Capítulo 25
No me digas adiós, dime hasta mañana
Salí del instituto, me sentía molesta, me dolía que Ares me estuviera evitando, lo vi montarse en su moto y marcharse. Yo hice lo mismo, me fui caminando a mi casa. Antes de prepararme la comida le mandé un mensaje a Scott, y recibí su respuesta a los dos minutos.
>>A las ocho en el rocódromo—al parecer el día iba de aventuras.
>>Allí estaré—respondí con brevedad mientras me preparaba la comida.
Elaboré una pasta con verduras, mi madre comió conmigo, le considero mi madre, puesto que la biológica me abandonó cuando apenas tenía edad para soñar. Era abogada, venía del trabajo, almorzaba y luego se volvía a ir porque le asignaban casos por la tarde también...
Al principio, no hablé mucho, estaba pensando todo el tiempo en Ares, no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, entonces habló mi madre, al parecer tenía ganas de conversar.
—Te conozco lo suficiente para saber que esa cara es por un chico, ¿me equivoco? — tenía el título oficial de adivina, había dado en el clavo.
—Sí.
—¿Es el morenito de ojos verdes que te presenté? ¿El poeta? ¿Sabes que también es amigo de la infancia de tu hermana? —no me acordaba de que la que nos había presentado a Scott y a mí fue ella.
—No—respondí rotundamente, ya interrogaré a Dana más adelante.
—Creí que te gustaba—mi madre se extrañó.
—Me parece muy simpático—sonreí tontamente.
— ¿Entonces cuál es el problema?
—Es por otro, un idiota, cabezón, estúpido, imbécil...— podría continuar, pero preferí ir al grano.
—¿Cómo se llama ese chico tan irritante? —salió la vena curiosa de mi madre.
—Exacto es el diablo, es desesperante hasta el punto de ponerme enferma.
—A ti te gusta ese chico—comentó con una sutileza casi imperceptible.
—¿Qué? —lo cierto era que no me había planteado si estaba pasando algo entre nosotros—. No, para nada, Ares no me gusta—pero respondí sin pensar, porque no quería que mi madre descubriera antes que yo que era lo que ocurría.
—¡Ares se llama! —expresó la emoción de haberlo descubierto en voz alta—. Así que te has enamorado del chico malo y misterioso del instituto—quería mucho a mi madre, pero era demasiado directa, no sabía ya qué responderle.
—No mamá, lo estás malinterpretando todo—solté con el objetivo de convencerla, pero como a mi madre se le meta una idea en la cabeza cualquiera se la quita.
—Nos pasa a todas, Erika, el mío era London Silver, era moreno, apuesto, muy molesto e iba en moto.
—¿London Silver? London Silver no es Ares Milner, créeme, no le llega ni a la suela del zapato—intenté que dejara de divagar acerca de cosas tan extrañas.
—Hasta riman—se rio, yo no entendí muy bien a qué vino aquel ejemplo, pero me callé y asentí a todo lo que dijo, mientras le explicaba por qué Ares no era como los demás "chicos malos".
—Él es impredecible, lo mismo te tira al agua cuando te despistas, que pinta un edificio para los sin techo, es cariñoso y a la vez odioso. Guapo y al mismo tiempo feo, es pesado y un cabezota de manual, como él no hay dos, te lo aseguro—determiné convencida—. Además, no es moreno, es rubio, tiene los ojos de un azul que no se puede describir, cada vez que te mira, sientes que se abre tu alma en mil partes, en esos ojos encuentro partes de mí que no sabía que tenía. La parte mala y que me saca de mis casillas es que es un estúpido mujeriego que no cree en el amor, le encanta hacer planes para todo, y siempre encuentra la forma de hacerme la vida imposible—de lo que estaba hablando de él, no dejaba participar a mi madre.
—Ese chico me cae bien, la pregunta importante te la voy a hacer ahora—me preparé para lo peor—. ¿Tiene novia? —me puse colorada ante su pregunta.
—Mamá que no me gusta—le intenté explicar con pelos y señales, pero no hubo manera de convencerla—. No, no la tiene, no te he dicho que no cree en el amor—esa parte no la entendía ni yo, por lo que no podía explicársela de forma diáfana.
—¿Y tú a él le gustas? —me miró con cara de complicidad.
—Que sólo somos amigos—quería salir de allí—. A-M-I-G-O-S—deletreé con concisión, aunque tenía la seguridad de que no iba a convencer a mi madre.
—Bueno, pero creo que tú a él le gustas— hasta que no tuviera un cotilleo no iba a parar.
