Capítulo 1: La rebelión de la mediana edad
Margaret adoptó una nueva rutina con la partida de su hijo.
Trabajaba durante el día, se jodía de todas las maneras posibles durante la noche. Nada la hacía feliz de verdad. Nada le llenaba el corazón. Pero al menos la actividad la ayudaba a distraerse y a reclamar, aunque de a poco, las riendas de su propio placer —lo que además le resultaba bastante divertido.
Quien diría que su propia mano sería una compañera más fiel y confiable que el maldito de su ex marido.
Huh.
Suena como un chiste, pero no lo era. Hasta poco tiempo atrás ella sentía que su sexualidad había muerto. Tenía tantos problemas que resolver, tantos boletos que pagar, tantos reproches que dar, tantas cosas por hacer, que no sobraba espacio en su agenda para adorarse a sí misma.
Además, después de ser engañada por Milton —su ex en cuestión—, confiar en otros hombres se había vuelto un ejercicio complicado. Hasta tener sexo con ellos le parecía equivocado. Sentía una profunda rabia hacia todos, pese a saber que generalizar su odio no era sano, ni correcto.
¿El resultado? Soledad y calentura.
Dios, si las paredes de su hogar hablaran, seguramente rogarían por incontables sesiones de terapia. Los sonidos que su boca había pasado a emitir en las últimas semanas a veces ni parecían ser humanos. Eran animalescos, salvajes, y estaban a un decibel de distancia de invocar la llegada del íncubo más cercano.
Pero ¿qué carajos le pasaba? Su libido nunca había sido así de intensa. Su deseo nunca había sido tan alocado. ¿Y sus fantasías? Dejarían al mismísimo Diablo escandalizado.
Para aumentar todavía más su confusión moral, fue mientras llevaba una de ellas a cabo, apoyada en los fríos y húmedos azulejos de su ducha, con los dedos bien adentro de sí misma, cuando deseó convertirlas a todas en realidad.
¿Qué pasaría si, en vez de apenas su mano y la visión fantasma de un hombre genérico, creado por su imaginación hiperactiva, ella de verdad tuviera a uno de carne y hueso ahí? ¿Dándole todo el placer del mundo? ¿Siguiendo sus órdenes al pie de la letra? ¿Haciéndola venirse una, y otra, y otra vez?
No necesitaba amarlo. No necesitaba quererlo. Joder, tal vez si lo detestaba el sexo sería mejor. Pero le faltaba un objeto físico con el que complacerse. Y ahora ella quería buscarse uno.
Quería un compañero, aunque no necesariamente un novio.
Así que la educada, tímida y responsable señora Margaret tomó una decisión urgente: Esta noche dejaría de lado su comportamiento conformista y su actitud resignada. Esta noche de viernes saldría a bailar, se comería con alguien, y lo haría sin avergonzarse, sin reprimirse, sin sentirse horrible por tener deseos, y gustos, y necesidades.
Que se fuera al carajo su relación mediocre con su ex esposo.
Que se fuera a la mierda su crianza conservadora.
Hoy nada importaría.
Hoy sería el inicio de su rebelión.
Salió de la ducha, se secó y fue a recoger el atuendo más provocador que pudo encontrar en su armario; un vestido rojo que Milton le había dicho era muy "revelador e indecente" para su edad. Ella no lo tiró a la basura porque el modelo y el corte le gustaba, pero a mucho tiempo no lo usaba. Se sentía erróneo el hacerlo, luego del comentario desubicado de ese bastardo.
Por tanto tiempo se había sentido poco atractiva y deseable, por dichos así.
No dejaría que sus palabras la incomodaran más.
Agarró la percha donde el viejo vestido colgaba, unos tacones del mismo color, y sus joyas. Secó su cabello voluminoso, se hizo el maquillaje, se repitió a sí misma en el espejo que no desistiría de esta idea, y buscó en google lugares a los que ir.
Como si de intervención divina se tratara, una amiga suya del trabajo le escribió. Ella y unos colegas estaban tomando unos tragos en un bar no muy lejos de su casa. Le preguntó, como tantas otras veces ya lo había hecho, si Margaret estaba interesada en unirse al grupo.
