𝐏𝐫𝐚𝐞𝐦𝐢𝐬𝐬𝐮𝐬
—Este es el agente Timothy Jones, código XZHGL, sección 04, archivo 0009. Nos encontramos en la ciudad de Nueva York, son las 02:23 pm con 43 segundos. Frente a mí, Alexia Hargreeves...
—Es Alex—interrumpió la pequeña niña de cinco años—. Alex Hargreeves.
Las otras personas en la habitación rodeada con espejos comenzaron a escribir y desechar hojas al por mayor. Alex miró detenidamente la habitación y a las personas que iban vestidas con trajes completamente blancos. Escaneó con la mirada a todos y cada uno de los presentes, pero ninguno llevaba siquiera una radio o un aparato electrónico consigo.
—Alexia Hargreeves, cinco años recién cumplidos, cabello color rubio claro y pecas abundantes en el rostro, ojos color miel. Certificado de nacimiento en Sydney, Australia el primero de octubre del año 1989. Certificado de adopción por Reginald Hargreeves a un día de su nacimiento. Costo de los trámites de adopción y donación a la familia firmados por $1.5 dólares australianos. Los registros iniciales y oficiales la llaman...¿Número Cero?
La niña no hizo ninguna expresión alarmante. La mujer que se encontraba al lado derecho del primer hombre que habló le extendió un cuenco lleno de lo que parecía helado de vainilla y una cuchara.
—Señorita Hargreeves, ¿sabe por qué está aquí?
—Porque salí de casa sin permiso—dijo ella encogiéndose de hombros y tomando el pote de helado.
—Señorita Hargreeves—volvió a llamarla la mujer—, está aquí porque hemos recibido nueve interrupciones a las vías de comunicación privadas del ejército, todas y cada una provenientes de la residencia Hargreeves con mensajes de voz que se interconectan diciendo "Soy Cero, por favor envíen helado de vainilla, es urgente". Hace tres días logramos interceptar la interrupción y devolverla, intuyendo que se trataba de un código a lo que recibimos, y cito "Ya no quiero helado de vainilla, ¿alguien sabe cómo fabricar una tarjeta madre? Papá está por castigarme" El mensaje se repitió 10 veces en varios idiomas diferentes hasta que se cortó finalmente. Una estación de policía en Connecticut reportó otra interrupción diez minutos después, pero esta vez el mensaje fue en ruso "Logré hacer la tarjeta madre y Cuatro la robó, por favor envíen helado de menta porque a él no le gusta".
La pequeña comenzó a jugar con sus manos nerviosamente, las personas a su alrededor comenzaron a escribir ampliamente sin ver sus apuntes, sentándose al filo de las sillas esperando la reacción de la niña.
—Pensé que mi mensaje había llegado a Moscú—murmuró—, es decepcionante. Número Tres debe estar burlándose de mí.
—Señorita Hargreeves—dijo extrañada la mujer. Alex pareció no hacerle mucho caso, se llevó otra cucharada a la boca y se relamió los labios en el proceso mientras cerraba los ojos—. Alex...
—Papá no deja que coma helado—se quejó—. Solo dice que el entrenamiento es la base de todo. Lo repite tanto que se ha quedado grabado en mi cabeza y a veces lo escucho aun cuando estoy dormida. Los números, los planos, todo eso me persigue entre sueños y es tan difícil concentrarme en el día. Decidí salir hoy que es el entrenamiento de Cuatro, debo volver antes de las seis o se darán cuenta que no estoy.
Los hombres en la habitación que aún no habían hablado se miraron entre ellos extrañados. Uno anotaba fervientemente todas las expresiones que Alex tenía e incluso hizo apuntes especiales señalando los moretones en los brazos de la pequeña.
—Alex cuando dices entrenamiento, ¿a qué te refieres? —pero ella no contestó—. Alex, ¿vas a la escuela?
—No—respondió—. Estudio en casa.
—¿Tienes institutrices? —la niña los miró con duda—. ¿Tienes gente que te enseña idiomas?
—Papá lo hace.
—¿Y qué más te enseña?
—¿Tienen más helado?
La mujer se levantó y tomó el cuenco, parecía que iba a salir de la habitación para conseguir más helado pero la idea se le disipó rápidamente cuando el que hasta ese momento era identificado como oficial Jones tomó su mano y la obligó a sentarse de forma brusca.
—Cero, conseguiremos más helado pero tienes que ser buena con nosotros. Obtendrás todo el helado que quieras si nos dices cómo es que mezclaste tu voz en las interferencias de comunicación del ejército.
—Es una niña—murmuró la mujer—. Alex, ¿tu padre, Reginald Hargreeves, tiene algún aparato extraño que hayas tomado por casualidad para decir esos mensajes?
Los ojos de Alex se intensificaron y su cabeza se movió de lado a lado.
—Tráiganlo.
La puerta de la habitación se abrió. Un hombre entró con una caja de la que sacó un radio bastante viejo y, después de limpiar los restos de agua que había dejado el cuenco con helado, lo dejó en la mesa frente a Alex. La niña sonrió de pronto, alzó su mano y tocó el radio que aún conservaba unos restos de polvo.
—¿Entonces lo reconoces?, ¿tu padre tiene uno igual?
La rubia no hizo caso. A medida que su sonrisa se ensanchaba su mano dejó de tocar el aparato pero aún se mantenía encima del mismo. Sus ojos mostraban concentración pura y de pronto, pasados algunos segundos, Alex tomó la hoja y la pluma de la mujer frente a ella tan rápido que no pudo impedirlo. Parecía que estaba en un trance mientras escribía rápidamente, la lámpara de luz en la habitación parpadeó un poco, y luego se detuvo al igual que la niña.