—Ares solo se gusta a sí mismo, él es así, está enamorado de su reflejo—intenté explicarle lentamente para ver si así se le metía de una vez en la cabeza.
—¿Le has dicho que te gusta? —ignoró por completo todo lo que le dije.
—¡Que no me gusta! —elevé el tono desesperada.
—Bueno, cuéntame qué te pasa, por qué estás así por ese chico—decidió cambiar de tema.
—Porque dice que va a olvidarme—le volví a explicar mientras le contaba todo lo que Ares y yo habíamos pasado.
—Y te molesta porque te gusta—nada, que no se le iba de la cabeza esa idea.
—Y dale, que no me gusta, lo que me molesta es que deje de intentar ser mi amigo—especifiqué para ver si así se enteraba.
—Si no te gusta, por qué no le has dejado que se aleje, era la forma más fácil de librarte de él—eso me hizo reflexionar, era demasiado raro todo, pero no quería perderlo, de eso estaba segura.
—Porque sus planes me parecen divertidos—sonreí al recordar los planes en mi mente.
—Está bien, sus planes te parecen divertidos, dejémoslo en eso, ¿me dejas darte mi opinión? —agrandó los ojos y me miró fugazmente, como si por fin me fuera a dar el consejo que había estado buscando desde un principio.
—Es lo que te estoy pidiendo—yo no sabía ya si suplicar.
—Deja al chico, uno de los dos va a acabar muy mal, y suele ser la chica, lo mejor es que salgas con el vecino, parece simpático y no tiene pareja—el consejo de mi madre era sabio, pero algo en mi cabeza se negaba a aceptarlo.
— ¿Qué salga con Scott y me olvide de Ares? —aún me duraba el shock que me habían inducido sus palabras.
—Sí, así no sufre nadie, cada uno por su camino.
—Pero es mi amigo, esas cosas no se les hacen a los amigos—le dije dubitativa.
—No te encariñes de un mujeriego, es lo peor que puedes hacer—añadió mi madre como consejo final.
—En el fondo es buena persona mamá, aunque no lo parezca.
—Ésos son los peores—comentó mi madre mientras se levantaba y se marchaba a trabajar.
Tenía razón, tenía que olvidarme de Ares, pero no conseguía sacármelo de la cabeza. Me vestí y arreglé, eran las siete y media, la charla se había alargado. Abrí la puerta y salí a la calle, mensajeé a Scott para disculparme por la tardanza:
>>Llego tarde, perdóname—esperaba una mala reacción o que pasara de mí, porque eran las reacciones de Milo y de Ares, pero sorprendentemente Scott ni se inmutó.
>>No te preocupes Erika, no me importa esperar—era demasiado bueno.
>>Gracias eres un cielo—dije sobrecogida al ver que Scott era diferente.
Estaba llegando al lugar cuando se puso a llover a mares, y noté algo afilado en mi espalda mientras alguien me susurraba:
—Hola muñequita, me vas a dar todo lo que tengas, no lo repetiré—el cuchillo apretaba en mi espalda, el móvil se me cayó al suelo, estaba tan asustada que me había quedado paralizada.
ARES
Hui en mi moto del instituto, vi como ella me observaba, pero no me importó. No me dio tiempo a terminar de comer cuando recibí un mensaje de Arch:
>>Ares, ¿estás haciendo algo? —parecía ansioso por saber la respuesta.
>>Nada especial—respondí al recordar que ya no tenía a McCain para que ocupara todos los días de mi agenda personal.
>> ¿Por qué, tienes un plan? —estaba tan aburrido que cualquier cosa me valía.
>>Por mi veteranía en el gimnasio me dejan invitar a mis amigos a venir y probar todas las instalaciones, ¿te vienes? —era un plan tan bueno que no podía dejar pasar la oportunidad, ejercitar los músculos me ayudaría a relajarme y a olvidar todo lo ocurrido.
>>De acuerdo, allí estaré—escribí al terminar de reflexionar.
Caminé, eran las seis cuando salí de casa, el gimnasio estaba relativamente cerca del barrio de Scott. Arquímedes estaba en la puerta, me miraba con una sonrisa desde la lejanía mientras yo me acercaba poco a poco. Comenzamos a hablar después de saludarnos enérgicamente:
—Hola "Mr. yo no voy a la escuela, eso es de pringados"—comentó de forma burlona mi amigo.
—En mi defensa diré, que no es por amor—cada vez que recordaba en mi mente a McCain mi corazón se paraba unos segundos y disfrutaba del momento.
—Ya lo sé, pero te estás tomando muchas molestias por esa chica Ares, te dije que tuvieras cuidado, estás cambiando—soltó mi amigo con un tono de asombro.
