Capítulo 13


Hay otros tipos de cowboys

ERIKA

Había corrido y corrido a la dirección del papel, pero creo que me perdí, porque lo que tenía delante de los ojos no era un sitio para montar a caballo, no había granjas, no había establos, ni siquiera había palco para ver a Milo en acción.

Lo que tenía delante de los ojos era un parque acuático llamado "Dolphin's Paradise", algo bastante distinto a lo que yo había imaginado mientras corría a toda velocidad, pero entenderme, cuando escuchas vaquero lo primero que te viene a la cabeza es el típico chico de granja que monta a caballo.

No os mentiré, estaba preocupada porque el sitio no se parecía en nada a lo que pensaba, creí que había perdido la oportunidad de conocer a Milo, hasta que vi el siguiente cartel, allí estaba mi vaquero: "Milo Woodward, el cowboy de los delfines".

Al llegar a las taquillas, solo tuve que mencionar que era la amiga de Milo, había una cola de chicas enorme, llegué a pensar que era infinita, al parecer el surfero era el encargado de atraer a las chicas al parque con su belleza y sus magníficas actuaciones. Me dejaron pasar, me indicaron mi sitio en primera fila. Al llegar, me extrañó que hubiera una especie de manta de plástico en mi silla, la cogí y la aparté, mientras me sentaba a contemplar el espectáculo. Los gritos de las chicas eran insoportables, Milo era muy popular al parecer, me recordó a las estrellas del pop con tanta fan loca persiguiéndole y llamándole.

El espectáculo comenzó, y allí estaba él, el increíblemente guapo y desconocido surfista del día anterior, salió con un traje de neopreno negro y con una sonrisa tan blanca y tan bonita que derritió los corazones de todas sus fans. En ese preciso momento, fue cuando conocí a Bubble, el mejor amigo de Milo, que fue el encargado de que descubriera el porqué de las mantas de plástico, porque nada más que el animal salió, me salpicó y me llenó entera de agua, provocando la risa de los presentes y de Milo.

La actuación continuó, el delfín se acercó a él que se montó en su chepa, surfeando con su pequeño amigo por todo el acuario, dando saltos increíbles, saludando a las fans, atravesando aros, y haciendo acrobacias imposibles. A pesar de haber acabado muy mojada, lo cierto es que me sorprendió conocer al cowboy del agua Milo Woodward, además de guapo y fuerte, también sabía hacer cosas sorprendentes, llegué a la conclusión de que era el chico perfecto, el príncipe que tanto tiempo llevaba buscando e incluso mejor que Scott al que ya estaba olvidando.

Terminó el espectáculo, Milo me hizo señas de que lo siguiera y entramos en los vestuarios del acuario. Caminamos hasta su taquilla manteniendo una tranquila conversación.

—¿Qué te ha parecido la actuación? —me preguntó Milo emocionado.

—Ha sido interesante conocer al "cowboy acuático"—dije impresionada.

—Así me llaman— se ruborizó mientras abría la taquilla.

—Tienes muchas fans— la verdad es que no esperaba que tuviera tantas.

—Son gente encantadora, aunque algunas parezcan un poco locas, lo creas o no, si por mi fuera se lo agradecería una por una.

—¿Tanto cuidas a los clientes?

—Erika, son los que me ayudan a seguir con éste divertido espectáculo.

—Veo que te gusta tu trabajo vaquero—dije riéndome.

—Claro, la mejor parte es mi amigo— hizo referencia al delfín dejándome anonadada.

—¿El delfín es tu amigo?

—Sí, Bubble es mi mejor amigo, tenemos una compenetración trabajando que solo se consigue con el cariño de la amistad— cerró su taquilla centrando su mirada en la mía.

—Qué bueno eres—comenté derretida por sus brillantes ojos que ahora estaban centelleando.

—Soy un chico normal, no creas que soy para tanto—me reí sin control.

—Oye Erika, ¿te apetece que comamos?

—Me encantaría Milo— asentí educadamente.

—Conozco un restaurante italiano increíble, el dueño es amigo mío.

—Me encanta la comida italiana—sonreí.

>>Este chico es increíble<<

Me cogió de la mano y caminamos por el acuario hasta encontrar el maravilloso mesón italiano. Llegamos al Luigi's, un restaurante de comida italiana tradicional. Milo se acercó al chico que reservaba las mesas y le dijo algo al oído, a los cinco minutos apareció un hombre bajito con un gorro extravagante.

—Milo, mi amigo, ¿cómo estar tú? —pronunció casi en nuestro idioma con un acento italiano muy marcado.

—Genial, como siempre— exageró el gesto.

—¿Qué quiere el cowboy más famoso del mundo marino? —preguntó esta vez perfectamente.

