Lapso 4
Recomendación de música para reproducir mientras estés leyendo.
Bleeding heart.
Las balas.
Mi primera tarea como aprendiz de ese tío es conseguir una puta caja de balas.
Y te preguntarás... ¿Dónde consigues balas en el apocalipsis?
Fácil.
En un armería.
Pero hay un inconveniente.
Un ligero inconveniente.
Las calles están repletas de muertos.
Y, por si fuera poco, aún no ha llegado la temporada. Ésto es solo una pequeña avanzadilla.
—Lizzie —digo reprendiendo a la muerta viviente— aléjate de la cama. Ella no es comida.
La chica duerme plácidamente en la cama mientras que Lizzie intenta (cada vez que me doy la vuelta) darle un mordisco.
Por dios, esa chica debería controlarse.
—¿Por qué no la matas? —dice Damien con la boca llena de Espaghetis.
—Cuestión de moral, supongo.
—Es difícil para ti matar a un ser muerto... qué ironía.
—Es mi amiga —digo lanzando una rata a la planta baja para que Lizzie se vuelva a tirar.
La verdad es que no entiendo cómo sube por las escaleras.
Ya ha subido dos veces.
Y sin un pie.
¿Cómo diablos lo hará?
—¿Cuándo empezarás tu primera tarea Shooter?
—No me llamo Shooter.
—Pues así te llamo yo te guste o no.
Suspiro y sigo leyendo el libro de Stephen King que había dejado a la mitad la semana pasada.
—¿Y bien?
—No puedo salir, yo no soy como tú señor nada-me-puede-matar. Si muero, no tengo vidas extra.
—Lo dudo... —musita Damien.
Cabeceo ligeramente y miro a mi derecha.
Hay un pequeño demonio rojo.
Pestañeo.
Ya no hay nada.
Suspiro y me froto el tabique nasal.
Tengo sueño, mucho sueño, pero si me duermo puede que Lizzie mate a la chica.
Y como ya he dicho, no quiero más muertes innecesarias en mi conciencia.
Bajo a la planta baja (donde Lizzie devora el cuerpo de la rata) y abro la puerta principal sólo un poco.
El ruido de los muertos hace que Lizzie levante la cabeza y salga.
Un problema menos.
—No te alejes —le digo antes de cerrar la puerta.
Oigo cómo Lizzie gruñe y berrea.
Quiere entrar, seguramente esté celosa de que tenga competencia viva...
La sola idea hace que me ponga a reir a carcajadas.
—Estás loco —dice Damien asomándose por la segunda planta.
Me encogo de hombros y voy al sofá.
Hora de dormir.
***
El mar.
Un mar negro se extiende ante mis ojos.
¿Y qué es eso de allí?
Un bote.
Un pequeño bote con algo dentro.
O alguien.
El bote encaya en la arena y veo el interior.
Un hombre destripado junto con una mujer sin cabeza están abrazados a dos pequeños bebés.
Un niño y una niña.
El niño tiene un agujero en la frente.
Un disparo.
En cambio la niña está bien, sana y salva. Llorando y demostrando que respira.
Viva.
Aún sin menospreciar estúpidamente ese regalo ofrecido por Dios. Ese regalo llamado Vida.
La acuno en mis brazos y deja de llorar.
Lloro sin razón alguna, y arriba, en el cielo nocturno, veo a la luna iluminando a la pequeña que sostengo en mis brazos.
—Te llamaré Selenne —digo acunándola y sin saber qué digo—. Como la luna. Blanca, pura, y perfectamente poderosa.
Y entonces, veo cómo el bote se aleja otra vez en el mar. Y sin entender por qué, siento una angustia indescriptible que deseo ahogar con esa agua negra.
Pero el bebé me lo impide.
Deseo ahogar las penas en esa agua negra.
Pero no puedo.
No debo soltar éste bebé.
—Vive Selenne —digo acunándola—. Vive.
***
—¡Selenne! —grito al despertarme.
—¿¡Qué pasa!? —responde la chica desde mi cocina.
La miro extrañado.
—¿Te llamas Selenne?
—Sí, me llamo así, —dice la chica poniendose un bol de cereales— ¿no hay leche?
Niego con la cabeza.
Giro la cabeza y veo a Damien pálido y sudoroso.
Esos ojos grises... los odio.
—El mal —dice Damien— casi te corrompes al mal.
Silbo y me levanto del sofá.
—Era sólo una pesadilla.
—No. No era sólo una pesadilla... el mal te ha encontrado. Y como te ha encontrado te tentará hasta que estés de su lado.
Me encogo de hombros.
—Mientras que me deje andar a mis anchas por aquí... —digo señalando alrededor.
Damien suspira y saca el revólver.
—Hora de tu primera tarea Shooter.
—Ya te he dicho que no —digo preguntándome el porqué de que le dejara venir a mi casa.
Creo que no le dejé entrar.
—Vas a ir, aquí y ahora. Mañana será turno de tu segunda tarea.
—No quiero —digo rascándome la nariz.
Damien gruñe y mira por una pequeña ventana que da a la calle.
—¿Si hago que se vayan harás la tarea? —me pregunta levantando su sombrero.