—Yo no he cambiado, soy el mismo—volví a repetir, lo haría hasta la saciedad si hacía falta.
—Ares vas a la escuela, tío—lo cierto es que era algo bastante sorprendente, entiendo su preocupación.
—He decidido no hacer locuras con los exámenes—me intenté justificar.
—¿Lo has decidido tú o lo ha decidido ella? —me miró como si intentara buscar una esperanza de que no estuviera todo perdido.
—Ella me ayudó a decidirlo—se llevó una mano a la frente con desesperación ante mi comentario.
—Eres un calzonazos, está pasando lo que te dije que pasaría, ¿alguna vez me escuchas? —me miró directamente, a pesar de que estaba siendo sarcástico.
—No me insultes, sigo siendo el mismo—no me gustaba que nadie me insultara, se lo pasé porque era mi amigo.
—¿Te acuerdas de pelear o ahora tienes manos de chica? —dijo lanzándome unos guantes de boxeo, mientras entrábamos al gimnasio.
Hace un año decidimos que queríamos entrar en la marina, por lo que entrenábamos día y noche, competíamos cada día. Al final decidí que aquello no era lo mío, porque si yo me marchaba nadie cuidaría de mi hermana, ya no teníamos padre y madre, nadie podía sustituirme.
—Sí, me acuerdo de cómo patearte el trasero—le vacilé recordando todas mis victorias frente a las suyas.
—En tus sueños Ares, ¿crees que puedes ganarme? Ahora eres un idiota enamorado, no tienes nada que hacer contra mí.
Me puse los guantes y le pegué un derechazo en la cara, cayó al suelo. Desde allí dijo:
—Veo que no te ha atontado del todo, puede que sigas siendo el de siempre—me extendió la mano para que lo levantase.
—No dudes ni por un segundo que una chica va a cambiar a Ares Milner—comenté lo que para mí era evidente, pero mi mente no estaba tan segura de lo que mi boca estaba diciendo.
—Ya lo ha hecho, solo que no del todo, va destrozando a tu antiguo yo poco a poco, tienes que admitir que eres otro, tío ya ni sales—comentó y sembró la inseguridad en mi mente de nuevo.
—Tienes razón, mi autodestrucción personal empieza y termina donde comienzan las letras de su nombre—dije aceptando que había una mínima posibilidad de que ya no fuera el mismo.
—Ya estás con las frases sin sentido—me golpeó el hombro amistosamente.
Salimos del gimnasio después de entrenar un rato más. Justo en el momento en el que ya me había olvidado de ella, escuché su grito desde lejos, al instante mis piernas reaccionaron, aunque mi cabeza se negaba. La estaban atracando, la veía desde lejos, iba a correr hacia ella, cuando Arquímedes se interpuso:
—No seas su héroe Ares—me impedía el paso, pero lo aparté con las manos bruscamente.
—Tengo que ayudarla Arch, no puedo verla sufrir. Tienes razón, he cambiado—dije mientras salía corriendo, me sentía diferente por dentro y por fuera, había tirado a mi amigo casi por los aires, por ella, porque aunque estaba enfadado no podía dejar que le pasara nada.
Gritó desesperada ayuda, y cuando creía que nadie la oía, le toqué el hombro y le hice una pregunta al tipo que estaba amenazando a Erika con la sangre corriendo por mis venas:
—¿Atracando a una chica indefensa? —le miré con ira, había otra cosa que me cabreaba mucho, las malas personas, no me gusta la forma en la que se aprovechan del miedo que le causan a las personas. Como yo no le tenía miedo me metí con él—. ¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño?
—Una frase muy valiente, una pena que el que tenga el arma sea yo—se intentó reír de la situación.
Puse mis antebrazos en posición y le desafié. Le esquivé dos golpes, pero el tercero me arañó el antebrazo, probablemente acertó por mi falta de práctica. Sentí como ardía la piel, pero aquello me permitió bajar sus defensas y propinarle un derechazo en la cara con todas mis ganas, cayó al suelo, pero no dejé que se levantara, me tiré encima de él y empecé a golpearle una y otra vez.
—Esto por meterte con las mujeres, cobarde desgraciado—y así seguí, hasta que lo dejé inconsciente, se veían las venas de mi brazo muy marcadas, estaba muy pero que muy cabreado.
La mano de McCain me paró, al agarrar la mía sentí calidez y calma, mi ira desapareció al instante.
—Para Ares, que lo matas—no iba a parar, pero recordé lo que me dijo de que era un violento, y me controlé.
—¡Se puede saber qué haces aquí de noche sola! —le grité con todas mis fuerzas mientras mi respiración volvía a la normalidad.
