14

 Kagura, espera!

La maestra del viento se detuvo en su avance. Inuyasha se acercó a ella muy lentamente. Kagura dijo:

- Qué te pasa, Inuyasha? Menuda cara de muerto pones.

Y era verdad. La demonio nunca había visto nada igual. Parecía como si Inuyasha fuera un cuerpo vacío, sin alma, una marioneta que a duras penas se movía por la fuerza de su conciencia. Tenía la mirada perdida y hacía semanas que no miraba a nadie a los ojos. Hablaba siempre con la cabeza gacha, como si se considerara indigno a sí mismo. Casi tampoco comía.

Hacía ya dos semanas de su ruptura con Kagome. Dos semanas durante las cuales se había encerrado en sí mismo. Sólo hablaba cuando era necesario, como si le costara. Dijo con voz ronca:

- Kagome y tú… sois amigas, no?- pronunció el nombre de la zafira con infinita delicadeza y dulzura.

- Y?

Kagura se había dado cuenta hacía quince días de que Kagome no era como los otros miembros del ejército. Ella era la única que la había aceptado desde el principio a pesar de haber pertenecido al yugo de Naraku y la había buscado a ella para desfogarse cuando pasó aquello que le había hecho tanto daño. La mujer se había percatado de que podía confiar en ella y una vocecita en su interior le dijo que Kagome era esa amiga que tanto necesitaba, a pesar de habérselo negado a sí misma. Inuyasha contestó:

- Tú sabes por qué…- se le quebró la voz durante unos segundos. Se sentía incapaz de pronunciar las palabras "rompió conmigo"- … sabes por qué lo hizo, verdad?

Kagura respiró hondo y dijo:

- Pues sí. Lo sé.

- Dímelo, por favor.

- Desde cuando eres tan educado?- preguntó ella frunciendo el ceño- además, aunque te lo dijera, de qué serviría ahora?

- Kagura, te lo suplico. Dímelo, por favor.

Su mirada vacía y penetrante la hizo contestar sin ni siquiera pensarlo:

- Os vio. A Kikyo y a ti. Supongo que fue eso a lo que los humanos llaman "infidelidad".

- Cómo?- preguntó él, sin comprender.

- Claro, no te acuerdas. Supongo que será porque en ese momento debías estar borracho como una cuba. Me equivoco?

- Supongo que no.

- Pues por lo que me contó ella, vio como besabas a Kikyo.

- Qué?!- exclamó el mediodemonio. Por una décima de segundo, sus ojos casi recuperaron su vida habitual.

- No me preguntes por qué. Seguramente lo hiciste sin darte cuenta.

Pero Inuyasha no oyó esa última frase. Se agarró con fuerza el pelo plateado y bajó la mirada, como si se estuviera castigando. La culpa era suya. Era él el que se merecía ser destripado y engullido por el fuego. Kagome…

- Kagome… Kagome…- no fue consciente de las veces que repitió su nombre en forma de susurro. Tampoco fue consciente de que se arrodillaba y que abundantes lágrimas empezaban a bañarle el rostro, saliendo de sus ojos, resbalando sobre sus mejillas y cayendo al suelo de tierra, mientras seguía pronunciando el nombre de su amada sin parar- Kagome…

Kagura se quedó plantada, estática, sin moverse. Nunca había visto llorar a Inuyasha. Y menos por un tema relacionado con el amor. Sin embargo, decidió dejarle solo.

- Kagome, reacciona, mujer!- le suplicó Sango, cogiéndola de la mano para levantarla.

- No puedes encerrarte así! Vamos!- Yukiko se sentó a su lado y le rodeó los hombros con un brazo, mientras el otro le estrechaba la mano tiernamente.

Ya hacía dos semanas que Kagome apenas hablaba con nadie. Sólo con Kagura, pero muy poco. Apenas comía y lo único que se podía ver en su mirada perdida era dolor. Varias veces al día, su rostro inexpresivo se deformaba para dejar paso al llanto, que se calmaba al cabo de horas para volver a reanudarse más tarde. Yukiko, Sango y Kagura hacían turnos para estar con ella, para no dejarla sola.

