Capítulo 29

Como el sol y la luna

ERIKA

Salí de la ducha y allí estaba el muy retrasado, mirándome como si no pasara nada, estaba como embobado.

—¿Perdona, te vas a quedar mucho rato mirándome? —le espeté con todo el odio del mundo.

—¿Qué? —dijo él dejando de parecer un atontado ahí parado.

—Que si te saco unas palomitas o algo—le indiqué con ironía.

—Que graciosa— contestó con sarcasmo.

—Deja de mirarme, voy a retirarte la palabra —estaba muy enfadada.

—No digas tonterías McCain, ambos sabemos que no podrías vivir sin mí.

—Puedo perfectamente, pero no me dejas —¿tenía que aparecer siempre y causar los peores momentos de mi vida?

—No puedes—afirmó.

—Además, cada vez que te veo me meto en un problema, ¿has visto lo que me he hecho en la espalda? —le enseñé el tatuaje.

Le pregunté y ni se inmutó, como si ya lo supiera de antemano.

—Espera, ¿tú lo sabías? —su cara lo decía todo.

—Te dije que te quedaría bien —se encogió de hombros.

—Joder Ares, esto es serio, me he tatuado tu puñetero nombre en la espalda, ¿tú estás loco? —de verdad que a Ares le tiene que pasar algo en la cabeza—. Y eso no es lo peor, lo peor es que no recuerdo nada de lo que ocurrió anoche—me llevé las manos a la frente con desesperación.

Él se puso erguido en mi cama y soltó:

—Escucha pelirroja, te he dicho miles de veces que no eres mi tipo —y encima dice eso, ¿le pego ya o lo dejo para mañana?

—Seguro que eso se lo dices a todas—le indiqué.

—No, eres demasiado sosa McCain, tienes que aceptarlo—movió la cabeza de un lado al otro.

—¿Por qué? —no entendía a qué venía ese ataque—. Ahh, lo dices porque no soy una chica fácil, porque no me quiero acostar contigo, porque paso de tu culo. ¿Acaso a Ares Milner le sienta mal que una chica le rechace? —su cara era un poema.

—Solo he intentado ser tu amigo, si te quisiera en mi cama, no dudes que lo conseguiría con chasquear los dedos —ahí estaba de nuevo la mirada de "consigo todo lo que quiero".

—No soy como tú piensas Ares, y a ti todo lo que te cueste un mínimo esfuerzo te molesta, seamos sinceros.

—Mira Erika, me estás cabreando, y no me gusta que me cabreen, sabes que nunca he perdido un reto. ¿Me estás retando? —dijo Ares en plan chulito.

—No, porque es evidente que tú y yo no tenemos nada que pueda provocar que ocurra algo entre nosotros, somos como el sol y la luna.

—Solo le veo un fallo a tu comparación —se rio con malicia.

—¿El qué?

—El sol sin la luna no es nada, y lo mismo pasa al contrario, se necesitan para que haya un mañana.

—Era un ejemplo, señor "tiquismiquis"— me dejó sin argumentos—. Lo que quiero decir es que por muy cerca que estemos el uno del otro jamás van a saltar chispas.

—No sé yo, ahora que llevas mi nombre en tu espalda eres peligrosa, porque te queda muy sexy—se le escapó.

—¿Perdona puedes repetirlo? —hice como si no lo hubiera escuchado. Seamos sinceras, cuántas veces creéis que se puede escuchar algo así de la boca de Ares, estaba por grabarlo con mi móvil.

Él se echó para atrás en mi almohada y dijo:

—El tatuaje, que te queda muy bien, pero porque está mi nombre en él, que lo hace todo perfecto —intentó corregir su anterior comentario.

—No has dicho eso —le miré con el ego subido.

—Sí, habrás escuchado mal—se cruzó de brazos.

Me sonrojé un poco, mis mejillas se estaban volviendo locas, me sentía traicionada por mi cuerpo. Fue entonces cuando recordé otra parte de lo que ocurrió anoche y con quién estaba hablando. Las palabras que salieron, fueron de una yo cabreada y dolida.

