El anillo real

Regresaron al castillo con alegría. Alejo fue recibido con todos los honores. El hada le dio un fuerte beso y el rey, cumpliendo su promesa, anunció que a la mañana siguiente le otorgaría el anillo real, que podía ser canjeado por un favor del monarca.

Alejo se dispuso a pasar la noche bajo el viejo naranjo del jardín. Puso la manta limpia sobre Risueño, que ya tenía los ojos cerrados, mientras murmuraba:

—Te la has ganado, amigo.

Cogió la manta que le había servido de trineo, rota y sucia, y se la echó por encima, pero antes de cerrar los ojos, oyó una voz que le llamaba. Era Dulce, la princesa.

—¡Alejo, Alejo! Pasa al castillo, mi padre ha dispuesto la alcoba de los invitados.

Le dio pena despertar a su cochinillo, así que, subió sólo por la escalera principal. El rey y la princesa le condujeron a una habitación muy coqueta con una gran cama azul y una mesita con un racimo de uvas. Desde la ventana podía ver a Risueño durmiendo bajo el naranjo. Se preguntó si estaría soñando con la aventura que habían corrido o con sus apacibles días en la granja.

La princesa se fue y Alejo quedó a solas con el rey, que aprovechó para comentarle:

—Creo que le gustas a mi hija y pronto tendrá que contraer matrimonio. Sé que ella aceptaría de buen grado que cambiases el anillo por su mano, y yo también sería feliz con ello.

—¿El anillo...? No sé si eso estaría bien.

—¿Por qué no habría de estarlo?

—Porque la gente se debe casar por amor y no por un anillo.

—Quizás tengas razón, pero ella es la princesa y, si no se casa pronto, nuestra ley dice que tenemos que organizar un torneo para que se despose con el ganador.

—¡Pero eso es una barbaridad!

—Lo sé, Siete Cuartas, y dado que tú eres el único caballero que le gustas, he pensado que podrías aprovechar el anillo para pedir su mano. Piénsatelo. Buenas noches.

A la mañana siguiente, los carpinteros construyeron una plataforma de madera donde se entregaría el anillo. Todos los vecinos se congregaron para presenciar el evento.

Unas notas de trompetas resonaron en el patio y el alguacil anunció al rey. Chorlito apareció pomposamente, tomó a Alejo de la mano y subieron a la plataforma. La multitud aclamaba a Alejo:

—Viva el caballero Siete Cuartas —gritaban.

El rey hizo un gesto para silenciar a la muchedumbre e inició el discurso:

—Como todos conocéis, el anillo real es el mayor honor que consigue un caballero. Siete Cuartas no es un caballero común pero en los pocos días que lleva con nosotros...

El rey enmudeció al ver la alargada sombra del dragón sobre ellos. La bestia aterrizó hundiendo sus garras en la madera y de su lomo escamoso descendió la bruja Apestosa. El rey huyó a un rincón del escenario mientras la bruja le apuntaba con la varita mágica y gritaba:

—Rey Chorlito, ha llegado tu hora: te lanzaré la maldición de los huevos fritos. A partir de ahora, todo lo que toques se convertirá en huevos fritos.

La varita de la bruja comenzó a resplandecer, pero antes de que pudiera terminar el hechizo, la voz del hada Empanada resonó en el jardín:

—¡Destrocis maderus!

Un rayo brotó de la varita rota del hada hasta la varita de la bruja que se rompió en mil pedazos.

—Mi varita —clamó la bruja— ¿Por qué la has destruido?

El hada Empanada subió a la tarima, se acercó a su hermana que lloriqueaba de rabia y la riñó:

—No podía permitirte que lanzases la maldición de los huevos fritos, recuerda lo peligroso que fue la última vez. Además, ¿qué te ha hecho el rey Chorlito para que estés tan enfadada con él?

—¿Qué qué me ha hecho? Me llaman bruja, y no sólo eso, me llaman Apestosa... a mí, que me baño todos los días con esencia de rosas y babosas.

Alejo se acercó a la bruja, la olfateó y dijo:

—Es verdad. Huele a rosas y, un poco, a babosa.