Usualmente, ella diría que no. Agradecería la invitación, apagaría su celular, y se iría a dormir. Pero aquella noche rompería aquel patrón. No repetiría la misma historia. Sorprendiendo a todos, les pidió la dirección del bar y apareció allá vestida como la diosa que por años había negado ser.
Esta decisión, claro, los dejó a todos en shock. Porque definitivamente algo le estaba pasando a la señora Corde.
¿Dónde estaban los suéteres que ocultaban su figura? ¿Los pantalones de oficina? ¿Las colas de caballo profesionales? ¿Las sombras, delineador y labial natural? ¿La expresión aburrida y la mirada lánguida? ¿Dónde había ido todo eso a parar?
Bueno, todo se había ido al infierno, junto a la timidez de la vendedora.
—¡Mujer, te ves bien! —Erica, la analista de sistema que la había invitado a la salida le dijo, con una sonrisa impresionada—. ¿De dónde acabas de venir? ¿Alguna cita?
—De mi casa —Margaret se encogió de hombros—. Solo quería sentirme bonita hoy.
—Y lo lograste, wow. Si yo no fuera casada, y tú no fueras hetero... —Ella sacudió su cabeza y bebió un sorbo de su whiskey—. Rompería ese vestido como si estuviera hecho de papel.
Margaret se rio y le dio una palmada leve en el hombro, sabiendo que su amiga era una demente, y solo bromeaba a medias.
A seguir se ordenó a sí misma una margarita, para iniciar la noche de manera suave. Ella, Erica y sus otros colegas conversaron con normalidad a partir de entonces, bebiendo mientras chismoseaban sobre su trabajo y sus vidas privadas. Eso es, hasta que algunos de ellos decidieron ir a bailar, y las dos se unieron al grupo.
Fue entonces cuando la noche de Margaret tomó otro giro sorprendente. Porque mientras se alcoholizaba todavía más, y su cuerpo se movía al ritmo de alguna canción pop nueva que ella no conocía, su espalda acabó chocando con la de un hombre que no había esperado volver a ver en su vida.
Jack Hook, el ex profesor de biología de su hijo, Gabriel.
—¿Señora Corde? —Él sonrió, tan asombrado por el cruce de sus caminos como ella.
El docente siempre había sido, bajo los estándares y gustos de Margaret, un sujeto muy apuesto. Y su cabello negro, con toques grisaceos y blancos, todavía rogaba ser peinado por sus dedos. Su piel marrón, ser besada por sus labios y marcada por sus uñas. Y esos lentes cuadrados, que le daban cierto aire a intelectual, le despertaban la creatividad. ¿Qué pensaría él sobre los juegos de rol? Ya era profesor, pero ¿estaría interesado en fingir ser un científico, agente secreto, o hacker?...
—Hola, señor Hook —Margaret sacudió la cabeza y lo saludó, alejándose de sus pensamientos pecaminosos. Al menos por ahora—. ¿Qué hace usted aquí?
—Ah, vine con unos amigos. Y no necesitas llamarme de usted... ¿Qué hay de ti?
—Ah, estoy aquí con unos colegas de trabajo —la vendedora respondió y luego señaló a una parte más quieta del bar—. Ehm... ¿Quieres seguir bailando, vamos a conversar, o estás muy ocupado?
—Oh, no... —Él se movió en la dirección señalada, entusiasmado—. Para nada ocupado, vamos.
Y así, ella supo que se había conseguido el premio gordo de la noche. Pero no clamó victoria de inmediato. Decidió, en el exacto momento en que se sentó en la mesa, que llevaría la delantera y controlaría cada interacción entre ambos. Jack siempre había sido bastante maleable y demostrado tener una personalidad suave —al menos, en cada reunión de apoderados y en cada evento del colegio de su hijo, ella lo había percibido así. Si sus poderes de observación no le fallaban, podría tenerlo tomado de una correa en poco tiempo. Solo entonces podría sentirse orgullosa de su conquista.
—¿Y qué hay de Gabriel? —Jack le preguntó, genuinamente curioso—. ¿Al final a cuál universidad se fue?