—Había quedado con un chico, pero la lluvia me ha arruinado el plan—dijo mientras escurría el agua de su pelo. Solo me quedé con lo de que había quedado con "un chico".
No quería decir lo que iba a decir, pero no puedo permitir que otro tonto se la lleve:
—Tú vienes a mi casa—no pensé en que mi oferta sonaba un poco rara, porque no me pareció una de mis ideas alocadas, estaba muy cuerdo en el momento que lo dije.
— ¿A tu casa? —ella sí se sorprendió con mi comentario.
—Sin excusas—la agarré de la mano fuertemente, sentí como mis latidos se aceleraban con el solo roce de su tacto, pero lo ignoré, solo pensaba en sacarla de allí lo más rápido posible.
Nos subimos en mi moto y conduje hasta mi casa. Cuando llegué la luz del cuarto de mi hermana estaba apagada, entré por la puerta y comenté:
—Dúchate McCain, mañana será otro día, yo cocino—no tenía muchas ganas de hablar.
Fui a la cocina, preparé pasta, lo que mejor sabía hacer, y la puse en la mesa. Antes de que terminara, Erika ya se había duchado. Comíamos en silencio, hasta que rompí el mismo, no podía aguantar sin hablarle.
—Espero que esté bueno, lo estás devorando—me reí.
—Está muy bueno— su cara de satisfacción lo decía todo.
ERIKA
Se había peleado por mí, y estaba herido, tenía un corte en el brazo, no pude evitar preguntarle, estaba muy preocupada:
—¿Te duele? —le miré triste, todo aquello había ocurrido por mi culpa.
—No te preocupes, ha sido un rasguño —comentó para hacerme sentir mejor.
Me acerqué a él cuando terminé de comer, y cuando estaba despistado le toqué la herida, lo que hizo que gritara:
—¡Joder Erika!
—Con que un rasguño ehh—le miré molesta por su cabezonería—. ¿Tienes vendas? —pregunté mientras intentaba recordar la clase de primeros auxilios que di en educación física.
—En el cajón debe haber—comentó sin mirarme, estaba claro que seguía muy enfadado, ahora puede que incluso más que antes.
Abrí el cajón y cogí una venda, por suerte no le había clavado la navaja, solo le había arañado, también cogí agua oxigenada y se la eché en la herida, por lo que se quejó:
—¡Escuece McCain!
—No seas llorica Milner—me reí al ver que no es invencible.
Le vendé el brazo y le dije:
—Gracias—le di un beso cariñoso en la mejilla, era mi héroe.
—¿Por qué? —se quedó confundido sin saber qué decir.
—Me has salvado, eres muy valiente—le sonreí
—Cómo te metas en problemas de estos todos los días no voy a poder olvidarte, me lo pones muy difícil.
—No puedes olvidarme Milner, y ambos lo sabemos—añadí de forma evidente.
—Lo que no puedo olvidar es que lo creyeras a él en vez de a mí—se señaló el pecho.
—Ya sé que la cagué vale, no me lo recuerdes—me sentía tan mal viendo su cara de decepción.
—Nada ha cambiado McCain, quiero dejarlo claro, que te haya ayudado hoy no significa que todo esté como estaba antes—contestó serio.
—Echo de menos tus planes Ares—se me escapó en voz alta.
—Me hacen vulnerable, no puedo ser el Ares bueno—en la mirada se le notaba que él también me echaba de menos.
—Todos tenemos puntos débiles, pero yo creo que la valentía radica en el que es capaz de dejarse ver vulnerable, así estás demostrando que eres humano—había que admitir que eso me había quedado muy bien.
—No confiaste en mí McCain, fuiste estúpida—me atacó verbalmente.
—Vale fui estúpida—admití cabizbaja y guardándome la retahíla de insultos que tenía ante el suyo.
—E imbécil—añadió gratuitamente.
—E imbécil—admití de nuevo, aunque esta vez lo hice más reacia.
—E insoportable—Al tercer ataque le paré, ya era demasiado.
— ¿Ya vale no?
Me levanté de mi silla y me fui al cuarto que Ares me había indicado, entonces me acordé que sólo había una cama.
—¿Ares dónde voy a dormir? —pregunté esperando una respuesta hostil por su parte.
—En mi cama, yo dormiré en el sofá—me sorprendió, había olvidado que a veces puede ser muy bueno.
—Ni hablar, duermes en tu cama y yo en el sofá—me negué.
—No hay nada que discutir— añadió saliendo por la puerta y dejándome en su cuarto.