El rey, rojo de cólera, gritó:

—Ya sé que no quiere llamarse así, a mí tampoco me gusta llamarme Chorlito.

—Ni a mí caballero Narizotas —dijo el caballero de la nariz grande.

—Ni a mí caballero Gordito —añadió el más orondo.

Cada uno de los caballeros fue diciendo su nombre, casi todos eran ridículos, ofensivos y despectivos. Alejo se sintió aliviado al ver que todos tenían motes. Entonces, se armó de valor e intervino:

—¿Por qué tenéis esos nombres?

—Es la ley —aseguró el monarca—. Yo me llamo Chorlito tercero, porque mi padre era el rey Chorlito segundo. A mí me gustaría llamarme Gaspar, como mi tatarabuelo, pero las ordenanzas dicen que no puedo. Y la ley no se puede cambiar.

—¡Un momento! —exclamó Alejo—. Yo sí que puedo cambiarla, puedo canjear el anillo real por un cambio en las normas.

—¿Harías eso por nosotros? —preguntó el rey—. Renunciarías a casarte con la princesa, tesoros, tierras o títulos, sólo por ayudarnos.

—Por supuesto, señor, yo me armé caballero para ayudar a los demás, no por el oro o los títulos.

—En verdad eres grande de corazón, caballero Siete Cuartas. Pero cambiar una ley no es fácil, ni siquiera con el anillo real. Voy a buscar el libro de las leyes para consultarlo.

El rey sacó un gran libro de su aposento, lo abrió ante la expectación de todos los presentes, buscó por la letra "A" de anillo y leyó:

—"El anillo real, la máxima distinción para cualquier caballero, podrá ser canjeado por tierras, títulos nobiliarios, favores reales y en casos extraordinarios podrá utilizarse para cambiar las leyes, siempre y cuando este cambio no beneficie a la persona que entrega el anillo".

Los caballeros del reino murmuraron decepcionados, pero pronto Alejo levantó el ánimo:

—No importa, yo no me cambiaré el nombre, ya me he acostumbrado a lo de Siete Cuartas, pero no voy a consentir que siga en vigor una ley tan cruel. Tened rey, os devuelvo el anillo con la condición de que cada cual tenga el nombre que quiera.

La gente estalló de júbilo y vitorearon de nuevo a Alejo que se volvió hacia la bruja Apestosa y comentó:

—Además, permitidme un consejo, Bruja Apesto..., perdón, ¿cómo queréis que os llame?

—Llamadme Juana, que es mi nombre de ciudadana.

—Bien, señorita Juana, os recomiendo que quitéis la esencia de babosas de vuestro baño y os quedéis sólo con las de rosas, que huelen mejor.

—¿Y qué os parece de rosas y romero, pequeño caballero?

—Mucho mejor... Además, si vistieseis de otros colores y sin ese gorro negro y picudo, quizás la gente no os confundiría con una bruja.

La bruja le dio las gracias por su consejo y ese mismo día se dio un baño. Y al no usar esencia de babosa, su piel mudó del verde al rosa.

Antes del anochecer casi todos habitantes del reino cambiaron sus nombres ofensivos por otros como: Carlota, Eduardo, Raúl, Mirian o Ernesto. Estaban muy agradecidos a Alejo por el esfuerzo realizado, la única que parecía decepcionada era Dulce, la princesa, que hubiera preferido que Alejo hubiera pedido su mano con el anillo.

Esa noche, después de una gran fiesta, el hada Empanada y la Bruja Apestosa, que ahora se llamaban Ana y Juana, fueron a visitar a la princesa. Ella les explicó que estaba triste porque Alejo no había pedido su mano y ahora se tendría que casar con el ganador de un torneo. Las hadas, tras escucharla, le dieron el siguiente consejo:

—Comodice la ley, organiza un torneo, pero en lugar de peleas entre caballeros enlas que sólo ganaría el más bruto, pon otra prueba: por orden de edad deberánintentar recoger con su arma uno de tus cabellos que depositarás en el suelo.

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