Charles
Decidido a resolver las cosas de una vez por todas, Gary hizo lo último que hubiese querido. Llamó a su padre.
Por primera vez en años, no fue Stan quien respondió. El viejo había tomado la llamada y respondido con voz entrecortada.
Incluso con todo lo que estaba sucediendo, no pudo evitar sentir cierta preocupación al oírle, no obstante, no olvidaba el motivo de su llamada. Su hijo estaba en manos de un loco del que no sabían prácticamente nada. Necesitaba dar con Stan Morris antes de que Mason resultase herido.
Desvió la mirada un momento, viendo a David con una Denise completamente desconsolada en sus brazos, mientras los padres de esta trataban de calmarla.
No sabía cuánto sabía ella de lo que Troy les había contado, pero suponía que David la había puesto al corriente.
No podían mantenerla al margen cuando la vida de su hijo podía correr peligro.
—¿Dónde está Stan, papá?
—No lo sé. Se marchó de aquí hace horas, pero no mencionó a donde iba a ir. Es adulto, Gary. No soy su niñero.
—No, no lo eres. Pero si eres su padre.
—No seas idiota, Gary. Ya tengo un hijo y estoy hablando ahora mismo con él.
—¡No me trates como un idiota entonces! Sé la verdad y vas a decirme ahora mismo dónde está ese cabrón retorcido que se ha llevado a mi hijo y a herido a mi mujer, o voy a ir a buscarte y apretaré tu garganta con mis manos hasta que la última pizca de aire abandone tu patético cuerpo.
Una risa ronca y desagradable le llegó desde el otro lado de la línea.
—No somos tan distintos, Gary. ¿Pretendes matarme del mismo modo que yo maté a tu madre?
Gary retuvo el aire en sus pulmones en cuanto le oyó confesar lo que en el fondo, siempre supo.
—¡¿Que mierda haces, imbécil?!
Gritos llegaron desde el lugar en donde se encontraba su padre, y pese a que no sabía que podían escuchar, Gary apartó el teléfono de su oído y lo puso en altavoz haciendo una señal de silencio a todos los que se encontraban allí con él.
—¡Viejo estúpido! Te he mantenido fuera de la cárcel todos estos años y ahora vas a joderlo todo por tu maldito ego. Casi mato a esa perra para poder llevarme al mocoso. No voy a caer contigo, ¿oíste viejo?
—Soy tu padre. ¡Respétame!
—No te mereces una mierda y pensándolo bien, ya no te necesito. Saluda a Emma de mi parte.
Un fuerte estruendo les hizo estremecer, pero cuando el grito seguido de un desgarrador llanto llenó el silencio, Gary supo que no podía quedarse allí. No cuando su hijo acababa de ver como disparaban a alguien.
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Stan miró como la vida escapaba de los ojos de su padre.
Años atrás había estado desesperado por tener su cariño, sin embargo, pronto aprendió que Charles Jenkins no conocía ese sentimiento.
Había investigado sobre él mientras saltaba de un hogar de acogida a otro.
Había visto morir a su madre lentamente sabiendo que ella nunca había tratado de buscar una mejor vida para ellos.
Stan nunca fue tampoco la devoción de su madre.
No había sido más que el producto de un condón roto.
Sin embargo, antes de que su adicción se la llevase, le había entregado un papel con el nombre del hombre que le había engendrado.
—Destruye a ese cabrón.
Entonces no lo sabía, pero el Charles Jenkins de veinte años ya había empezado a hacer de las suyas y se estaba ganando rápidamente un nombre en los bajos fondos.
Año a año, poco a poco, junto información acerca de él. Necesitaba cualquier cosa con la que pudiese cumplir la última voluntad de su madre.
Cuando cumplió los dieciocho y fue libre del Estado, le buscó y aunque no fue fácil, acabó convirtiéndose en su mano derecha.
Tal vez fue al contarle quien era y no esconderlo. Y por primera vez en años, aunque tuviese que mantener el secreto ante los demás, se sintió aceptado.
Con el tiempo, la petición de su madre perdió fuerza y la olvidó, pero entonces, una muchacha llegó a casa de los Jenkins suplicando hablar con Gary.
Él ya sabía porque Charles había mandado a su otro hijo lejos, pero cuando aquel día sacó a Emma del despacho, ella seguía viva. Lo suficiente como para contarle que Charles había mandado a matar a su madre. Fue quien le proporcionó la dosis que acabó finalmente con ella.
Con las aspiraciones de Charles, ningún cabo podía quedar suelto. Nadie podía saber acerca de la prostituta drogadicta y su hijo bastardo.
Cegado por la ira, vio a Emma dar su último aliento y encubrió la verdad. Si alguien tenía que acabar con Charles Jenkins, era él.
Miró a su sobrino, acurrucado en una esquina, tapando sus oídos con sus pequeñas manos mientras cerraba los ojos con fuerza y lloraba en silencio.
No había querido que el crío viese aquello. Se había asegurado de que estuviese oculto para evitar que su padre lo viese. El niño no podía sufrir ningún daño. Y su madre tampoco tendría que haberlo hecho. Sin embargo no le quedó más remedio que herirla. Necesitaba todavía unas pocas horas más demostrándole a Charles que le era completamente leal, antes de dejar caer sobre él todo lo que tenía en su contra.
Después de eso, él se marcharía lejos heredando todo el patrimonio del viejo.
Las cosas se torcieron cuando le escuchó confesar que había matado a Emma.
Nadie salvo él podía destruirle. Necesitaba ver como el viejo comprendía el porqué de todo. Ahora ya era tarde.
Acercándose al niño, lo cogió en brazos y salió de la sala.
Miró su reloj y sonrió. Era hora de encontrarse con su hermano.
Todavía le quedaban balas en la recamara. Bien podría usarlas.
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