—Una mesa para comer esa comida tan meravigliosa Luigi, sabes que siempre te superas.

Luigi se giró y le dijo al de las reservas:

—Busca el mejor sitio del restaurante para mis amigos.

—Ahora mismo Luigi—dijo el otro sin rechistar.

Al cabo de segundos estábamos sentados el uno en frente del otro, sonaba la música de los violines de fondo, que tocaban creando una atmósfera muy romántica. Milo se inclinó, cogió mi mano y llamó al camarero.

—¿Te importa que pida por ti? — me dijo educadamente.

—No, tú eres el experto—volví a sonreír.

—Vamos a querer la pasta al pesto con salsa de nueces y queso—dijo Milo, que parecía un profesional de la comida italiana, aunque no tanto como yo, que lo llevaba en los genes.

—Excelente elección señor— estuvo de acuerdo el camarero.

—Me dejas alucinada Milo.

—¿Por cuatro cosas que sé? — dijo humildemente haciendo que me preguntase qué hacía el conmigo.

—No, sabes muchas más, eres muy educado, un cowboy marino increíble y para colmo sabes de comida italiana—comenté.

—¿Quieres vino o algún tipo de bebida en especial? — eludió mi comentario—. Yo es que no bebo—confesó amablemente.

—No diría que no al vino— me recliné en la silla.

—Franchesco, trae un vino de bodega de buena cosecha para la chica más guapa del restaurante—dijo Luigi rápidamente.

La noche era perfecta, Milo estaba siendo todo un caballero, y creo, que no podía estar en un lugar más romántico. Nos trajeron la comida los primeros, al probar los espaguetis sentí una combinación increíble de sabores en mi boca que ya me era familiar.

—¿Qué tal la pasta? —dijo Milo de forma cortés.

—No está mal, aunque deberías probar la que hace mi abuela — de solo recordarlo, se me hacía la boca agua.

Milo se rio y comentó:

—Eres una chica muy guapa Erika, tienes unos ojos increíbles.

—Gracias—respondí sonrojada continuando con la labor de comer.

—¿Qué estudias Erika? — me preguntó cuándo estaba terminando con mi plato.

—Estoy en el instituto, pero quiero estudiar astronomía— cada vez me parecía más guapo.

—¿Estudiar las estrellas?— indagó profundizando su mirada en la mía.

—Sí, es algo que me encanta.

—Que pasada. ¿Quieres conocer todas las estrellas?

—Cada día salen nuevas estrellas Milo, es imposible conocerlas todas— contesté obvia.

—¿Por qué quieres escoger esa carrera? Si puedo preguntar—me sonrió.

—Porque tengo la teoría de que las estrellas son las almas dormidas de las personas, creo que cuando morimos, lo terrenal se queda aquí y lo trascendental viaja al límite del universo donde intensifica su luz vital y se transforma en una joven estrella.

—Interesante teoría, nunca lo había visto así.

—Cada estrella tiene una historia que contar Milo— aseguré convencida.

—Impresionante McCain, a partir de ahora quiero seguir tu filosofía— afirmó risueño arrugando la nariz—. Eres muy inteligente.

—Soy una chica normal— si continuaba haciéndome cumplidos no sé si sobreviviría.

—Las chicas normales son las que merecen la pena Erika, son tan humildes que no ven lo brillantes que son. No me hace falta estudiar las estrellas ni saber de qué se componen para saber que tú eres una estrella.

Ese comentario me dejó sin palabras, estaba tan enamorada de sus ojos, su sonrisa, y encima ahora hablaba como los ángeles.

Milo echó una mirada a su reloj y soltó:

—Se ha hecho tarde Erika, me encantaría continuar con esta conversación, pero va a tener que ser otro día—Cogió mi mano acelerando mi pulso, pagamos a medias la cena y nos marchamos.

Una vez en su coche preguntó

—¿Enciendo la radio?

—No hace falta, me gusta hablar contigo—contesté sin dejar de mover las manos en mi regazo.

Llegamos demasiado pronto a mi casa y maldije a la cercanía, el momento incómodo de la noche se acercaba, él y yo solos en el portal de mi edificio:

—Lo he pasado muy bien Erika.

—Yo también cowboy—le guiñé un ojo.

Se inclinó, besó mi mejilla y me susurró al oído:

—Mañana paso a recogerte, a medio día en tu portal.

—No me iré a ninguna parte—dije mirándolo fijamente.

Él se montó en su coche, me sonrió y se marchó. Cuando se fue subí a mi casa, me metí en la cama, y miré la hora nerviosa porque los segundos se me hacían minutos y los minutos se me hacían horas, la espera para volver a verle se me hacía eterna.

Miré mi móvil, tenía cuatro llamadas perdidas, pero el cansancio me pudo y finalmente me quedé dormida.

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