—Heldenberg.
—¿De veras? Pero esa queda tan lejos...
—Lo sé —Margaret se encogió de hombros—. Pero fue la que quiso ir. Y yo apoyo a mi chico en lo que sea. Aunque quiera ir a Marte; si ese es su sueño, pues... estaré ahí para darle todo el soporte que necesita para volar lejos.
—Debe ser duro, de todas formas. Esa transición de tenerlo aquí, a tenerlo allá.
—Sí, pero es parte de la vida —ella comentó, tratando de ignorar la verdad; sí era durísimo—. Al menos ahora ya no tengo que lavar tanta ropa. Ese es un beneficio del que no me quejaré —Jack sonrió, tanto con la boca como con sus ojos. La señora Corde, para evitar sonrojarse, miró a otro lado y siguió con la conversación:— Oye, ¿vas a querer beber algo?
—Yo me encargo —Él se levantó, tan caballeroso como siempre—. Solo dime tu orden y la traigo.
—Un negroni. Y gracias.
El profesor volvió dentro de pocos minutos, sujetando su vaso y un mojito —al que ella asumió, había pedido para sí mismo.
—Aquí tienes.
—Gracias —Margaret tomó un sorbo de su nuevo trago—. Hm. Está bueno.
—Pedí que le pusieran prosecco. Leí online que supuestamente tiene un mejor sabor.
—Es una delicia.
—Salud —Jack le ofreció un brindis y la mujer no pudo negarle la propuesta—. Pues, entonces... —Luego de beber, señaló a la mano derecha de la vendedora—. ¿Te separaste, al final de cuentas?
Ah, sí.
Había ese pequeño detalle. La última vez que ella había visto al docente, ella seguía estando casada. Y Jack la había pillado, por accidente, teniendo una fea discusión con su marido por teléfono, en las afueras del colegio, después de una reunión de apoderados.
—Sí, me divorcié de Milton hace dos años.
—Al fin.
—¿Perdón?
—O sea, lo siento por la sinceridad. Pero él era un patán. No te merecía.
La boca de Margaret se desplomó por el atrevimiento del profesor. Aun así, no le quitó la razón.
—Sí, de verdad no lo hacía —De pronto, tomó coraje. Por debajo de la mesa llevó su pierna hacia la del docente, y la frotó con movimientos calculados. Él, tragando en seco, miró abajo por dos segundos antes de alzar sus cejas y encararla con una pregunta en los ojos: "¿Realmente estás insinuando lo que creo que estás insinuando?". Margaret, con su recientemente descubierta perspicacia, contestó:— Pero hay muchos hombres que sí me merecen por ahí... Y que me pueden tener, si tan solo lo demuestran.
—Ah, ¿sí?
—Hm.
—¿Y qué tienen que hacer para demostrarlo? —Jack, como represalia, estiró su mano libre sobre la mesa y tomó a la de su acompañante, acariciándola con toques delicados.
—Si vienes conmigo a mi auto, profesor, creo que te puedo dar unos apuntes.
Él se rio, pero asintió.
—Terminemos de beber primero, y estaré más que contento de anotar todo.
—De acuerdo. Pero, preguntas importantes deben ser respondidas antes de eso.
—Como ¿cuáles?
—¿Estás soltero?
Jack volvió a mover la cabeza.
—Divorciado.
—¿También?
—Sí —Tomó un sorbo de su mojito—. Aunque por motivos distintos a los tuyos. Mi esposa era buena gente. Muy simpática... Pero lesbiana.
—¿Huh?
—Lo que oíste. Luego de tres años de matrimonio se dio cuenta de que no le gustaban los hombres.
Margaret soltó una risa pasmada.
—Ay. Lo siento —Puso su vaso sobre la mesa y cubrió su boca con su mano—. Pero es que la situación es un poco absurda, tienes que concederme ese punto.
—No te preocupes —Jack hizo una mueca cómica, que confirmó el hecho de que estaba siendo sincero—. Sé que lo es... Aunque estoy feliz por Alice, ahora que finalmente salió del armario. Y sigue siendo mi amiga... De hecho, nos llevamos mejor ahora que antes. ¿Es ese un problema para ti?