Les extendió la hoja a los oficiales con la mano izquierda, y con la derecha posicionada encima del radio se escuchó un pequeño beep.
—Debo estar comunicándome con la oficina de policía local del condado de New Castle, en Delaware—dijo la niña en cuanto la luz roja del aparato se encendió—. ¿Pueden enviar más helado de vainilla? Los oficiales no quieren darme más.
—Impresionante.
Los oficiales no podían creer lo que sus ojos veían. La instrucción de inspeccionar el aparato fue dada y la movilización para quitárselo de las manos no se vio obstruida. La niña era cooperadora, y lo fue aún más cuando volvieron a darle un cuenco con helado. La conversación fluyó con un rango diferente de preguntas enfocadas a ¿qué puedes hacer? Solo diez minutos después los planos de un reloj, un Sony Walkman WM2 y un arma fueron dados a la pequeña.
—No puedo—dijo casi en automático mirando a los oficiales—. No creo cosas, necesito materias para crear. Papá dice que sí puedo, le he dicho un montón de veces que no. No puedo crear siquiera un tornillo, ¡no puedo!
—Alex, cariño, ¿qué necesitas para crear?
—Papá me enseña a crear planos desde cero, es divertido, dice que es por eso que mi nombre es Cero—explicó la menor—. Entonces puede ser cualquier cosa, la televisión, un reloj, una alarma, un cable de corriente...y ¡pop!
—¿Transfiguras las cosas?
—Las adecuo, las adapto, las transformo, sí. En los entrenamientos debe ser rápido, tan rápido como sea posible. Papá dice que necesito escanear la habitación, encontrar algo de utilidad, pensar en un plano y entonces aparecerá frente a mí. Dice que puedo crear cosas desde cero, pero le he dicho que no. Parece no entenderlo—Alex levantó el plano del walkman y lo miró fijamente—, ¿pueden conseguir algo?
—¿Una calculadora te sirve?
—Sí—aseguró. Esta vez nadie salió de la habitación, sino que uno de los espejos giró 180° hasta mostrar una calculadora que fue llevada hasta la mesa por uno de los oficiales—. Bien.
Alex colocó su mano en la calculadora, pero esta vez sus ojos no se enfocaron en los planos. Los hombres detrás de los oficiales se acercaron a mirar y después pusieron sus manos en sus armas listos para desenfundarlas al notar que lo que la niña había creado en realidad era un arma.
Alex tomó la pistola y apuntó al oficial frente a él, aquello fue suficiente para que dos de los hombres sacaran sus respectivas armas y apuntaran a la niña. No lucía aterrada, en realidad, parecía que la situación le divertía. Tomó el arma y lo llevó a su cabeza, apuntándose a sí misma.
—Alex, no, espera...¡espera!
El estallido del arma provocó que los corazones de quienes estaban en la habitación casi se salieran de sus pechos, pero luego la risa de la niña los sacó completamente de sus casillas. Tenía el cabello ahora recogido en una coleta alta, el arma estaba en la mesa y se sostenía el estómago mientras estallaba en carcajadas.
—¡Ese truco siempre es divertido! ¡Han caído igual que Seis! —pronunció—. No me apuntaría con un arma, pero puedo crear cosas que se asemejen y sacarles un buen susto, ¿lo he hecho, verdad? Ustedes temían que me disparara. En realidad solo tiene la forma, deja el cabello muy lindo, ¿por qué no lo intenta, oficial?
La mano de la oficial temblaba cuando levantó el arma en el aire para examinarla. El agente Jones miró a la niña y a la oficial antes de negar con la cabeza y quitársela de las manos. Miró el arma detenidamente por unos segundos, luego apuntó hasta una esquina de la habitación y disparó. El mismo sonido de la pólvora se escuchó, pero únicamente una liga para el cabello, agua y diamantina fue lo que se alcanzó a apreciar.
—Lo he hecho con mis hermanos un par de veces—se burló—. Dos lo odia, pero no tanto como Seis, a él le aterra y por eso tengo que esconderlo cuando sé que entrará en mi habitación a husmear.
—Es muy útil y muy linda—dijo la oficial tomándola nuevamente entre sus manos—, ¿únicamente hace coletas?
—Piense en lo que quiera, cualquier peinado y lo tendrá. Solo no cambia el color de cabello, aún no sé cómo hacerlo.
El agente Jones miró la ansiedad en la mirada de la niña y la pequeña sonrisa que se le logró escapar. Fue demasiado tarde cuando intentó detener a la mujer. Lo siguiente que sintió fue su cara llena de líquido rojo y restos de los sesos que se había volado la oficial. El fuerte sonido del disparo lo había aturdido un momento al igual que al resto de los hombres en la habitación.
Miró a la niña y luego hizo la señal de que la detuvieran. No opuso resistencia mientras las armas le apuntaban directamente a la cabeza y siguió al pie de la letra las indicaciones de que se pusiera de pie con las manos bien alzadas en el aire. El vaso de agua frente a él comenzó a moverse como si un pequeño temblor fuera a ocurrir en ese momento.
—Le dije que tenía que estar en casa antes de las seis—informó Alex haciendo un puchero cuando Cinco apareció al lado de ella y la tomó de la mano.
—Papá está furioso—informó. Número Uno fue el siguiente en aparecer, tirando la puerta tras de sí. Echó una mirada de decepción a Alex y golpeó a un oficial en el estómago.
—¿Qué mierda?
—Oí el rumor de que todos los oficiales se suicidaron.
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