Capítulo #3: ''Lo que Pat no puede decir'' Parte #2
24 de mayo del 2025. Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
191 días antes.
Son las tres y media de la tarde. O al menos, eso es lo que marca el reloj de pared en la habitación del hotel. La misma está en silencio, tan solo se deja entrar desde la ventana el sonido lejano del mar, así como el olor salubre característico de la zona que entra con suavidad con la brisa fresca. Estamos a unos metros de la playa, pero en este momento, lo único que parece importar es la conversación que estamos por tener. Una, que realmente no quiero tener. O, tal vez, que no puedo tener.
—Pensé que este tema ya lo habíamos terminado, Fran —mi voz intenta sonar firme, pero me sale floja, apenas un hilo. Me siento en la cama, todavía pasmada por lo que acabo de escuchar, por cómo esas palabras, aún hoy, después de tanto tiempo, me remueven por dentro.
El calor de la tarde de verano se mezcla con el quilombo que es la habitación en dónde me hospedo. La ropa que deberíamos usar para la boda de Maggie y Manuel está tirada por el piso. El traje de Francisco cuelga a medias de una silla, y mi vestido, un poco arrugado, se desliza desde el borde de la cama hasta el suelo, como testigos silenciosos del caos que llevamos dentro.
Sabía que no debí haber abierto la puerta; que no debí dejarlo pasar. Pero cuando apareció, con esa sonrisa distraída que siempre lo ha caracterizado con una botella de vodka en la mano y me dijo que estaría genial beber un trago en honor a nuestros amigos, no tuve corazón para decirle que no.
Especialmente, porque mi madre se había llevado a la Junior para pasar un rato con ella en la playa, antes de la ceremonia.
Francisco larga un suspiro, largo, como si le pesara el alma. Se pasa las manos por la cabeza, revolviéndose el pelo, que ya está hecho un desastre.
—¿En serio, después de lo que pasó entre nosotros, Pat? ¿Vas a seguir haciéndote la boluda? —me tira, frustrado. Se deja caer al lado mío en la cama, que hace un rato fue testigo de un momento que no solo fue tierno, sino que estuvo lleno del amor que sé que todavía nos tenemos.
Pero no. No puedo aceptar eso. Tengo que seguir negándolo, porque es lo único que tiene sentido. Después de toda la mierda que le hice pasar, que nos hice pasar, no hay otra opción. Sí, sí, y sí; voy a seguir negándolo hasta que deje de parecer una mentira, hasta que se vuelva una verdad.
Si es que alguna vez pasa.
¿Por qué? Porque así tienen que ser las cosas.
«Sos una pelotuda, Patricia. Lo sabés.»
—Hay cosas que están solo en tu cabeza, Fran, lo sabés —le contesto, sin poder dejar de mirar su torso desnudo, perfecto. Sus manos, esas manos que hace un rato recorrieron cada centímetro de mi cuerpo, como si fuera de cristal, con una ternura que podría desarmarme si me lo permitiera.
Y lo hice. Nos perdimos en el placer, me dejé llevar en los brazos del hombre que amo, olvidándome por un ratito de que tengo que pretender que no lo hago. Hasta que lo dijo, y todo se me cayó encima como un balde de agua fría.
"Te amo tanto, Pat", me había susurrado al oído, y fue como si me arrancaran el alma de un tirón. No. Ya no debería hacerlo. Ya no debería quererme.
Francisco se ríe, esa risa corta, cargada de ironía. Levanta una mano y me acomoda un mechón de pelo detrás de la oreja. Siento su mano tibia en mi piel, y el corazón me traiciona, acelerándose.
—Te amo —repite, y mi corazón se me da vuelta—. Sigo enamorado de vos, y lo sabés.
Niego con la cabeza.
—Lo único que está entre vos y yo ahora, Pat, es esa cabeza dura que tenés —añade, y con la misma mano que me acaricia el pelo, baja y me roza el hombro desnudo—. ¿Por qué nos estás haciendo esto, mi vida? ¿Por qué?
Siento que la cabeza me da vueltas. Capaz es por los vodkas que me mandé; y la razón por la que habíamos terminado en la situación anterior. Mi cuerpo ya no está acostumbrado al alcohol, desde que soy mamá el mismo había pasado a un segundo plano.
Francisco no puede saberlo, no tiene que enterarse jamás del por qué. No tiene que saberlo.
—No importa —respondo, agotada—. Si te concentrás en otra cosa, se te va a pasar, te lo prometo.