ARES
A las dos de la mañana, escuche sollozos en mi cuarto que me hicieron levantarme y comprobar que McCain estaba llorando. No soy de esas personas que tienen sentimientos, pero antes de que pudiera hacer o decir nada se levantó, me agarró de la mano y dijo:
—Me ha destrozado Ares, te necesito, porque no puedo soportar sufrir sola —me habló como si lo que hubiera revivido en su sueño, fuera algo que no quisiera recordar.
—¿Me dejas decirte algo? — le susurré mientras retiraba de sus mejillas las lágrimas de desazón.
—Todo comentario positivo es bueno—hizo el intento de sonreír, pero fue una sonrisa muy débil y breve.
—Es más una frase que un comentario.
—Adelante—dijo con convicción la pelirroja.
—Si lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas no te dejarán ver la luna—no es porque sea mía, pero la frase es perfecta en todos los sentidos, o por lo menos eso pienso yo.
— ¿No es las estrellas? —al parecer no se le había ocurrido a mi intelecto, era una frase del principito que había modificado un poco.
—Lo he Milnerizado—me reí.
—Me gusta—vi una dulce sonrisa de nuevo en sus labios.
—Ahora a dormir—eran las dos de la mañana, tenía sueño, no soné demasiado caballeroso, pero me daba igual.
ERIKA
Al día siguiente desperté, había dormido increíblemente bien. Decidí bajar a preparar el desayuno, era una buena forma de empezar a pedir perdón. Hice tortitas con nata y zumo natural de naranja. Cuando lo tenía todo listo subí a despertar a Ares, al mirarle, parecía otra persona, cuando duerme he de admitir que es súper mono, es como un niñito con esa cara de bueno. Me acerqué a él y lo zarandeé suavemente mientras le decía:
—Despierta bebé—decidí ponerle el apodo por lo que parecía cuando dormía.
— ¿Bebé? —me dijo frotándose los ojos.
—Sí, bebé, a partir de ahora te voy a llamar así.
—Pues no me gusta—¿alguna vez estaríamos de acuerdo en algo?
—Pues te aguantas—le dije para que se resignara.
—No me gusta, no me llames así—se notaba lo molesto que estaba.
—No me llames niñita, no me gusta—le dije en contraposición a su comentario.
—Jamás, vas a seguir siendo "la niñita", lo siento—estaba visto que era imposible librarme de ese mote.
—Pues entonces no te quejes bebé—cada vez que lo mencionaba, Ares fruncía el ceño y me miraba con los ojos medio cerrados.
—Está bien niñita.
—Baja a desayunar—dije intentando no darle con la almohada en la cara por seguir con el mote que tanto me incordiaba.
—¿Me has hecho el desayuno? —se sorprendió.
—Sí, es mi forma de pedirte perdón.
—Voy a seguir enfadado, entiende que esto lleva su tiempo, pero con cosas como ésta puede que tardes menos—tiene más cara que espalda.
Bajamos, desayunamos, y llegó la hora de despedirnos:
—¿Aún no me has perdonado?
—Te he dicho que lleva su tiempo—estaba comenzando a desesperarme.
—Ya, pero, ¿tanto?
—Sí, tanto—seguía con las respuestas cortas que tanto me irritaban—. Bueno, adiós—se despidió con frialdad, no pude seguir aguantando su indiferencia.
—No me digas adiós, adiós se dice cuando no vas a volver a ver a la otra persona.
—¿Qué quieres que diga entonces? — estaba empezando a parecerme cada vez más guapo, porque hasta su cara de confundido me gustaba.
—Dime hasta mañana— tiré de su camiseta y choqué mis labios con su mejilla, demasiado cerca de sus labios, en un beso corto y fugaz, se me fue la cabeza y no pude contenerme.
Él confundido me dijo:
— ¿Y eso a que viene? —creo que había conseguido desarmarle.
—Se llaman besos robados, entre amigos está permitido—le guiñé un ojo.
—Los besos no se roban, hasta mañana niñita—ni se había inmutado, Ares tenía demasiados muros que tirar abajo, me iba a costar, pero me prometí a mí misma no repetir locuras como aquella, todo era culpa de mi madre, que me había estado llenando la cabeza de tonterías con el tal "London Silver". Le prefería como amigo a no tenerlo cerca.
ARES
Cerré la puerta y me quedé sin respuestas, me había anulado completamente. Iba a soñar con los besos robados, mi mente ya no daba para más, aquel beso había causado un cortocircuito en mi cerebro, McCain estaba ahora por todas partes en mi memoria, era la causante de que no hubiera espacio para otras cosas. Ella no solo era mi respuesta preferida, era la imagen que no podía borrarme de la mente aunque quisiera, por mucho que me alejara.
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