- Probamos con algo estimulante? Cerca de aquí hay unas hierbas que igual la animan cuando se tome la infusión-propuso Kagura, arrodillándose delante de la chica para analizar el estado de su cara.

- Ya lo hemos intentado- confesó Sango, abatida- nada funciona.

Kagome apenas oía la conversación. No entendía nada, el dolor psicológico ya hacía quince días que la seguía desconcertando. Su vida se había cortado en el momento de su ruptura con Inuyasha. En ese momento, había dejado de ser consciente del paso del tiempo y de lo que pasaba en su entorno.

Cuando el ejército hacía una parada en su marcha, ella se alejaba del grupo, caminando como si estuviera hipnotizada. Se sentaba sola en algún sitio y normalmente reanudaba el llanto. Las veces que no lloraba, se quedaba inexpresiva total, como si no tuviera alma, como si estuviera… muerta. Como si estuviera vacía por dentro y su cuerpo no fuera más que un recipiente sin contenido espiritual.

Yukiko le leyó la mente a Kagome y suspiró. Dijo:

- Nada, es imposible. No deja de pensar en lo de siempre. Ni siquiera nos oye.

- Jolín…- dijo Sango.

La matademonios apoyó su cabeza en el hombro de la chica y le preguntó:

- Tan mal estás, Kagome?- sin embargo, no esperaba respuesta.

Pasó más de un mes. Ya les faltaba poco menos de una semana para llegar al castillo de Naraku. Durante el camino hacia su destino, esmeraldas, rubinos, ametistas y zafiros hablaban entre ellos como si se conocieran de toda la vida. Esa misión había creado fuertes lazos de amistad entre los futuros combatientes.

A pesar de eso, las cosas no habían cambiado para un rubino y una zafira. Inuyasha y Kagome seguían igual, por no decir peor. La chica había perdido peso por culpa del no comer y cada día estaba más pálida y más inexpresiva. Cada día hablaba menos, aunque ya no lloraba, por el simple hecho de que ya no le quedaban lágrimas por derramar. Además, ahora ya no hablaba con nadie, ni siquiera con Kagura. Inuyasha, al tener la fortaleza de un mediodemonio, no había sufrido cambios físicos, pero en lo psicológico, estaba igual que su ex pareja.

Sin embargo, mientras ella se cerraba en sí misma todo el tiempo, él buscaba actividad durante todo el día: si no entrenaba con su espada o con sus poderes, se dedicaba a discutir tácticas de combate con los líderes hechiceros. Si no hacía nada de eso, era capaz de pasarse horas corriendo por los alrededores cuando el ejército hacía paradas con tal de mantenerse ocupado y no pensar aquello que seguía dañándole el corazón a pesar de los días. Necesitaba a Kagome. Simplemente, la necesitaba. Como un adicto que necesita la heroína, él se veía incapaz de poder sobrevivir sin ella; sin sus besos, sin sus caricias, sin su dulce voz… sin su sonrisa. Y cada día era más insoportable esa necesidad que le carcomía.

Ahora era de noche, se encontraba en una cabaña con Thandra, Nincada, Sxin y Sai. Éstos habían tendido un mapa de caminos (antiguo, claro) sobre el suelo y se dedicaban a trazar la ruta más rápida. Inuyasha ni siquiera les escuchaba: estaba demasiado ocupado intentando recordar el enloquecedor roce de los labios de Kagome encima de los suyos…

- Inuyasha!- la voz de Thandra le hizo volver a la realidad.

Abrió los ojos como platos, zarandeando la cabeza y diciendo:

- Lo siento, Thandra, qué decíais?

- Estábamos intentando decidir cuál de los dos caminos de este cruce sería el más adecuado- Sxin respondió por ella, señalando un punto del mapa.

