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A los siete años me recibió en la puerta cuando regresé de su primera entrega de notas. Sus soles brillantes me miraban con alegría ya que le había prometido una cena especial si sacaba buenas calificaciones.

—¿Me saqué diez mami? —preguntó. Respiré hondo y tomé fuerzas de dónde pude para responderle.

—No, mi niño, te pusieron cinco.

—¿Y esa es buena o mala nota?

Después de ser testigo de todo su esfuerzo, sus trabajos y desvelos cuando no le salían las cosas como las había pedido la maestra, entendí una cosa: los niños no valen por sus notas.

—No es buena ni mala, es tuya y por eso, vamos a celebrarlo.

Y fuimos a su lugar favorito a cenar.

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