Capitulo 1


Abrió sus ojos con pesar, la luz del sol penetro a través de ellos en su dolorida cabeza y amenazo con prender fuego a su cerebro.

La madre de todas las resacas, su rostro palpitaba, todo le daba vueltas. Sus fosas nasales estaban atascadas, excepto por un diminuto agujero que permitía la entrada de un hilo de aire.

Lograba respirar perfectamente por su boca, pero era un completo asco, porque le sabia a whisky y cigarrillos. Su estomago era una bomba, lleno de todas clases de porquería que amenazaban en salir en cualquier momento. Sabia bien que no debía haber ingerido aquella comida del bar, si es que se podían llamar así, pero en esos momentos su cuerpo reaccionaba por si solo.

Unos ronquidos fuertes lo desconcertó por unos segundos, giro la cabeza en esa dirección, aunque su cuello lanzo un grito de protesta y otro rayo de agonía le atravesó la sien. Sin quedarle de otra, abrió aun mas sus ojos para lograr ver bien, sintiendo los rayos del sol cegador.

Una loba desnuda yacía desparramada a su lado, con su boca ligeramente entre abierta y los cabellos esparcidos por todo su rostro. Bajo un poco la vista y logro observar que el mismo también estaba al fresco.

Entrecerró sus ojos, intentando recordar su nombre o algún indicio de como llegaron ahí.

No recordaba nada, aunque tras un vistazo a sus manos (ambas hinchadas, los nudillos raspados y con costras) decidió que no quería recordarlo, ademas ¿Qué importaba? El escenario era el mismo. Todas las noches se emborrachaba, alguien decía lo que no debía y el caos comenzaba. Tarde o temprano mataría a alguien o por cuanto sabia, tal vez lo había hecho la noche anterior.

Volvió a depositar su vista en la loba. Dormía sin ninguna preocupación en la amplia cama, soltando un pequeño soplido con cada respiración, sus brazos se extendían por todo el colchón, al igual que sus piernas.

Su rostro parecía el de una niña indefensa y asustada, una niña que se había perdido de casa y la habían encontrado los lobos, pero su cuerpo decía lo contrario. Tenía marcas en el, pequeños moretones en sus brazos y abdomen, era obvio que la maltrataban.

Aquello solo lo enfurecía, le hervía la sangre saber que la gente podía ser tan cruel con los indefensos, pero, no era quien para ayudarla. A fin de cuentas, el fue parte de uno de los que la dañó. No recordaba con exactitud si la había obligado tener relaciones con el (que era obvio que tuvieron) o si ella lo trajo hasta su habitación por voluntad propia, aunque prefería no recordar.

Dejo escapar un largo suspiro, intentando relajarse, pero no hizo más que empeorar. Su estómago dio una sacudida líquida, un borbtoon de agria porqueria con un asqueroso sabor a whisky le subio por la garganta con amenaza en salir. Cerró sus ojos con fuerza, tragando el desagradable líquido. Quemaba.

Lentamente se puso de pie, aún tambaleante y con la cabeza a punto de reventarle. Recogió del suelo su ropa y salió del dormitorio con ellos colgando de su mano, debía cambiarse y largarse de ahí antes de que ella se levantara.

Otra sacudida de su nada contento vientre lo hizo detenerse de golpe, esto disparó todos los detonantes del vomito. Corrió lo más rápido que pudo hasta el escusado, dejando que saliera toda la porqueria. El olor a vinagre de huevos cocidos, el sabor de cortezas de cerdo, toda la porquería que se había llevado a la boca la noche anterior entre copa y copa. Elevó la mano y buscó a tientas la palanca, dejando que toda la porqueria fuera arrastrada por el agua. Se dejó desplomar contra la pared, agachando la cabeza palpitante.

Se acabó, lo juro. Se acabó el alcohol, se acabaron los bares, se acabaron las peleas. Pensaba varias veces mientras maldecía a todo pulmón.

Una promesa que repetía cada vez y siempre rompía.

Se levantó del suelo y se observó en el espejo, el daño no era tan grave como se imaginaba. Un pequeño moretón en su barbilla y otros pequeños raspones. Tal vez la pelea no había sido tan fuerte.

Abre el pequeño botiquín, encontrando con una gran sonrisa unas aspirinas. Las trago con agua fría y dejo caer su cabeza sobre el lavado tras cerrar sus ojos con fuerza, aquello no hizo más que empeorar su dolor de cabeza, pero sabía bien que pronto sentiría alivio.

En la oscuridad que sus ojos creaban, lograba ver pequeños recuerdos de la noche anterior, pequeñas voces que deambulaban por su mente, gritos desgarradores desde lo lejos. Pequeñas manchas borrosas que se movían veloces. No entendía bien lo que su mente trataba de recordar o si era un juego de parte de la resaca, de todas formas, no era algo a lo que le pondría importancia.

Sacude su cabeza lentamente, dejando aquellas visiones atrás. Se puso la ropa para así salir de la habitación.

