Algo mal

Hay varios cuadernos en su habitación; todos con notas y dibujos hechos por ella misma a través de los años, cada uno representando fragmentos de historias que por lo general jamás habían sido concluidas. Le encantaba leer y escribir historias románticas que rayaban en lo cursi, relatos inspirados principalmente en películas de Princesas y novelas rosas.

Así mismo, los textos que había escrito recientemente es encontraban influenciados por anécdotas que sus amigos le comentaron alguna vez con respecto a sus experiencias románticas; ya fueran hermosas, divertidas o todo lo contrario. Amaba la idea del romance y caer perdidamente enamorada de alguien a pesar de jamás haber sentido uno de los famosos flechazos sobre los que tanto escribía.

Extrañamente, se encontraba enamorada de la idea del amor, sin embargo no se sentía abrumada por el nunca haberlo vivido, en realidad, ni siquiera estaba segura de sí al menos una vez se había enamorado.

Sabía reconocer cuando alguna persona era bella, pero al parecer no bastaba con eso y tampoco era capaz de comprender como era posible quedar prendado de una persona con tan sólo mirarle una vez, así como también aunque le parecía de cierta manera gracioso escuchar el cómo sus amigas describían la belleza de sus ídolos y toda la clase de emociones que ellos les provocaban, no se imaginaba a ella misma sintiendo algo así por un completo desconocido.

Se preguntaba si alguna vez experimentaría el sentir las dichosas mariposas en el estómago o si tendría alguna manera de saber que sentía por alguien algo más que amistad o cariño. Conforme crecía se percataba de que las personas de su edad buscaban en el amor algo que tomarse de las manos o salir a pasear una tarde de otoño mientras bebían chocolate frio y se reían con chistes que tan sólo ellos entendían.

Quizá, tan sólo quizá, ella misma alejaba a cualquier persona que pudiese fijarse en ella, porque en el fondo sabía que era prácticamente imposible encontrar el tipo de relación con la que se sentiría cómoda y con la que tanto fantaseaba. Tal vez ese era el motivo por el cuál jamás había acudido a los encuentros a los cuales pocas veces la llegaron a citar o por lo cual ni siquiera intentó averiguar quién había sido aquel que le había enviado una rosa de forma anónima un día de San Valentín.

Se había sentido distinta desde aquella tarde en 4to de primaria en que una de sus amigas había llevado a escondidas una revista para adolescentes y a ella ni siquiera le había interesado con cuál chico famoso era compatible, siempre había atribuido ese suceso a que era muy pequeña aún para tener esa clase de sentimientos o emociones.

Sin embargo a sus 25 años recién cumplidos ya estaba más que segura de que aquella teoría no era correcta, así como también lo intuyó en su adolescencia durante una conversación en la que sus amigas de aquel entonces le cuestionaron sobre cómo era físicamente el chico de sus sueños y ella no supo que responder, puesto nunca había pensado en ello.

Se cuestionó incluso si acaso era posible que le gustaran las chicas; quizá no se había percatado de ello antes porque hasta hacía pocos meses no lo creía posible, pero no tardó demasiado en darse cuenta de que si bien algunas de las chicas eran hermosas, simplemente apreciaba su belleza como si de un atardecer se tratase.

Muchas veces se preguntó si había algo mal en ella, pensó que tenía algún defecto y cada noche antes de dormir deseó sentir por alguien aquello que todos llamaban atracción, despertar un día y pensar que cualquier persona era la más hermosa del planeta y no poder sacarla de su mente, sentir amor a primera vista a pesar de que creía firmemente que eso era una tontería que no existía.

Deseó ser reparada y ocultó la terrible verdad mientras fingía que pensaba que uno de los integrantes de una banda famosa era guapo, escribió una nota a uno de sus compañeros de preparatoria en dónde le hacía saber sus falsos sentimientos solamente porque creía que era necesario forzarse a sentir algo.

Decían que lo peor que podía pasarle era quedarse sola, pero a ella le preocupaba el hecho de que no le aterrorizara la idea de jamás encontrar a ese alguien especial, quería romance y claro que le fascinaría vivir su propia historia de amor, sin embargo tampoco creía que sería el fin del mundo si eso nunca ocurría.

Con 21 años dio su primer beso y tenía que admitir que había sido terrible, así como tampoco tenía claro lo que esa muestra de afecto había provocado en ello, incluso llegando a preguntarse si realmente era capaz de enamorarse; aunque terminó comprobando que sí lo era después de que aquel chico le hiciera saber cómo era tener el corazón roto.

Mas algo que tenía que admitir era que aquella tarde en la que sus labios habían sido tocados por otros, si había sentido felicidad, pero a su vez fue invadida por el temor de que tan lejos llegaría esa posible relación y que tan rápido sería eso.

Aun impulsaba por el sentir que había un problema en ella, también asumió que sería egoísta de su parte estar con alguien que no se conformase con simplemente abrazos y dulces palabras, se repetía que si alguna vez aceptaba tener un noviazgo tendría que ceder a ciertas cosas con las que de tan sólo pensarlo se incomodaba.

Afortunadamente, ahora había caído en cuenta de que no tenía que ceder si no deseaba hacerlo, que tenía todo el derecho del mundo a buscar una relación romántica que respetase sus límites, que no era estúpido ni ingenuo. Tenía sentimientos y eran válidos, no había nada defectuoso en como ella veía el amor.

Merecía ser amada, sin embargo no lloraría en caso de que jamás apareciese en su vida un chico que jurase estar enamorado con locura de ella y fuese sincero al decirlo, ya sabía que no era imposible encontrar algo así y que no estaba rota.

En realidad, el paso más difícil había sido aceptar quien era y amarse.

Esas noches en las cuales suplicó al cielo cambiar o las horas que pasó en internet buscando una explicación (y solución) a lo que sentía y quien era, negándose a aceptar la evidente realidad; todo eso había quedado muy atrás, atrapado por siempre en el pasado.

Y aunque el miedo la había obligado a callar, un día simplemente se sintió lista para decir quién era ella, dispuesta a afrontar cuales quiera que fueran las consecuencias de dicha acción.

Había tenido suerte de tener amigos grandiosos.

No existía algo mal en ella y eso lo tenía claro, sin embargo le hubiese gustado saberlo antes; mucho antes.

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