Lapso 13

Música recomendada para la lectura:
Broken Bones
(CRX)

***

Ántes de la primera temporada.
Día 1 desde el avistamiento del paciente cero.
Número de infectados: Desconocido.

***

Caminé agarrando los tirantes de mi mochila, zarandeando las piernas al son de la música.
Los auriculares sobresalían obscenamente de mi bolsillo derecho, mientras que en el otro llevaba el manojo de llaves de la puerta del edificio dónde vivía, y la de la puerta de mi apartamento.

Miré a mi alrededor; veía la estación del metro abarrotada, casi sin electricidad debido a los continuos cortes de luz de las plantas eléctricas de las afueras de la ciudad. Estaban siendo un fastidio continuo.
"Deberían despedir a alguien" pensé.

Una sonrisilla apareció entre mis labios. A pesar de que ése día en específico había tenido una gran concentración de asignaturas soporíferas (Geografía, Álgebra y Matemáticas, Latín, etc etc...), al final del día habría algo bueno.

Mi padre, al cual no veía desde hacía ya dos meses, iba a venir a recogerme sobre las ocho de la noche para pasar varias semanas con él, con su pareja y con mi hermanastra.

No hacía falta decir que mis padres estaban divorciados.

Miré los bancos de la estación, y vi que había varios sitios libres, y los habría aceptado con sumo gusto debido a que estaba agotado, pero no me llegué a sentar.
Un chico, de unos dos años más que yo, estaba sentado justo al lado de donde yo me quería sentar.
Y preguntaréis... ¿Qué tenía de raro para que no te sentaras a su lado?

Un crucifijo.
Éso tenía.

Llevaba un colgante de una cruz metálica brillando en su pecho, por encima de una camisa negra con la leyenda en letras amarillas que ponía: "Viva Donald Trump, emisario de Dios".

Por eso mismo no me sentaba a su lado.

También, no entendía por qué la gente llevaba cruces y demás accesorios cristianos ahí, en el cuello, a la vista de todos. Y no es que fuera Ateo ni nada por el estilo, era cristiano como el que más, pero... me parecía poco cristiano (lo cual era una ironía) mostrar a todo el mundo lo buen creyente que uno era, porque realmente eso no se debía de enseñar.

Se debía demostrar.

Pero eso es otro tema.

Miré mi reloj, y reprimí una palabra no demasiado correcta éticamente.
El metro iba con retraso.

"No pasa nada" pensé ". De todos modos, mañana, a éstas mismas horas, estarás con papá. Cálmate y espera".

Oí un murmullo por encima de la música de Twenty One Pilots y me quité un auricular (que parecía más un casco debido a lo que abultaba; los había comprado en una tienda de cerca de mi casa, y no eran de Apple).

Oí algunos insultos lanzados al aire, oí maldiciones y oí a un hombre gritando.

Miré en esa dirección, y vi que un hombre (tenía el pelo negro con dos franjas escarlatas a los lados de la cabeza), estaba intentado escapar de las manos de varias personas que lo inmovilizaban en el suelo.
Estaba aterrorizado.

Una brisa fría me trajo un olor rancio y acre, como de sudor agrio o algo parecido, y subí la cremallera de mi chaqueta polar.
Recordaba cuándo me la había comprado mi madre, bajo el pretexto de que podía nevar.
A mí me gustaba, porque era de color negra, abultaba (cubría mi barriga de más), tenía una especie de guantes implantados para las palmas en las mangas, y... mi cosa más preferida; que, si no la llegabas a subir completamente la cremallera (sobre la altura del pecho o un poco más arriba) los cuellos de la prenda hacían que pareciese los cuellos de una gabardina de detective.

Ésa vez subí la cremallera completamente. No me apetecía ser el Detective Daniel en ésos momentos.

—¡Soltadme! —gritó el hombre intentando sacar algo de un bolsillo— ¡Soy policía, soy policía!

—Y yo Chris Pratt —dijo uno de los hombres que lo sujetaban, escupiendo al lado de su cabeza.

En ése momento, vi que el hombre reducido tenía gran parte del cuello de su camisa de vestir manchada de sangre, además de gran parte de su cara.

Me puse los auriculares. Los dos.

Vi cómo una anciana me miraba con reproche, negando con la cabeza con un aire de desprecio que me dieron ganas de escupir en el suelo.

—¿No vas a hacer nada? —me preguntó levantando un bastón.

Era baja. Andaba tambaleándose y tenía unos rizos blancos que se desparramaban por su papada cada vez que giraba la cabeza.

—Señora, yo... —empecé quitándome los cascos.

No llegué a hacerlo. Si lo hubiera hecho, probablemente me hubiera quedado sordo, o temporalmente discapacitado sonoramente.

El hombre del suelo había logrado sacar su pistola reglamentaria, y la sostenía apuntando hacia arriba, con el cañón humeante.

Había disparado a alguien.

—¡Atrás! —volvió a gritar apuntando en un arco que me llegó a alcanzar— ¡Atrás!

Me escondí detrás de un pilar, aterrorizado, cuando vi cómo una cámara de vigilancia apuntaba hacia el supuesto agente de policía.

—¡Que alguien haga algo! —gritó la anciana con unas notas bastante agudas.

El hombre, histérico, apuntó a la señora con la pistola, a lo que ella dejó escapar una exclamación mezclada de miedo y sorpresa.

Entonces, y como si el grito de la anciana hubiera sido una alarma previamente concertada, dos hombres con trajes antidisturbios salieron de una de las salidas subterráneas y se dirigieron hacia el "agente".

—¡Gracias a Dios! —gritó el agente— ¡Roger! ¡Mike! ¡Necesito ayuda! ¡El centro de enfermedades...!

No dijo más.

Parecía ser que conocía a los antidisturbios, pero ellos no lo corroboraron. Es más, le proporcionaron dos golpes al mismo tiempo con las porras retráctiles, uno en la cabeza y otro en el brazo que sostenía el arma, interrumpiendo su griterío.

Ya, cuando se lo llevaron a rastras, pude salir del lugar donde me había escondido.

—Todo está arreglado —dijo uno de ellos quitándose el casco y dejando ver una cara macilenta y poco cuidada—. Por favor, vuelvan a sus quehaceres. ¿Alguien es familiar del fallecido?

Nadie dijo nada. Nadie hizo nada. El hombre suspiró y recogió el cuerpo del muerto, para después llevárselo a hombros.

—¿No deberían llevárselo en una bolsa negra? —preguntó la anciana mirándome.

—Deberían —dije, y apreté mi chaqueta, bajando la cremallera y creando la apariencia de El Detective Daniel.

—¿Hay heridos? —preguntó un hombre de traje— ¿Seguro?

El metro llegó. Me dirigí hasta la puerta, y aún alcancé a oír lo último que dijo.

—¿Hay heridos? ¿No ha mordido a nadie, verdad? ¿Ni arañado o rasguñado?

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