Antes de girar la perilla de la puerta, se gira hacia la loba que aún se encontraba dormida. Algo muy en el fondo no le dejaba avanzar, debía hacer algo, debía ayudarla. Pero no podía hacer mucho, lo sabía. De su billetera saca dinero suficiente para mantenerse durante una semana y lograr conseguir un trabajo seguro. Era lo menos que podía hacer.

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Las calles estaban empapadas de agua por la fuerte lluvia que amenazaba con jamás cesar. Las gotas caían con fuerza sobre sus oscuras púas, deslizándose con rapidez por todo su cuerpo. Estaba mojado, desde la cabeza hasta los pies, pero no le importaba, aquello lo relajaba, le brindaba un gran masaje en su cuerpo, su alma, callaba por unos momentos todas las voces que lo atormentaban.

Siendo una alma sin rumbo, se detiene en un callejón, cubriéndose de la lluvia. Podía gustarle sentir la salada agua que caí del cielo, pero eso no significaba que quiera resfriarse.

Se ocultó de la vista de todos, quedando en las sombras. De su bolsillo saca un cigarrillo que tenía guardado, el último que le quedaba. Lo enciende y comienza a inhalarlo, deja que el humo queme sus pulmones, que asesine su cuerpo lentamente. Una sensación que con el tiempo comenzaba a agradarle. El humo escapa de sus labios, formando una gran nube grisácea que nublaba su vista.

— ¡Hey Shad! —

Una voz a lo lejos lo llamaba con felicidad, esa voz que la reconocería en cualquier lugar, esa voz que le erizaba la piel. Aquel erizo que desde hace tiempo había sido su razón de salir adelante.

Sin parecer emocionado, levanta levemente la vista hacia el erizo, mostrando su típica seriedad.

— No pensé que te encontraría aquí. Digo, jamás estás por la ciudad — sonríe ampliamente — ¿Algún trabajo nuevo? —

– Nada que te importe — decía mientras escupía el humo lentamente.

Sonic bajo la vista hacia el cigarrillo, y de un rápido manotazo lo tira al suelo, dejando a Shadow boquiabierto y con el entrecejo fruncido.

— ¿¡Qué mierda te sucede!? — grita furioso al ver su último cigarrillo fundirse con el agua.

— Te salve la vida — se escudo mientras levantaba ambas manos al aire.

Shadow lo miro amenazante y con deseos de acabar con él. Pero una cálida mano en su mejilla calmó su temperamento dejándolo en un ligero transe.

Relajo los puños que amenazaban con golpear al erizo.

El cobalto lo observaba con sus ojos esmeraldas. Era difícil descifrar lo que estos querían decir, pero su brillo que estos poseían eran más que suficiente. Acariciaba lentamente su piel, justo por el moretón que había conseguido la noche anterior.

Su respiración chocaba contra su piel, era cálida y con un aroma a menta. Esto no hacía  más que enloquecer a su pobre corazón, lo estaba poniendo nervioso.

— ¿Otra pelea? — murmura suavemente, siendo este el único testigo de sus palabras.

Con toda la pena del mundo, sin desear alejarse de su cálida piel, aparta su rostro de su mano, escondiendo la mirada en el suelo. Era estupido contestar a esa obvia pregunta cuando se podían ver sus moretones. Se sentía miserable, un asco por romper su promesa.

— Sabes que puedes pedirme ayuda, no es necesario meterse en más problemas — lo observaba seriamente.

— No la necesito — mintió

— Oh vamos, sabes que me necesitas — sonríe despreocupadamente.

Esas palabras le llegaron a su alma. Él conocía bien la verdad sobre eso, pero era tan orgulloso como para sacar a flote sus sentimientos. Lo necesitaba, cada día, cada maldito segundo, dependía tanto de él. Pero ambos tenían un estilo de vida tan distintos. Sonic era un alma libre, no podía tener ataduras, siempre en busca de una gran aventura. En cambio el, cargaba con un pasado que lentamente lo mataba y solo buscaba cosas para callar por unos momentos aquellas voces.

Pero eso no cambiaba sus sentimientos.

Sumido en sus pensamientos, sintió como el erizo le entregaba algo en sus manos. Lo observo incrédulo, para luego subir la mirada hacia el cobalto.

— Los rumores viajan a una gran velocidad, de eso yo lo sé muy bien — habla lentamente, queriendo que entendiera cada una de sus palabras — He escuchado cosas no muy buenas. Si necesitas ayuda o dónde quedarte, puedes llamar a este número — sonríe mientras le guiña un ojo.

Y sin esperar una respuesta, eleva su mano, despidiéndose del azabache y alejándose con su gran velocidad.

Su corazón dio un pequeño brinco. Aquella oferta le había iluminado todo su ser, todo su mundo. Podía ser un tonto, un inmaduro, pero siempre sabía encontrar las palabras adecuadas para todas las situaciones.

— Idiota — murmura con una boba sonrisa mientras observa el aire que había dejado.

Toma el pequeño papelito con fuerza, apretándolo sobre su pecho. Ahora, sería su mayor tesoro.

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