Vida nueva
La vuelta a la rutina no era tan apasionante como Gary imaginó. Detestaba la idea de irse todas las mañanas a trabajar y en cada ocasión que podía, se quedaba en casa y disfrutaba de Denise a solas mientras Mason estaba en el colegio.
Su habitación ya había sido montada y su hijo estaba realmente feliz en ella.
Pese a que su relación había dado un paso más, ella todavía era reacia a compartir cama o cualquier otra superficie, para ser sincero. Sin embargo, saber que podía llegar a casa y encontrarla, o encontrarles a ambos, era aliciente suficiente para sonreír todos y cada uno de los días.
También estaban permitidos los besos, incluso poco a poco, delante de su hijo, quien más que sorprenderse, salía corriendo asustado con una mueca de asco en la cara que siempre les hacía reír.
Una cosa en la que no estaban de acuerdo y que generaba algunas discusiones entre ellos era el nuevo rol de Denise en la casa.
Gary se negaba completamente a que ella siguiera siendo su ama de llaves y ella se negaba por completo a recibir el pago por algo que hacía por su familia.
Esa noche, después de acostar a Mason, se sentaron en el sofá del salón con una copa de vino en la mano, mientras la tenue luz de una lámpara de pie les iluminaba, el tema volvió a salir a la luz.
—Mañana necesito ir a por algunas cosas para llenar la despensa y Mason necesita algunos útiles para el colegio. Usaré la tarjeta que me distéis si está todo bien para ti.
Gary resopló. Ella no necesitaba su permiso para usar nada. Sin embargo, lo pedía todo el tiempo. ¿Por qué era tan cabezota?
—Puedes usar lo que necesites, cariño. Ya lo sabes. No tienes que pedirme permiso.
—Pero es tu dinero.
—No, cielo. Es de ambos. Todo lo mío, os pertenece a Mason y a ti ahora.
—Pero...
—¿Por qué eres tan terca? Esa tarjeta se te dio para que si algo era necesario para la casa, pudieras usarla.
—No quiero abusar, Gary. Una cosa es para las cosas de la casa, pero Mason es otra cosa.
—Mason es mi hijo, y bastante me he perdido ya como para permitir que vuelva a suceder. Puedes gastar lo que quieras. Nunca voy a recriminarte por ello. Si alguna vez la tarjeta se quedase sin crédito, cosa que dudo porque está asociada a mi cuenta personal, solo tendrías que decírmelo. Y hay otra cosa de la que quiero hablar contigo. Sé que dijiste que no querías ningún pago por ocuparte de la casa, pero las cosas son distintas ahora, al menos para mi. No trabajas para mí, Denise. Eres mi mujer. Y quiero que seas feliz.
—Soy feliz.
—Lo sé, pero también sé que hay algunas cosas que por tener a Mason tuviste que aparcar. Si quieres estudiar lo que planeaste y dedicarte a ello, voy a apoyar cada paso que des. Buscaremos a alguien para que ayude en casa y tengas tiempo para ti misma y lo que sea que quieres hacer.
—Veo que has pensado en todo.
—Quiero vuestra felicidad y bienestar por encima de todo. Y es fácil pensar en estas cosas hasta quedarme dormido mientras la mujer que amo, duerme a pierna suelta en la habitación de al lado. Lejos del calor de tu cuerpo, al que rápidamente me he acostumbrado, necesito alicientes para apagar mi mente hasta que finalmente me duermo.
Una sonrisa curvó los apetitosos labios de Denise invitándole a probarlos.
Imitando su gesto, dejó las copas sobre la mesa de centro y acercándose despacio hacia ella, lamió lentamente el labio inferior, deleitándose con su sabor mezclado con el del vino, y sin prisa alguna, permitió que sus lenguas se unieran en una danza lenta y sensual.
Conforme el calor se adueñaba de sus cuerpos y la lujuria crecía a pasos agigantados, la ropa fue desapareciendo bajo las manos del otro.
No importaba cuanto la tocase o el tiempo que pasara acariciándola. No podía saciarse de ella.
—Ponte sobre mí, cariño.
Se dejó caer sobre el sofá y la ayudó a subirse sobre su regazo.
Cubierta ahora solo con un conjunto sencillo de ropa interior, seguía pareciéndole igual de hermosa y sensual que la noche que la vio cambiarse.
Sostuvo los dos pequeños y firmes montículos entre sus manos y cubrió ambos con su boca de forma alternativa, arrancando el más hermoso de los sonidos de los labios de ella.
Sabiendo que no aguantaría mucho sin deslizarse en su interior, desabrochó el sujetador y lo lanzó a un lado, junto al resto de su ropa.
Cogiéndola entre sus brazos, se puso en pie y caminó hacia las escaleras.
Si iba a hacerle el amor a la mujer a la que amaba, esta vez lo haría bien. Tal y como debió ser su primera vez.
Dejándola sobre su cama, se apartó solo lo suficiente para enfundarse un preservativo, igual de nervioso que cinco años atrás, y cubrió el cuerpo de Denise con el suyo, más grande y más pesado.
—¿Estás lista, cariño?
—Sí.
—Juntos otra vez.
Se adentró en su cuerpo despacio. Demasiado tiempo había pasado para ambos. Aquella era como si realmente fuese su primera vez.
No tenía mucha más experiencia que ella o que entonces, pero se prometió a si mismo que jamás olvidarían aquella noche, en la que sus cuerpos, volvían a reencontrarse.
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