XXII
— Quiero morirme… —Yusaku suspiró antes de entrar a casa— Ryoken… Ryoken, cariño ¿estás?
No recibió una respuesta y además estaba todo apagado, parecía que no había nadie habitando, más que él, la vivienda.
— Ryoken… Ryoken... ¿Donde…? A, aquí estás.
Sabía que su omega estaba en la casa, pero no espero verlo dormido envuelto como una oruga entre las sábanas. No tenía ánimos de cocinar y realmente estaba cansado por todos los códigos que Fausto lo obligó a revisar y hacer, así que se cambió de ropa, desenvolvió un poco a su pareja y se acostó a su lado posando su mano sobre el vientre de esté en forma protectora. Últimamente se preocupaba más por Ryoken, bueno, más de lo usualmente normal para ellos.
— Te amo sin importar que… aún cuando me ocultes cosas… —Le susurró antes de besar aquella mordida que dejó en la clavícula de su amado hace ya muchos años, aquella mordida que simbolizaba su amor y unión por la eternidad de sus vidas.
Ignorando ese leve olor a canela que venía olfateando desde hace ya varios días, el alfa cerró sus ojos y trato de dormir.
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