—No, para nada. Y yo te envidio, en serio. Me gustaría tener una relación así con Milton, sabes... Una amistad. Un entendimiento. Algo... Por el bien de Gabriel, más que nada. Pero es imposible hacerlo. O sea, tú conocías a mi ex...
—Para mi disgusto, sí. Y para serte sincero, nunca entendí como un hombre tan maleducado como él logró conseguirse como esposa a una mujer tan esforzada, inteligente y bonita como tú —Aprovechando que sus palabras dejaron a la vendedora desorientada, Jack se inclinó adelante y continuó hablando:— Prestaba atención en ti, ¿sabes? Ahora que ya no soy profesor de tu hijo, lo puedo admitir. Todas las veces que venías a las reuniones con los demás apoderados, no podía parar de mirarte. Eras y sigues siendo hermosa. Una puta Diosa, Margaret.
La señora Corde se sonrojó y mordió su labio inferior, en un pobre intento de suprimir una sonrisa complacida, llena de orgullo.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
—¿Y qué exactamente pasaba por su mente en esas reuniones, señor Hook?
Jack, en vez de responder, tomó un trago de su mojito y la continuó encarando con una expresión que prometía problemas.
La mujer, a estas alturas de su conversación ya perdiendo la cordura, y encontrando insoportable sus ganas de saltar sobre ese hombre como una pantera hambrienta, lista para asegurar su cena, se levantó de su asiento y agarró su vaso, al que secó con un solo trago. Luego, chocó el fondo del vidrio con la mesa y el docente, impresionado por su logro, también se apuró en terminar su cóctel.
Con el aliento oliendo a alcohol, las ropas y cabellos desajustados, y los cuerpos cubiertos de sudor por el aire caliente del bar, los dos se movieron afuera. Margaret, arrastrando a su premio dorado por su muñeca, con un agarre firme y dominante, que jamás se había atrevido a usar con Milton. Jack, dejándose llevar sin preguntas ni quejas.
Cuando llegaron a su auto, ella paró de caminar de golpe y jaló al profesor por el cuello, besándolo como si fuera el último hombre vivo en la tierra. Él le correspondió el gesto con el mismo nivel de intensidad, deslizando una mano más allá de la cintura de Margaret, arrastrando sus dedos hacia sus glúteos, mientras la otra se enterraba en su cabello voluminoso y lo empuñaba.
—¿Nos v-vamos a tu casa o a la mía? —él preguntó, entre los innúmeros roces de sus labios.
—A ninguna.
—¿Huh?
La señora Corde abrió la puerta del vehículo y entró, haciendo un gesto con su dedo a Jack para que la siguiera. Divirtiéndose con la situación, él soltó una risa corta y lo hizo, sin saber que los movimientos de su acompañante eran calculados, y que ella tenía otras razones para joderlo ahí mismo, en vez de llevarlo a su hogar.
En primer lugar, ella no lo conocía lo suficiente como para confiar en él. Podía ser apuesto, pero seguía siendo un hombre como cualquier otro. No quería pisar en la residencia de un posible violador o asesino en serie, ni dejar que uno entrara a la suya. Y esto no era paranoia, sino precaución.
En segundo lugar, ella no quería pasarle las ideas equivocadas. No quería tener una relación seria con nadie por ahora, ni crear expectativas que no se encajaría jamás con la realidad. Solo buscaba sexo y un vínculo superficial, rápido, fácil de deshacerse. No tenía planes de encontrar a un nuevo "Milton" en breve.
En tercer lugar, una de sus fantasías más recientes era joder a alguien dentro de un auto. Tenía que volverla realidad en algún momento.
Para la suerte de los demás clientes del bar, el estacionamiento del bar tenía una iluminación pobre. Porque los vidrios de su vehículo no eran teñidos y sin importar cuán empañados se volvieran, jamás serían capaces de disimular las obscenidades que estaban ocurriendo en sus asientos traseros.
Aunque los sonidos que estaban saliendo de ahí deberían ser un buen motivo para que nadie se acercara al área. Sin mencionar la manera en la que el chasis se estaba moviendo...