- Eh? Ah, sí, claro!- dijo el mediodemonio- déjame ver…

Se inclinó sobre el pergamino y miró el cruce de caminos dibujado. Consistía en un camino amplio que se dividía en dos al llegar a la orilla de un río. Intentó concentrarse, pero no lo consiguió. No porque no lo entendiera (dos meses de interpretación de mapas le habían ayudado a adquirir experiencia como cabeza de grupo) sino porque se había perdido toda la explicación de Sxin, que había ido volando solo expresamente hacia allí para examinar las propiedades del terreno.

- Mmmm… pues…- intentó decir algo inteligente, pero su imaginación le jugó una mala pasada, mostrándole una imagen de Kagome guiñándole un ojo mientras se bajaba el tirante de la camiseta que llevaba puesta.

- Quieres elegir un camino de una vez!- exclamó Nincada.

- El que te lleve directo a un acantilado, pesado insufrible!- exclamó el híbrido en un acto reflejo.

Menos él, todos los de la cabaña se pusieron a reír por la respuesta.

- Se puede saber de qué os reís?- preguntó Inuyasha a la defensiva.

- Vamos, Inuyasha, sonríe un poco!- le instó Thandra, que era la que más se reía- siempre estás a la defensiva, hombre!

- Sí, venga!- Sai le dio unas palmaditas en el hombro.

- No estoy a la defensiva!- se quejó.

- NOOOO!- ironizaron Nincada y Thandra.

- Anda, dejadme en paz. Doy la sesión por terminada- intentó levantarse, pero las manos fuertes de Sxin le obligaron a sentarse de nuevo.

- Compórtate con valor, hombre!- le dijo.

- Eso! Valor! Arriba los rubinos!- exclamó Thandra.

- Oye!- se quejó Nincada- qué has querido decir con eso?!

- He querido decir que los rubinos somos los que tenemos más valor- contestó ella sin vacilar.

- Eso es mentira!- replicó el hombre.

- Anda, cómprate un desierto y bárrelo, zafiro de pacotilla!

Mientras los dos discutían en plan de broma, Sai y Sxin se tronchaban de risa. Inuyasha aprovechó ese momento de distracción para salir de la tienda sin que se dieran cuenta. Una vez fuera, respiró hondo y echó a correr con todas sus fuerzas por el bosque. No hacía nada más que correr, así de simple. Liberar tensiones por la noche, antes de ir a dormir.

No llevaba ni cinco minutos corriendo que oyó un grito que venía del campamento:

- NOS ATACAAAAN!

Frenó en seco y volvió sobre sus pasos. Cuando llegó otra vez con los otros, pudo ver quién era el atacante: una araña gigante estaba destrozando las tiendas y matando toda la gente que podía. Eso sí: todos se resistían. Los rubinos le lanzaban llamaradas de fuego, los esmeraldas alzaban raíces del suelo para inmovilizar al monstruo, y los zafiros también hacían uso de sus poderes. El mediodemonio echó a correr de nuevo, alzando la mano para invocar una gran bola de fuego, que impactó en la cabeza de la araña. Todo el mundo gritó entusiasmado, incluso algunos aplaudieron. Sin embargo, el monstruo aún no estaba muerto. Inuyasha desenvainó la espada al mismo tiempo que los otros reanudaban sus ataques. En medio del ruido, el híbrido pudo oír la voz de Thandra diciéndole:

- Bien hecho, rubino prodigio!

La batalla no duró más de diez minutos. Al final, la bestia cayó rendida al suelo, doblando sus ocho patas. Todos dejaron ir un grito de victoria, acercándose al animal para empezar a preparar la "cena". Inuyasha envainó la espada, acariciando el mango, como siempre. Dejó trabajar a la multitud sobre el cadáver del monstruo y se encaminó a un río cercano: estaba lleno de sangre seca y suciedad. Beah! No soportaba el olor a sangre.

Caminó durante un cuarto de hora hasta encontrarlo. Al llegar, olió el agua con deleite y se preparó para bañarse. Pero justo cuando se había quitado las dos partes de arriba del haori, oyó movimiento.