—Lo mejor será que no nos veamos en un tiempo.

—¿Tienes algún argumento para que lo hagamos? —sugirió él.

—Sí, soy la chica patética con el novio gay —puse en cada palabra todo mi odio y resentimiento.

ARES

McCain estaba increíble saliendo de la ducha, no podía concentrarme con sus ojos esmeralda mirándome atentamente mientras hablaba, y fue entonces, cuando iba a mandar todos mis planes por la borda e iba a hacer una locura, cuando ella me soltó lo de la chica patética.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Adivina—puso cara de sentirse traicionada.

—¿Mi hermana? —pregunté sorprendido.

—No.

Entonces me miró con los ojos entornados y en el reflejo de ellos vi la respuesta.

—Marina.

—Ding, ding, ding. Premio, lumbreras —su ironía hiriente me estaba matando.

Entonces me llevé las manos a la cabeza con desesperación y pregunté:

—¿Te dijo algo más? —con la esperanza de que hubiera algo que me permitiera arreglar el problema en el que me había metido por su culpa.

—Sí, que solo tenías una mejor amiga.

—Claro, tú—la señalé, pero ella lo negó moviendo su cabeza hacia ambos lados.

—Me caías bien Ares, muy bien, pero me estoy dando cuenta de que debajo de ese capullo egoísta e insensible solo hay otro capullo.

—Te equivocas.

—¿Para qué quieres ser mi mejor amigo Ares? —atacó directamente.

—Pues... —me dejó sin habla.

—¿Por qué de repente haces planes sorprendentes?

—Ehh...—seguía mudo.

—Ya decía yo.

Cogió mi chaqueta, me la tiró y me dijo:

—Allí tienes la puerta de salida Ares, vete y no vuelvas.

Yo, dolido y decepcionado, hice lo que me dijo, me subí a mi moto y me marché, aunque por el camino pensé más de cincuenta veces en volver.

Llegué a mi casa y me senté en el sofá con los pies apoyados en la mesita de café que estaba enfrente y entonces vi algo que me recordó una etapa pasada.

Encima de la estantería estaba la vieja cámara que mi padre me regaló cuando pequeño, me había prohibido cogerla, bajo ninguna circunstancia volvería a hacerlo, pero algo en mi interior se despertó con las duras palabras de McCain en mi mente, solo veía sus ojos verdes apagados.

En un impulso loco, casi indescriptible, me levanté cogí la cámara y fui hasta su apartamento, llamé a la puerta y me abrió una mujer muy simpática, muy parecida a ella.

—Hola, tú debes ser el chico del que mi hija se quiere alejar, ¿me equivoco? —me preguntó.

—Señora McCain, no soy el chico del que se quiere alejar, soy un perfecto idiota.

—¿Perfecto idiota? —preguntó confusa.

—Sí, por decepcionar a su hija, cuando en realidad si ella me lo pide le regalo hasta las estrellas.

—Estás a tiempo de irte chico, no te voy a prohibir que pases, pero no quiero que le hagas lo que un día me hicieron a mí—me indicó su madre—. Puedes escoger marcharte o quedarte, tú decides Ares —¿se sabía mi nombre? ¿habrían hablado de mí? Y si lo habían hecho, ¿por qué habían hablado de mí?

—Escojo quedarme —mi respuesta estaba clara.

Me abrí paso para dirigirme al fondo del pasillo y llegué a su habitación, no llamé a la puerta, entré directamente, no podía perder el tiempo. Al entrar la vi sobre la almohada decaída. Me acerqué a ella, tiré de su mano para levantarla y ella se negó, pero insistí y le dije al oído:

—Levanta pelirroja.

—No, déjame Ares —estaba muy dolida.

—Una cosa, déjame hacer lo que vengo a hacer y me voy —le prometí, aunque en realidad no quería irme.

—¿Qué quieres ahora? —preguntó a la defensiva y resignada porque sabía que no me iría hasta conseguir mi propósito.

