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Había Luna llena en la época medieval. Los prados y los bosques de la era Sengoku estaban bañados por la plateada luz del astro. En una pendiente con césped se encontraba una chica vestida con uniforme escolar. Tenía el pelo de color negro azabache, y le caía en cascada por la espalda con su característica forma, liso y largo. Cualquiera que no la conociera hubiera dicho que Kagome era un demonio camuflado: esa indumentaria no era normal en aquel tiempo. Pero alguien como el mediodemonio Inuyasha, que la observaba desde los arbustos sin que se diera cuenta, lo habría considerado normal en ella.
El joven aguantaba la respiración tanto como podía para no oler las lágrimas de la chica. Ésta lloraba a causa de lo habitual: había vuelto a ver al híbrido y a la sacerdotisa Kikyo juntos. Cogió aire, como armándose de valor, y se acercó a ella sin hacer ruido. Al llegar detrás de ella, dudó. La mano que quería poner encima del hombro femenino se detuvo a medio camino, se abrió y se cerró dos veces, como si estuviera reflexionando y acabó por retirarse. Por una vez, el diálogo le pareció el mejor método del mundo:
- Kagome- la llamó en voz baja. Ella no respondió. Detuvo el llanto en seco, pero las lágrimas seguían bajando por sus mejillas.
Volvió a intentarlo:
-Oye…
- A qué has venido?- le preguntó la chica bruscamente, sin ni siquiera girarse para mirarlo.
- Querrás que te dé explicaciones, no?- Inuyasha frunció el ceño.
- No tienes que darme ninguna explicación. No eres mi novio ni nada que se parezca.
- Claro. Por eso lloras, no?
- Eso es solo cosa mía- Kagome se secó el agua del rostro rápidamente.
- Cosa tuya. Pero por mi causa- esta vez la cogió por el hombro con decisión para girarla y hacer que le mirara a la cara, pero la joven se deshizo de ésta con un brusco movimiento, consiguiendo evitarlo.
A Inuyasha se le acabó la paciencia.
- Ya basta! Si tan poco te importa, se puede saber por qué te ves tan afectada?
El mediodemonio se levantó para desplazarse y agacharse de nuevo, esta vez, delante de ella. Durante unos segundos, sus miradas coincidieron, haciendo que se sonrojaran levemente. La sacerdotisa adolescente sintió que se perdía durante un breve instante en aquella gloriosa mirada dorada, pero fue ella la que retiró la mirada primero. Cuando lo hizo, Inuyasha suspiró y dijo:
- Kagome, yo…
- Déjalo ya, vale? No tengo derecho a estar así, olvidemos el tema- intentó levantarse, pero…
El híbrido la cogió de la mano y con la otra le sujetó el mentón sin apretar, para volver a mirarla a los ojos:
- Lo siento-dijo- si eso es lo que querías oír, lo siento. Perdóname.
- Ya te he dicho que no tienes que disculparte- aseguró ella, aunque en el fondo no podía evitar sentirse reconfortada. Intentó levantarse otra vez, pero él no se lo permitió.
Ella siguió la dirección de su mirada y lo que vio la hizo entrar en shock: el chico le estaba mirando las piernas.
- Al suelo!
BUUM! El césped quedó decorado con la silueta de Inuyasha, que había golpeado el suelo con todo su cuerpo por culpa del conjuro del rosario.
- Se puede saber qué haces, estúpida?!- le preguntó él casi gritando, aún bajo los efectos de la inmovilización.
- Eso debería preguntarlo yo!- replicó Kagome- qué estabas mirando, cerdo?
- Como si no me conocieras, idiota! No te miraba con ninguna intención obscena, sino porque he visto algo raro en tu pierna izquierda! Me ha parecido que era una herida, por eso he mirado!
La chica frunció el ceño y se miró la pierna correspondiente. El mediodemonio tenía razón: al lado interior de la rodilla, se podía distinguir una silueta de una especie de luna roja. Resopló, aceptando la derrota verbal, y estiró la pierna para que el chico se la examinara. Mientras no observara más arriba de la rodilla, no aplicaría la mirada sucia.