Inuyasha se apresuró a esconderse detrás de un árbol, preparado para atacar si se tratara de un enemigo. Al cabo de poco rato, una silueta salió de detrás de una roca. Lo que vio el chico hizo que clavara con fuerza las garras en la corteza del árbol, en un intento de controlar sus emociones: era Kagome, y llevaba puesto un bañador de dos prendas. Un bikini blanco, para ser más exactos.

Embobado, vio como la chica se sumergía poco a poco en el río, deteniéndose al llegarle el agua al ombligo. Seguramente no quería mojarse el pelo. La luz blanca de la luna caía sobre ella, camuflando la ausencia de color de su piel.

Sin poder evitarlo, Inuyasha dio un paso al frente, pisando una hoja seca sin querer. Se maldijo a sí mismo con un montón de insultos mentales y se subió al árbol para esconderse en la espesura de las ramas.

Kagome no se giró a tiempo para verle. Quién había sido? Bah, daba igual. No le importaba en absoluto. Y qué, si era un demonio? Y qué, si era un asesino pervertido? A lo mejor la beneficiaba con la muerte. Suspiró ante aquella idea tan tentadora, aunque pronto tuvo que dejar de pensar en ella. Sabía que si se le pasaba por la cabeza suicidarse para acabar con el dolor psicológico, Yukiko lo leería en su mente y se lo impediría. Volvió a suspirar y salió del agua. Se secó con una toalla y, sin molestarse en cubrirse más, se encaminó hacia donde había escuchado el ruido.

Miró detrás de un árbol. Nada. El mismo resultado en casi todos los que la rodeaban. Resopló con fastidio. Se giró para volver sobre sus pasos, pero justo en ese momento, un peso cayó de un árbol detrás de ella. Volvió a girarse y lo que vio hizo que el corazón le diera un vuelco: Inuyasha se encontraba delante de ella. Al instante, una serie de emociones recorrieron su cuerpo. Dejó de pensar. Sintió que su conciencia la abandonaba y que su necesidad por Inuyasha, su necesidad por volver a sentir sus labios y sus dedos sobre su piel tomaba el control de su mente. No se acordaba de que estaba dolida. Sólo sentía un amor puro en el aire y en su corazón, que hizo que actuara de forma impulsiva.

El mediodemonio cerró los puños, como armándose de valor, pero antes de que pudiera abrir la boca para decir nada, Kagome le capturó la cabeza con las manos para besarle con hambre, con desesperación. Él ni siquiera perdió tiempo en sorprenderse: la agarró por la cintura y correspondió al beso con ansia, atrayéndola más contra él, para sentir el cuerpo femenino sobre su pecho. La mano que no la abrazaba empezó a acariciarle la cara, pero a medida que pasaban los segundos y la pasión subía, sus dedos empezaron a bajar por el cuerpo de la chica, vertiendo caricias cada vez más atrevidas sobre la piel blanca. Un momento de conciencia vino a la cabeza del híbrido, provocando su deseo de hacer las cosas bien por medio de disculparse primero por lo ocurrido un mes atrás:

- Kagome… yo…- dijo entre jadeos, intentando separarse de ella. Pero ésta no le dejó tiempo de hablar.

- Cállate- ordenó con un suspiro, volviendo a capturar su boca.

Inuyasha aceptó la orden encantado. Aquello le hizo perder los pocos papeles de razón que le quedaban. El joven hizo que se movieran para apoyar a Kagome firmemente contra un árbol, quedando el cuerpo femenino entre el tronco y el híbrido. Ella suspiró cuando él rompió el apasionado beso, y gimió cuando sintió sus labios descendiendo por su cuello.

En más de media hora y sin descanso, liberaron todo lo que llevaban reprimiéndose. Ni siquiera se molestaron en tumbarse al suelo. Aquella noche, la naturaleza y las estrellas fueron testigos de su amor indestructible y ellos notaron sus almas volver a sus cuerpos con el paso de los minutos

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