyados por la frente, contrastando el flequillo plateado con el negro, al mismo tiempo que se acariciaban la cara el uno al otro. Aunque eso último lo hicieron con una sola mano, para poder entrelazar los dedos con la otra libre y empezar a caminar otra vez hacia el campamento. No habían dado ni diez pasos, que se soltaron de la mano. Ella le rodeó la cintura con un brazo y él le pasó el suyo por encima de los hombros.

Así, caminando abrazados y sonriendo de felicidad, volvieron con los otros… juntos.

El hecho de que Inuyasha y Kagome volvieran a estar juntos fue tan impactante en el campamento como si hubieran ganado una guerra. Era como si ambos hubieran recuperado su personalidad, que les había sido arrebatada con la ruptura. Habían recuperado el brillo habitual de sus ojos y habían pasado de tener la cara inexpresiva a lucir una sonrisa casi imborrable. Era como si hubieran vuelto a nacer.

Su vuelta como pareja estable fue tan bien recibida que por la noche Miroku, Sango, Nincada y Yukiko les organizaron una fiesta sorpresa, en la que hubo una hoguera y bailes alrededor de esta. Se explicaron historias y todos, hombres y mujeres, se rieron a carcajadas delante del mínimo chiste. La celebración duró casi hasta el amanecer, cuando todos empezaron a retirarse a sus tiendas, reventados. Estaban tan cansados que un feliz Inuyasha les permitió dormir hasta el mediodía, que sería el momento de partir.

Caminaron hasta que se hizo de noche de nuevo y acamparon al lado del mar. Todos (sobretodo los zafiros) cruzaron la playa corriendo para bañarse con ropa incluida, desesperados por un poco de relax. Entre carcajadas, empujones y juegos, pasaron tres horas de juerga.

Cuando todos se retiraron del agua, los hombres se dedicaron a pescar para la cena, mientras que las mujeres preparaban una hermosa hoguera, que fue encendida por Thandra. Era temprano, pero todos estaban cansados y se estiraban sobre la arena perezosamente para hacer la sobremesa. Fue entonces cuando Inuyasha vio que Kagome se levantaba de su lado y se iba hacia el agua de nuevo. Nadie excepto él se dio cuenta, o al menos eso le pareció. Se la quedó mirando, prácticamente embobado mientras se alejaba. Ella se giró y le guiñó el ojo, sonriente.

El mediodemonio captó la indirecta y se levantó también para seguirla. Al llegar a su lado, se cogieron de la mano y empezaron a caminar por la arena mojada, dejando que los restos de olas les mojaran los pies, alejándose cada vez más de la multitud. Caminaron durante más de un cuarto de hora sin decirse nada, únicamente disfrutando del roce de sus dedos entrelazados. Hasta que llegaron a unas grandes rocas que les barraban el paso, donde decidieron detenerse. Él se quitó las partes de arriba del haori y ella se puso otra vez su bikini blanco, que ya estaba limpio. Volvieron a cogerse de la mano y se sumergieron poco a poco en el mar, riéndose juntos por los escalofríos que les provocaba el agua fría.

Cuando el líquido les llegó hasta la cintura, se detuvieron y se dieron también la otra mano, quedando frente a frente. Se limitaron a sonreírse tiernamente y a mirarse a los ojos. Inuyasha liberó una de sus manos y la alzó para acariciarle el rostro a la chica con suavidad, haciendo que ésta sonriera más y cerrara los ojos para concentrarse en la sensación, dejándose acariciar. El mediodemonio suspiró mirándola fijamente: la había echado tanto de menos! Dejó de tocar su cara para rodearle la cintura con los brazos y estrecharla contra su cuerpo. La zafira acomodó su cabeza debajo del cuello del chico mientras le abrazaba también la cintura. El híbrido también cerró los ojos y la besó en la frente, apoyando después la barbilla sobre la cabeza de Kagome.

Así, abrazados con ternura, dejaron pasar los minutos. Gloriosos minutos en los que disfrutaron de la cercanía del otro. Lo único que se oyó fue un susurro del chico diciendo:

- Te quiero, Kagome.

Y ella contestó, también susurrando:

- Yo también te quiero, Inuyasha

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