Una situación desesperada
Gary nunca acudió a la graduación.
Su padre recogió el diploma en su nombre, pero nadie mencionó el motivo de su ausencia.
Denise había deseado verle para pedirle una explicación, sin embargo, la oportunidad jamás se presentó.
Un mes después no le quedó más remedio que buscar un modo para poder contactarle.
Quizá no asumiría la responsabilidad de lo ocurrido esa noche, pero debía saber que hubo consecuencias, y que esta precisamente estaba creciendo dentro de ella.
No hubo manera.
Sus amigos no sabían nada de él cuando les preguntó y sus padres se cerraron herméticamente haciendo que la echaran de su casa y prohibiéndole la entrada.
Su futuro acababa de cambiar.
Todas sus ambiciones y planes tendrían que esperar porque ahora alguien la necesitaba para sobrevivir y ella haría todo lo que estuviese en su mano para que nunca le faltase de nada a su hijo.
David fue el único aparte de sus dos padres que la ayudó.
Desde pequeña había contado con él para cualquier cosa. Ambos eran uña y carne y nada había cambiado ni siquiera cuando entraron en el instituto.
Su mejor amigo trató de hacerle ver que pese a que la situación no era la mejor, debía aferrarse a su hijo y por supuesto, contar con él para lo que fuese necesario.
Y fue muy necesario, hasta que David conoció a su chica y poco a poco, esta les fue distanciando.
Un par de años después de que Mason naciese, ella solo contaba con el apoyo de sus padres, que, aunque vivían lejos, se desvivían para que no les faltase de nada.
Trabajó incansablemente tratando de dar siempre un techo, comida y ropa a su hijo.
Sin embargo, estaba asustada.
Mason lo era todo para ella, pero el lugar en el que vivían se caía a pedazos.
El propietario se negaba a hacer los arreglos necesarios y había puesto el edificio en venta.
Si el nuevo dueño decidía derribar o echar a los inquilinos, reformar y poner el alquiler más caro, ella tendría que irse y buscarse la vida.
Se sentó en el sofá tras un largo día buscando empleo.
Todavía le quedaba algo de dinero de su último trabajo y su amable vecina había estado cuidando de Mason después de que este regresara de la escuela.
Con casi cinco años era un niño muy despierto e inteligente. Y una copia de su padre.
Los zapatos fueron lo primero que desapareció.
Sus pies hinchados respiraron aliviados al sentir el frío suelo bajo ellos.
La señora Martínez le había preguntado si su hijo podía quedarse con ella esa noche ya que su nieto, de la misma edad de Mason, se quedaría también.
Tras las suplicas de su hijo, no le quedó más remedio que aceptar.
Hacía mucho que no tenía una noche para si misma.
Un baño, una copa de vino y una cena ligera después, se sentó en el viejo sofá con el ordenador portátil en sus piernas y continuó con la incansable búsqueda de empleo.
No supo en qué momento se quedó dormida, pero voces en el pasillo la despertaron.
Acercándose a su puerta y mirando a través de la mirilla, distinguió a algunos de sus vecinos.
Miró el reloj que había en la pared del salón y frunció el entrecejo. Eran más de las diez de la mañana.
Hacía más de cinco años, desde que Mason nació, que no había dormido tanto.
Curiosa por saber que ocurría, abrió la puerta y se acercó a Carla, la hija de la señora Martínez.
Eran de la misma edad, por lo que su relación era bastante buena.
— ¿Que sucede?
—Ese viejo decrepito ha vendido el edificio y el nuevo propietario va a demolerlo para construir un edificio de oficinas.
Esperó a que Mason comiese y durmiera su siesta para romper a llorar.
Necesitaba desahogarse para que su hijo jamás la viese en ese estado.
Su pequeño apartamento podría caerse a pedazos, pero nadie le arrebataría la seguridad de su hijo.
Secándose las lágrimas se puso en pie y descolgó el teléfono.
Necesitaba saber quién iba a ser el nuevo dueño y si tenía que suplicar, no dudaría en hacerlo.
Veinte minutos y media botella de vino después, tenía dos problemas.
El primero, tenía el nombre del nuevo propietario y su número de teléfono, que seguía anotado junto a la copa de vino y lo miraba como si fuese una cobra a punto de atacar.
El segundo, el nuevo propietario era el padre de su hijo.
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