Capítulo 20
Primer paso: Ser compañeros de clase
ERIKA
Me levanté por la mañana con el pelo enredado en la almohada, estaba cansada, no había dormido mucho, mi abuela materna había caído terriblemente enferma hace una semana, por lo que todos estábamos muy preocupados, sobre todo Dana a la que notaba últimamente demasiado triste y destrozada en nuestras conversaciones por Skype que cada vez duraban menos, tenía mucho que contarle, pero poco tiempo para hacerlo.
Retrasé debido a ello el plan de Ares, eso y las citas con Milo, hasta ayer que me enteré de que la extraña neumonía de mi abuela había pasado.
Recibí un mensaje en mi móvil nada más abrir los párpados, era de Ares, no sé por qué, pero ya me lo esperaba:
>> Modo mejor amigo on, ya no tienes excusas, niñita—Ares y sus respuestas peculiares, ya le estaba cogiendo cariño a sus típicas tonterías.
>>Eres un pesado—le respondí mientras me enderezaba en la cama y estiraba mis brazos.
>>Mira el primer punto de la agenda podría sorprenderte—me indicó, ¿cómo es que siempre parece que habla vacilando a la gente?
Nada más recibir el mensaje, le eché un vistazo a la agenda, la abrí con la llave que me había dado y vi el primer punto: "Ser compañeros de clase"
Al verlo me entró la risa y me reí tanto que me caí al suelo, con lo que me había costado adoptar la posición perfecta, pero es que solo de imaginar que alguien en el universo permitiría que "el señor miraditas" estuviera en mis mismas clases, me hacía llorar de risa.
Me di una ducha y luego desayuné unos cereales con leche. Miré la hora y viendo que ya llegaba tarde me vestí, cogí una camisa blanca de tirantas, mi falda larga roja y de zapatos unas sandalias. Caminé hacia el colegio apresuradamente como de costumbre, nada más llegar, la gente estaba revolucionada creando un tumulto en la entrada, había muchos grupos rodeando a algo o a alguien. Desde mi posición no podía ver lo que ocurría, era bajita, por lo que tuve que acercarme e incluso ponerme de puntillas para ver con claridad qué era lo que estaba pasando. Y entonces lo vi, "Mr. Perfecto" estaba allí, provocando todo aquel revuelo.
Me vio y se acercó lentamente, pude fijarme de pasada en su nuevo look, estaba un poco cambiado, pero es que Ares por muy detestable que fuera era guapo hasta de espaldas. A medida que se acercaba hacia mí, más nerviosa me sentía, pero cómo no, Ares Milner, tan espeso como parco en palabras, en uno de sus momentos de genuinidad plena, se limitó a saludarme, se estaba volviendo habitual aquello de que me llamara "pelirroja", aunque por muy raro que parezca, me hacía sentir especial, quería pensar que era la única a la que ponía motes raros.
—Hola pelirroja. ¿Demasiado bajita? —me sonrió. Su comentario fue molesto, siempre iba a dar donde más dolía.
—¿Qué hay de no ir a clases? ¿No era una pérdida de tiempo? ¿Adiós al chico malo e irresponsable? —comenté mientras enredaba con mi dedo un mechón rojo de mi pelo.
—¿Recuerdas el primer punto niñita? —era la única persona capaz de contestar a tu pregunta con otra pregunta, me desesperaba, lo peor era la forma en la que te miraba cuando lo decía, como si fuera algo obvio.
—No vas a conseguir que seamos compañeros Milner—le intenté dejar claro desde el principio mientras intentaba recordar la clase que me tocaba, aunque extrañamente, Ares parecía bastante convencido de que era capaz de hacer que fuéramos compañeros.
—Dame unos diez minutos— me indicó mientras entraba en el despacho del director, entró tan seguro de sí mismo, que hasta yo le creí capaz de lograrlo, podía apreciarlo en su mirada, le conocía tan bien, que para mí era como un libro abierto.
ARES
Entré en el despacho, como ya he dicho antes, siempre consigo lo que quiero, el señor Roland, el director, estaba sentado en su silla de cuero negro, se creía el típico rey, le gustaba ejercer su poder, pero a mí nadie me dice lo que tengo que hacer.
—Pero si es el señor Milner ¿Qué le trae por el instituto? —pronunció el vanidoso y escuchimizado director.
Puse cara seria y le ataqué, era hora de sacar al tiburón que llevo dentro y que tanto miedo le da a la gente.
—Roland, dejemos los jueguecitos, voy a retomar los estudios—le proporcioné la información que quería escuchar, sabía cómo controlar a la gente, les vendía mi historia y se la tragaban enterita.
