Lapso 5

Música recomendada para la lectura: Lacrimosa
(Mozart)

—¿¿¡Se puede saber qué hacéis!?? —grita Damien al vernos a Selenne y a mí.

Lo miro.

—Casi la mato, casi me mata. Y ahora dormimos. ¿Qué pasa?

—¡Levántate maldito! —me grita enrojecido.

Miro a Selenne...

Ah.

Creo que ya sé lo que le pasa.

Ésta vez enrojezco yo y me levanto del sofá.

—Niña por favor tápate... —dice Damien tapandose los ojos.

—¿Qué? —pregunta ella.

Señalo su pecho.

Ella, ruborizada y enrojecida a más no poder, corre al baño.

Creo que... su sujetador debía haberse roto en la pelea. Y luego mi cuchillo, en un intento de matarla... le había cortado la camisa.

—¿Qué se suponía que hacíais? —me pregunta Damien.

—Yo al menos intentaba dormir —digo.

—No me refiero a eso. Me refiero a ántes. Os he visto.

Lo miro a la cara.

—Que yo sepa ahora mismo te podría lanzar por la ventana y ver cómo te devoran los muertos, así que cállate.

—Ya no hay muertos. Los he llevado lejos.

—Genial —digo haciendo crujir mis nudillos—. Así te mataré yo a golpes.

Antes de que él pueda decir nada me lanzo sobre él y le doy un puñetazo en la mandíbula.

Él me da un golpe en el estómago.

—¡Quietos! —chilla Selenne agarrándome el codo.

Me zafo de su agarre y le doy otro puñetazo en la cara a Damien.

—¡ENTRAS EN MI CASA! —un golpe— ¡ME EMPIEZAS A DAR ÓRDENES! —otro— ¡Y AHORA VIGILAS CADA PUTA COSA QUE HAGO!

Damien recibe los golpes y me da un rodillazo en las partes íntimas.

—¡Rastrero! —le grito.

Aprovecho la pausa y miro detrás mía.

Selenne está tumbada en el suelo, con un poco de sangre en la sien.

Oh no.

Ha sido cuando me he zafado de su agarre. Le he dado un golpe con el codo.

—¡SELENNE! —grito acercándome a ella.

Damien me agarra por los pies y me da una patada en la rodilla.

Sigo intentando acercarme a Selenne.

—¡¿No querías pelea?! —grita Damien.

Grito y le doy un puñetazo en el estómago. Luego otro en la cara y un rodillazo en sus partes.

Él solo se tambalea y cae por la ventana abierta, estrellándose con un pesado "chof".

Me acerco a Selenne.

Ha sido mi culpa.
La he matado.

Me acerco a su nariz y noto una pequeña corriente de aire.

Respira.

Paso un dedo por su sien, para ver si la herida es grave y me relajo al ver que no es su sangre.
Seguramente será mía.

Sólo se ha desmayado.

Me levanto del suelo suspirando (me duele el pecho) y la llevo a su cama.

—¡Serás...! —grita Damien acercandose a mí.

Está con las fuerzas renovadas y sin heridas.

Qué bien.

Creo que me he roto una costilla.

¿Igualdad de condiciones? ¡Eso formaba parte del antiguo mundo!
Ahora nadie se sorprendería si un jóven luchase contra un minusválido.

O, al menos, yo no me sorprendería.

Me levanto como puedo de donde estaba apoyado y me desplomo en el suelo.

No me siento las piernas.

***

Me cuesta respirar.

Miro alrededor y sólo veo objetos borrosos y siluetas negras como la noche.

Oigo un ruido de frotamiento.
Como... el de un mortero de piedra moliendo algo.

Me levantan un poco la cabeza y me meten un líquido amargo en la boca.

—Venga, necesitas beberlo —dice Selenne.

Un vendaje le cruza la cabeza.

—Lo siento —digo con la garganta seca—. Creía que te había matado.

Selenne me mira aún un poco dolida (he matado a su novio, creo que aún no me ha perdonado. Es más... ¿No me ha matado? Ha tenido la oportunidad... esa chica me intriga mucho. Demasiado) y se levanta.

Estoy tumbado en el sofá.

Damien está preparando algo en la cocina.

"¿Huevos?" Pienso por el olor.

Eso es imposible.
Los huevos se caducaron hace mucho, mucho, tiempo. Y si queda alguno en los supermercados debe tener Salmonela o algo por el estilo.

Dios qué ásco.

Aún recuerdo cómo me puse enfermo con solo oler un huevo podrido...

Acababa de pasar la segunda temporada, casqué un huevo para hacerme una tortilla... y el huevo me reventó en las manos, manchando el suelo de una pasta blanca y pestilente.

Tuve que mudarme por el olor.

Levanto la cabeza y miro en dirección del holor de huevo frito.

—Buenos días chico —dice Damien poniendo un huevo en un plato.

Ya se le han pasado las ganas de luchar.
Y parece que a mí también.

Noto cómo la pistolera pesa en mi cintura.
Ese objeto... está maldito.
Maldito.

No lo sé, pero... lo noto.

—No te levantes —dice Selenne poniendo su mano en mi torso.

Está cálida. Muy cálida.

No, debo quitar esos pensamientos de mi cabeza. Debo quitarlos.
Sé a dónde van a llevarme.

Maldito amor.

No debo de olvidarme de lo que hice para vivir.

Espera un momento.

¿Qué hice para vivir?
¿Qué atrocidades cometí?

¿Quién soy?

Me levanto de la cama desoyendo las palabras de Selenne y voy tropezando a la cocina con la intención de preguntarle quién soy a Damien. Me he dado cuenta de que sabe muchas cosas.

—Ya sé lo que vas a decirme —dice Damien dejando los huevos fritos en varios platos.

—Pues responde, maldito ser sobrenatural —digo escupiendo.

Damien exhala y mira por la ventana.

—Éres... eso no puedo decírtelo. Pero sí puedo decirte que tu pasado... es incierto. Muy oscuro y borroso —dice Damien sonriendo con una mueca de dolor.

—Sabes muy bien que no quiero saber eso —digo.

Damien frunce el ceño y agarra una de las botellas de mi colección.
Un momento.

No puede ser.

Esa figura... es la primera vez que lo veo sin la gabardina.
Tiene unos hombros anchos y un collar de un canto rodado.

No debe ser posible.

Pero... él no es posible en sí.

—Soy tú —dice Damien mirándome a los ojos.

Y entonces caigo en la cuenta.

Esos ojos grises que tanto detesto en él, no son nada mas que el reflejo de los míos, y el color de los suyos juntos, mezclados.

Mis ojos son de color gris.

Soy Damien.

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