Prólogo

NA: Este apartado se lo dedico a Vero; porque sus comentarios en 'Nada antes y nada después' me hicieron creer que podía hacerlo.


589 días antes.

Me levanto y cierro la puerta de la habitación de Maggie para evitar despertarla.

La verdad es que no entiendo por qué seguimos con esta charla.

Siento que su mirada está clavada en mí, esperando una respuesta. Una respuesta que no estoy muy segura de querer dar, al menos no ahora.

Es casi cómico, visto desde afuera. Pensar en cómo llegamos a esta situación; todo parece sacado de una comedia romántica. Solo que esto no es una película, y no estamos enamorados.

«No todavía, al menos. »

Y aunque lo estuviéramos, no sería la decisión más sensata. Hay mucho en juego, incluida nuestra amistad.

Es atracción sexual, nada más. Además de que somos buenos amigos; obviamente nos importa el otro, hemos vivido mucho juntos.

Nuestra historia ha sido una serie de malas decisiones que terminaron en algo hermoso: Margot, nuestra hija. Pero no hay nada más allá de eso. No puede haberlo.

Francisco se levanta del sillón, y mi corazón empieza a latir más rápido, como si quisiera salirse de mi pecho.

—Pat... —susurra Francisco, acercándose. Levanta una mano y me acaricia el cabello; sus dedos suaves, juegan con mis rulos tiernamente—. Tenemos que hablar de esto.

Suspiro, disfrutando de su cercanía. Porque sí, disfruto de estar cerca de él. Eso no puedo negarlo. Pero es algo muy diferente.

—No puede haberlo —digo, sorprendida por mis propias palabras. Me alejo unos pasos, tratando de mantener la cabeza fría.

Mientras intento calmarme, el sonido de los autos en la avenida se convierte en una distracción constante, recordándome la desventaja de vivir en un primer piso sobre una avenida bulliciosa.

— ¿No puede haber qué? —pregunta, frustrado, pasándose las manos por el cabello.

Amor, quiero decir. Pero las palabras no salen como quisiera. Y lo odio por hacerme enfrentar algo para lo que aún no estoy preparada.

—No te quiero, Francisco —digo finalmente, notando el golpe en sus ojos—. No al menos, de la manera en que vos quisieras.

El dolor en su mirada remueve varias cosas dentro de mí; no quiero lastimarlo. Pero es más que eso; la intensidad de sus emociones me arrastra hacia un mar de sentimientos propios que no logro descifrar.

Es como intentar armar un rompecabezas de mil piezas; son todas tan pequeñas y parecidas que no puedes diferenciarlas.

El silencio se extiende por unos minutos. Al otro lado de la puerta, escucho a Margot y Manuel hablando entre murmullos. Sé lo que piensan; sé que al igual que Francisco, consideran que estoy en negación.

Tal vez lo estoy.

—Entonces ya está —responde Francisco al final, con voz baja y seria. Puedo sentir su dolor y me llena de culpa—. Lo prometo, no vuelvo a tocar el tema.

Se da la vuelta, toma su abrigo y las llaves, y va hacia la puerta.

— ¿Adónde vas? —pregunto, casi en un susurro, consciente de que Margot y Manuel aún están ahí.

—Pañales —responde, con tono cansado—. No nos quedan muchos.

Y antes de que pueda decir algo más, abre la puerta, lo que hace que nuestros amigos se aparten rápidamente, tratando de disimular que han estado escuchando todo. Francisco sale y cierra la puerta tras él.

Margot y Manuel están inmóviles; sus miradas fijas hacia la dirección en la que acaba de irse. Luego, voltean a verme. Y yo estoy luchando con contener unas estúpidas ganas de llorar.

¿Por qué quiero llorar? Fui lógica, fui pragmática, fui racional, alguno de los dos tenía que serlo.

Y además de todo eso, fui...fui....

«Una hija de puta. »

Si, eso fui.

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