Hay cosas en la vida que son difíciles de manejar, y otras que te hacen mierda el alma. Como tener que romperle el corazón al hombre que amas porque sabés que es lo mejor para él.
Y ahí está de nuevo, esa mirada que no me deja dormir a la noche: sus ojos de siempre apariencia tierna, están rotos, cristalinos.
Francisco se para de golpe, dándome la espalda. Por un segundo no se mueve. Lo miro, todavía desnudo, y siento que me falta el aire. Las ganas de decirle que yo también lo amo me atraviesan como agujas. Finalmente, se da vuelta, pero su mirada ya no está rota. Está vacía.
—¿Te parece si me baño primero? —me pregunta, neutro, como si hasta recién no hubiésemos estado hablando de algo importante—. La boda es en un par de horas.
Asiento, incapaz de decir nada más.
Espero a que entre al baño antes de largarme a llorar.
4 de marzo de 2025. Barrio de Olivos, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
270 días antes.
Me acomodo en el sillón con dos boles de pochoclos, uno salado y otro dulce. Sabía perfectamente cuál darle a Maggie. Le tiendo el salado mientras me siento a su lado.
—¿Y qué tal el trabajo? —le pregunto, aunque más que curiosidad, lo que quiero es distraerme un poco de mis propios pensamientos.
Maggie sonríe, y me alegra saber que al menos ella está bien. Desde que Manuel se fue a Mar del Plata, ambas hemos pasado más tiempo juntas. Nos hacemos compañía, nos sostenemos la una a la otra, pero en el fondo siento una especie de vacío. Especialmente desde que la Junior y yo nos mudamos a esta casa, una casa que originalmente estaba pensada para los tres, y ahora se siente grande para las dos. Y todavía más inmensa cuando ella está en casa de su padre. Así que el que mi amiga venga a verme regularmente ha ayudado mucho con el proceso de duelo de nuestra relación. Lo he dicho antes y probablemente lo diré siempre: no sé qué haría sin ella.
—Bien, esta semana escribí dos nuevos artículos para el periódico de la Facultad, y por la tarde sigo yendo al refugio —me cuenta con entusiasmo. Me alegra tanto verla así, tan enfocada en su carrera, tan plena en algo que le apasiona.
—Me contenta mucho, Maggie —le digo mientras meto un par de pochoclos en la boca—. A veces parece otra vida pensar en nuestro tiempo trabajando en el restaurante, ¿no?
Ella asiente, recordando esos tiempos que parecen tan lejanos, aunque no lo son tanto. Fueron años complicados, pero de alguna manera seguimos adelante. Maggie y Manuel encontraron su camino, y yo... Bueno, yo intento hacer lo mismo.
—Han sido un par de años movidos... —comenta y no puedo evitar reírme.
—Por ponerlo de alguna manera —respondo con una sonrisa, aunque por dentro mi mente sigue volviendo a los mismos lugares de siempre.
—¿Cómo lo llevas? —me pregunta, y agradezco que se interese, aunque la verdad es que esta semana no hemos hablado mucho.
—Hay días mejores que otros, supongo —respondo con un suspiro. Mis ojos están fijos en la televisión, pero no estoy prestando atención.
Temprano había vuelto a hablar con la mamá de Francisco, había llamado de vuelta. Como lo ha hecho casi todos los días los últimos meses, desde la ruptura, pidiéndome que recapacite, que entienda que Fernando no hizo otra cosa más que jugar con mi cabeza. Pero no puedo, no ahora. No después de todo lo que he hecho. No ahora que Francisco me odia, no ahora, no después de tanto.
—¿No has pensado en contárselo? —Maggie se atreve a preguntar, aunque sabe que la respuesta será la misma de siempre.
La miro y veo la preocupación en sus ojos. Sé lo que está pensando, porque se lo conté. Se lo dije todo, porque no cabía en mí no hacerlo. Porque me carcomía, porque me duele, porque no sé qué hacer con esto que siento. No sé cómo aceptarlo con más rapidez, cómo sentirme mejor al respecto.
—Sabes que no ganaría nada si lo hiciera, es mejor así —digo, intentando cortar el tema. No tengo ganas de discutir hoy, ni con ella ni conmigo misma.
Volvemos a centrar nuestra atención en la televisión, o al menos lo intentamos. El silencio entre nosotras es cómodo, pero sé que Maggie está extraña, lo percibo. Hay algo que no me ha dicho, así que, para tirar suerte, pregunto:
—¿Cómo estuvo la noche de cumpleaños?
