Capítulo 18
Dos versiones de una chica
Al día siguiente me desperté, me había pasado toda la noche intentando averiguar una forma de hacer que Dana volviera, y aún no había decidido que quería de ella, solo sé que su sonrisa me tenía atrapado.
Volví a escribirle a Ares por el móvil, quería saber si tenía algún consejo, pero no contestó. Me pasé el día entero dando vueltas, fui al parque, allí vi a dos niños, un niño y una niña, jugando como si el tiempo no importara, lo que me hizo decir:
—Yo quiero eso, ¿por qué me resulta tan difícil recuperarlo?
Y entonces, de la nada, llegó el mensaje de Ares, en el que me daba su último consejo, de los mejores que me podía dar, porque me abrió los ojos:
>>Llevas enamorado de esa chica desde pequeño Scott, no sabes lo que sientes, pero no quieres que se vaya de tu lado, eso es amor amigo y te lo dice un experto en esquivarlo, por eso sé reconocerlo.
Aún estaba conectado, así que aproveché, para preguntarle cómo recuperarla.
>> ¿Cómo la recupero? No tengo dinero, para planear algo bonito, me lo gasté en venir aquí, y además no soy nada creativo, nunca lo he sido—no me costó reconocer lo que era evidente.
>>Improvisa poeta.
Ése fue su último mensaje. Empecé a pensar y por fin me di cuenta que lo que mi amigo me había dicho era verdad, ya tenía clara las palabras que iba a decirle.
Estaba caminando en dirección al pub para pedirle en un principio perdón simplemente, por lo menos podría volverme sabiendo que me había disculpado, pero entonces, una idea pasó por mi cabeza, una de esas locuras que estás dispuesto a hacer por las personas que te importan. Vi en el bar de enfrente una pizarra, cogí la tiza, y algo recorrió mi cuerpo, algo que solo había sentido al escribir mis libros, era un sentimiento fuerte y sincero.
Conclusión, tenía la idea, la oportunidad, y la pieza más importante de mi plan, el arma para llevarlo a cabo, una simple y vulgar tiza, que, aunque parecía algo inútil y casi imperceptible, me iba a permitir expresar todo lo que siento de la única forma que era capaz de hacerlo, a través de la escritura, de esa manera, a mi mente no le daría tiempo a echarse atrás. Solo impulsos y una tiza para expresar todo lo que nunca me había atrevido a decirle con palabras.
Llegué al bar, y, cuando nadie miraba, me metí en la alacena que estaba al fondo, eran las siete de la tarde, y allí estaba yo, en un armario polvoriento, con la simpática compañía de las escobas. Esperé a que Dana cerrara el bar, me sentí fatal al ver que tenía ojeras en sus preciosos ojos grises. Salí del armario, subí las escaleras y empecé a escribir con la tiza por los sitios que yo sabía que ella podía ver mi mensaje. Escribí todo lo que mi corazón sentía, pero mi mente no dejaba ver, todo lo que mis manos querían decirle con las palabras, pero mi alma nunca me había permitido. Terminé a las tres de la mañana, mi plan estaba en marcha, lo único que podía estropearlo era que ella viera las letras grabadas en el suelo antes de tiempo, pero conocía muy bien a Dana, y sabía que entraría, cruzaría el pasillo, subiría en las escaleras y se miraría en el espejo.
Y eso exactamente fue lo que ocurrió, entró, subió las escaleras y en el cuarto de baño, donde estaría esperándole la primera parte de mi mensaje: "Nunca he sido creativo".
Eso lo había puesto en el espejo, el resto del mensaje seguía por el baño y luego en cada escalón:
"No supe darme cuenta de lo que tenía, no vi lo mucho que te necesitaba, dicen que lo esencial es invisible a los ojos, que crea una atmósfera que te envuelve y no te deja ver, te pido perdón, no por ser tonto, sino por haber estado ciego, y no haber visto que tú eres y siempre serás la chica de mis sueños"
"Te quiero mucho Dana, espero que puedas perdonarme."
Por suerte la tiza no se había borrado, y pude ver como ella, bajaba los escalones, cruzaba el pasillo, miraba las últimas palabras, se detenía, levantaba poco a poco su mirada y se chocaba con mis ojos. Ella no decía nada, yo estaba un poco preocupado, no sabía cómo reaccionaría ante tal locura, solo esperé su respuesta.
Al fin se decidió a hablar, señalando su reloj:
—Trece mil ciento cuarenta horas, setecientos ochenta y ocho mil cuatrocientos minutos y cuarenta y siete millones trescientos cuatro mil segundos has tardado en darte cuenta.
—¿Un poco lento no? ¿Los has contado? —vacilé, a sabiendas de que no era el momento perfecto para hacerlo.
—La próxima vez hazme esperar menos—dijo caminando hacia mí, podía ver el brillo de sus ojos desde lejos mientras caminaba.
—No sé qué decirte, creo que he sido bastante rápido—no me dio tiempo a terminar la frase, porque se colocó en frente de mí, puso sus brazos detrás de mi cuello y se fue acercando lentamente a mis labios.
Entonces ocurrió, nos besamos, y confirmé lo que en el fondo ya sabía con aquel beso, era ella la chica, siempre lo había sido. No nos separamos, agarré suavemente su nuca y seguí besándola, fue un momento largo, apasionado, sorprendente. Me había imaginado cómo sería, que se sentiría, y ahora que lo sabía, no solo quería repetir ese beso, todos y cada uno de los días que me quedaran de vida, sino que encima me arrepentía de no haberlo hecho antes. Una vez que nuestro beso finalizó, ella cogió mi mano, salimos del bar, caminamos dos calles más abajo y entramos en el ascensor de su apartamento, nos seguimos besando hasta que su espalda chocó violentamente contra su puerta. Abrió la puerta de su casa, ella entró primero y luego me hizo un gesto con el dedo para que la siguiera. Yo, que estaba hipnotizado por su mirada, por el calor de aquellos besos infinitos, simplemente me dejé llevar, ella me quitó la camiseta, yo hice lo mismo con la suya, y el resto lo dejaré a vuestra imaginación puesto que soy un caballero.
La noche fue muy intensa, tanto que desperté muy aturdido y cansado, aun así, he de admitir que aquella noche había sido inolvidable, Dana me había robado el corazón, mi parte favorita fue al terminar, porque yo no me dormí con la misma facilidad con la que ella lo hizo y pude quedarme contemplando su rostro y esa sonrisa de felicidad que tenía, que se intentaban esconder en la oscuridad de la noche para que no las viera, aquella noche me replanteé mi vida entera, porque no podía imaginarme un mundo sin Dana, hasta en los mundos inventados de mis poesías aparecía como una metáfora necesaria e inolvidable.
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