—Vengo a cumplir el siguiente punto de mi lista, y a la vez a enseñarte una de mis aficiones favoritas —dije sonriente—. Pero tengo una condición McCain.

—¿Cuál? —preguntó desganada.

—Tienes que sonreír—le pedí.

—¿Sonreír para qué? Una cosa es que te escuche para que te vayas y otra que disfrute haciéndolo. Déjate de tonterías.

—Porque prometí que no permitiría que estuvieses triste.

—Estás loco Ares—conseguí que sonriera aunque creo que era más para que me fuera que para otra cosa.

—Así, perfecto, mira al objetivo.

—¿Qué objetivo? —por sus constantes repeticiones a mis peticiones supe que McCain seguía siendo McCain, no hubo nada anoche que le afectara, bueno casi nada, yo era un especialista en meter la pata.

Le mostré la cámara, le di la vuelta a la misma y nos hice un selfie a la antigua usanza.

Las imágenes eran de carrete, desde niño siempre me habían fascinado aquellas fotos, parecían tan clásicas y a la vez tan llenas de vida, y en mi séptimo cumpleaños me regalaron esa cámara.

—Esta cámara, es mi mejor regalo de cumpleaños. Ése es mi sueño McCain, siempre quise ser fotógrafo —le confesé para que pudiera empezar a confiar en mí de nuevo

—¿Esa cámara saca fotos como las que hay en los fotomatones? —parecía que había llamado su atención.

—Sí, pero es una cámara distinta al resto —dije para sorprenderla.

—¿Por qué? —cada vez tenía la boca más abierta.

—Porque se va a convertir en la cámara de tus sonrisas.

—¿La cámara de mis sonrisas?

—Sí, con esta cámara quiero captar todas y cada una de tus sonrisas —le expliqué.

—Mis sonrisas no tienen nada de especial Ares.

—Déjame que sea yo el que lo compruebe, mañana realizaremos mi nuevo plan, y te aviso de que pienso captar todas tus sonrisas cuando estés desprevenida—le sonreí inocente.

—Eres idiota Ares Milner, ¿dos planes seguidos? Me siento privilegiada—me dijo sarcásticamente.

—Para compensarte por lo que Marina dijo —sabía que eso no lo arreglaría todo, pero no podía permitir que nada ni nadie estropeara lo que tenía con Erika.

Hice mal al recordárselo, porque su cara cambió por completo. Me echó de su cuarto y dijo:

—Tendrá que ser un plan muy bueno para que te perdone Milner, me llamaste patética.

Me marché, y aunque me había jurado a mí mismo cuando Thea murió, que jamás volvería a utilizar mi cámara, con McCain haré una excepción, la he cagado tantas veces que merece que rompa mis normas, total ya había roto una, por otra que rompiera no iba a pasar nada.

ERIKA

Fue marcharse Ares y recibir un mensaje inesperado de Scott.

>>Firenze, ya sé que no nos conocemos lo suficiente, aún nos quedan muchas horas de terapia, pero quiero hacerte una pregunta, ¿saldrías conmigo? —casi se me cae el móvil al suelo de la sorpresa, me pellizqué para comprobar que no era ningún sueño.

>> ¿¿Una cita?? —se me colaron interrogaciones de más y todo.

>>Sí —afirmó.

Su respuesta hizo que me pusiera muy nerviosa.

>> ¿Conmigo? —pregunté para asegurarme del todo.

>>Sí, contigo, no hay muchas falsas psicólogas que sean lo suficientemente guapas como para que yo haga esta pregunta, ¿sabes?

Al leer el mensaje me puse aún más nerviosa por lo que tuve que cortar la conversación.

>>Claro que salgo contigo Scott, mañana hablamos de los detalles, hasta luego —ya estaba hasta imaginando la ropa que me iba a poner.

Apagué el móvil y lo puse en la mesilla, luego estuve como una hora mordiendo la almohada de la emoción. Finalmente me entretuve escuchando canciones el resto del día, leí un trozo del último libro de poesía de Scott y me acosté. Estaba tan contenta que dormí con una sonrisa en los labios.


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