La escucho suspirar; algo me dice que he dado justo en el clavo.
—Tuvimos una discusión —dice Maggie; la frustración en su voz no me pasa desapercibida—. Se suponía que estaría por dos días, pero su itinerario cambió y solo pudo quedarse una noche.
—Entiendo —respondo, mirándome con esos ojos que lo dicen todo sin necesidad de palabras. La pantalla de la televisión cambia a los créditos del episodio, aunque ninguna de nosotras le ha prestado atención.
—Sabes que con su trabajo estas son cosas que puedes esperar —comento, buscando alguna manera de sacarla de su frustración. Esa es la cosa con Maggie: es una persona racional, pero tiende a enfrascarse mucho en las cosas.
—Lo sé, es solo que... lo extraño —admite, dejando caer los hombros—. Este último año ha sido duro, Pat. El verle por cortos períodos de tiempo, cada dos o tres semanas.
Dejo el bol de pochoclos en la mesa frente a nosotras y me giro hacia ella.
—Lo han manejado muy bien, Maggie —le digo, porque es verdad—. Queda poco tiempo. Sí, la distancia es una mierda, pero no es para siempre.
—Si es que le autorizan el cambio... —susurra, tratando de contener las lágrimas—. Le hablé de la posibilidad de mudarme a Mar del Plata mientras le dan el cambio, pero como estoy a mitad del cuatrimestre no quiere que interrumpa mi proceso.
Levanto una ceja, entiendo el por qué Manuel también se mostró reticente a esa idea. No puedo evitar estar de acuerdo con él.
—Sé que no te va a gustar escuchar esto, pero tiene razón —digo con suavidad. A veces es necesario ser la voz de la razón, aunque me duela ver a mi amiga sufriendo.
Maggie suspira, resignada, y las lágrimas que ha estado conteniendo empiezan a caer.
—Eso también lo sé. Sé que el cambio lo pidió desde antes de que tuviéramos juntos, pero, veinte meses, Pat, es muchísimo tiempo.
Le sonrío, intentando darle ánimos.
—Y ya llevan un año. Van más de la mitad del camino. Todo irá bien —apoyo mi cabeza en su hombro, queriendo transmitirle que, pase lo que pase, estoy aquí para ella—. Nunca vi un amor tan bonito como el de ustedes; superarán esto.
Ella asiente, aunque puedo sentir su miedo.
—Eso espero.
—Esperaron la vida entera para estar juntos, amiga —le digo—. Si pudieron amarse con locura sin decírselo durante trece años, ¿qué son ocho meses más ahora que saben que están locos el uno por el otro?
Ya ha amanecido cuando abro los ojos. El sonido del teléfono repicando con insistencia me saca de mi somnolencia. En algún punto, perdida entre mis pensamientos, me había quedado dormida sobre el sillón. El bol con los restos de pochoclos está encima de mí, volcado. Restos de lo que había sido la merienda con mi amiga están encrustados en mi cabello. ¿En qué desastre me he convertido?
Me siento, mientras peleo por encontrar mi teléfono entre la pila de almohadones que tengo alrededor. Cuando finalmente lo hago, el indicador me dice que es mi mejor amiga quien llama. Cuando atiendo, su voz alterada y emocionada habla con rapidez del otro lado del teléfono.
—Maggie, Maggie... Margot, para un poco que no logro entender nada de lo que me decís. ¿Qué? ¿Vino por la noche? ¿Vos...? ¿Qué? ¿Vas a casarte? —carraspeo— Bueno, entonces, no queda más que decir que espero ser la dama de honor.
Escucho su risa desde el otro lado del teléfono. Radiante, feliz.
—Te amo, amiga, no podría ser más feliz por vos.
—Ay, Pat —dice, con la voz quebrada. Sé que llora de felicidad—. Si se puede ser feliz. Tan solo tenemos que dejar de tener tanto miedo a dar el salto de fe.
Es cuando entiendo, entonces, que sus palabras tienen más trasfondo del que las palabras por sí mismas transmiten. Sé que lo dice por mí.
Pero, ya para mí no hay vuelta atrás. Los saltos se terminaron, el mismo día que dejé ir al amor de mi vida.
NA: ¡Holaa! ¿Cómo están? He estado bueno, concentrada en algunas otras cosas. Y por alguna razón, no había estado tan motivada para seguir escribiendo la historia de Pat y Fran; pero acá estamos de vuelta. Porque esta historia de amor merece ser contada.
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