Inuyasha examinó la marca con curiosidad: el rojo no era sangre. No era una herida. Pero tampoco era tinta. Si forzaba la vista, podía ver que el color era propio de la piel de Kagome, como si el pigmento rojo que formaba la forma de la luna fuera simplemente melanina.
- Y bien?- preguntó la adolescente- qué es?
- No tengo ni idea. Es una cosa muy rara.
Ella dobló la pierna para acercar el extraño elemento a su cuerpo y poder verlo por sí misma. Efectivamente, parecía una mancha con forma de luna, solo que ésta era roja y… brillaba! Parecía como si tuviera un poco de purpurina encima del color, pero parecía natural. Qué raro.
- Déjame verla otra vez- pidió el chico.
Kagome volvió a estirar la pierna. Él se inclinó sobre ésta para… olerla. Simplemente, olerla disimuladamente. Sentía una gran curiosidad por aquella extraña marca pero… hacía pocos segundos el olor de la piel de la chica le había hecho perder el control durante unos instantes. Sin darse cuenta, husmeó un poco más profundamente, provocando que ella se diera cuenta de lo que estaba haciendo. En un acto reflejo, dobló la rodilla con brusquedad, con tanta mala suerte que impactó contra la nariz del mediodemonio, que se quejó con un leve grito.
- Lo siento, perdona! Lo siento! Lo siento!
- Tranquila…- Inuyasha se frotó la nariz: ya no le dolía- ha dejado de dolerme.
- No dejas de sorprenderme, Inuyasha…
En ese preciso momento, él levantó la mirada antes de contestar. Cuando lo hizo, se vio a apenas cinco centímetros de aquellos ojos marrón chocolate que tanto le gustaba mirar. Se quedaron mirándose de cerca durante más de un minuto. Sólo se oían las respiraciones aceleradas de los dos y el ritmo rápido y martilleante de los corazones, que latían a mil por hora. Hasta que Inuyasha no pudo reprimirse más.
Kagome se quedó muy quieta, casi temblando de nervios. Su cuerpo no la obedecía. Con los ojos abiertos, observó como el mediodemonio bajaba la mirada de sus ojos a sus labios. Vio como se humedecía los suyos propios disimuladamente mientras se acercaba más a ella. Cerró los ojos y… capturó los labios de la chica con los suyos.
Nada más sentir el roce carnoso, fue como si una corriente eléctrica les hiciera estremecerse en un escalofrío. Kagome, sorprendida, abrió los ojos como platos, pero no tardó en cerrarlos para abandonarse a ese beso que tanto tiempo llevaba esperando. Levantó los brazos para rodearle el cuello a Inuyasha, haciendo que sus manos se perdieran entre la melena plateada. Él respondió abrazándola por la cintura con una mano, mientras la otra se colocaba en la cabeza de la chica, acariciando los mechones de pelo negro, pero a la vez impidiendo que se apartara de él.
Perdieron la noción del tiempo. El tímido gesto que había empezado con simples caricias con los labios se había ido profundizando. Inuyasha presionaba a Kagome contra su cuerpo, abrazándola con fuerza y besándola cada vez más apasionadamente. Y ella se dejaba hacer, dejándose llevar por el momento.
Pero justo cuando el mediodemonio deslizaba una de sus manos de la cintura a las piernas de la chica, escuchó a alguien que venía. Kagome también lo oyó y se separaron bruscamente, sonrojados y con la respiración entrecortada. Evitando mirarse, volvieron la vista hacia el que acababa de llegar: era Shippo.
- Kagome, hay alguien en la cabaña de la abuela Kaede que quiere verte- dijo.
- Y… le has preguntado quién era?- a la chica le costaba hablar: tenía la cabeza en otro sitio.
- Dice que se llama Nincada, pero no sabemos quién es.
- Está bien, vamos
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