Si la Margaret del pasado viera lo que la Margaret del presente estaba haciendo a aquellas horas de la noche, en los interiores de aquel auto viejo, con uno de los ex profesores de su hijo, probablemente se volvería roja como un tomate y ocultaría sus ojos tras sus manos, fingiendo estar escandalizada y horrorizada por la realidad.
Pensar en ello le sacaba una risa del pecho. Porque la señora Corde sabía que su "yo" pasado había tenido los mismos instintos y deseos de ahora, y entendía que una reacción como aquella apenas habría sido una farsa. Una demostración de sus pobres habilidades como actriz.
Ella siempre había sentido la misma calentura de ahora. Siempre había suspirado cuando un caballero le murmuraba alguna palabra sucia al oído. Siempre había gemido cuando un macho de verdad la jodía. Solo había reprimido este lado carnal, físico, lujurioso, porque sintió que eso era lo que debió hacer.
Los años de matrimonio con Milton habían convertido al sexo en algo que ocurría con poquísima frecuencia. En un evento raro, aburrido, vainilla, que genuinamente la dejaba más frustrada que feliz. Él conseguía su placer momentáneo, ella se sentía querida por un puñado de minutos. Era una transacción triste, decepcionante, y que gracias a todos los cielos ya no tenía por qué volver a suceder.
Porque joder, ahora que estaba con un hombre que de verdad la deseaba, que de verdad la quería comer sin dejar migajas, que la quería hacer gozar tanto como él mismo quería alcanzar el extasis, ya no quería volver atrás.
El mero hecho de ya no estar siendo aplastada por un sujeto poco coordinado en sus caricias, desinteresado en su bienestar, vestido con su pijama de abuelo, oliendo a dentífrico y desodorante barato, ya era una alegría tremenda.
Pero yacer encima de un caballero perfumado, de presentación impecable, con unos labios suaves y manos intrépidas, que además era bastante más bendecido por la naturaleza en sus dotes que el anterior, sin duda era un regalo de los cielos.
Ni los propios dedos de Margaret lograron hacerla alcanzar la misma euforia que sintió aquella noche, en aquel coche.
Su vestido se manchó y el zíper se rompió, pero ella no se importó. Su cabello se desordenó, pero en vez de intentar peinarlo, lo sacudió todavía más. Su piel se cubrió de marcas, de arañazos, de moretones, de mordidas, volviéndose una representación visual de su lascivia compartida. Sus ojos se cerraron solos. Sus piernas temblaron. Sus palmas se intentaron agarrar en cualquier superficie que encontraron. Su garganta casi sangró de tanto vibrar. Sus interiores se sintieron revueltos, pero carajos como el dolor era placentero.
Y Jack tampoco se salvó de terminar igual de afectado por su encuentro. Salió del automóvil como si hubiera sido atropellado por uno, sonriendo de oreja a oreja, pese a verse espantoso.
—¿Podemos r-repetir esto? —le preguntó a Margaret, por la ventana del asiento del conductor, donde ella se había movido a seguir.
—Ya te dije q-que no busco nada serio.
—Yo tampoco —Él afirmó, jadeante—. Solo quiero divertirme. Y t-tú eres divertida.
La mujer le sonrió de vuelta.
—¿Mismo lugar, próxima semana?
—Claro. Pero en v-verdad quería que me dieras tu número.
El motor del vehículo rugió.
—Si me coges así bien de nuevo, ¿quién sabe? Tal vez te lo dé.
Jack se rio y sacudió la cabeza, viéndola meter el pie en el acelerador e irse del lugar sin decirle nada más que "hasta pronto, profesor".
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Nota de la autora: El apellido de los personajes es un pequeño chiste.
"Corde" en francés significa "soga", "cordón" o "cable".
"Hook" en inglés es "gancho" o "anzuelo".
Objetos que juntos hacen un Arpeo - una herramienta que solía usarse en guerras para el acercamiento a un objetivo, vehículo o estructura:
Es un guiño al hecho de que se irán a acercar uno al otro en los próximos capítulos xd.
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