La chica (o Selenne, me importa un comino cómo se llame. Aunque... ¿Cómo es que he soñado con su nombre?) mira a Damien y sigue comiendo su cuenco de cereales.
¿Quién le ha dado permiso para comer mis cereales azucarados?
Yo miro interesado a Damien.
—Si no hubiera muertos iría sin problemas —digo mirando la calle.
Damien suspira y me mira con esos endemoniados ojos grises.
Acto seguido se lanza por la ventana (abierta, claro. Si no tendría que buscar otro cristal que encajara) y oigo un "Bonk".
Ha aterrizado en algo metálico.
Oigo disparos, gritos de Damien...
—Tu profesor está loco —dice la chica comiendo los cereales.
—¿Tú no deberías estar de luto? Cállate si no quieres que me arrepienta de haberte salvado.
La chica me mira extrañada y dolida.
¿Qué se espera? Las personas no son como lo eran antes.
Hoy en día no te van a recibir en un hotel con los brazos abiertos.
Bueno... en realidad sí. Con los brazos abiertos y las bocas berreando y deseando arrancarte un trozo de tu carne.
Suspiro.
Otra vez la antipatía.
—Lo siento —digo sentándome.
—No... pasa nada.
—¿Que no pasa nada? Bueno. Allá tú.
La chica me mira aún más extrañada.
Entonces, una idea de lo más descabellada y loca surge entre mis pensamientos.
¿Y si... le digo que maté a su novio?
Ya sé que suena... sádico... pero... ¿Por qué no?
Así de paso, se marcha de mi casa.
La comida escasea últimamente.
Voy a la cocina y abro el cajón de los cubiertos. ¿Debería coger un cuchillo por si acaso?
Claro que sí. Eso no se discute.
Deslizo un cuchillo con un mango de madera en la funda de mi cinturón y voy al salón.
Es el momento.
—¿Te puedo contar una cosa? —digo apoyándome en la pared.
—Claro...
—Pues... resulta que... ¿Tu novio se llamaba Steve?
La chica me mira y asiente.
—Oh, vale, eso me aclara muchas cosas —digo disimulando—. Por cierto, yo fui quién lo mató. No sufrió.
La chica sigue seria durante un instante... y, de repente, cambia su expresión a una de ira y sorpresa.
—¿¡Que tú qué...? —grita acercandose a mí mientras dirige su mano hacia el lugar donde tenía una pistola.
No soy tan tonto.
—¿Buscas ésto? —digo levantando su pistola.
La chica me mira con odio y salta sobre mí.
Por fin, algo de acción.
Saco el cuchillo y le hago un corte en la mejilla.
Ella se saca una navaja de entre las... las... tetas y me hace un corte profundo en la oreja.
Éso me pasa por ser un caballero. Deberia haberle revisado las tetas también.
—¡Éres una... una...!
Ella me da un rodillazo en el estómago.
—¿¡Una qué?
—¡Una embustera! —le grito refiriéndome al lugar de donde había sacado el cuchillo.
La chica me mira aturdida, a lo que yo aprovecho y la tumbo en el suelo.
Es fuerte para ser una chica flacucha.
Debería comer más. Así tendría mas masa muscular.
—Gano yo —digo mirando cómo sus ojos denotan ira, odio, furia... y tristeza.
Pongo mi cuchillo en su cuello. Debería ser fácil... el cuchillo está afilado... un deslizamiento por la piel del cuello haría que empezara a desangrarse como un cerdo.
Lo único malo sería que luego tendría que limpiar el suelo de sangre.
Apreto el cuchillo contra su cuello... y ella sólo me mira.
Me mira, y yo puedo ver ése mar negro otra vez.
Apreto más el cuchillo contra su piel y noto como su sangre fluye entre mis dedos, y como ella se ahoga lentamente.
No puede respirar.
Voy a deslizar el cuchillo cuando veo (en un trozo de espejo que ha permanecido ajeno a mí todo este tiempo) mi cara.
Por dios.
Tengo la cara de un asesino.
Aunque... ¿Eso no es lo que soy?
Las mejillas enrojecidas por el esfuerzo, los ojos con las venas rojas remarcandose increíblemente sobre el blanco, la nariz goteando sangre...
Es muy irónico.
Tengo una ducha, agua caliente... y no me he duchado ni una sola vez desde el aquello.
Sin darme cuenta, me pongo a llorar, y las gotas caen en la cara de Selenne.
Selenne.
—Lo... lo tuve que hacer —digo aflojando la presión para que pueda respirar—. Mató a mi amigo. Tuve que matarlo, tuve que matar a ese Steve, yo, yo...
Selenne me mira entristecida.
Lloro más y arrojo el cuchillo lejos.
—Vete —le digo tumbándome en el sofá—. Vete, por favor, Selenne.
Mi último acto de humanidad.
Si quiere estoy desprotegido, me puede matar.
Un disparo en la nuca... y todo se acabaría.
Todo.
Noto cómo la chica se levanta, me mira, recoge su pistola... y se va.
Ahí se va otro trozo de mi humanidad.
Entonces, noto un cuerpo acostandose junto al mío.
—Lizzie, por favor, no estoy de humor... —digo al aire replanteándome la idea de matar a la no-muerta.
—No soy Lizzie —dice Selenne apretándose más a mí y desafiando toda lógica humana.
Honestidad.
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