—Excelente noticia—se sentó correctamente y se ajustó la corbata, noté ese cambio en su comportamiento que me indicaba que ya había caído en mi red.
—Pero—añadí inteligentemente. Se podía contemplar como el sudor de su frente iba aumentando cada vez que paraba para poder hablar con claridad y concisión
—Pero quieres algo a cambio, ¿me equivoco? —me encantaba cuando se daban cuenta, hacía que todo fuera más divertido.
—Solo estudiaré y aprobaré, si me pone en todas las clases con la señorita Erika McCain—el truco es venderle algo posible, una opción que él crea que tiene asegurada, cuando en realidad no hay nada que pueda hacer para escapar de mi trampa, más que nada porque no sabe que está en una trampa.
— ¿Con nuestra alumna estrella? —resopló sudando, síntoma de que estaba pensando en si ceder o no —. Ni loco, no quiero que la perviertas—primero siempre te dan una advertencia, pero nadie me gana a no ceder, por eso cuando quiero algo lo consigo.
—Pues entonces no hay trato—dije marchándome, sabiendo que su nueva oferta estaba al caer.
Estaba largándome cuando Roland dijo:
—Está bien Milner, pero como no saques las mejores notas, vas a acabar fregando los platos del comedor el año que viene día y noche—y ahí estaba la amenaza que no iba a ninguna parte.
— ¿Trato entonces? —le ofrecí mi mano, elemento visual que inspiraba confianza.
Él respiró hondo y estrechó mi mano mientras comentaba:
—Más te vale salir limpio Ares—y como no perdió.
—Lo intentaré.
Salí del despacho acompañado del director, pasó de ser un desconocido a querer ser mi amigo.
ERIKA
Estaba en clase de matemáticas, mirando el reloj pasar las horas, cuando el director apareció por la puerta, al contemplar la cara de perdedor que traía supe que Ares había conseguido su propósito.
—A partir de hoy un nuevo alumno va a estudiar con ustedes—¿por qué siempre conseguía lo que quería? ¿Alguna vez iba a perder o estaba destinado a conseguirlo todo?
Mi mente suplicaba que no dijera su nombre, pero no me dio tiempo a suplicar, porque vi su botín entrando por la puerta.
—Su nombre es Ares Milner, suele estudiar en su casa, pero ha decidido venir—no necesitaba presentación, pero se había ganado tanto al director que lo hizo gratuitamente, nunca entenderé cómo consigue manejar a las personas.
— ¿El señor Milner es inteligente? —soltó Fiona la profesora de matemáticas, Ares la miró de refilón, y aunque esperaba que tuviera respeto por los profesores, aprendí que Ares Milner no tiene respeto por nada, porque ni miró a la profesora, prácticamente ignoró su comentario.
—No quiero más suspensos en mi clase—ese comentario sí surtió efecto, porque se puso a sonreír con esa sonrisa que tanto miedo me da, porque no sabes si realmente te está sonriendo o solo está sentenciándote.
Entonces él le respondió, dejándome bastante sorprendida, nadie en su sano juicio se hubiera imaginado que Ares podría ser inteligente.
—Lo suficiente como para saber que se equivoca profesora—su comentario dejó en silencio a toda la clase, ni siquiera el director esperaba que reaccionara.
-—¿Por juzgarle?
—No, por fallar al hacer una simple suma—le señaló con el dedo, demostrando de nuevo tener una capacidad de observación muy avanzada, al parecer Ares era más listo de lo que aparentaba.
Lo peor no era que desafiara a la profesora, lo peor fue que estaba en lo cierto, la operación estaba mal.
Después de hacer la corrección, caminó hacia la banca que estaba a mi lado, en ella estaba sentada Jacob, al cual con solo mirarlo lo echó del sitio. Se sentó, luego miró en mi dirección y dijo:
—Primer punto de la agenda cumplido—me guiñó un ojo, vi a un Ares seguro de sí mismo.
Maldito Milner, no solo cumplió su promesa, sino que se dedicó a corregir a todos y cada uno de los profesores. La peor parte del día no llegó hasta la clase final de literatura. Él le robó un papel a Jacob, escribió algo en él y luego me lo tiró a mí, todo esto delante de la profesora, empecé a creer que era verdad que estaba allí únicamente por mí, porque no les hacía caso a los profesores.
Yo cogí el papel y leí: >> ¿Esta tarde haces algo? <<
Le miré y dije:
—¿Recuerdas que tengo novio? —qué bien sonaban aquellas palabras en mi boca.
—Él no puede venir, es nuestro asunto, enana, ¿ya no te acuerdas? —volvió el Ares que detesto.
—Hace mucho que Milo no me ve, sé que te prometí que iría, pero voy a quedar con él—me decidí a rechazar su oferta, para que viera que no siempre se iba a hacer lo que Milner quería.
—Que le den al pijo ése—lo más gracioso de todo es que le llamara pijo cuando era él el que iba siempre tan elegante.
—No puedes hacer que pase de todos menos de ti—le expliqué, aun a sabiendas de que convencerle de algo era muy difícil.
—Escúchame Erika, puedes hacer lo que quieras, siempre y cuando no interfiera con nuestra agenda, y da la casualidad de que yo tenía escrito el puñetero plan de hoy en la agenda mucho antes que "Mr. surfero pringado"—hizo comillas con los dedos y sacó a la luz su lado controlador.
—Ya, para ti es muy fácil decirlo, tú no sales con nadie—no os negaré que el mote que le había puesto a Milo me hizo mucha gracia.
—Pasa del " señor educación", hagamos cosas malas juntos.
—Eres una pesadilla constante Milner ¿Lo sabías? —resoplé sintiendo su mala influencia atravesando los poros de mi piel.
—Sí, es uno de los requisitos para convertirme en tu mejor amigo—me intentó explicar mientras hacía como que sacaba un cuaderno de la mochila.
—¿No vas a rendirte nunca verdad? —pregunté para ver si descubría como sacarle respuestas con sentido.
—Esa palabra no está en mi vocabulario—pero estaba visto que no tenía nunca nada coherente, tenía la teoría de que decía lo primero que se le pasaba por la cabeza, que no se paraba a pensar las cosas.
—Siempre hay que hacer lo que tú quieres, no sé cómo lo consigues—me vi resignada a aceptar su propuesta, no tenía ganas de discutir.
—¿Eso es un sí? —¿me pareció hasta verle ilusionado?
—Lo pensaré—me iba a rendir, pero él no tenía por qué saberlo.
—No me vale Erika, dime que pasarás de él—puso su falsa cara triste, por suerte ya estaba curada de sus métodos de engatusar a la gente.
—No es tan sencillo.
—Solo hazlo McCain—¿por qué siempre me retaba a hacer cosas imposibles?
Iba a responderle, pero entonces la profesora de literatura, nos interrumpió:
—¿Se divierte usted ligando con la señorita Erika señor Milner?
Él respondió con su habitual descaro.
—Lo cierto es que con todo el ruido de fondo no he podido convencerla aún Minerva.
Nadie llamaba por su nombre a los profesores, pero él era especial, especialmente tonto.
— ¿Me está diciendo que lo que estoy contando le aburre señor Milner? —si hubiera podido le hubiera grapado la boca, pero no hubo manera de hacer que no respondiera.
—No, de hecho, opino que no anda del todo desencaminada, pero creo que Shakespeare tenía más cosas que mostrar con sus obras, no solo te enseñaba que el amor es posible —contestó sorprendiéndome de que hubiera prestado atención a lo que la profesora estaba diciendo.
— ¿Y qué se supone que son esas cosas? —la profesora se sorprendió también ante su comentario.
—Él quería mostrar sentimientos, emociones, la realidad de los amores imposibles. Sus obras enseñan que la pasión es posible y que todos podemos vivirla, pero no todos lo hacemos, simplemente tenemos miedo a ese trágico final que ocurre en Romeo y Julieta, preferimos vivir escondidos.
—¿Habla usted de una libertad del alma? —ninguno fue capaz de seguir el hilo de la conversación, pero todos prestábamos atención.
—Y del cuerpo profesora, creo que quería enseñarnos como algo tan trágico como una muerte, puede nacer del amor imposible, de lo que nosotros conocemos como relación.
A pesar de todo lo que sé de ese rubio incorregible, su comentario me hizo verlo con otros ojos, al parecer Ares tenía mucho que decir, en su defensa quiero añadir que había enamorado a media clase con aquellas palabras.
Al terminar las clases cogí mi mochila, caminé hacia la puerta de salida, y cuando iba a irme a mi casa, una mano tocó mi hombro y dijo:
—No te libras de lo de hoy McCain, a las ocho en la dirección que voy a enviarte por mensaje—dijo dándome un suave abrazo.
—No pienso ir, y suelta mi cintura—se tomaba demasiadas confianzas,
—Las niñas buenas cumplen sus promesas.
—Últimamente me han obligado a hacer cosas malas, así que, creo que diré que no, pequeño—no quería que su tentación me convenciera de hacer lo contrario, así que me di media vuelta dirigiéndome a mi casa.
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